sábado, 22 de junio de 2013

JOSÉ MARÍA DE JUAN ALONSO [10.126]


José María de Juan Alonso
León, 1960. Profesional de Turismo, imparte clases en la Escuela Universitaria de Turismo de Universidad de Alcalá de Henares, así como en otros centros universitarios. Acumula varios de premios literarios, entre los que caben destacar el Tardor de Poesía (Castellón, 2001) con el libro El viaje a las Cenizas, el Luis Feria (La Laguna, Tenerife, 2002), con Primer llanto por Nueva York, y el Luys Santa Marina (Cieza, Murcia, 2003) con La sed de los metales.





Al caer el sol

Al caer el sol 
los pájaros de la felicidad 
dejaron de ser dulces 
ni jóvenes ni viejos 
simplemente dejaron de ser pájaros.

Al caer el sol la vida se desploma 
y se hunde en la tierra 
como un gorrión herido.

Para sobrevivir 
hoy he vendido el plomo de mis alas 
a un chatarrero ciego 
que se perdió en la lluvia.

Esta noche 
al tocarte he tocado 
el horror del vacío 
y mis manos ansiosas han tenido 
la acogida glacial 
de los hoteles muertos.

Nos da miedo el silencio 
que es el hogar de todo lo que fuimos.

Al caer el sol 
me da miedo acercarme a los armarios 
en donde la memoria 
conserva los fantasmas.

El hombre de hojalata 
aún sigue buscando un corazón 
detrás del arco iris.

Antes de que se acabe 
lo que queda del día 
quiero soñar despierto 
al menos unas horas 
con la mirada limpia 
de los recién nacidos.

El tejado está ardiendo 
y las gatas esperan 
el sueño de una noche de verano 
un poco de ternura 
que de pronto humedezca 
la jungla del asfalto.

En la mesa del fondo 
de todos los cafés 
siempre hay un perdedor 
que pide cartas nuevas a la vida, 
que acaricia sus cartas 
lamiendo sus heridas 
y una nube de alcohol 
que lima las aristas 
que impiden a los cuerpos 
encajarse sin sangre.

No está todo perdido . 
Mis sueños son sencillos 
y el paraíso a veces 
espera en las esquinas.

Ya me ha ocurrido antes. 
No hace falta dormir con tu enemigo 
para sentir el frío 
de los libros sin dueño, 
el frío de cuchillo 
de las almohadas solas.

Ya hubo una vez un tiempo 
de pájaros de azúcar 
que llevaban la suerte 
colgada de sus picos ,
tiempo de besos ciegos 
y amores verticales 
de cuerpos encendidos 
en los bancos del parque.

A pesar del dolor 
de todas las ausencias 
que quedó entre los dedos 
después de la batalla 
fue bonito vivir 
cerca de las estrellas 
aunque entonces llevase 
la lluvia en los zapatos 
y aún me sangran los ojos 
del hielo de mis párpados 
que fueron las ventanas 
en el cuartel de invierno 
que congeló las lágrimas 
en espadas sin labios.

Allí donde la carne 
tímida y generosa 
no supo qué decir 
cuando se acabó el tiempo.

No sé de qué está hecha 
tanta melancolía 
pero sé que en mi pecho 
aún se espera la lluvia 
y los sueños esperan 
en un congelador 
mientras apuro a fondo 
la copa de los días.

No lejos, nunca es lejos, 
en las alcobas de los mercaderes 
de las cuatro estaciones 
preparan el asado de Satán 
que pagará con creces 
el salario del miedo.





El Muro

Amanece entre Oriente y Occidente .

Hoy los panzudos pájaros o gusanos de acero 
una vez más, a plena luz del día, 
sin pudor y sin leyes 
nos vierten su diarrea incontenible 
del odio refinado en los salones 
siempre con la mejor tecnología.

Para matar a niños polvorientos 
se investigan carísimos metales.

Para dar de comer a los infieles 
nos basta con la leche caducada, 
la mantequilla rancia 
de alguna vaca triste.

Nada tiene sentido.

En medio de la noche más lobuna 
desde los mismos límites del cielo 
aviones invisibles 
son capaces de oler 
hasta la sangre dulce de los niños 
y enviarles un rayo acusador, 
un láser de colores que los marca 
con pinturas de guerra.

Con este rito empieza la masacre.

No lejos, otros láser 
crean el cielo de las discotecas, 
el cielo a plazo fijo prometido.

Y si nos aburrimos 
también tenemos minas de colores, 
son como mariposas de juguete 
que saltan y que explotan 
a la altura estimada de un niño desnutrido, 
hay que calcular bien 
no sea que vayamos a matar 
a alguna rara especie protegida 
y haya bronca con los ecologistas.

Estos niños perdidos 
ahora se refugian en la selva 
como los tigres viejos o los osos tullidos.

Lo importante 
es que nadie se aburra en los cuarteles 
y que la honrada masa proletaria 
hoy fabrique más minas con macabra destreza 
para llevar a casa un sueldo presentable 
y que sus niños jueguen sin temor al futuro
en un jardín que nunca es lo bastante verde.

Así es la vida a veces. 
Para aplacar la sed de los metales ciegos 
y fabricar orgullos patrios a fecha fija 
hay que matar a niños ateridos 
que ya no tienen lágrimas, se les acabó el saldo.



Mañana muertes

Mañana mueres.

No hay nadie más que tú que no lo sepa, 
todo está calculado 
en este bombardeo inteligente.

No llorarán los ojos de la cámara  
mientras que te taladran 
con su lente afilada e infinita.

Los ojos de la cámara no lloran 
tal vez porque no saben.

Mañana mueres, tenemos todo listo 
pero ya eres noticia.

Tu dolor hizo falta, 
hoy nos quedaba un hueco en la parrilla.

En medio de lo rosa y la tibieza 
un poquito de muerte tan lejana 
siempre anima 
a seguir consumiendo sin sentido 
en los malls de la city.

Mientras tanto, tan cerca, 
los buitres se han vestido con sus mejores galas 
mientras tú te deslizas 
en el filo del tiempo que te queda, 
hoy no eres más que éso.

Los buitres se adornaron 
con corbatas de seda 
apurando hasta el borde 
la copa de tu sangre.

Después se comerán un pato viudo 
ahogado en la cadena de montaje 
previamente bañado en su sangre inocente 
para el gourmet que busca entre batallas 
la muerte más ajena y más sabrosa 
tal vez para olvidar su propia muerte 
en su corto delirio de grandeza.

Si caen manchas de sangre en las corbatas 
no sabréis de quién son.

Mañana mueres, sí, 
pero la culpa es tuya.

Estabas en las cifras de los colaterales, 
los comparsas, los parias, 
estabas en el sitio equivocado , 
no debiste nacer a contrapelo 
en esta tierra triste y codiciada.



Estos vientres tan rojos se rebelan 
porque ya no hay futuro 
y alimentan aún más la sed de los metales 
o ciegos o suicidas pero siempre muy caros, 
hay que pagar los fastos de las ferias de armas.

Los ojos de la cámara no tiemblan 
mientras tú te desangras.

Mañana mueres.





Sombras del paraíso

Es demasiado tarde.

La lengua que ha lamido el paraíso
de la sal que la Luna no conoce 
construye ahora verbos imposibles
balbucea palabras incoherentes 
al otro lado de los sueños.

Está muerta de miedo.

Si te asomas a solas 
al espejo oscuro de los deseos 
y luego miras a tu alrededor 
es posible que se te rompa el alma 
y que no sobrevivas 
pero tienes que hacerlo, 
carpe diem 
carpe noctem 
lo que haga falta, 
aguanta,
no te asustes.

Verás que hay gatos 
que van a la peluquería 
mientras hay niños morenos, 
casi siempre morenos 
que nacen entre la basura de Manila, 
nacen para escarbarla 
nacen para comerla 
nunca saldrán de allí.

Verás que hay cementerios 
de mármol de Carrara para perros 
y bebés anónimos 
siempre anónimos 
cuya alma perfumada 
se escapa hacia el cielo 
junto al metano de los vertederos.

Ese mismo metano 
donde es muy posible que aún flote 
el espíritu perplejo y doliente 
de algún cadáver desaparecido 
de los que valen poco 
poco más que el papel 
que exprime su desgracia, 
de los que viven solos
debajo del desierto.

Carne joven y dulce, 
la carne sin rubor y sin papeles 
que mañana alimenta los jardines 
amparados por un millón de luces 
para poder creernos menos solos.

Ese mismo metano
que más tarde calienta el agua dulce 
dulce de mi piscina 
porque hay que ser ecológico 
que es algo así como mimar 
legalmente
estrictamente
delicadamente 
mi trozo del planeta 
y no mirar qué ocurre 
más allá del jardín 
de los muros de flores que nos guardan 
al abrigo de todas las miradas 
de los que no comprenden
y que a gusto estoy aquí 
tomándome unas gambas 
el purito el copazo 
porque no tengo ninguna intención 
hoy al menos 
de mirar el espejo oscuro
de los deseos 
del alma 
de los sueños. 
Tal vez aún no sabía 
que he renunciado a ellos.

Por eso odio mirar 
a los espejos rotos,
porque está en ellos toda mi memoria, 
la memoria infinita de la nada.

Verás que matamos 
a los niños famélicos 
con uranio empobrecido
y otros carísimos metales 
pero para vivir 
les bastan unas tiendas de lona azul
un poco de cartón y hojalata 
después de alimentarles 
que vivan que produzcan 
el tiempo suficiente 
con mantequilla caducada 
o con la que sobró del último tango 
con excedentes varios 
para que no se rompan los mercados 
y que no falte carne de cañón 
para todas las guerras preventivas 
mientras Wall Street 
todavía huele a chamusquina 
y en el mercado de futuros 
sólo la muerte cotiza al alza 
en esta tarde turbia 
ardiente de chicharras 
junto al Mediterráneo 
que tampoco huele muy bien 
con los despojos fermentados 
de los últimos cócteles de la jet set 
que se mezclan con los últimos naufragios 
con las caras sin piel que miran de frente 
aquí también hay sal 
pero no hay paraísos 
y su sombra se pierde 
las cuencas de los ojos 
llenas de pezqueñines 
que no saben que pronto 
también van a acabar en los cócteles.

Al caer la noche 
con su capa de soledad indestructible 
le dirás a tu pareja agotada 
cariño me han rayado el coche nuevo 
ella te dirá me he teñido el pelo 
y el color no es exacto 
realmente hemos tenido un día terrible 
difícilmente tendremos ilusión 
para hacer el amor.

Pero ya verás como vuelven 
a estropearnos la cena basura 
los reporteros del filo de la navaja 
los que viven peligrosamente 
con los niños de siempre
esos niños que han cortado 
la piña de la ensalada tropical 
o han tejido la alfombra del salón 
con sus ágiles dedos diminutos 
o han fabricado 
esas lámparas de cristal 
tan monas 
tan ideales 
tan baratas 
en fábricas infectas 
donde a pesar de todo se juega y se sonríe, 
donde un calor infame 
derrite los cristales 
de los ultimos sueños infantiles.

La lengua que ha lamido el paraíso 
hasta sus esquinas más oscuras 
busca ahora algunas palabras 
o algunos versos 
más o menos famosos, eso sí, 
que la rediman 
para pasar el resto de la noche.

Si te asomas al espejo de los deseos 
y luego miras a tu alrededor
verás que tus sueños 
los irrenunciables, 
los últimos, 
han caducado 
que en los posos rosados 
del vaso de la infancia 
ya no se ven más que cenizas 
y que lo del ave fénix era otro cuento 
y nada va a renacer 
no hay modo 
los libros de autoayuda no sirven para éso 
y es muy posible que te suicides 
por eso no mires 
mejor no mires.

De todos modos no te preocupes
ya es primavera en El Corte Inglés 
y allí venden sueños desechables 
al alcance de la clase media 
y siempre puedes ir a una agencia de viajes 
que te llevará junto a Curro 
a un paraíso temático 
de cartón piedra plástico y silicona 
sobre todo mucha silicona 
donde todo el mundo actúa 
los unos para los otros 
unos para parecer muy exóticos 
y muy autóctonos 
sobre todo muy autóctonos 
los otros para que siempre parezca 
que se lo están pasando muy bien 
porque ése era el sueño contratado 
y si no habría que reclamar 
a la oficina que gestiona los sueños 
y ésa nadie sabe donde está.

Y allí una vez que estés ciego de mojitos 
si te asomas un poco
por encima del muro 
verás que están bien jodidos 
y éso siempre consuela 
pero cuando vuelvas 
cuidado 
el espejo de los sueños 
no se rompe 
no se derrite no se destruye 
su mercurio está hecho 
de las últimas partículas del universo 
como las estrellas de los lagos 
que se beben las ranas cada noche 
es aparentemente efímero 
pero no lo bebes no lo enturbias
no lo evaporas no le engañas.

Si te asomas al espejo de los deseos
y luego miras a tu alrededor 
es muy posible que te suicides 
carpe diem carpe noctem 
lo que haga falta, aguanta, 
no te asustes,
deja hablar a tu instinto 
pero mejor no mires 
así que cuando viajes 
llévate los sueños 
apilables amables recambiables 
que te vendieron en Viajes Halcón 
pero no te lleves los tuyos.
Si te asomas con alguien 
al espejo de los sueños 
que nacieron sublimes 
que sea alguien a quien ames 
con los ojos abiertos 
con los ojos cerrados no vale 
o que al menos una vez vuestros corazones
hayan latido juntos 
en la cara oculta de la luna 
o en la sombra oscurísima del bosque 
viendo a la Santa Compaña 
lejos de los curas 
de los censores 
de burócratas varios. 

La lengua que ha lamido el paraíso 
ha tenido que emborracharse 
para empezar a comprender. 
Nihil obstat.



Noche en La Alhambra

He venido a Granada nuevamente
para avivar las ascuas que me tocan 
en las hogueras de las vanidades.

He estado solamente unos minutos 
robados y rendidos
a la noche del mundo 
encaramado al Albaicín, sereno 
conteniendo la rabia con el llanto 
ebrio y como dulzón de la nostalgia ;
contemplando los muros 
que se comen la luz y la maleza 
porque he venido a recordar que existo, 
y soy capaz de ver una vez más
en otra piel amiga y olvidada
su inesperada crónica del alba.

Aunque hubiera venido, simplemente 
corriendo hacia Granada 
por abrazar ese alba a tu costado, 
para quemar mis manos en tus manos ;
sin otra pretensión que entrelazarlas 
igual que se entrelazan las espumas 
que te tejieron notas en la piel 
en tu isla del tiempo.

De pronto, en la ventana, sin aviso 
se ha encaramado un trozo del otoño 
que ha temblado en mis ojos hace años.

Es una bienvenida 
de la ciudad amada en las amadas 
que entregaron su piel a mis sentidos, 
aquella piel que ya no puedo oler 
y pervivió por siempre en mis palabras. 

Aunque hubiera venido 
sólo por ese tibio despertar 
de gorrión despistado 
que se abraza a la ropa de la cama 
con ternura infinita.

Ahora que estás dormida 
al respirar, los pechos 
te tiemblan como dunas 
asomadas al mar al que deseas 
cuando la luz del alba las confunde.

No tengo que mirarte 
para sentir su sangre acompasada 
con las venas que cruzan por mis ojos.
No tengo que mirarte, y además 
hay un cierto pudor que no me deja.

Han pasado los años 
del plomo detenido 
en las ciegas paredes de la sangre. 
La carne que no tuve entre mis dedos 
es la que se hizo verbo en mis papeles.

Han pasado los años y de pronto
he dormido a tu lado 
y hueles deliciosa ;
tal vez como el verdín de los patios oscuros 
tal vez 
como esas flores mínimas y solas 
que se enfrentan a todos los desiertos,
que se empeñan sin agua, 
sin amor, sin aliento 
en crecer al rubor de los volcanes .

Dentro de pocas horas, otras almas 
ocuparán el hueco de este nicho 
en el que se quebraron las ausencias, 
donde hemos muerto un poco y dulcemente.

No tengo ni siquiera que tocarte 
para sentir el sol de aquella isla 
que se ha quedado a calentarte el alma 
como un rescoldo rubio de ceniza.

No tengo ni siquiera que tocarte 
pero sí voy a hacerlo, carpe diem, 
porque a nadie le importa que mis dedos 
dibujen el futuro unos minutos 
en tu carne mortal que abrazaría 
otro cuerpo mortal ;
otro cuerpo fugaz en su delirio
que se tiñó una vez y para siempre
de un bermejo de ocasos 
que cobijan los mirtos 
en los oscuros patios de la Alhambra, 
en los húmedos patios de la carne.

Antes de que la vida se deslice
como un chorro de arena 
que será un día cristal en otros nichos.

Así 
podría ahora morir, sencillamente 
ciego frente a la Alhambra 
sin la pena que dicen las canciones, 
con los ojos llorosos de la sal 
que el mar ha humedecido en tus entrañas.

Por un instinto atávico 
que viene del sudor del peregrino 
y el caballo que lame las calzadas,
he besado en tus manos al partir 
la sal que te lloraron las gaviotas.

Me olvidé solamente 
de besarte los ojos en la huida 
y robarles color para mis labios,
que vuelven a besar los arrayanes 
en esta tarde dulce de Febrero.





La estación no era azul

Ahora ya somos nadie 
en la vida de nadie 
y todos somos muertos 
ungidos por tu sangre 
sangre sabia que alumbra 
pese a las cucarachas 
las noches que las nubes 
han tachado la luna.

No sólo estamos muertos 
hoy estamos vacíos 
y se agitan los gatos 
y las aves nocturnas.

Detrás de Dios se esconden 
los santos inocentes 
que hoy viajaron ilusos 
en naves sin destino.

Los muertos se acumulan 
en zonas industriales 
en trastiendas del alma 
que tienen las ciudades.

Un silencio terrible 
de corderos ansiosos
avecinó en la tarde 
las viejas profecías.

Soñabas con el dulce 
sabor de la neblina 
que te moja los labios 
las mañanas de Marzo.

Nunca esperamos mucho. 
Tu cuerpo está aún caliente 
y el carnaval del luto 
comienza de inmediato.

Las cucarachas bullen 
entre el hollín y el humo 
celebrando en sus cuevas 
la ebriedad de la sangre 
y los buitres asoman 
sus corbatas de seda 
y ganan con tu muerte 
su cuota de pantalla.

Ya se instaló en la tarde 
la feria de la muerte 
en el lugar que acoge 
todas las vanidades.

Los sueños se envenenan 
apenas conciliados 
y la sangre atraviesa 
el núcleo de la tierra 
que gira atormentada 
como una perra en celo.





Los metales suicidas

Después de esta mañana 
de metales quemados 
esperamos de nuevo con recelo 
la mínima neblina 
que al menos levemente 
nos humedezca el alma entumecida 
mientras la tierra gira 
recobrando la vida.

No lo dudes lo haremos 
seguiremos rodando 
como los girasoles 
se mueven con el día 
pero no olvidaremos 
que hoy estamos tejidos 
con la misma materia 
que construyó tus sueños infantiles.

No sé quién es el dueño 
de todas las heridas 
pero dedicaremos 
largo tiempo a lamerlas 
como el oso se cura en solitario 
después de la batalla.

La herida sigue abierta 
siempre seguirá abierta 
pero mientras seremos 
tus ojos y tus manos 
viviremos por ti 
en esta primavera 
eres tan sólo un ciego desvelado
que ha perdido su Norte.

Éste es tiempo de duelo 
y también de delirio
por no llorar sonríes 
y te palpas la sangre en duermevela.

Los cielos son de un plomo 
azul y detenido 
que no rasga siquiera 
el vuelo de un suicida despistado.
Un cielo artificial 
subterráneo y tan blanco 
amaneció mil veces 
tus sueños matutinos.

Los trozos de la gente 
que fueron nuestras vidas 
buscan en las palabras 
un consuelo imposible 
con el verbo en la piel 
y el hierro en la garganta.

La gente busca trozos de otras vidas 
para reconocerse.





Sangre de Palestina

Esta tarde feroz de Palestina 
los ojos de Imane 
se han quedado vacíos 
y no dejan dormir a las palomas. 

Su vacío nos mira con asombro, 
con un dulce estupor 
que nos arranca el alma de la carne 
por sólo unos minutos.

El tiempo suficiente 
que nos recuerda que éramos humanos.

Su vacío cansado de desiertos 
nos deja sin aliento y sin codicia 
desde la placidez azul del miedo
desde la blanca asepsia en la distancia.

Qué romántica y dulce es la miseria 
en los cuerpos pequeños y lejanos, 
qué morbosa y que simple es esta muerte 
que nos mira de lejos sin mancharnos.

No es posible callarse, no es posible 
seguir bebiendo el vino de la calma 
con los ojos de Imane travestidos 
en un chorro implacable 
de electrones vacíos 
derechos hacia el fondo de mis ojos, 
donde se esconde el alma en su vergüenza. 

En esta hora fatal y abrasadora 
los ojos de Imane 
están huecos, desiertos, devastados, 
habitados de golpe 
por los cuervos más negros de la guerra.

Ya no sangran las lágrimas de aceite 
de olivos retorcidos 
en formas irreales 
que tachonan las lomas de Judea.

Sangran lágrimas negras, también negras 
volutas de metal 
han abrasado el aire que circunda 
esos ojos tan mínimos y limpios, 
esos ojos que casi ya no existen.

En los ojos de Imane 
espejos profundísimos y yertos 
nos miran la memoria 
del alma que avecina en su delirio 
fisuras en la sombra de los muertos.

Su vacío fatal y milenario 
nos mira y nos devora 
entre la nube gris de las noticias. 

Sus ojos son ahora 
una estación de sombras 
densas como el metal 
que taladran la piel 
una estancia de sombras 
que nos cubre el almuerzo de ignominia.

Pero a pesar de todo 
no veo en el vacío de sus ojos 
una pizca de odio 
lo que hace aún más absurda 
la calma que me invade entre la infamia. 

Ojos que en su ternura 
han reflejado sin querer el alma 
negra de los halcones 
que han deseado su muerte 
a través de los siglos, desde siempre.

Ojos que en la tormenta del deseo 
nacieron contra toda la miseria. 

Ojos negros de Imane 
que hace siglos que lloran sin descanso.

Esos ojos cerrados 
contra la más absurda de las muertes 
ya han regalado toda su ternura 
en sólo cuatro meses, 
ya no les queda nada.

No sabemos a quién regalarán 
el brillo que les iba destinado 
que viene del inicio de la luz, 
que viene del final del Universo.

En sólo cuatro meses 
y los ojos de Imane conocieron 
cielos rasos de plomo y de ceniza 
que nunca les borraron 
la sonrisa inicial, 
la sal y la sonrisa de la Tierra.

Ahora mismo, en esta hora incierta 
en la otra faz del mundo 
la mirada de Imane se reencarna 
en otros ojos mínimos 
igualmente preciosos, 
igualmente tan dulces, 
igualmente cargados de futuro.





Los ojos vendados

Debajo de las burqas 
siempre está anocheciendo.

Debajo de las burqas 
ya no quedan huríes ni princesas,
no vibran los sentidos, no tiemblan las pupilas 
ni hay suspiros que escapen de las bocas de fresa.

Los rostros ignorados por cortinas de plomo 
no se pasean por las pasarelas.

No es una performance de Arrabal 
aunque intuyo los ojos penetrados 
por las cuchillas ávidas del viento 
que afilaron los sumos sacerdotes 
hace ya muchos siglos.

Estas mujeres ávidas de luz 
nunca fueron modelos de Magritte 
porque tienen los párpados helados.

No las veo en los cuadros de Dalí 
aunque se han derretido los relojes 
de la modernidad 
al fondo de sus ojos ateridos.

No son belles de jour 
ni estaban en los sueños de Chirico, 
no son musas de alados surrealistas, 
son tan sólo mujeres 
que habitan a los lados del desierto.

No inspiraron los ácidos poemas 
de algún iluminado de la noche , 
no son materia de los sueños ebrios 
que pueblan los cenáculos del arte.

Son tan sólo mujeres 
que ha congelado el tiempo en sus trastiendas.

Sus burqas son azules 
como los unicornios que sueñan los cantantes, 
como las estaciones donde paran 
las palabras que alumbran los poetas, 
como los príncipes 
que habitan en los cuentos de los niños.

Sus burqas son azules 
como las horas de melancolía,
pero éste no es un blues 
que sopla en los cafés de New Orléans.


Éste es un blues oscuro, 
lóbrego, lacerante, 
que se pierde en los sótanos del alma, 
que le borra los besos a la piel de las niñas.
Otras burqas son del color del barro 
de esta tierra mezclada con la sangre.

Debajo de las burqas 
las mujeres que alumbran el desierto 
se nutren de sus sueños. 










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