lunes, 6 de junio de 2011
4091.- ELOISA OLIVA
Eloísa Oliva
Nació en 1978, en Buenos Aires (Argentina). Vivió gran parte de su niñez y adolescencia en Neuquén y actualmente reside en Córdoba. Estudió comunicación social y cine. Participó en las antologías Espuma de rabia (La Creciente, 2004), Mirad al cielo: ¡Los renos caen ardiendo! (Clase Turista / CCEBA, 2009), Cucrito (Textos de Cartón 2010) y Dora narra (Caballo Negro / Recovecos, 2010). Las publicaciones Alguien llama, El banquete y Diario de Poesía incluyeron una selección de sus poemas. Publicó los libros Humus (La Creciente, 2005), y 1027 (Nudista, 2010). Fue residente en RUSA (Residencia Un Solo Artista, Rosario, 2008). Entre 2007 y 2008 formó parte de editorial La Creciente.
Nosotros adoramos
a la lentitud,
por eso nuestro dios
es ese álamo
que ahora,
a las siete de la tarde
dibuja su figura
en la pared
del edificio
De 1027, Ed. Nudista, 2010.
Viene hasta los pies de mi cama, está descalza y tiene el camisón de las flores. El pelo: una mano
que quema la oscuridad. Dice que no me equivoque, que es ella la panzona y estúpida.
Valentina lo dice sutilmente ofendida, de algún modo sabe que estuve toda la tarde tratando de
escribir ese poema donde me angustiaba crecer no por crecer sino por alejarme de la nena panzona
y estúpida que fui.
También sabe que si yo soy, ella no, y si ella, yo no.
Me mira, flotando su pelo, el borde del camisón.
Pero no Valentina -intento apaciguarla- no soy yo la que te va a robar. El tiempo sólo sabe ir para
adelante, y en breve nuestras infancias -las dos- van a ser imágenes perdidas que nos visiten de vez
en cuando.
el agua
podrida en la pileta
anuncia
el fin de la estación
tibia la luz en nuestra cara
nuestro silencio
irrumpe
la cresta de la siesta
un auto
cruza la llanura
llevamos el verano
todavía en los pulmones
una nube se demora y
destruye
cada sombra
quedamos así, sin reflejo en la tierra
todo un camino
que nuestro corazón
reconoce
De Humus, Ed. La Creciente, 2005.
reflejo
orilla del festejo
una nena ajada por los años
un agujero de aire negro
como balazo de escopeta
una ojeada al abuelo
venas rojo intenso
cortan el rostro en secciones
el espacio total de la carne
como ennegrecido y
suelto
hay marcas en los brazos
terminando en aureolas
violáceas a veces, otras
de un verde claro como el pasto
a fines del verano
padre a hijo
ahora, de pie frente a los restos
la cara opaca y la parrilla
sin carbón
le dice vos sabés, Agustín,
de un paquete así de leña
no queda más que esta ceniza
y la ceniza va haciéndose nubes
nubes chiquitas
que se alejan
1 de enero
En el jardín las flores tiemblan
en la brasa del último aire. Un hombre
se acerca y hunde
su cuerpo en la silla
olvidada junto a las hortensias.
Cruza los brazos, un short
es todo lo que lo protege
de la inclemencia de un nuevo año
Como si plantara
una semilla el hombre
mira
un punto fijo en la tarde. Y espera
que finalmente ahí
crezca algo
así como un sueño, y venga
de la noche calurosa, hacia él.
Corríamos
alrededor del farol
los cuerpos
de los cascarudos
deshaciéndose
bajo las zapatillas
Ciegamente
corríamos
hacia la luz, al grillo
escondiéndonos, aprendiéndonos
la música
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