domingo, 9 de junio de 2013

LOUIS-FERDINAND CÉLINE [10.086]

Louis-Ferdinand Céline
Louis Ferdinand Auguste Destouches (n. Courbevoie; 27 de mayo de 1894 – m. París; 1 de julio de 1961), más conocido por su seudónimo Louis-Ferdinand Céline («Céline» era el nombre de su abuela y uno de los nombres de su madre), abreviado generalmente como Céline, fue uno de los escritores franceses más traducidos y difundidos del siglo XX, médico de profesión.

Citas 

«Estamos todo el tiempo viajando en el tiempo, sólo que la gran mayoría se deja embotar por su historia personal y cree que esto es lo único que existe».[sin fuentes]

"La naturaleza es algo espantoso e incluso cuando está domesticada con firmeza, como en el Bois, aún produce como angustia a los verdaderos ciudadanos."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932] Madrid: Edhasa, 2007, pp. 68-69.

"La moral de la Humanidad a mí me la trae floja, como a todo el mundo, por cierto."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932] Madrid: Edhasa, 2007, p. 361.

"Éstos, los moros, no es beber lo que les interesa, sino darse por culo… está prohibido beber en su religión, por lo visto, pero darse por el culo no."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932] Madrid: Edhasa, 2007, p. 362.

"La raza, eso que tú llamas así, es solamente esa gran pandilla de gente mísera como yo, legañosos, pulgosos, ateridos, que han acabado aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, llegados tras ser vencidos de los demás rincones del mundo. No podían ir más lejos por el mar. Pues eso es nuestra nación y esos son nuestros compatriotas."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"El amor es el infinito puesto al alcance de los caniches. ¡Y yo tengo dignidad!"
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"Lo mejor que puedes hacer, verdad, cuando estás en este mundo, es salir de él. Loco o no, con miedo o sin él."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"Por mucho que me diese vueltas y vueltas sobre el pequeño colchón, no llegaba a conseguir ni el más pequeño momento de sueño. Incluso masturbándose en esos casos no se siente ni consuelo, ni distracción. Entonces es la verdadera desesperación."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"¡Ah! ¡Divertirse con su muerte mientras la fabrica, eso es el Hombre, Ferdinand!"
Fuente: Muerte a crédito, [1936]

"Fui a reunirme con Molly y le conté todo. Para ocultarme la pena que le causaba hizo muchos esfuerzos, pero no era difícil ver, de todos modos, que sufría. Ahora la besaba yo más a menudo, pero la suya era una pena profunda, más auténtica que la nuestra, porque nosotros más bien tenemos la costumbre de exagerarla. Las americanas, al contrario. No nos atrevemos a comprender, a admitirla. Es un poco humillante, pero, aún así, es pena sin duda, no es orgullo, no son celos tampoco, ni escenas, solo la pena de verdad del corazón y no nos queda más remedio que reconocer que todo eso no existe en nuestro interior, que para el placer de sentir pena estamos secos. Nos da vergüenza no ser más ricos del corazón y de todo y también haber juzgado, de todos modos, a la humanidad más vil de lo que en el fondo es."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"(...) ¡Ah, tenían muchas verdades que revelarle! ¡Y hermosas! ¡Y no trilladas! ¡Luminosas! ¡Deslumbrantes! "¡Eso es!", empezó a decir el buen pueblo, "¡sí señor! ¡Exacto! ¡Muramos todos por esto!" Lo único que pide siempre, el pueblo, es morir. Así es. "¡Vida Diderot!", gritaron y después, "¡Bravo, Voltaire!". ¡Eso sí que son filósofos! (...) ¡Al menos, esos son tíos que no le dejan palmar en la ignorancia y el fetichismo, al buen pueblo! ¡Le muestran los caminos de la libertad! ¡Lo emancipan! ¡Sin pérdida de tiempo! En primer lugar, ¡que todo el mundo sepa leer los periódicos! ¡Es la salvación! ¡Qué hostia! ¡Y rápido! ¡No más analfabetos! ¡Hace falta algo más! ¡Simples soldados-ciudadanos! ¡Que voten! ¡Que lean! ¡Y que peleen! ¡Y que desfilen! ¡Y que envíen besos! Con tal régimen, no tardó en estar bien maduro el pueblo."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"Cuando los grandes de este mundo empiezan a amarnos es porque van a convertirnos en carne de cañón."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"En ese oficio de dejarse matar, no hay que ser exigente, hay que hacer como si la vida siguiera, eso es lo más duro, esa mentira."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"Un día, volvió, el celoso, de improviso. Se la encontró, a la guapiña, de palabrita arriba de dos caballeros; fue tan su conmoción, que sacó el revolver y disparó primero a ella y después a sí mismo, una bala en plena boca. Murieron abrazados. — Hacía un cuarto de hora apenas que había salido."
Fuente: Muerte a crédito, [1936]

"Me faltan algunos odios todavía, estoy seguro de que existen."
"¡Es más difícil renunciar al amor que a la vida!"
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]

"La mujer que sabe tener en cuenta nuestra miserable naturaleza se convierte fácilmente en nuestra amada, nuestra indispensable y suprema esperanza."
Fuente: Viaje al fin de la noche, [1932]







VIVIR

Cerrar los ojos, respirar, respirar hondo
y sentir cuán lejos de casa se está

atreverse, lanzarse a ser, en fin,
sí misma, escuchar lo que dicta
el compás del corazón,
amar.





CAT ARE SIX

versos y versos
y migas de vida
unas y otras veces
me acompañan
y me sanan
bendita poesía





BUCEAR

Soy poeta
buceo en la sangre

a veces me atraganto en lo rojo
y toco de cerca los huesos de la muerte

luego dejo
que mi cuerpo vuelva
a la superficie.

como el recién nacido
que al respirar por primera vez
sabe lo que deja atrás
en el líquido que escupe

y entra en el baile.

http://nuncasesabemihelmaaano.blogspot.com.es/






A finales de la década de los cincuenta, William Burroughs, Allen Ginsberg y algunos otros poetas beat viajaron de Norteamérica a París para conocer personalmente a Céline, un escritor que les había deslumbrado y al que consideraban una especie de ángel apocalíptico y revelador. Lo que encontraron al llegar a Francia fue a un viejo arrogante, rodeado de perros y embutido en abrigos y bufandas, que afirmaba ser el mejor escritor de su generación y que les trató como a simples vendedores de hamburguesas. Según cuentan, al despedirse de él, decepcionados, le preguntaron por cortesía si le gustaban especialmente los perros, a lo que contestó: “Nada, no me gustan nada, los tengo sólo por el ruido...”

Esta anécdota, aparentemente absurda, puede en cambio ilustrar muy acertadamente la compleja realidad que fue Céline, uno de los narradores más grandes e incomprendidos del pasado siglo.

Louis Ferdinand Destouches (más tarde Céline) nació en Courbevoie, cerca de París, el 27 de mayo de 1894, en el ocaso de una era caracterizada, sobre todo en Francia, por el desencanto. El ideal frustrado de los revolucionarios, la inestabilidad política y el progresivo declive de la burguesía, hicieron de la segunda mitad del siglo XIX algo así como un baile de máscaras, un desenlace grotesco para todo un universo de utopías. Circunstancia que no pasó desapercibida para los grandes escritores de aquel tiempo (Baudelaire, Rimbaud, Lautreamont, Wilde, Huysmans), que reflejaron en sus obras la decadencia social que les tocó en suerte vivir.

La vida entera de Céline viene, pues, mediatizada por el desengaño de toda una generación: la farsa simulada de la guerra, el rancio aroma de la burguesía y el fin de la era colonial. Y sus novelas no van a ser sino la interpretación trágica y grotesca de su propio desencanto.

En 1932, tras viajar a África y ser herido y desmovilizado en la Primera Guerra Mundial, publica Viaje al fin de la noche, una de las novelas más impactantes del siglo XX, que cimenta las bases de su peculiar estilo y genera reacciones opuestas en la crítica.

Céline dibuja a Bardamu, protagonista del Viaje, como un juguete en manos de un destino absurdo que condiciona en gran parte sus acciones. Y ante premisa de esta índole, la única postura razonable es la resignación. Esperar estoicamente que la vida nos pudra y nos reviente, que nos pierda y finalmente nos arroje al fondo de la noche, ese rincón de penumbra donde terminan todos los caminos…

Lo que Céline describe en la novela es un mundo visto a través de un cristal borroso y empañado, un mundo caótico y regido por hilos siempre inciertos. Por eso sus personajes parecen faltos de identidad, son blancos humanos sobre los que se ceba la desgracia, seres mediocres y vencidos que se dejan llevar por la corriente. Aunque lejos de ahondar en derrotismos, Céline se recrea en la ironía y el sarcasmo que afila sus palabras, en la farsa existencial que anima sus acciones. Todo lo cual confiere al Viaje ese extraño tono de tragicomedia cotidiana que va a caracterizar en lo sucesivo sus novelas.

Cuatro años después, cuando los críticos aún debatían el alcance revolucionario de esta obra, Céline publica Muerte a crédito, una visión delirante y fantasmagórica de la sociedad francesa de principios del siglo XX, que supone la consagración definitiva de su estilo. En este libro describe los años de su infancia y adolescencia, sus temores y dramas y la ambigua escala de valores que caracteriza ese primer aprendizaje. Para lo cual adopta un lenguaje impresionista y sincopado, hipnótico, visual, balbuceante, cargado de exclamaciones y puntos suspensivos, que atrapa al lector por encima del propio contenido que transmite. Lo que él mismo llamó “lengua hablada emotiva”, una especie de poesía escatológica que distorsionaba hasta lo grotesco la tragedia del absurdo humano.

Todo en Muerte a crédito es oscuro y sórdido, como lo era también en el Viaje: los trabajos del Ferdinand adolescente, su despertar al sexo o la frustración existencial de sus mayores. Pero ese ojo de pez desde donde el narrador parece observar lo que describe, transforma el verdadero drama del relato en un número circense, una fanfarria. Y ese es, sin duda, el gran acierto de Céline: la alquimia que ejerce sobre las palabras desplazándolas de su contexto, estirándolas, retorciéndolas, atribuyéndoles valores nuevos.

Pese a ello, Muerte a crédito no fue bien recibida. Los críticos no supieron asimilar su innovadora técnica y se limitaron a compararla con el Viaje, cuando en realidad Céline había dado otra vuelta más de tuerca a su lenguaje.

En cualquier caso, el fracaso de esta obra le lleva a cambiar radicalmente de orientación, publicando en lo sucesivo una serie de panfletos de corte antisemita (Mea culpa, Bagatelas por una masacre, La escuela de los cadáveres) que denuncian el peligro de la conspiración judía y su imparable carrera hacia el poder.

Y así comienza el principio del fin. Automáticamente se le califica de escritor fascista. Y se le mira con recelo. Y estalla la Guerra. Y colabora con los nazis. Y huye de Francia. Y se le condena a muerte. Y se le encarcela en Dinamarca. Y se refugia en Meudon. Y todos le tachan en lo sucesivo de traidor…

Sus obras posteriores: Gignol`s Band, Fantasía para otra ocasión, Normance y la llamada Trilogía de las Crónicas, son estrepitosos fracasos comerciales que no logran redimir su imagen pública, pese a ser, sin duda alguna, grandes novelas. En ellas, Céline lleva hasta las últimas consecuencias el estilo iniciado en Muerte a crédito, una especie de dialecto emocional plasmado en cruentas imágenes visuales, destellos, llamaradas, fuegos de artificio.

Fue este idioma lo único de lo que Céline, atrincherado en su odio y su vergüenza, dispuso para defenderse contra el mundo tras su desafortunado error político.

¿Escribió así porque las circunstancias le obligaron a ello o vivió así porque forjó su imagen desde su escritura?

Se le juzgue como se le juzgue por sus actos, cara a literatura lo mismo nos da: lo importante, en cualquier caso, son sus novelas.

Por Vicente Muñoz Álvarez





¿Qué hacemos con los genios infames?

Grandes artistas han defendido ideas que promueven el odio - El veto en Francia al aniversario de la muerte de Céline reabre el debate sobre cómo celebrar a los creadores incómodos

Por JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/hacemos/genios/infames/elpepusoc/20110220elpepisoc_1/Tes EL PAIS, España. 20/02/2011

La historia de la literatura universal y la historia universal de la infamia son dos tomos distintos de la misma enciclopedia. De ahí que, de tanto en tanto, surjan varias preguntas: ¿Es posible que sean la misma persona el artista que crea una obra llena de humanidad y el ciudadano que promueve ideas inhumanas? ¿Se puede conmemorar al primero sin celebrar al segundo? La primera pregunta tiene una respuesta clara: sí, es posible. La segunda sigue siendo un campo de minas.

El mes pasado se abrió en Francia un nuevo capítulo de esa antigua diatriba. Tras incluir a Louis-Ferdinand Céline, fallecido el 1 de julio de 1961, en las Celebraciones Nacionales para este año, el Ministerio de Cultura francés decidió sacarlo de la lista. Accedía así a la petición de Serge Klarsfeld, presidente de la asociación de hijos de deportados judíos, de que no se celebrase oficialmente a un antisemita.

Después incluso de haber colgado en la página de los Archivos Nacionales una publicación conmemorativa, el ministro Fréderic Miterrand, sobrino del célebre presidente, ordenó que el cincuentenario de Céline no tuviera reconocimiento oficial. Aun reconociendo el valor literario de su obra, Miterrand fue rotundo: "El hecho de haber puesto su pluma a disposición de una ideología repugnante, la del antisemitismo, no se inscribe en el principio de las celebraciones nacionales". La polémica, eternamente congelada y descongelada, está otra vez servida.

"Estoy un poco indignado, creía que este tema estaba solucionado cuando se me pidió escribir la nota", dijo Henri Godard, biógrafo de Céline, refiriéndose al texto colgado en la web oficial. "Pensaba que la opinión había evolucionado y que las clases dirigentes lo tenían en cuenta". El revuelo, que todavía dura, ha demostrado que ni la herida estaba cerrada ni el tema solucionado ni la opinión había evolucionado tanto. La pregunta sigue en el aire: ¿qué hacemos con los genios infames?

En 1932, el doctor Louis-Ferdinand Destouches, Céline, publicó una de las grandes novelas de la historia de la literatura, Viaje al fin de la noche. Aquella obra puso a su autor a la altura de Proust como renovador de la lengua francesa al tiempo que lo convertía en uno de los mejores retratistas de los tiempos modernos: de la guerra mundial al colonialismo pasando por el turbio sueño americano. La novela está escrita con un lenguaje crudo y antisentimental, lo que hace que, en esa noche, cualquier sentimiento se convierta en una estrella que desprende humanidad y emoción.

Cinco años más tarde, en diciembre de 1937, el mismo Céline publicó una obra violentamente racista que terminaría contaminando la recepción de sus novelas: Bagatelas para una masacre. Aunque el panfleto, un imparable desahogo alucinado de 240 páginas, trata muchos temas, ha entrado en la historia del odio por pasajes como estos: "Me gustaría establecer una alianza con Hitler (...) A él no le gustan los judíos... A mí tampoco... No me gustan los negros fuera de su lugar... No veo ninguna delicia en que Europa se vuelva completamente negra... No me haría ninguna gracia... Son los judíos de Londres, de Washington y de Moscú los que impiden la alianza franco-alemana (...) Dos millones de boches campando por nuestro territorio nunca podrán ser peores, más saqueadores ni infames que todos esos judíos que nos revientan (...) Siempre y en todas partes, la democracia no es más que el biombo de la dictadura judía".

Lejos de convertirse en piedra de escándalo en Francia, el libro vendió en poco más de un año 75.000 ejemplares, una cantidad que hoy mismo alcanzan muy pocos autores con sus novelas, no digamos ya con un texto de no ficción. El hecho de que el antisemitismo sea un invento francés del siglo XIX es mucho más que un dato ilustrado por el famoso affaire Dreyfus. Aunque en 1939 un decreto obligó al editor a retirarlo de las librerías, el asentamiento del gobierno colaboracionista de Vichy convirtió Bagatelas para una masacre de nuevo en un best seller.

Con la liberación de Francia, Céline huyó a Alemania para terminar siendo capturado en Dinamarca. Se libró de ser fusilado por la amnistía que, en 1951, le permitió volver a su país una vez que su abogado consiguió deshacer la relación entre el doctor Destouches y el escritor Céline, algo, por cierto, que no ha conseguido medio siglo de crítica literaria.

A la muerte del novelista, su viuda, Lucette Destouches, prohibió la reedición de los panfletos -Escuela de cadáveres y Les beaux draps amén de las famosas Bagatelas-. Además, se fue querellando con todos los que los trataban de publicarlos clandestinamente dentro y fuera de Francia. No es difícil, sin embargo, encontrarlos completos en Internet. En sus memorias, la señora Destouches recordaba la actitud de su marido hacia unos textos a los que, decía, algunos atribuyen "un poder maléfico": "Cuando supo lo que realmente había pasado en los campos de concentración se quedó horrorizado, pero nunca fue capaz de decir: 'Lo lamento'. No se le perdonó el no haber reconocido sus culpas y él jamás dijo: 'Me equivoqué'. Siempre aseguró que había escrito sus panfletos con una finalidad pacifista, nada más. En su opinión, los judíos incitaban a la guerra [él había sido herido en la del 14] y quería evitarla. Eso era todo".

Aunque nunca han faltado pacifistas empeñados en apagar el fuego con una lata de gasolina, Céline ha alcanzado una categoría de icono que no tienen reaccionarios tan citados como Robert Brasillach o Drieu La Rochelle. La razón es simple: como novelista es uno de los más grandes. Lo que no es tan simple es cómo reconocer esa grandeza sin mancharse las manos. La equivocación sería, para muchos expertos, seguir barriendo las vergüenzas debajo de la alfombra.

Bernard-Henri Lévy lo dijo así el mismo día que se anunció la decisión del ministerio de Cultura de su país: "Aunque la conmemoración sirviese solo para eso, para empezar a entender la oscura y monstruosa relación que ha podido existir entre el genio y la infamia, habría sido no solo legítima, sino útil y necesaria".

Para Esther Bendahan, escritora y directora de cultura de Casa Sefarad-Israel en Madrid, es un error suspender la conmemoración una vez programada: "Era una oportunidad de reflexión. No digo que esté de acuerdo con el planteamiento, pero una vez planteado, hay que defenderlo y aprovecharlo".

La polémica, según Bendahan, surge por la cercanía del horror que alimentó el racismo de muchos intelectuales: "Hablamos de algo muy cercano y, diría, de gran actualidad todavía. Eso hace difícil separar la persona de su obra". Algo perfectamente fácil de hacer, sin embargo, en el caso de autores como Quevedo, cuyo antisemitismo no hace ya tanto daño como el de un contemporáneo. Por no hablar de la misoginia o la defensa de la esclavitud de no pocos de sus vecinos en los barrios bajos de la historia del arte.

¿Y cuándo queda el horror lo suficientemente lejos? Para responder, la autora de Déjalo, ya volveremos recurre a una serpiente que se muerde la cola: "Cuando no levanta polémica. Cuando se vive como un fenómeno ajeno a nosotros que ha formado parte de una locura histórica. Cuando es ya más historia que memoria".

El filósofo Reyes Mate, Premio Nacional de Ensayo en 2009 por La herencia del olvido, ha consagrado muchos de sus trabajos a la relación entre historia y memoria a la luz, sobre todo, del Holocausto, pero también de la Guerra Civil y de la dictadura argentina. Para él, "la memoria decisiva no es la de los hechos felices sino la de los infelices, y esa memoria negativa es la que puede ser un elemento crítico importante para una construcción diferente del presente". Además, apunta, una cosa es conmemorar y otra, celebrar: "Se celebran los triunfos, se conmemoran las derrotas".

Lo curioso es que, a veces, tanto de unos como de otras se pretende dar una versión aséptica. Cuando, en noviembre de 1996, los restos de André Malraux fueron trasladados al Panteón de París, junto a los de Rousseau, Victor Hugo o Marie Curie, se emitió un sello con un retrato del escritor al que le habían borrado por ordenador el cigarrillo que llevaba la fotografía original. En el mismo Panteón, por cierto, reposa Voltaire, cuya obra está trufada de comentarios sobre los judíos que hoy serían un escándalo.

Lo peor que se puede hacer con el pasado, dice Mate, es borrarlo o ignorarlo: "A autores como Céline, cuyas posiciones políticas contribuyeron al desastre, conviene recordarlos porque fueron muy significativos. Si no los tienes en cuenta no te explicas lo que sucedió. Hay que leer críticamente a Céline, como a Heidegger o a Jünger, porque representa un momento del pasado que ha tenido una importancia enorme en la historia. Difícilmente se puede construir una historia diferente a lo que ellos significaron si no se tiene en cuenta que existieron".

En su opinión, ese argumento sirve tanto para un libro como para un monumento. De ahí su contrariedad al comprobar que en el edificio central de la institución en la que trabaja, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha desaparecido la inscripción en latín que "honraba" a Franco como presidente del patronato del Consejo: "Han quitado el fresco y han puesto unas baldosas neutras. No hay rastro del pasado. Habría que haber dejado esa inscripción y, al lado, poner una explicación". Para el autor de Justicia de las víctimas, sin huellas se vuelve más difícil leer el pasado. Por eso, dice, "lo que hay que hacer no es eliminar el Valle de los Caídos, sino explicarlo".

Lo mismo cabría decir de los nombres de las calles: "La solución no es eliminarlas. No deberíamos olvidar que hubo una sociedad para la que los generales franquistas fueron personas ilustres. Si hay muchas, como en Madrid, habría que dosificarlas, pero no se puede borrar de la ciudad ese pasado. Ahí la Ley de la Memoria Histórica afinó poco".

En lo que se refiere a los escritores, la gran pregunta es, apunta Esther Bendahan, si la obra de un autor y sus opiniones tienen genes distintos, es decir, si el arte tiene "su propia verdad". La cuestión es más espinosa en el caso de un filósofo -que trabaja con sistemas que a veces conllevan una ética- que, por ejemplo, en el de un arquitecto, pero parece que no hay duda de que se puede ser un amoral y un gran artista. "La experiencia nos dice que sí. Se ha dicho mil veces: los nazis se emocionaban con la música clásica".

Para Reyes Mate, el arte permite la contradicción de que una forma brillante albergue contenidos terroríficos. Eso sí, lo que ha cambiado es la mirada sobre el arte: "Después de Auschwitz no podríamos decir de ciertos poemas que sean malos, pero sí que son éticamente discutibles. Lo que añade la experiencia de Auschwitz es el juicio ético, ya no te puedes detener solo en el nivel estético. Nuestra visión de una obra tiene algo que sin esa experiencia no tendría por qué tener. El deber de memoria pide que se incluya el juicio moral".

El día que Céline nos resulte tan lejano como Quevedo algo se habrá ganado pero algo se habrá perdido. Significará que el horror que contribuyó a encender se ha vuelto para nosotros más ajeno que la belleza que él mismo consiguió crear. Entre tanto, habría que prescindir de la brocha gorda para asumir de una vez por todas que los buenos escritores son a veces malas personas. Y, de paso, asumir que para reconocer la grandeza de un artista no hace ir con flores a su tumba.




Aniversario truncado



Céline versus Céline

El alcalde de París lo dijo: "Céline es un excelente escritor, pero un perfecto cabrón".
¿Merecía el autor de Viaje al final de la noche el homenaje que la sociedad francesa acaba de negarle?

Por Hernán A. Melo Velásquez* París

ARCADIA, No. 65, Febrero 18, 2011. (Escaneó NTC …)


.

Louis Ferdinand Céline, cuyo nombre de pila era Louis Destouches, escritor lascivo por don y médico higienista por vocación, condenado en 1950 a la indignidad nacional, falleció de una hemorragia cerebral el 1 de julio de 1961, aislado y haraposo en su casa de Meudon, a unos cuatro kilómetros del suroeste de París. "Recibí un don para la literatura, pero no siento una vocación hacia ella. Mi única vocación es la medicina y no la literatura", declaraba en 1954.

En la mañana de su muerte, Céline anunció a Lucette Almanzor, su tercera mujer, que había acabado el manuscrito de Rigodon, su última novela. Viaje al final de la noche, su primer libro, publicado en 1932 por su editor Robert DenoeI (asesinado en 1945), le llevó inmediatamente a la consagración literaria.
Un amigo de Céline, Lucien Rabatet, asociado al antisemitismo, contó que no estaban presentes más de treinta personas en el cementerio y que el cura de la parroquia de Meudon se había negado a rociarle con agua bendita. "Llovía. Fue un entierro incomparable, aquel que merecía Céline", manifestó Rabatet. Solo un periodista siguió el cortejo fúnebre. Era judío y se supo que acompañó el féretro de Céline hasta su tumba. Mientras tanto, los diarios parisinos miraban a otro lado y destacaban el suicidio de Hemingway.

Cincuenta años después, tras recibir la recomendación de un comité de personalidades nombrado por él mismo, el ministro de la cultura francés Frédéric Mitterrand, sobrino del ex presidente socialista, incluyó su nombre en la lista de personajes que debían ser homenajeados en las Celebraciones nacionales de 2011. Esta postulación abrió, de inmediato, el sempiterno debate en Francia en torno a la vida y obra de Céline. Transcurrido medio siglo, los franceses siguen en desacuerdo sobre cuál es el lugar en la memoria nacional del "admirable monstruo", como le llamó el historiador del arte Élie Faure.

Tras fIltrarse en la prensa la decisión del ministerio de Cultura, la presión de Serge Klasfeld, presidente de los Hijos de deportados judíos franceses (FFDJF), obligó a Mitterrand a dar marcha atrás en su decisión. "No corresponde a la República conmemorar un hombre como Céline. No podemos hacer abstracción del lado negativo del personaje", había dicho KIasfeld, asegurando que llamaría al presidente Sarkozy si el nombre de Céline no era vetado. El alcalde de París, Bertrand Delanoe, no vaciló en apoyar la postura de Klasfeld: "Céline es un excelente escritor, pero un perfecto cabrón".
.

Un debate similar tuvo lugar en Noruega en 2009 alrededor de la figura del escritor Knut Hamsun (1859-1952) premiado con el Nobel de literatura en 1920 y conocido pro-nazi. El mismo que ofreció su medalla del Nobel a ]oseph Goebbels y que a la muerte de Hitler escribió un obituario llamándolo "guerrero por la humanidad". La sociedad noruega se dividió a la hora de conmemorar los 150 años del nacimiento de Hamsun, adulado en su país antes de la Segunda Guerra. Finalmente, los noruegos se gastaron solo un millón trescientos mil euros en el homenaje a Hamsun, cuando en 2006 destinaron siete millones y medio por el centenario de la desaparición de Henrik Ibsen. ¿Cuánto gastarán los franceses por Céline?


Lo cierto es que en Francia, a pesar de la polémica que suscita, el apetito por la obra de Céline sigue intacta. El 6 de abril de 2001, la Biblioteca Nacional de Francia (BNF) desembolsó la cifra récord de 1 '851.000 euros por el manuscrito de Viaje al final de la noche. En 2002, un comprador anónimo obtuvo los originales de Norte por 360 mil euros, y cada carta de Céline que circula en el mercado no vale menos de mil euros. Asimismo, las raras ediciones de sus tres panfletos más polémicos (La escuela de los cadáveres, Bagatela por una masacre y Las hermosas banderas), por ser los más antisemitas, han alcanzado en estos últimos años precios rimbombantes. Todo por cuenta de la decisión de su última esposa de no permitir su reedición, manifestando "que no es aún la hora de reeditar estos textos, que tanto daño hicieron a su autor; tal vez más tarde, cuando llegue un tiempo en que no haya antisemitismo".

Conviene extraer un fragmento de Bagatela por una masacre para apreciar su tenor: "Los judíos, estériles, vanidosos, devastadores, monstruosamente megalomaniacos, puercos, consolidan ahora, bajo el mismo estandarte, su conquista del mundo, el aplastamiento monstruoso, envilecimiento, aniquilamiento sistemático y total de nuestras emociones más naturales, de todos nuestros artes esenciales, instintivos, música, pintura, poesía, teatro ... reemplazar la emoción aria por el tambor de esclavos negros".


Doctor Céline y Mister Céline

¿Por qué detestan a Louis Ferdinand Céline? Posiblemente porque además de ser un genio del estilo, inventor de una lengua inimitable, fue también un antisemita, racista, lenguaraz, provocador, anarco-fascista, colaborador nazi, sacrílego, mezquino, frecuentador de putas. Su primera mujer, Suzanne Germaine Nebout, a quien conoció en su etapa londinense de 1916, trabajó en un burdel. Él la abandonaría algunos meses más tarde. Céline, médico higienista, detestaba lo políticamente correcto en la literatura.
Los defensores de Céline creen que, por el contrario, debió ser homenajeado por su contribución a la prosa francesa, por su estilo incisivo, por su "genio cómico", por lo que supo decir de la guerra, por darle una voz a la desesperanza del ser humano. Nadie como él, dicen, se convirtió en espejo de un siglo XX marcado por las guerras más brutales (Céline participó en la Primera Guerra Mundial donde resultó herido y recompensado con la Cruz de Guerra),por el holocausto judío y la emergencia de los sistemas totalitarios.
Además, "la literatura no es necesariamente asociada a nobles sentimientos", apunta en este debate el actor Fabrice Luchini, famoso en Francia por sus lecturas públicas de Céline, Roland Barthes, las fabulas de La Fontaine y, más recientemente, del filósofo Philippe Muray.
El mismo Muray publicaba en 1981 esta defensa de Céline: "El nombre de Céline pertenece a la literatura, es decir, a la historia de la libertad. Conseguir expulsarlo con el fin de integrarlo enteramente a la historia del antisemitismo, y hacerlo inolvidable bajo este único aspecto, es el particular propósito de nuestra época, tan evidente es que esta época, en lo sucesivo busca ignorar que la Historia era esta suma de errores considerables que llamamos vida, y se mueve ahora dentro de la ilusión de que podemos suprimir el error sin suprimir la vida. Y, al fin de cuentas, no será únicamente Céline quien será aniquilado, sino también toda la literatura, y hasta el recuerdo mismo de la libertad".
Lo que sabemos es que, desde siempre, la frontera de la libertad literaria ha sido más bien brumosa. Henry Godard, reconocido especialista de Céline y editor de varios de sus libros, evocó hace unos días, en un artículo de prensa, los sonados procesos contra Gustave Flaubert y Charles Baudelaire, recordando de paso que "Céline aportó a la literatura francesa algo radicalmente nuevo". En efecto, en 1857, Flaubert y Baudelaire fueron acusados por el procurador imperial Emest Pinard de "ultraje a la moral pública y las buenas maneras" por Madame Bovary y Las flores del mal.
Exponía el procurador imperial que Madame Bovary era una "novela inmoral desde el punto de vista filosófico" y una simple "historia de adulterios de una mujer provincial". Concluía además que "hay límites que la literatura, incluso la ligera, no debe traspasar". Solo las amistades de Flaubert, en particular con la alta sociedad del Segundo Imperio, le salvaron de una condena.
Baudelaire, perseguido por el mismo tribunal y por las mismas razones, no tuvo la misma suerte y fue hallado culpable en un proceso que duró pocas horas. Le privaron de sus derechos cívicos, fue condenado a pagar 300 francos y suprimieron algunos poemas del libro. "La creación artística, cuando es auténtica, constituye ella misma un orden que no se confunde con los otros órdenes de valores, sobre todo con el orden moral", objetaba André MaIraux, autor de La condición humana.
.
De un Céline a otro
Por estos días, los detractores de Céline citan al conde de Lautréamont para cargar en su contra:
"Toda el agua del mar no bastaría para lavar una mancha de sangre intelectual". Para ellos Céline es ante todo el autor de páginas de un "insoportable antisemitismo" y de una "extrema violencia verbal". En una columna del diario Le Monde, el periodista Patrick Kéchichian explicaba por qué también se opuso al homenaje a Céline:
"Puesto que bajo el infame individuo se escondía un gran escritor, mejor que festejemos a éste último y nos olvidemos del primero. Pues bien, esto es lo que buscan aquellos que hablan de censura.
El artista está por encima (o a un lado) del imperativo moral. Su arte le da vuelo. Y, celebrándolo, damos el triunfo a este arte, en un cielo libre de cualquier mala intención. Pero no, decididamente, esta operación resulta imposible. Hay que oponernos, ya que hay una unidad en la persona del hombre y del escritor. Rechazar esta separación es una manera de respetar al escritor, de contemplar su palabra como integralmente responsable y su obra como un conjunto coherente".
En una entrevista radial el Ministro de la Cultura explicaba oficialmente la evicción de Céline de los homenajes nacionales, subrayando previamente el aporte de Céline en la historia de la literatura: "En cambio, por el hecho de haber puesto su pluma al servicio de una ideología repugnante, como la del antisenutismo ( ... ) Louis-Ferdinand Céline no debe inscribirse en una celebración de los valores de la Nación y la República".
Sin embargo, acaso debería tenerse en cuenta en esta controversia que constituir juicios morales que despachen al autor y su obra al purgatorio de la memoria nacional implicaría, en honor a un justo equilibrio, dejar por fuera a muchos escritores destacados pero que simpatizaron, por ejemplo, con el fascismo. Es el caso de Henry de Montherlant (1895-1972) y de Pierre Drieu La Rochelle en Francia; en Italia, a Gabriele D'Annunzio (1863-1938), Luigi Pirandelo (1867-1936) y Curzio Malaparte (1898-1957), entre otros. Y en otra orilla ideológica, Mario Benedetti fue mal mirado por su apoyo al castrismo y su rechazo de la homosexualidad.
En últimas, tal vez deberíamos seguir el consejo de Wyatt Mason, traductora de Arthur Rimbaud, quien escribió a propósito de Céline en la New York Review of Books: "Para entender a Céline, debemos estar listos y autorizar la lectura de todo lo que escribió".

Pero incluso leyendo toda su obra, el verdadero Céline, ese enrevesado ser humano que solo pudo conocer su viuda Lucette Almanzor, que cuenta hoy con 98 años, continuará siendo una incógnita para sus partidarios y adversarios: en Céline secreto (editorial Veintisiete Letras), Lucette explicaba que "era un ser desesperado, de un pesimismo total, pero que al mismo tiempo nos daba una fuerza increíble. Había en él una intensidad en la tristeza de la que todo el mundo huía. ( ... ) Era un sentimental, un fetichista que guardaba todo, incluso la vieja cacerola de su madre. Tardé 25 años en conocerle. Era más fácil entenderlo que explicarlo, porque en general decía lo contrario de lo que pensaba".

No hay comentarios:

Publicar un comentario