sábado, 23 de octubre de 2010

1800.- VANESSA DROZ


VANESSA DROZ (Puerto Rico, 1952). Es Premio Nacional de Literatura 1996 por su segundo libro de poemas “Vicios de ángeles y otras pasiones privadas” y Premio Nacional San Sebastián 2008 por su labor como escritora, comunicadora y promotora cultural. Tiene otros dos libros de poesía publicados “La cicatriz a medias” (1982), seleccionado ese mismo año como el mejor libro de poesía por el periódico más importante del país (El Nuevo Día), y “Estrategias de la catedral”(2009), finalista del Primer Certamen del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Droz es, además, diseñadora gráfica y relacionista pública y, más recientemente, ha estado trabajando en el campo de la crítica de arte. Droz pertenece a la llamada Generación del ’70 de escritores en Puerto Rico. Es graduada de la Universidad de Puerto Rico (UPR), donde estudió Literatura Comparada e Historia del Arte.




LAS BURLAS DE LA SELVA

Qué afán de retener la presa
tras la ardua jornada de ardides,
qué ardida la lucha urdida
para avasallar otro cuerpo.
Qué obsesión de vena,
qué voluptuosidad de garra
para retenerla, para descuartizarla,
destasar un ala,
que haya quebrar de piernas,
esparcimiento de extremidades,
vísceras alumbrándose ahítas de proyecto.
El ámbar, ese color que llaman quemado
y que no es otro vuelo
que el que la espiral del tiempo
nos coloca entre las manos,
es el adorno más solemne de la víctima,
su desamparo tan aparentemente primigenio,
tan glorioso, voluptuoso también,
como las ilustradas antenas de un sueño.
¿El de la sobrevivencia?
¿La ilusión de vivir a ras de pies de la especie,
de ésa que aspira al cielo?
De ambos es la ficción
pues el poder de la especie
es más vasto que sus sueños de combate
(he ahí el zapato como evidencia).

Una cucaracha a medio morir es un lenguaje,
casi una lección de historia, de lingüística,
y, en las tiernas fauces de un gato,
todo un poema,
la más lúcida de las burlas de la selva





LA CATEDRAL DANZANTE, UN FUEGO

¿De dónde vienen las palabras? Dime.
¿De qué oscuridad, de cuáles sueños?
¿De qué luz oculta salen mis ruegos
para dejarme ver toda su estirpe?

¿Por dónde pasa el humo de mis rezos,
por dónde la razón de mis plegarias
si no es por el corazón, esa flama
que arma y pule la piedra de los templos?

Las palabras llegan y se arrodillan.
Su recio coro todo lo enaltece
en esta catedral, como un enjambre.

Mi corazón, en ascuas, las vigila
para que inclinen todo su orbe
ante tu presencia, que las invade.








ENVIDIA

Hoy es lunes y hay algo que comienza
y hay preguntas que me hago.
¿Duermen las paredes susurrantes?
¿Qué sueñan los párpados de dios?
¿Por qué la mano que escribe resiste
las burbujas del hervor del agua?
¿Por qué cuando despierto huelo a orín y a mierda
y a sudor y a hombre que no recuerdo
y a cerveza y a polvo,
a ese olor que apenas defino
porque apenas me lo ha dado mi mejilla
aplastada contra el encintado de la acera?
¿Padecen de insomnio las cucarachas?
¿Por qué me besan?
¿Será cierta esta geografía que vivo,
sin sangre, sin infancia,
sin collares ni enaguas que me tienten suave,
con tanta calle, tanta noche, tanto miedo?
¿Será mía, sólo mía, esta eternidad que gozo?









FANTASÍA: EL LUGAR DE EURÍDICE

Del viento fue la mordedura pero en la mirada,
del mar y sí en la carne. Del delirio fue el instinto,
el enojo, la certidumbre de que los ojos, en tanto suspiros,
son destinos para siempre. La mordedura fue del tiempo.
Y es sabido que la de un pájaro sella con garantías
el sordo rumor de crimen que emite este lugar a todas horas.
Una paloma en un dintel de San Juan
es una gárgola sin ambición de eternidad
y esta ciudad, el laberinto que me ha sido dado,
el más arduo, el excelente, el más viciado, la catedral buscada,
una torre de Babel para mis juegos.
Mi voluntad de permanecer nunca ha triunfado en mejor prueba
pues este arrojo por mí fue decidido y todo rescate es innecesario.
¿Quién lo ha pedido? ¿Qué alarde es más risible que el de aquél
que se vanagloria de su intento de salvarme?
¿Quién es más pretencioso que aquél que, sin haberme visto nunca,
se atribuye un recorrido que sólo yo he podido hacer?
Por mí es que siete cuerdas tiene la cítara
y si la rueda de Itxión y la piedra de Sísifo se detuvieron
fue por mí, como por mi mandato fue que las sirenas
no cantaran. Quien no puede imitar a Alcestis
no osará entrar en la cuadrícula que he escogido,
perfecta para los crucigramas de la muerte.
En sus portentos he sido yo misma cientos, miles de veces;
cientos, miles de veces, he dejado de serlo,
del mismo modo que esta ciudad es todos los infiernos
deseados cientos, miles de veces.
¿Qué casa pone sus muertos a mirar al mar?
¿Qué infierno nos pone el mar de abrevadero?
¿Qué mar me ha dado mi legítimo reclamo de suspiros,
como del olvido una constelación?
A los habitantes les pregunto, ¿por qué tanta algazara
por alguien que terminará despedazado
cuando soy yo la que está en todas partes?
Los suspiros, que son un anticipo del desvarío,
son más poderosos que la envidia de Orfeo.
Esa mordedura fue lo que vieron mis ojos en sus ojos
cuando intentó asesinarme de nuevo.






EL ÁNGEL DEL VINO

I

Del cielo un ángel, con laúd certero,
del fuego un carbón, siempre inflamado,
de la tierra una pisada, feroz,
del aire un pez, como si sueño fuera,
y del vino un ancla como pretexto
para un Fin escrito con grandes letras
en la pantalla de nuestra memoria.
Del ángel más que sus alas el cuerpo,
más que su túnica la atroz venganza,
más que su aura la insidiosa puerta
hacia un abismo irreconciliable,
más que su sexo, rotundo y fuerte,
como un ansiado brindis exaltado,
la suave aparición de su destreza,
sus manos voladoras y voraces,
diligentes en la cruel desbandada
con que inventan una jornada clave.
He sucumbido al amor de un ángel.
Pero es ciego. Barbarilla sumisa,
he sido contagiada de miseria.

II

Al inicio, antes de esta guerra,
el intento fue un mapa salvaje:
Cristóbal Colón con ansias de moro,
Marco Polo con jubilosa faz
de gran marinero atormentado,
Américo Vespucio sin tormentas
ni ríos para un famoso naufragio.
Mas el tiempo de los descubridores
ha terminado. El ángel se marea y
después de tanto fragor se conforma
con un sitial en un infierno
aburrido y hosco, fugaz y grave.
el descanso es siempre perseguido,
a pesar del gozo y la nostalgia,
hasta por las copas de los ángeles.

III

Lucifer, con su hermosura brillante,
ha inflamado su lento corazón
con siete veces siete crueles dardos.
el fuego lo devora pero no es fuego.
El juego está en avivar la llama
a ver si no quema pero si arde.
Así las cicatrices de su vuelo
contra el cielo del ojo se reparten.
Todos los círculos de Dante fluyen
y en su gran centro está el amor, dormido,
esperando, sigiloso, cantando,
exigiendo tanto que en él se claven
las torpes manos del ángel vencido
que todo su clamor a Dios confunde
y las huestes celestiales demoran
la formación de las sintagmas, lloran
por no ir a una guerra sin motivo
y no derramar sabrosos vinos
que antes fueron agua.
El ángel bebe
y el viejo vino es agua nuevamente.







EL ÁNGEL DEL SUEÑO

¿Por qué aferrarse a un testarudo sueño
si el pan que se sirve para todos
en la mesa es igual, como un castigo?
¿Por qué dormir, por qué volar tan alto,
por qué soñar con un batir de alas
si al menor sentimiento de una pluma
se quiebra el alma, tambaleándose,
sumida en el eterno fulgor
de dos ojos que buscan el trueno?
¿Por qué querer inventar el trueno?
¿Por qué desear recrear su luz,
su estirpe, su consuelo, su bonanza;
por qué ansiar el menor movimiento
del rayo cuando dibuja su rastro
en medio de la ceguera, la fuente
de la necesidad y sus ropajes,
como si estuviéramos rastreando
un resquicio de luz en el infierno
pero pura y transparente, versátil,
bailarina entre las hojas del odio,
buscadora voraz de lo más claro,
volátil y elevado en la conciencia?
la luz, así como la oscuridad,
ciega y no sabemos discernir
entre el rotundo pálpito del sueño
y el débil pulsar de la vigilia.
Sólo con su espada puede una criatura,
como en un film de viernes trece,
cortar dos mundos, afilar el juego,
separar la carne de la substancia,
la luz del fuego, del vapor el agua,
de la piedra el fósil y del almendro
la posibilidad de su fruto
irremediable, cayendo, yéndose
hacia la podredumbre de su reino,
a la tierra y a su resurrección
en un árbol nuevo con frutos rojos,
llenos de la ancha sangre del marfil
que con todos sus colmillos recorre
las oscuras entrañas del planeta
donde impera un ángel en cuyas manos
hemos puesto la espada del dominio,
el dominio del imprudente insomnio
y el alto insomnio desesperado
de esperar un cuerpo, con todas sus cruces,
para que nos haga, irreverente,
el amor.
Ese ángel luce una máscara
de Dédalo y se esmera en volver,
inmisericorde y siempre en vela,
con ojos de Edipo y espada en mano,
a volar un mar rojo, siempre alto,
fruto prohibido del árbol prohibido.
Prohibidos su rostro y su intemperie,
prohibidos la luz, el rayo y el trueno,
prohibido el vuelo de la memoria
por el peso atroz de una espada que define,
caemos los del sol de su sueño.
Mientras me desvelo en la caída,
en el fondo de un mar tan visitado
un ángel devora sus propias alas.









TE AMO Y SU ESPECTRO

…pues ardió como te amo.
Gilberto Owen

I

Un hombre conoce a una mujer.
Tres días después le dice: “Te amo”.
La mujer, entonces, se enamora
pues te amo es el hilo del que cuelga el alma,
te amo es la mano que rige el sueño
y el sueño es azul y está lleno de tiempo.
Te amo traza en el mar el borde de la espuma
y separa el agua de la tierra.
Te amo escarba de la tierra la ribera,
le da su sitio entre dos puntos
y en ese tránsito pone huellas.
Te amo en una huella es movimiento.
El pie que la fija se traslada
y con sólo una pisada recorre el mundo.
En la pisada, te amo
es inscripción, es señal, es escritura,
palabra fijada.

La palabra fijada es te amo y arde.

El hombre lo sabe
y con te amo invoca no sólo su ardor.

II

El conjuro está cumplido.
Tres días después de te amo
los cuerpos yacen en el suelo.
La mujer derrama su carencia
en medio de bosques de vocablos,
de multitud de sílabas,
de frases en motín y oraciones reunidas en las plazas.
El hombre las agarra y sujeta entre sus manos
para poder reclamar otros mundos,
otras caras, otros recuerdos.
Quiere hacer suyos actos ofrecidos
antes de su llegada, imponer su posesión,
su dominio ancestral sobre el cuerpo de la piedra.

El desvelo está cumplido.
Tres días después de su momento,
en el espacio destinado al viento entre los cuerpos
y que recoge el soplo de la boca,
labios y lengua en audacia detenidos,
labios y lengua arrojados del silencio,
la mujer añade: “Te amo”.

Para ella queda erigido el sueño,
tierra y agua separadas,
el camino en tierra bien trazado
y el movimiento repleto de ardor
inscrito al choque de su lengua con el cielo de la boca
y un fluir feroz del viento.

III

Los días se repiten.
Se repite el invento,
la palabra marioneta en manos del hombre.
Ahora no es te amo, es te quiero colgando de las cuerdas.
Él no piensa el sueño:
lo reclama, lo seduce,
abigarra entre sus dedos la forma del mundo
entre ellos incendiado.
Del fuego de la mujer sale más altura.
En el fuego del hombre te amo es más hielo,
espectro de palabra, inmenso fantasma
redondo y casi perfecto.
Ya perdido su aguijón, su locura y su flecha,
mientras la mujer se alza y asume un vuelo,
la palabra dirigida,
como marioneta eficaz en su momento,
descansa en la trastienda del titiritero.



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