jueves, 15 de noviembre de 2012

MARÍA JESÚS ALVARADO [8518]



María Jesús Alvarado. Nacida en Canarias en 1960, creció en el Sáhara Occidental, donde sus padres trabajaban como maestros, constituyendo el paisaje y la cultura saharaui un elemento importante de su vida y su obra. 
Es psicóloga clínica de profesión, si bien transita desde muy joven por la literatura, ampliando en los últimos años al cine y el teatro.
Es autora de : "Suerte Mulana" (2002), "Extraña estancia" (2006), "Geografía accidental" (2010), "Al sur de Zagora" (2010), "Isla Truk" (2011), "Sorimba" (2012) y "Grietas" (2012), además de participar en diversas publicaciones colectivas.
Guionista y directora de los documentales: "La puerta del Sáhara" (2006. Premio a la Mejor Aportación Historiográfica en Memorimage-07); "La carta de Chadad" (2006) y "Bailando en el tiempo" (2009).
Dirige la colección de poesía de la editorial canaria independiente Puentepalo. Es directora de la compañía de teatro La Fanfarlo y lleva a cabo acciones culturales por la igualdad y contra la violencia de género. Forma parte del Grupo "Escritores por el Sáhara", ha sido secretaria de la Asociación Canaria de Escritores y es socia de MAV: Mujeres en las Artes Visuales y de CIMA: Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales.




Soy

Soy lo que ves,
y no me escondo.

No necesito guardar secretos 
para sentirme libre.
No me oculto tras ningún velo
ni deseo disimular mis huellas.

Mi rostro es el que ves,
éste,
el que rehusas mirar
para que no te descubra.





Isla

Desde la isla que soy
me he lanzado al mar
hasta alcanzar la orilla tuya
solitaria,
y aquella otra
donde rebosan
los ecos de otras islas,
y la de otras tantas
que encierran
continentes inmensos…

Sólo si somos islas
somos completos:
La soledad nos protege
de los malos vientos
y la vida se escapa
entre los callaos sueltos
para besar orillas y latir
en corazones distintos,
sabiendo que un sol nuevo
se nos entrega
-cálido náufrago fiel-
a cada amanecer.

Una entre miles, la isla que soy
se sabe sola, entera, abierta y libre.






Escribo

Escribo 
porque es mi manera de estar viva.
Porque no entiendo por qué
si tengo tanto miedo, soy feliz.
Porque escribir el dolor lo calma.
Y escribir el amor me hace creer en él.
Porque escucho cada día una canción 
que solo suena para mí.
Porque le he dado forma a mi vida
y, sin embargo, añoro lugares y personas,
que no conoceré nunca.
Porque la soledad es más bella en un poema.
Porque puedo conservar los instantes felices
si el papel los abraza. Y porque tengo derecho
a desangrarme como más me duela.
Porque muchas veces no sé cómo decir
y así lo digo de algún modo...

Escribo porque la vida no es suficiente.
Y algo tengo que hacer para entender
qué hago aquí y cómo puedo
acercarme, verso a verso, a la luz.







Tierra  
                                  A mis hijas

Es de tierra mi cuerpo;
de tierra negra y colorada
amasada al tiempo que la isla.
Bañado de fuego y lava,
picón en la espalda,
los senos
en un vaivén de mar
sintiendo caricias,
los pies de sal,
las manos
moldeando nubes
en los riscos.

A la orilla de mis ojos
cantan siempre los pájaros.
Me llevan lejos,
detrás del mar,
y me traen de vuelta a la playa
con magua del salitre
y las voces de mi casa.

La laja lisa de mi vientre
se ha tornado bernegal de barro
-dulce, suave, cálido-
y ofrezco a la vida
nuevos latidos de mujer,
nuevos cuerpos de tierra,
ojos nuevos, soles
que calentarán los días venideros.

Soy tierra y creo tierra:
islas de amor para la isla.
Mujeres de fuego y lava,
mujeres fuertes
como el volcán que nos parió a todas,
mujeres generosas,
de corazón limpio y palabra firme,
mujeres libres,
de voz cálida y clara,
que dejarán su huella
y darán forma con sus manos
a la tierra fecunda, negra y colorada
donde crece su alma.






El cumpleaños

                                          A las viejas abuelas


Apenas amanece
y ya lleva largo rato trajinando,
para que todo salga bien
y nadie note que ya no es la misma.
–tanto que hacer y tan pocas fuerzas–.
Tiene un nudo en la garganta desde anoche,
pero se ha prometido no llorar.
Y se sienta en un rincón de la cocina
a picar la verdura menudita,
muy menudita, como tiene que ser
para que dé sabor sin que se note donde está.
Como cuando lo amó a él
hace ya tanto, y tanto tiempo,
con trocitos de alma picaditos,
templándole la vida,
dándole sabor, haciéndolo feliz
a fuego lento,
como se hará el potaje que hoy
comerán sus hijos y sus nietos.

En realidad, ella también se fue aquel día.
Pero les hace creer que sigue aquí,
para que no se sientan tan solos,
para poder seguir reuniéndolos en torno a su sonrisa,
y poder contarle a él después
de todos ellos.

Ochenta años ya,
y la familia al completo viene a verla.
Le cantarán, seguro,
se harán fotos con ella,
tendrá que abrir regalos…

El reloj da las doce.
El sol está alto,
el potaje al fuego
y la mesa puesta.
Borra esas lágrimas, tonta,
y pon cara de fiesta.

Voy corriendo a arreglarme,
que ya mismo tocan a la puerta.






Henna

 Si me pintas las manos
me pintas el alma.
Te conviertes entonces
en la reina de mis sueños.

Si me pintas los pies
pintas mi caminar
y te haces dueña de mis pasos.

Si ya soy tuya así,
por qué no sigues,
por qué no tomas mis muslos
y mi vientre, por qué no pintas
mis pezones, por qué mis nalgas
y mi espalda no se tiñen también.

Y por qué no te dibujo yo a ti
de arriba abajo, y te adorno de rojo
las caderas, y engalano la noche
con tus senos.

Anda, sigue,
nadie vendrá ya.
La henna es cosa de mujeres.
Ata bien la lona de la entrada
y no temas:
quedará entre nosotras.







La chica del hammam

Era oscura
la noche que escapé,
y terrible el camino
hasta aquí.
El camino que quiero olvidar,
aunque mi vientre hinchado
y las estrías de mis pechos
me recuerden cada día
que en la cuneta se quedó
la única esperanza que he tenido.

Ahora soy
la chica negra del hammam.

Enjabono y froto
los cuerpos blancos
de las turistas europeas:
suaves, cuidados,
sin cicatrices;
cuerpos que no saben
de golpes ni latigazos.

Cuando se van
me dan las gracias
…y me olvidan.
Ignoran
que ellas son
lo más amable que ha tenido mi vida.

Y, a veces,
en esta estancia húmeda y oscura,
donde los pies se me hinchan
y el calor me ahoga,
me trago el dolor y la rabia,
froto suavemente mi piel
cansada de sufrir,

y sueño que soy una de ellas,
y sonrío.







Burka

                      A tantas mujeres que viven bajo un burka,
                      sea este de tela ...o de miedo.

La mañana que perdí el sol
queda ya muy lejana.

Creció la reja
entre mis ojos y la vida,
y tuve que renunciar
al cielo azul, a la risa,
al aire en mi piel,
a mirar, a ser alguien…
Tuve que aprender
a vivir sin esperanza,
a encerrar el mundo
en mi prisión;
y acepté que mi vida
era una más de tantas,
ignoradas y tristes,
latiendo bajo estos pliegues
que nos hacen parecer
a todas una sola,
sin voz y sin sueños…

Hoy, después de tantas mañanas sin sol,
me dices que puedo volver a ver el cielo,
extender la vista al horizonte,
¡dejar que vean quién soy!

Pero qué miedo siento,
 hermana mía,
de sus miradas.
Qué miedo de que el viento
sople y se lleve
mi pequeño mundo,
lo que soy,
más allá de las montañas.
Qué miedo de perder
lo único que me dejaron ser,
y no tener siquiera
un manto negro bajo el que soñar.





Amor
  
 Son las tres y te miro hace rato
mientras duermes a la vera de mis miedos.
Me pregunto qué sueñas,
cómo hacerte feliz cuando despiertes.
Pienso que, si creciera la noche,
buscaría presentes imposibles:
auroras boreales con olor a romero,
lagos nevados bajo un sol
de rayos esmeraldas,
una sonata junto al mar
bañada por doce lunas nuevas…

Sólo tengo mi vida para darte.

Todo el mundo y más,
y mucho más,
y más si hubiera,
traería para ti esta madrugada.
Y aún así sería nada
junto a todo este amor
que se acurruca
entre mi insomnio
y tu almohada.






Kitunga

 Dejó de llover
al parar en Kitunga,
y el perfume del otoño africano
empapaba la tierra,
las hojas de los árboles
y la piel brillante de aquel joven
delgado, negro y bello
que se apoyaba
leve
en la pared azul de la estación.

A varios metros de distancia,
tras los cristales de aquel vagón
desgastado y húmedo
-sin aliento casi-
sentí su tacto caliente,
sus muslos fuertes,
sus labios generosos
y aquella mirada
mucho más intensa que cualquier deseo,
aquella mirada amplia y confiada
como un río cuando se entrega al mar,

aquella mirada
que me invitaba a quedarme,
y que me sigue insistiendo
aún cuando hayan pasado los años
y el tren haya partido hace ya tanto tiempo.






Sueños rotos
  
Nada queda de mí,
salvo un reflejo equívoco
y el sueño apagado
de mis sueños rotos.
Nada soy, nada,
desde las horas negras
de desolación
que oscurecieron mi mediodía.
No es real mi voz, no te confundas.
Soy un cadáver que sonríe
a cualquiera que le dé los buenos días;
muerta anónima, sin nadie
que amortaje mi cuerpo
y me dé sepultura,
sin oración alguna ni palabras amables
que acaricien mi recuerdo;
triste y absurda,
como una lágrima
sin ojo que la llore.






Y qué

 Y qué si cuando todos duermen
yo transito azoteas, me escapo, vuelo,
descubro quién puedo ser.

Y qué si en esas horas
enciendo tantas luces
como estrellas apagará el día.

¡Una vida sola es tan poca vida!

¡Solo una mujer tanta soledad!

Me reencuentro al alba
en cualquier puesto del Gran Bazar;
me saludo y adapto mis pies
a la horma de los zapatos
que se ofrecen.

De vuelta a casa,
las miradas me esquivan.

Me creen extraña.

Nada saben de mí.

Nada me importa.

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