miércoles, 20 de febrero de 2013

MIGUEL DE UNAMUNO [9386]



Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 29 de septiembre de 1864 – Salamanca, 31 de diciembre de 1936) fue un escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98. En su obra cultivó gran variedad de géneros literarios como novela, ensayo, teatro y poesía. Fue, asimismo, diputado del Congreso de los Diputados de 1931 a 1933 por la circunscripción de Salamanca.

Unamuno hacía su tertulia diaria en la terraza del Café Novelty, en la Plaza Mayor de Salamanca, junto al ayuntamiento.

Banderas de Bilbao y flores rojas y blancas en el homenaje a Miguel de Unamuno, en la Plaza Unamuno, a unos cien metros de la casa natal del escritor, en el Casco Viejo de Bilbao.
Miguel de Unamuno nació en la calle Ronda de Bilbao. Era el tercer hijo y primer varón, tras María Felisa y María Jesusa, del matrimonio habido entre el comerciante Félix de Unamuno Larraza y su sobrina carnal, Salomé Jugo Unamuno. Más tarde nacerán Félix, Susana y María Mercedes. Al acabar sus primeros estudios en el colegio de San Nicolás y a punto de entrar en el instituto, asiste como testigo al asedio de su ciudad durante la Tercera Guerra Carlista, lo que luego reflejará en su primera novela, Paz en la guerra. Buen dibujante, estudió en el taller bilbaíno de Antonio Lecuona, pero, como él mismo confesó, la falta de dominio sobre el color le hizo desistir de una carrera artística.
En septiembre de 1880 se traslada a la Universidad de Madrid para estudiar Filosofía y Letras. El 21 de junio de 1883, a sus diecinueve años, finaliza sus estudios y realiza el examen de Grado de dicha licenciatura obteniendo la calificación de sobresaliente. Al año siguiente, el 20 de junio, se doctora con una tesis sobre la lengua vasca: Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca.2 En ella anticipa su idea sobre el origen de los vascos, idea contraria a la que en los años venideros irá gestando el nacionalismo vasco, recién fundado por los hermanos Arana Goiri, que propugnará una raza vasca no contaminada por otras razas.
En 1884 comienza a trabajar en un colegio como profesor de latín y psicología, publica un artículo titulado «Del elemento alienígena en el idioma vasco» y otro costumbrista, «Guernica», aumentando su colaboración en 1886 con el Noticiero de Bilbao.
En 1888, oposita en Madrid a la cátedra de Psicología, Lógica y Ética vacante en el Instituto de Bilbao y, mientras se halla en la capital por este motivo, la Diputación de Vizcaya convoca una plaza de profesor interino de lengua vascongada en el mismo instituto con «asignación anual de mil quinientas pesetas». Se presenta a esta última junto con Pedro Alberdi, Eustaquio Madina, Sabino Arana y el novelista y folclorista Resurrección María de Azkue, adjudicándose la plaza a éste último. El primer informe presentado por el Secretario de la Diputación hizo constar que, de los cinco candidatos, sólo Unamuno y Azkue contaban con título profesional. El primero, doctor en Filosofía y Letras y el segundo, Bachiller en Teología. Según Sabino Arana, la adjudicación se debió al «Diputado Larrazabal, amigo de Azkue y amigo de mi difunto padre, (que) me escribió suplicándome retirara la solicitud, para que el nombramiento recayera en Azkue, joven clérigo despejado que tenía que sostener a su madre y hermanas y al efecto y para desplegar sus facultades deseaba establecerse en Bilbao.»
Polemizó con Arana, que iniciaba su actividad nacionalista, ya que consideraba a Unamuno como vasco pero «españolista» debido a que Unamuno, que ya había escrito algunas obras en euskera, consideraba que ese idioma estaba próximo a desaparecer y que el bilingüismo no era posible. «El vascuence y el castellano son incompatibles dígase lo que se quiera, y si caben individuos no caben pueblos bilingües. Es éste de la bilingüidad un estado transitorio».
En 1889 prepara otras oposiciones y viaja a Suiza, Italia y Francia, donde se celebra la Exposición Universal y se inaugura la torre Eiffel.
El 31 de enero de 1891 se casa con Concha Lizárraga, de la que estaba enamorado desde niño y con quien tuvo nueve hijos: Fernando, Pablo, Raimundo, Salomé, Felisa, José, María, Rafael y Ramón. Salomé se casó más tarde con el poeta José María Quiroga Plá. Unamuno pasa los meses invernales de ese año dedicado a la preparación de las oposiciones para una cátedra de Griego en la Universidad de Salamanca, la cual obtiene. Con motivo de estas oposiciones, entabla amistad con el granadino Ángel Ganivet, amistad que se irá intensificando hasta el suicidio de aquél en 1898.
El 11 de octubre de 1894 ingresa en la Agrupación Socialista de Bilbao y colabora en el semanario Lucha de clases de esta ciudad, abandonando el partido socialista en 1897 y sufriendo una gran depresión.
Desde los inicios de su estancia en Salamanca, participó activamente en su vida cultural, y se hizo habitual su presencia en la terraza del Café literario Novelty, al lado del ayuntamiento, en la Plaza Mayor salmantina, costumbre que mantuvo hasta 1936. Desde aquella terraza cuando a Unamuno, refiriéndose a la Plaza Mayor de Salamanca, le preguntaban si era un cuadrado perfecto o no, él afirmaba: «Es un cuadrilátero. Irregular, pero asombrosamente armónico».
En 1900 fue nombrado, con sólo 36 años de edad, rector de la Universidad de Salamanca por primera vez, cargo que llegó a ostentar tres veces.

Represalias políticas y destierro durante la dictadura

En 1914 el ministro de Instrucción Pública lo destituye del rectorado por razones políticas, convirtiéndose Unamuno en mártir de la oposición liberal.
En 1920 es elegido por sus compañeros decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Es condenado a dieciséis años de prisión por injurias al Rey, pero la sentencia no llegó a cumplirse.
En 1921 es nombrado vicerrector. Sus constantes ataques al rey y al dictador Primo de Rivera hacen que éste lo destituya nuevamente y lo destierre a Fuerteventura en febrero de 1924. El 9 de julio es indultado, pero se destierra voluntariamente a Francia; primero a París y, al poco tiempo, a Hendaya, en el País Vasco francés, hasta el año 1930, año en el que cae el régimen de Primo de Rivera. A su vuelta a Salamanca, entró en la ciudad con un recibimiento apoteósico.

La República

Miguel de Unamuno se presenta candidato a concejal por la conjunción republicano-socialista para las elecciones del 12 de abril de 1931, resultando elegido. Unamuno proclama el 14 de abril la República en Salamanca. Desde el balcón del ayuntamiento, el filósofo declara que comienza «una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido». La República le repone en el cargo de Rector de la Universidad salmantina. Se presenta a las elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la conjunción republicano-socialista en Salamanca. Sin embargo, el escritor e intelectual, que en 1931 había dicho que él había contribuido más que ningún otro español —con su pluma, con su oposición al rey y al dictador, con su exilio...— al advenimiento de la República, empieza a desencantarse. En 1933 decide no presentarse a la reelección. Al año siguiente se jubila de su actividad docente y es nombrado Rector vitalicio, a título honorífico, de la Universidad de Salamanca, que crea una cátedra con su nombre. En 1935 es nombrado ciudadano de honor de la República. Fruto de su desencanto, expresa públicamente sus críticas a la reforma agraria, la política religiosa, la clase política, el gobierno y a Manuel Azaña.

La Guerra Civil

Al iniciarse la guerra civil, apoyó inicialmente a los rebeldes. Unamuno quiso ver en los militares alzados a un conjunto de regeneracionistas autoritarios dispuestos a encauzar la deriva del país. Cuando el 19 de julio la práctica totalidad del consistorio salmantino es destituida por las nuevas autoridades y sustituida por personas adictas, Unamuno acepta el acta de concejal que le ofrece el nuevo alcalde, el comandante Del Valle. En el verano de 1936 hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana, lo que causa tristeza y horror en el mundo, según el historiador Fernando García de Cortázar. Azaña lo destituye, pero el gobierno de Burgos le repone de nuevo en el cargo. Sin embargo, el entusiasmo por la sublevación pronto se torna en desengaño, especialmente ante el cariz que toma la represión en Salamanca. En sus bolsillos se amontonan las cartas de mujeres de amigos, conocidos y desconocidos, que le piden que interceda por sus maridos encarcelados, torturados y fusilados. A finales de julio, sus amigos salmantinos, Prieto Carrasco, alcalde republicano de Salamanca y José Andrés y Manso, diputado socialista, habían sido asesinados, así como su alumno predilecto y rector de la Universidad de Granada, Salvador Vila Hernández. En la cárcel se hallaban recluidos sus íntimos amigos el doctor Filiberto Villalobos y el periodista José Sánchez Gómez, éste a la espera de ser fusilado. Su también amigo, el pastor de la Iglesia anglicana y masón Atilano Coco, estaba amenazado de muerte y de hecho fue fusilado en diciembre de 1936. A principios de octubre, Unamuno visitó a Franco en el palacio episcopal para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos.

El incidente de la Universidad de Salamanca

Unamuno, saliendo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, después del incidente con Millán Astray.
Unamuno se arrepintió públicamente de su apoyo a la sublevación. Durante el acto de apertura del curso académico (que coincidía con la celebración de la Fiesta de la Raza), el 12 de octubre de 1936, en el Paraninfo de la Universidad varios oradores soltaron tópicos acerca de la «anti-España». Lo que sucedió, según cuenta en su magna obra La guerra civil española el hispanista inglés Hugh Thomas, es lo siguiente: el profesor Francisco Maldonado, tras las formalidades iniciales y un apasionado discurso de José María Pemán, pronuncia un discurso en que ataca violentamente a Cataluña y al País Vasco, calificando a estas regiones como «cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos».
Millán-Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: "¡España..."; ".. una!", responden los asistentes.
- "¡España...", vuelve a exclamar Millán-Astray; ".. grande!" —replica el auditorio.
- "¡España...", finaliza el general; "... libre!" —concluyen los congregados.
Después un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hacen el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared. Se intenta así enmendar el incidente aunando esfuerzos de hermandad y moral (algo quebrada por el incidente) al unísono.
Un indignado Unamuno (presidía el acto como rector de la Universidad), que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso: «Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis...»
En este punto, el general José Millán-Astray (el cual sentía una profunda enemistad por Unamuno), empezó a gritar: «¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?». Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: «¡Viva la muerte!» (Lema de la Legión). Millán habló: «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!». Se excitó de tal modo hasta el punto que no pudo seguir hablando. Pensando, se cuadró mientras se oían gritos de «¡Viva España!». Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno, que dijo: «Acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada (...)».
En ese momento Millán-Astray exclama irritado «¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte!» aunque por el gran alboroto del público no se percibió esa frase, que fue solo oída por la gente que estaba más cerca del general, naciendo así la leyenda de que realmente dijo: «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!» (leyenda que nace de las declaraciones de Serrano Suñer el cual no se encontraba en la universidad), aclamado por los asistentes. El escritor José María Pemán, en un intento de calmar los ánimos aclara: «¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!».
Unamuno, sin amedrentarse, continúa: «Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».
A continuación, con el público asistente encolerizado contra Unamuno y lanzándole todo tipo de insultos, algunos oficiales echaron mano de las pistolas... pero se libró gracias a la intervención de Carmen Polo de Franco, quien agarrándose a su brazo lo acompañó hasta su domicilio. Ese mismo día, la corporación municipal se reunió de forma secreta y expulsó a Unamuno. El proponente, el concejal Rubio Polo, reclamó su expulsión «...por España, en fin, apuñalada traidoramente por la pseudo-intelectualidad liberal-masónica cuya vida y pensamiento [...] sólo en la voluntad de venganza se mantuvo firme, en todo lo demás fue tornadiza, sinuosa y oscilante, no tuvo criterio, sino pasiones; no asentó afirmaciones, sino propuso dudas corrosivas; quiso conciliar lo inconciliable, el Catolicismo y la Reforma; y fue, añado yo, la envenenadora, la celestina de las inteligencias y las voluntades vírgenes de varias generaciones de escolares en Academias, Ateneos y Universidades». El 22 de octubre, Franco firma el decreto de destitución de Unamuno como rector. Unamuno fue restituido en su cargo póstumamente en octubre de 2011.

Los últimos días

Los últimos días de vida (de octubre a diciembre de 1936) los pasó bajo arresto domiciliario en su casa, en un estado, en palabras de Fernando García de Cortázar, de resignada desolación, desesperación y soledad.9 A los pocos días, el 20 o 21 de octubre, en una entrevista mantenida con el periodista francés Jérôme Tharaud (común y erróneamente atribuida al escritor Nikos Kazantzakis):
Tan pronto como se produjo el movimiento salvador que acaudilla el general Franco, me he unido a él diciendo que lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, ya que se está aquí, en territorio nacional, ventilando una guerra internacional. (...) En tanto me iban horrorizando los caracteres que tomaba esta tremenda guerra civil sin cuartel debida a una verdadera enfermedad mental colectiva, a una epidemia de locura con cierto substrato patológico-corporal. Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción y he de ahorrarme retórica barata. Y dan el tono no socialistas, ni comunistas, ni sindicalistas, ni anarquistas, sino bandas de malhechores degenerados, excriminales natos sin ideología alguna que van a satisfacer feroces pasiones atávicas sin ideología alguna. Y la natural reacción a esto toma también muchas veces, desgraciadamente, caracteres frenopáticos. Es el régimen del terror. España está espantada de sí misma. Y si no se contiene a tiempo llegará al borde del suicidio moral. Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir la presión del salvajismo apelado marxista, debemos tener la esperanza de que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror. (...) Insisto en que el sagrado deber del movimiento que gloriosamente encabeza el general Franco es salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional, ya que España no debe estar al dictado de Rusia ni de otra potencia extranjera cualquiera, puesto que aquí se está librando, en territorio nacional, una guerra internacional. Y es deber también traer una paz de convencimiento y de conversión y lograr la unión moral de todos los españoles para restablecer la patria que se está ensangrentando, desangrándose, envenenándose y entonteciéndose. Y para ello impedir que los reaccionarios se vayan en su reacción más allá de la justicia y hasta de la humanidad, como a las veces tratan. Que no es camino el que se pretenda formar sindicatos nacionales compulsivos, por fuerza y por amenaza, obligando por el terror a que se alisten en ellos, ni a los convencidos ni convertidos. Triste cosa sería que el bárbaro, anti-civil e inhumano régimen bolchevístico se quisiera sustituir con un bárbaro, anti-civil e inhumano régimen de servidumbre totalitaria. Ni lo uno ni lo otro, que en el fondo son lo mismo.
Y a los pocos días, en esta ocasión sí con Kazantzakis:
En este momento crítico del dolor de España, sé que tengo que seguir a los soldados. Son los únicos que nos devolverán el orden. Saben lo que significa la disciplina y saben cómo imponerla. No, no me he convertido en un derechista. No haga usted caso de lo que dice la gente. No he traicionado la causa de la libertad. Pero es que, por ahora, es totalmente esencial que el orden sea restaurado. Pero cualquier día me levantaré —pronto— y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario.
El 21 de noviembre, escribe a Lorenzo Giusso:
La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...
Murió en su domicilio de Salamanca el 31 de diciembre de 1936, de forma repentina, en el transcurso de la tertulia vespertina que mantenía regularmente con un par de amigos. A pesar de su virtual reclusión, en su funeral fue exaltado como un héroe falangista. A su muerte, Antonio Machado escribió: «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo».

Obra

Casa del Regidor Ovalle Prieto, en la Calle Bordadores de Salamanca, en la cual vivió y murió Unamuno.

Narrativa

La obra narrativa de Miguel de Unamuno, en orden cronológico, es la siguiente:
Desde 1886 escribió un total de 87 cuentos y relatos cortos[cita requerida]. De ellos, en 1913 seleccionó solo veintiséis para su libro El espejo de la muerte. Destacan el que da título al libro o Revolución en la biblioteca de Ciudámuerta.
Paz en la guerra (1895), obra en la cual utiliza el contexto de la tercera guerra carlista (que conoció en su niñez) para plantear la relación del yo con el mundo, condicionado por el conocimiento de la muerte;
Amor y pedagogía (1902), que une lo cómico y lo trágico en una reducción a lo absurdo de la sociología positivista;
Recuerdos de niñez y mocedad (1908) es una obra autobiográfica. En ella el autor vasco reflexiona sobre los primeros años de su vida en Bilbao;
El espejo de la muerte (1913), libro de cuentos;
Niebla (1914), obra clave de Unamuno, que él caracteriza con el nombre «nivola» para separarla de la supuesta forma fija de la novela;
En 1917 escribe Abel Sánchez, donde invierte el tema bíblico de Caín y Abel para presentar la anatomía de la envidia;
Tulio Montalbán (1920) es una novela corta sobre el problema íntimo de la derrota de la personalidad verdadera por la imagen pública del mismo hombre;
También en 1920 se publican tres novelas cortas con un prólogo de gran importancia: Tres novelas ejemplares y un prólogo;
La última narración extensa es La tía Tula (1921), donde se presenta el anhelo de maternidad ya esbozado en Amor y pedagogía y en Dos madres;
Teresa (1924) es un cuadro narrativo que contiene rimas becquerianas, logrando en idea y en realidad la recreación de la amada;
Cómo se hace una novela (1927) es la autopsia de la novela unamuniana;
En 1930, Unamuno escribe sus últimas novelas: San Manuel Bueno, mártir, en la que habla de un sacerdote que predica algo en lo que él no logra creer; y Don Sandalio, jugador de ajedrez.

Novela

En la época literaria que rodeaba al autor por entonces, se exigían unos rígidos patrones de procedimiento a la hora de escribir y publicar una novela: una temática particular, líneas de tiempo y acción específicas, convencionalismos sociales... una especie de guion no escrito pero aceptado por todos. Y esto suponía a Unamuno un corsé del que pretendería desprenderse de alguna forma, para expresarse en sus páginas como estimara oportuno. Su solución fue inventar un nuevo género literario, al que bautizó como «nivola», y de esta forma, no podría obtener crítica ninguna en lo referente a reglas de estética o composición, porque sólo debería atender a las reglas que él mismo hubiese diseñado para su nuevo género. Así lo expresa en Niebla (1914), en el capítulo XVII:
—¿Y cuál es su argumento, si se puede saber? —Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace él solo. —¿Y cómo es eso? —Pues mira, un día de estos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su cáracter será el de no tenerlo. —Sí, como el mío. —No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar. —¿Y hay psicología?, ¿descripciones? —Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada (...). El caso es que en esta novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere. —Pues acabará no siendo novela. —No, será... será...nivola.

Filosofía

La filosofía de Unamuno no fue una filosofía sistemática, sino una negación de cualquier sistema y una afirmación de fe «en sí misma». Se formó intelectualmente bajo el racionalismo y el positivismo. Durante la época de su juventud, escribió artículos en los cuales se apreciaba claramente su simpatía por el socialismo, y tenía una gran preocupación por la situación en la que se encontraba España.
La influencia de algunos filósofos como Adolf von Harnack provocó el rechazo de Unamuno por el racionalismo. Tal abandono queda de manifiesto en su obra San Manuel Bueno, mártir, donde la metáfora de la nieve cayendo sobre el lago ilustra su postura en favor de la fe —la montaña sobre la cual la nieve crea formas, paisajes, frente al lago, donde ésta se disuelve y se transforma en nada—.
Para él la muerte es algo definitivo, la vida acaba. Sin embargo, pensaba que la creencia de que nuestra mente sobrevive a la muerte es necesaria para poder vivir. Desde luego, se necesita creer en un Dios, tener fe, lo cual no es racional; así siempre hay conflicto interior entre la necesidad de la fe y la razón que niega tal fe.18 Es considerado uno de los predecesores de la escuela existencialista que, varias décadas después, encontraría su auge en el pensamiento europeo. Así estudió danés para leer directamente a Søren Kierkegaard, a quien en sus obras solía llamar, en su peculiar y cordial estilo, «hermano».
La preocupación por España se manifestó en los ensayos recogidos en sus obras:
En torno al casticismo (1895);
Vida de Don Quijote y Sancho (1905);
Por tierras de Portugal y España (1911).
Durante la guerra y a partir de agosto de 1936, Unamuno comenzó a tomar apuntes para un libro que no llegaría a escribir y en el que plasma su testamento político: El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y la guerra civil españolas.
Sus obras más puramente filosóficas son:
Del sentimiento trágico de la vida (1913);
La agonía del cristianismo (1925).

Poesía

Para Unamuno el arte era un medio de expresar las inquietudes del espíritu. Por ello, en la poesía y en la novela trata los mismos temas que había desarrollado en los ensayos: su angustia espiritual y el dolor que provoca el silencio de Dios, el tiempo y la muerte.
Siempre se sintió atraído por los metros tradicionales y, si bien en sus primeras composiciones procura eliminar la rima, más tarde recurre a ella. Entre sus obras poéticas destacan: Poesías (1907), Rosario de sonetos líricos (1911), El Cristo de Velázquez (1920), Andanzas y visiones españolas (1922), Rimas de dentro (1923), Teresa. Rimas de un poeta desconocido (1924), De Fuerteventura a París (1925), Romancero del destierro (1928) y Cancionero (1953).
Ya desde su primer libro, Poesías (1907), se perfilan los temas que van a dominar en la poética unamuniana: el conflicto religioso, la patria y la vida doméstica.
Dedicó a la ciudad estas bellas palabras: «Salamanca, Salamanca, renaciente maravilla, académica palanca de mi visión de Castilla».
Tosco y prosista, nunca se le ha reconocido por versos armoniosos y trabajados, sino por estrofas breves, castellanas y muy personales: en palabras de Ramón Irigoyen, prologuista de Niebla en la edición de El Mundo, Unamuno siempre fue un «eyaculador precoz del verso», haciendo referencia a su escaso detenimiento en la revisión de sus poemas conclusos, en comparación con otros poetas de la época tales como Machado o Juan Ramón Jiménez.

Teatro

La obra dramática de Unamuno presenta su línea filosófica habitual; de ahí que obtuviera un éxito más bien escaso. Temas como la indagación de la espiritualidad individual, la fe como «mentira vital» y el problema de la doble personalidad son tratados en La Esfinge (1898), La venda (1899) y El otro (1932). Actualiza la tragedia euripidea en Fedra (1918) y traduce la Medea (1933) de Séneca.
El teatro unamuniano tiene las siguientes características:
Es esquemático, está despojado de todo artificio y en él sólo tienen cabida los conflictos y pasiones que afectan a los personajes. Esta austeridad es influjo de la tragedia griega clásica.
Si los personajes y los conflictos aparecen desnudos, la escenografía también se ve despojada de todo artificio. Es una escenografía simplificada al máximo.
Lo que realmente le importa es presentar el drama que transcurre en el interior de los personajes y, sin duda, de su interior.
Con la simbolización de las pasiones y la austeridad tanto de la palabra como escenográfica, el teatro unamuniano entronca con las experiencias dramáticas europeas y abre un camino a la renovación teatral española, que será seguido por Ramón Valle-Inclán, Azorín y, más tarde, Federico García Lorca.

Obras

La esfinge (1898)
La venda (1899)
La princesa doña Lambra (1909)
La difunta (1909)
El pasado que vuelve (1910)
Fedra (1910)
Soledad (1921)
Raquel encadenada (1921)
Sombras de sueño (1926)
El otro (1926)
El hermano Juan o el mundo es teatro (1929)
Razón y fe





A mi buitre

Este buitre voraz de ceño torvo
Que me devora las entrañas fiero
Y es mi único constante compañero
Labra mis penas con su pico corvo.

El día en que le toque el postrer sorbo
Apurar de mi negra sangre, quiero
Que me dejéis con él solo y señero
Un momento, sin nadie como estorbo.

Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía
Mientras él mi último despojo traga,
Sorprender en sus ojos la sombría

Mirada al ver la suerte que le amaga
Sin esta presa en que satisfacía
El hambre atroz que nunca se le apaga.






Al amor de la lumbre

Dulcissime vanus Homems.

Al amor de la lumbre cuya llama
Como una cresta de la mar ondea.
Se oye fuera la lluvia que gotea
Sobre los chopos. Previsora el ama

Supo ordenar se me temple la cama
Con sahumerio. En tanto la Odisea
Montes y valles de mi pecho orea
De sus ficciones con la rica trama

Preparándome el sueño. Del castaño
Que más de cien generaciones de hoja
Criara y vio morir, cabe el escaño

Abrasándose el tronco con su roja
Brasa me reconforta. ¡Dulce engaño
La ballesta de mi inquietud afloja!






Castilla

Tú me levantas, tierra de Castilla,
En la rugosa palma de tu mano,
Al cielo que te enciende y te refresca,
Al cielo, tu amo,

Tierra nervuda, enjuta, despejada,
Madre de corazones y de brazos,
Toma el presente en ti viejos colores
Del noble antaño.

Con la pradera cóncava del cielo
Lindan en torno tus desnudos campos,
Tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro
Y en ti santuario.

Es todo cima tu extensión redonda
Y en ti me siento al cielo levantado,
Aire de cumbre es el que se respira
Aquí, en tus páramos.

¡Ara gigante, tierra castellana,
A ese tu aire soltaré mis cantos,
Si te son dignos bajarán al mundo
Desde lo alto!






De vuelta a casa

Desde mi cielo a despedirme llegas
Fino orvallo que lentamente bañas
Los robledos que visten las montañas
De mi tierra, y los maíces de sus vegas.

Compadeciendo mi secura, riegas
Montes y valles, los de mis entrañas,
Y con tu bruma el horizonte empañas
De mi sino, y así en la fe me anegas.

Madre Vizcaya, voy desde tus brazos
Verdes, jugosos, a Castilla enjuta,
Donde fieles me aguardan los abrazos

De costumbre, que el hombre no disfruta
De libertad si no es preso en los lazos
De amor, compañero de la ruta.







Dime qué dices, mar

¡Dime qué dices, mar, qué dices, dime!
Pero no me lo digas; tus cantares
Son, con el coro de tus varios mares,
Una voz sola que cantando gime.

Ese mero gemido nos redime
De la letra fatal, y sus pesares,
Bajo el oleaje de nuestros azares,
El secreto secreto nos oprime.

La sinrazón de nuestra suerte abona,
Calla la culpa y danos el castigo;
La vida al que nació no le perdona;

De esta enorme injusticia sé testigo,
Que así mi canto con tu canto entona,
Y no me digas lo que no te digo.







Dolor común

Cállate, corazón, son tus pesares
De los que no deben decirse, deja
Se pudran en tu seno; si te aqueja
Un dolor de ti solo no acíbares

A los demás la paz de sus hogares
Con importuno grito. Esa tu queja,
Siendo egoísta como es, refleja
Tu vanidad no más. Nunca separes

Tu dolor del común dolor humano,
Busca el íntimo aquel en que radica
La hermandad que te liga con tu hermano,

El que agranda la mente y no la achica;
Solitario y carnal es siempre vano;
Sólo el dolor común nos santifica.







Dormirse en el olvido del recuerdo

¡Dormirse en el olvido del recuerdo,
En el recuerdo del olvido,
Y que en el claustro maternal me pierdo
Y que en él desnazco perdido!

¡Tú, mi bendito porvenir pasado,
Mañana eterno en el ayer;
Tú, todo lo que fue ya eternizado,
Mi madre, mi hija, mi mujer!








En horas de insomnio

Me voy de aquí, no quiero más oírme;
De mi voz toda voz suéname a eco,
Ya falta así de confesor, si peco
Se me escapa el poder arrepentirme.

No hallo fuera de mí en que me afirme
Nada de humano y me resulto hueco;
Si esta cárcel por otra al fin no trueco
En mi vacío acabaré de hundirme.

Oh triste soledad, la del engaño
De creerse en humana compañía
Moviéndose entre espejos, ermitaño.

He ido muriendo hasta llegar al día
En que espejo de espejos, soy me extraño
A mí mismo y descubro no vivía.








En un cementerio de lugar castellano

Corral de muertos, entre pobres tapias,
Hechas también de barro,
Pobre corral donde la hoz no siega,
Sólo una cruz, en el desierto campo
Señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo
Del hostigo del cierzo las ovejas
Al pasar trashumantes en rebaño,
Y en ellas rompen de la vana historia,
Como las olas, los rumores vanos.
Como un islote en junio,
Te ciñe el mar dorado
De las espigas que a la brisa ondean,
Y canta sobre ti la alondra el canto
De la cosecha.
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
Baja también sobre la santa hierba
Donde la hoz no corta,
De tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,
Y sienten en sus huesos el reclamo
Del riego de la vida.
Salvan tus cercas de mampuesto y barro
Las aladas semillas,
O te las llevan con piedad los pájaros,
Y crecen escondidas amapolas,
Clavelinas, magarzas, brezos, cardos,
Entre arrumbadas cruces,
No más que de las aves libres pasto.
Cavan tan sólo en tu maleza brava,
Corral sagrado,
Para de un alma que sufrió en el mundo
Sembrar el grano;
Luego sobre esa siembra
¡Barbecho largo!
Cerca de ti el camino de los vivos,
No como tú, con tapias, no cercado,
Por donde van y vienen,
Ya riendo o llorando,
¡Rompiendo con sus risas o sus lloros
El silencio inmortal de tu cercado!
Después que lento el sol tomó ya tierra,
Y sube al cielo el páramo
A la hora del recuerdo,
Al toque de oraciones y descanso,
La tosca cruz de piedra
De tus tapias de barro
Queda, como un guardián que nunca duerme,
De la campiña el sueño vigilando.
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
En torno de la cual duerme el poblado;
La cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
De los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
El Pastor Soberano,
Con infinitos ojos centelleantes,
Recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
Hechas del mismo barro,
Sólo una cruz distingue tu destino
En la desierta soledad del campo!







Es una antorcha

Es una antorcha al aire esta palmera,
Verde llama que busca al sol desnudo
Para beberle sangre; en cada nudo
De su tronco cuajó una primavera.

Sin bretes ni eslabones, altanera
Y erguida, pisa el yermo seco y rudo;
Para la miel del cielo es un embudo
La copa de sus venas, sin madera.

No se retuerce ni se quiebra al suelo;
No hay sombra en su follaje; es luz cuajada
Que en ofrenda de amor se alarga al cielo;

La sangre de un volcán que enamorada
Del padre sol se revistió de anhelo
Y se ofrece, columna, a su morada.








Hasta que se me fue no he descubierto

Hasta que se me fue no he descubierto
Todo lo que la quise;
Yo creía quererla; no sabía
Lo que es de amor morirse.
Era como algo mío entonces, era
Costumbre... que se dice...;
Pero hoy soy suyo yo, soy de la muerte
A quien nadie resiste.

Al irse nació en mí... ¡no!, que en torturas
En ella nací al írseme;
Lo que creí yo sueño era la vela;
He nacido al morirme.

Por fin ya sé quién soy... no lo sabía...
¿Lo sé? ¿Quién sabe en este mundo triste?
¿Hay quién sepa lo que es saber y entienda
Lo que la nada dice?

Mi madre nació en mí en aquel día
Que se me fue Teresa... Madre, dime
De dónde vine, adónde voy perdido,
Por qué al amor me diste...







Hay ojos que miran, hay ojos que sueñan

Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan,
Hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
Hay ojos que ríen -risa placentera,
Hay ojos que lloran -con llanto de pena,
Unos hacia adentro -otros hacia fuera.

Son como las flores -que cría la tierra.
Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa,
Los que están haciendo -tu mano de hierba,
Me miran, me sueñan, -me llaman, me esperan,
Me ríen rientes -risa placentera,
Me lloran llorosos -con llanto de pena,
Desde tierra adentro, -desde tierra afuera.

En tus ojos nazco, -tus ojos me crean,
Vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera,
En tus ojos muero, -mi casa y vereda,
Tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.







Horas serenas del ocaso breve

Horas serenas del ocaso breve,
Cuando la mar se abraza con el cielo
Y se despiertas el inmortal anhelo
Que al fundirse la lumbre, la lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
Las estrellas se posan en el suelo
De la noche celeste, y su consuelo
Nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
Lágrima de las olas gemebundas,
Entre el cielo y la mar sobrecogida

El alma cuaja luces moribundas
Y recoge en el lecho de su vida
El poso de sus penas más profundas.






La luna y la rosa

En el silencio estrellado
La Luna daba a la rosa
Y el aroma de la noche
Le henchía ?sedienta boca?
El paladar del espíritu,
Que adurmiendo su congoja
Se abría al cielo nocturno
De Dios y su Madre toda...
Toda cabellos tranquilos,
La Luna, tranquila y sola,
Acariciaba a la Tierra
Con sus cabellos de rosa
Silvestre, blanca, escondida...
La Tierra, desde sus rocas,
Exhalaba sus entrañas
Fundidas de amor, su aroma...
Entre las zarzas, su nido,
Era otra luna la rosa,
Toda cabellos cuajados
En la cuna, su corola;
Las cabelleras mejidas
De la Luna y de la rosa
Y en el crisol de la noche
Fundidas en una sola...
En el silencio estrellado
La Luna daba a la rosa
Mientras la rosa se daba
A la Luna, quieta y sola.








La mar ciñe a la noche su regazo

La mar ciñe a la noche en su regazo
Y la noche a la mar; la luna, ausente;
Se besan en los ojos y en la frente;
Los besos dejan misterioso trazo.

Derrítense después en un abrazo,
Tiritan las estrellas con ardiente
Pasión de mero amor, y el alma siente
Que noche y mar se enredan en su lazo.

Y se baña en la oscura lejanía
De su germen eterno, de su origen,
Cuando con ella Dios amanecía,

Y aunque los necios sabios leyes fijen,
Ve la piedad del alma la anarquía
Y que leyes no son las que nos rigen.

Horas serenas del ocaso breve,
Cuando la mar se abraza con el cielo
Y se despierta el inmortal anhelo
Que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
Las estrellas se posan en el suelo
De la noche celeste, y su consuelo
Nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
Lágrima de las olas gemebundas,
Entre el cielo y la mar sobrecogida

El alma cuaja luces moribundas
Y recoge en el lecho de su vida
El poso de sus penas más profundas.






Luciérnaga celeste

Luciérnaga celeste, humilde estrella
De navegante guía: la Boquilla
De la Bocina que a hurtadillas brilla,
Violeta de luz, pobre centella

Del hogar del espacio; ínfima huella
Del paso del Señor; gran maravilla
Que broche del vencejo en la gavilla
De mies de soles, sólo ella los sella.

Era al girar del universo quicio
Basado en nuestra tierra; fiel contraste
Del Hombre Dios y de su sacrificio.

Copérnico, Copérnico, robaste
A la fe humana su más alto oficio
Y diste así con su esperanza al traste.
¿Por qué esos lirios que los hielos matan?







Me destierro a la memoria

Me destierro a la memoria,
Voy a vivir del recuerdo.
Buscadme, si me os pierdo,
En el yermo de la historia,

Que es enfermedad la vida
Y muero viviendo enfermo.
Me voy, pues, me voy al yermo
Donde la muerte me olvida.

Y os llevo conmigo, hermanos,
Para poblar mi desierto.
Cuando me creáis más muerto
Retemblaré en vuestras manos.

Aquí os dejo mi alma-libro,
Hombre-mundo verdadero.
Cuando vibres todo entero.








Morir soñando

Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que
mon destin est de mourir en rêvant.
Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX, "La tranquillité"

Morir soñando, sí, mas si se sueña
Morir, la muerte es sueño; una ventana
Hacia el vacío; no soñar; nirvana;
Del tiempo al fin la eternidad se adueña.

Vivir el día de hoy bajo la enseña
Del ayer deshaciéndose en mañana;
Vivir encadenado a la desgana
¿Es acaso vivir?, ¿y esto qué enseña?

¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño?:

¿Aprender lo que al punto al fin se olvida
Escudriñando el implacable ceño
-Cielo desierto- del eterno Dueño?
Soy yo, lector, que en ti vibro.







Nuestro secreto

No me preguntes más, es mi secreto,
Secreto para mí terrible y santo;
Ante él me velo con un negro manto
De luto de piedad; no rompo el seto

Que cierra su recinto, me someto
De mi vida al misterio, el desencanto
Huyendo del saber y a Dios levanto
Con mis ojos mi pecho siempre inquieto.

Hay del alma en el fondo oscura sima
Y en ella hay un fatídico recodo
Que es nefando franquear; allá en la cima

Brilla el sol que hace polvo al sucio lodo;
Alza los ojos y tu pecho anima;
Conócete, mortal, mas no del todo.






¿Por qué esos lirios que los hielos matan?

¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
Se mueren en plumón?

¿Por qué derrocha el cielo tantas vidas
Que no son de otras nuevas eslabón?
¿Por qué fue dique de tu sangre pura
Tu pobre corazón?

¿Por qué no se mezclaron nuestras sangres
Del amor en la santa comunión?
¿Por qué tú y yo, Teresa de mi alma
No dimos granazón?

¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?








La oración del ateo

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
Y en tu nada recoge estas mis quejas,
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
Sin consuelo de engaño. No resistes

A nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
Más recuerdo las plácidas consejas
Con que mi ama endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
Que no eres sino Idea; es muy angosta
La realidad por mucho que se expande

Para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
Existiría yo también de veras.






¿Qué es tu vida, alma mía?

¿Qué es tu vida, alma mía?, ¿cuál tu pago?,
¡Lluvia en el lago!
¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
¡Viento en la cumbre!

¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?,
¡Sombra en la cueva!,
¡Lluvia en el lago!,
¡Viento en la cumbre!,
¡Sombra en la cueva!

Lágrimas es la lluvia desde el cielo,
Y es el viento sollozo sin partida,
Pesar, la sombra sin ningún consuelo,
Y lluvia y viento y sombra hacen la vida.







Si tú y yo, Teresa mía, nunca

Si tú y yo, Teresa mía, nunca
Nos hubiéramos visto,
Nos hubiéramos muerto sin saberlo:
No habríamos vivido.

Tú sabes que morirse, vida mía,
Pero tienes sentido
De que vives en mí, y viva aguardas
Que a ti torne yo vivo.

Por el amor supimos de la muerte;
Por el amor supimos
Que se muere; sabemos que se vive
Cuando llega el morirnos.

Vivir es solamente, vida mía,
Saber que se ha vivido,
Es morirse a sabiendas dando gracias
A Dios de haber nacido.







Te da en la frente el sol de la mañana

Te da en la frente el sol de la mañana
Recién nacido, pálida doncella,
Misteriosa visión, fugaz estrella,
Que te derrites en la luz. Hermana

De la que nace cuando la campana
Tocando a la oración doliente sella
La fatiga de un día más, la mella
Que sume el alma en la mortal desgana.

El alba y el ocaso cruzan manos,
Y así, a la silla de la reina, al día
Ya la noche, rendidos soberanos,

Los llevan a enterrar. Triste sería
Que al despertar de nuestros sueños varios
Luz y sombra lucharán a porfía.







Veré por ti

"Me desconozco", dices; mas mira, ten por cierto
Que a conocerse empieza el hombre cuando clama
"Me desconozco", y llora;
Entonces a sus ojos el corazón abierto
Descubre de su vida la verdadera trama;
Entonces es su aurora.

No, nadie se conoce, hasta que no le toca
La luz de un alma hermana que de lo eterno llega
Y el fondo le ilumina;
Tus íntimos sentires florecen en mi boca,
Tu vista está en mis ojos, mira por mí, mi ciega,
Mira por mí y camina.

"Estoy ciega", me dices; apóyate en mi brazo
Y alumbra con tus ojos nuestra escabrosa senda
Perdida en lo futuro;
Veré por ti, confía; tu vista es este lazo
Que a ti me ató, mis ojos son para ti la prenda
De un caminar seguro.

¿Qué importa que los tuyos no vean el camino,
Si dan luz a los míos y me lo alumbran todo
Con su tranquila lumbre?
Apóyate en mis hombros, confíate al Destino,
Veré por ti, mi ciega, te apartaré del lodo,
Te llevaré a la cumbre.

Y allí, en la luz envuelta, se te abrirán los ojos,
Verás cómo esta senda tras de nosotros lejos,
Se pierde en lontananza
Y en ella de esta vida los míseros despojos,
Y abrírsenos radiante del cielo a los reflejos
Lo que es hoy esperanza.





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