Miguel Suárez (Vera de Bidasoa, Navarra, 1951).
Pasó su niñez en una aldea de la montaña leonesa, de donde procede una parte de su familia, y la primera juventud en la ciudad de León. Reside habitualmente en Valladolid. Creó las artesanales Ediciones Portuguesas y fue miembro fundador de las revistas “Un ángel más” y “El signo del gorrión”. Ha dirigido la colección Icaria-Poesía.
Ha publicado los libros "De entrada" (Barrio de Maravillas, 1986), "Luz de cruce" (premio Leonor, Diputación de Soria, 1995) o "Nombrando el porvenir. Poesía 1970-1977), entre otros. Toda su obra poética ha sido recientemente recogida en el libro "La voz del cuidado. 1970-1995)" , publicado por la Editorial Dilema en su colección Ocnos Alas.
«Es una de las voces más importantes de las últimas décadas del siglo XX»
(Del libro ‘La voz del cuidado. 1970-1995′.
Ocnos Alas. Editorial Dilema. Madrid, 2009)
Ventana al poniente
Las ramas invernales de allí despun-
tan sus yemas aquí.
Quien no se hace con un lugar arre-
molina nieve en torno a la puerta. Un
vagabundo pasa y con su pelliza avivó
esta lumbre.
Cuando remueves las tejas, callan
las palabras de los ojos. Broza y musgo
descubres: la voz del cuidado.
El lavadero de Warck
Primrose,
no dejes el prado sin caballos, sin pan
del día las casas, los arrollos sin reflejos…
Mira cómo el mundo viene con su
corteza a nuestros ojos. Carretera inver-
nal, barra de zinc y guantes de lana,
juke-box de nuestro amielado silencio.
Ciérralos ahora: una lámina de hielo
se quiebra ahí afuera, nos ofrece su
agua. En la misma mano la bebimos.
Jardines de Luxemburgo
Ella es el pensamiento, sus patines
en lo bulevares, mis barquitos de chopo.
Así hace girar dos mundos.
Los cita en cada párpado. La sombra
que embellece, un silencioso sol.
Ella es el pensamiento. Infierno y
paraíso tienen árboles. Ella los baña.
Sin lumbre. En el otoño más ronco
de nuestra vida. Pensamientos cayendo
como hojas. Cordiformes junto al brazo
amputado, mortecinos sobre la mano
leída con besos.
Escaleras de la hospitalidad. Su
recodo hacia el espíritu; al patio de
luces. Postigo, ropa, pozo. La profunda
yedra. Un plato con pan y agua. ¿Vendrá
nuestro pájaro a aliviarnos?
Rastro de cal bajo los andamios,
caballito plateado de mudanzas. En la
nuca de la multitud, silbaremos también
su sola nota: amparo.
LO BLANCO
Temporal de nieve como harina esparcida
de un saco.
Me seduce para el maquillaje de la edad,
me muestra limpias sus vísceras.
Ésta es la visión: pétalos arrancados por una mano
de goma.
Regalos ingenuos quedaron tras el recodo secreto,
botas amarillas a la intemperie.
Aún mis labios buscan indecisos y húmedos,
aún giran los radios de una bicicleta, aún
la fuga de un niño.
Canción, canción que besas con mejilla de grasa,
días venturosos como copos de nieve.
El lugar de la celebración es el aseo de la tierra. Hom-
bre, hombros, mulo. Saco de aceitunas.
Sube con la última luz a los bancales. Fructificar es
atravesar el origen. Rayo y agua. Apura sus cigarrillos,
respira junto a esa promesa.
He dormido demasiado este invierno
-se dice ese hombre-.
No pisé la nieve.
No llamé a puerta alguna.
El hombre de los sueños
no se acostó en mi lecho.
RELÁMPAGO EN LA TORMENTA
Bulevar de agosto, bullicio, tormenta. Le avisaron.
"Tíralo, la brasa llama al rayo". Iba, en la hora más dulce,
a su cita.
Oyó palabras que no pueden existir. Una joroba creció
en lo oscuro. Las palomas del miedo se alineaban en sus
ojos.
Cuesta empedrada, vértebras. Un cielo abierto: léido
así: dolor. El otro anciano, desde la penumbra, arrojó pan
mojado en vino. "Pájaros sólo son pájaros, buenos barren-
deros".
¿Regresó? Recogió la flor del suelo, toda miel. Abrió
las ventanas. Sol en la alcoba. Alisó la manta: él con un
laúd, ella arrobada.
El archipiélago del amanecer encendió sus puertos. La
vía láctea está ya sobre otras espaldas.
Insomnes, en sazón, abandonamos nuestro misterio al paso.
Como el hombre de un día así. En el temblor, se alisa
el pelo.
Nuestro momento a solas. ¡Tan reales los tres chopos,
la pista de tenis vacía, y la lluvia!
Un paisaje y una lengua es cuanto necesitamos ahora.
Arrecia.
LA NECESIDAD DEL LOBO ESTEPARIO
Hay una casa que alguna vez se abrió para ti.
Allí se pasea un negro harapiento
con pasamontañas bolquevique.
Talla peones de ajedrez, los guarda en papel de plata.
A veces cambia de juego y frota guijarros.
Bandadas de pájaros rompieron los cristales
de esta casa.
No los recoge, ni cuida de un niño…
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