Viarago Diop nació en Dakar, actual Senegal, en 1906. Estudió en el Licieo Faidherbe de St. Luis, graduándose después como cirujano veterinario. Pasó gran parte de su vida en Alto Volta como funcionario de veterinaria del Gobierno. Su producción poética es pequeña, pero cuidadosa y bien estructurada. Nacido en una influyente familia de la etnia Wolof, hizo el bachillerato en Senegal y luego viajó a Francia. Junto a su compatriota Leopoldo Senghor, fue uno de los promotores activos del movimiento de la negritud. Sus primeros poemas fueron publicados en la Anthologie de la nouvelle poésie nègre et malgache, editada por Senghor, que constituyó un hito de la literatura africana moderna. El estallido de la Segunda Guerra Mundial le imposibilitó regresar a su país. Durante este período se dedicó a realizar adaptaciones de cuentos tradicionales africanos.
Los relatos que escuchó en su juventud del narrador e historiador oral de la etnia Wolof, Amadou Koumba, resultaron fundamentales para su obra, porque la transcripción de esos cuentos daría forma a sus libros más conocidos: Les Contes d´Amadou Koumba (1947) y Les Nouveaux Contes d´Amadou Koumba (1957), así como Contes et Lavanes (1963) y Contes d´Awa(1977). El propio Virago dijo que sólo había repetido con menor calidad las leyendas de su pueblo, pero lo cierto es que lo hizo con gran belleza, logrando una obra clásica, que ha sido comparada con las fábulas de La Fontaine y de Esopo. Sus poemas completos fueron editados en 1960 bajo el título de Leurres et Lueures. Su autobiografía, La plume rabouteé, fue publicada en 1978. Murió en su país en 1990.
Díptico
El sol colgado de un hilo
en el fondo de la calabaza
teñida de índigo,
hace hervir la olla del día.
Asustada por la proximidad
de las Hijas del Fuego
la sombra se esconde
al pie de las estacas.
La sabana es clara y cruda,
todo es terso, formas y colores.
Pero en los silencios angustiosos
hechos rumores,
de ruidos ínfimos,
ni sordos ni agudos, surge un misterio denso,
un misterio sordo y sin contornos
que nos rodea y nos asusta.
El taparrabo oscuro
claveteado con clavos de fuego
tendido sobre la tierra
cubre el lecho de la noche.
El perro aúlla, el caballo relincha,
el hombre se echa en el fondo de su choza.
La sabana es sombría,
todo es negro, formas y colores.
Pero en los silencios angustiosos
hechos rumores
los senderos intrincados del misterio
se aclaran lentamente
para los que se fueron
y para los que han vuelto.
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