miércoles, 3 de noviembre de 2010

1869.- LUIS BAGUÉ QUÍLEZ


Luis Bagué Quílez nació en Palafrugell (Gerona), España en 1978. Es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante. Ha publicado tres libros de poemas, así como dos ensayos de investigación literaria. Además, ha preparado ediciones de la obra del poeta argentino Ricardo E. Molinari (2003), del uruguayo Julio Herrera y Reissig (2005) y del chileno Humberto Díaz-Casanueva (2006), esta última en colaboración con Joaquín Juan Penalva. Junto con Ángel L. Prieto de Paula, ha coordinado la antología Otros mundos en el mundo. Medio siglo de poesía española (2009, en prensa). Ha participado en diversas antologías y ha colaborado en numerosas revistas con artículos, poemas y relatos. Ha sido vicecomisario de la exposición Carmen Conde. Voluntad Creadora. Ha dirigido las páginas dedicadas a Víctor Botas, Jorge Riechmann y Luis García Montero para la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. En la actualidad ejerce la crítica literaria en el suplemento “Arte y Letras” del diario Información. Desde 1999 co-dirige la revista de poesía Ex Libris, editada por la Universidad de Alicante.

- POESÍA:
Telón de sombras (2002).
El rencor de la luz (2006).
Un jardín olvidado (2007).
Babilonia, mon amour (2005). En colaboración con Joaquín Juan Penalva.

- ENSAYO:
La poesía de Víctor Botas (2004).
Poesía en pie de paz. Modos del compromiso hacia el tercer milenio (2006).





VARIACIÓN SOBRE UN TEMA DE POE

Hace muchos, muchos años,
en un reino junto al mar…
RADIO FUTURA

Cuando ya no hay castillos
ni nombres en la arena,
cuando el agua ha borrado las palabras
y las gaviotas vagan por un cielo
vacío de milagros,
como una cinta gris y transparente,
vuelves a mencionar la misma sombra.

Quizá en ese momento
recitarás de nuevo las palabras de Poe
sobre alguna muchacha
perdida entre las ruinas de la literatura.
Aunque puede que finjas
que olvidaste la historia y su canción,
que no sabes de lápidas románticas,
del aroma febril de las magnolias,
de unos labios tan fríos
como el mármol de aquellos veladores
donde dejas la copa
en que apuras la vida en lentos sorbos.

Luego descubrirás
que no hay ningún misterio en el dolor,
ni es más bello el poema
que la playa en septiembre,
sin testigos que sepan que ahora mismo,
bajo la débil luz
que filtran tantas nubes,
has vencido a los mitos de la infancia.
Annabel Lee no existe.
Un cuervo está graznando Nevermore.

(de Un jardín olvidado)






HERENCIA

Todo lo que ahora ves,
hasta el mismo horizonte
—la silueta de una antigua leyenda,
la lágrima de luz
sobre la bóveda
celeste de Santa María,
los edificios que ensombrecen
el mar y sus dominios,
el silencio encalado de la brisa,
el diapasón
que conmueve la piel
de las palmeras—,
será nuestro algún día.

Tendremos que aprender a merecerlo.

(Inédito)







ITALIA, 1950

Alguien busca a un ladrón de bicicletas
en la Italia que sueña en blanco y negro.
Unos jóvenes beben junto al atardecer
en un pueblo sin alma
y sin espuma:
siempre tienen la borrachera triste.
Los vecinos los llaman
I Vitelloni. Una sombra camina
por las calles de la desesperanza.
Es tarde y hace frío.
Hoy el viento rasga la Città Vecchia
y secciona los tallos de las rosas.
El amor ya no abriga
ni admite otro destino que el fracaso.
Nadie espera milagros en Milán
ni se acerca al jardín de los Finzi-Contini.
Y sólo en los carteles de los cines
llueven estrellas sobre los amantes:
Las caderas de Gina, los pechos de Sofia,
son la canción de invierno,
pero luego será la dolce vita
la voz de un espejismo.
En un rincón del viejo decorado
amanece por fin Cinecittà,
y la caricia gris del celuloide
se va difuminando
como el beso en el tacto de la piel.
La muerte ya no vive en Venecia.
En Roma todo el año es mes de vacaciones.

(Babilonia, mon amour, 2005)








CAMAFEOS

Regresaban del sueño
en vísperas de fiestas de guardar.
Llamaban a la puerta
como si regresaran
después de un viaje largo,
con dos o tres maletas
y el recuerdo de tantas estaciones
en la retina del invierno.

Y, al marcharse de nuevo,
nos dejaban el silencioso olvido
de las fotos en sepia,
desde donde miraban siempre jóvenes
y quizá presintiendo
la ruina de la luz sobre el esmalte.

Amaron con la misma devoción
con la que remendaban calcetines
y amasaban el pan,
con la que resistían
al presagio invisible del futuro.

Y nos siguen sonriendo,
capturadas acaso en un instante
de dichosa quietud,
en un rapto de inmóvil alegría.

Una flor de lujuria palpitaba en sus ojos
tras los surcos del óxido
y el lento tragaluz de la derrota.

(El rencor de la luz, 2006)








MINICINES ASTORIA’S

Por la ruta del tedio,
por la franja enlutada de la tarde
—difusa claridad de los escombros—
hemos llegado al cine,
allá donde envejecen los carteles
de las viejas películas,
donde lejanos labios con subtítulos
van glosando sus besos
en la trampa fugaz de la memoria.

Somos un gato negro
esperando su turno en la taquilla,
malgastando sus vidas
en la sombra de la última sesión.

(El rencor de la luz, 2006)







En la ciudad blanca

La ciudad de los grandes miradores,
donde la luz enferma
de fuego los paisajes, los tejados
ardientes de la alfama,
los tranvías amarillos que siempre desembocan
en el mar
o en la espuma deprimida de los sueños.
La ciudad blanca
se va volviendo gris
con el compás monótono
de los días de invierno
y las luces eléctricas que incendian
las ramas decoradas
del árbol de neón que nos vigila.
La ciudad es la llave
que abre el cofre secreto de otro siglo
donde las calles guardan nuestro nombre
y el rumor del océano
convoca la nostalgia de lejanos imperios.
La ciudad -los lluviosos rincones
que esconde el Bairro Alto
bajo el paraguas de la aurora-
extiende su tibieza
al bullicio de tontas avenidas
con aroma de especias y jardines
y la sombra de antiguos terremotos.
La ciudad que se aleja
ya no nos reconoce.
Su voz serán restos de aquel fado
entre cuyos acordes se ocultaba
un amargo sabor a despedida
y la vana promesa del regreso.




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