jueves, 15 de noviembre de 2012

JULIÁN BEJARANO [8535]






JULIÁN BEJARANO
Capital Federal, ARGENTINA 1983. Vive en Paraná desde los 5 años





El ovillo

Desde la mitad,
vino un ovillo a la orilla
grande como una casa como el mismo río
vino porque de este otro lado hay ruido
porque está lo tuyo porque está lo mío.
El hilo es para coser las bocas y los libros
mi boca, mi libro.

En esta siesta otoñal
árboles en ronda flamean.

Humo del cigarrillo, aureolas
acá no pasa naranja, no hay pique
se dice uno a sí mismo
cómo me gustaría ver todo esto desde un avión
pero ni eso pasa.

Se oye  el tronar de las campanas
de la iglesia San Miguel
todo entra por un oído y sale por el otro
sol-mi
sol-mi.
Siempre se vuelve cansado del silencio
mi sol.

En la orilla hay una hilera de pescados podridos
sus almas andarán por ahí, entreveradas
por comer el maíz pichicateado que se cayó del barco del puerto de Diamante.
Somos pescados, morimos por la boca y tragamos agua del río.

Cosámonos las bocas de espaldas a nosotros mismos.

Al sacar tan rápido el ovillo del río se me hizo una galleta en la orilla.

¿Y los que tienen ideas nuevas, no pensadas o no antes vendidas?

Aquí nomás hay un hombre desnudo que piensa en poner las manos
dentro de sus bolsillos.

Piensa el hombre desnudo:

Hay que coser el contenido entre las letras E y O en la palabra éxito
o por lo menos saquémosle la O, así nos queda exit,
la palabra exit siempre pegada a la puerta
la puerta es lo primero que ven los que buscan la salida
el éxito es la salida.

Ayer la noche estuvo tranquila
dentro de un vaso
miraba la luz reflejaba toda una calle de tierra
a través del vidrio, algo estalló
quizás una siesta extraviada
me tomó por el revés la luz.

El día, árboles.

Detrás de los rayos de la bici
se ve una cubierta dentro de ella
un burro trepando la pared blanca.
Antes cantaba el gallo
cantaba a las 3 de la mañana
mi abuelo le dio bastante cuerda y lo comimos.

El cuello un tornillo en el aire
dando vueltas en contra de las agujas del reloj
por gallo atrasado te afeitaron en la pileta
Una gota de escupida sobre el pico
una burbuja de aire sube al cielo.

Nacho vino con un vino bajo el brazo
para festejar uno de sus dos cumpleaños
porque el Nacho cumple dos veces al año
él vive de cuidar autos a lo largo de San Martín
Entre Carbó y Villaguay.
Me contó que tiene un silbato
para que no se le escapen los bolsilludos
Nacho no sabe que escribo
nunca va a ser mi lector.

El invierno un durazno.

Ella come sentada
en las escaleras del jardín maternal
una vez miré una rata grandota
no le alcanzaba tanta sombra
pero no importa.
Lo que importa es que hay tanto
que enhebrar bajo esta sombra.

Con la luz solar
mojo apenas el hilo
el hilo penetra el hoyo
ahora dos hilos cuelgan del hoyo
el sombrero de metal con agujeros
Para que no pinches tus dedos.
Aguja pincha nomás el pulóver azul que ahora se tiñe de naranja.

De  La luz en las hojas 







La infancia siempre llega a destiempo

Somos números no hay vuelta que darle.
Hoy pienso que las mañanas volverán
siempre con lo mismo y me aburre.
La esperanza es lo último que se pierde,
dicen algunos que ya la han perdido.
Por lo menos algo guardamos detrás de las nubes,
pero la noche cae como un jugo en este loquerío.
Es un instante que no se posterga para más adelante.
Mi abuelo tirado en la madera, entero bien ordenado.
El hombre que mira el río, mientras piensa:
río qué ganas de que entres a la casa,
y saques afuera todos los muebles, necesito baldear.
La mente es un cementerio hasta que encontramos la llave.
La luna dorada como soga de nuestra ropa colorinche,
las abejas que merodean un beso que sube al cosmos.
Un hombre y una planta que nacieron bajo el mismo
suceso de los planetas, se hallan brillantes en el jardín.
Páginas que de atrás para adelante llegan a un principio.






Lo diminuto de un hombre frente a una puerta barnizada

Por debajo, el brazo trata de llegar más allá de la puerta.
Hay un destino que intenta a toda costa perturbar un mundo.
Apenas me levanto, puedo notar a simple vista, el caos de las cosas.
La voz del agua sólo se escucha en el interior de un balde.
La lluvia busca a otra lluvia en el universo de las lluvias.
Las hojas entrecortan la imagen de la luz en el televisor.
Sí no tenés nada para decir, mejor saca la boca a la banquina.
No finjas más, que adentro del cuerpo de un hombre, hay un
terreno soleado, que se lo disputa una mujer, un hombre y un
árbol.

La vecinita me tiene loco, por la que alguna vez deje al primer
amor. Allá lejos del tiempo, del espacio y casi sin saberlo.
Con la fuerza del sol le pego una piña al tablero de la lógica,
el diamante que necesito, para subirme a un lado del dado,
se me cayó justo del bolsillo de un arco iris al final.






El agua planchada

Los albañiles trabajaron durante años
las paredes que de adentro no se caen.
El cable lleva la electricidad al hombro
y todo pesa en la cabeza gacha.
La luna es una alpargata, la noche es el
barro que la ensucia.
En casa el baño pierde agua y en los pies
se ven los hongos, nosotros dejamos la casa
afuera.
Los campos verdes crecen en las paredes laterales.
La botella gorda soporta toda la luz ésta noche.
Al mirar detrás de los techos blancos se ven
tapiales amarillos.
Los voltios se encuentran a cierta distancia del agua.
La lluvia entra finita al espacio, y yo estoy frente a un
proceso natural. Los cables tirantes, sostienen al
cielo redondo y la cascada cae verde.
El tiempo es una lagartija, que sale cada mañana,
delante de ella.

Esta luz con otra plateada que se ve allá a lo lejos.
Cuatro personas que perdieron su nombre, ahora
toman mate en ronda en el patio. Rezongan del
porque de la distancia de la noche, se comunican
a través de las miradas.

Somos reales la puta madre que nos parió.
La tarde se trepa al cielo y se desgasta al toque,
se deja caer lenta, detrás de los edificios.
El hombre que moldea su espíritu, en el trayecto
de regreso hacia su casa.
El aire viaja entre las paredes de la ciudad que
se infla. Cada vez se vuelve más angosto, choca
contra una piedra en verano.
El rancho tenía una marca en el techo, ves hasta
donde es capaz de llegar el agua.





A Eda, por su dulzura

Vieja de mierda hija de tres mil puta, bajo
tierra estás. Hoy acá en buenos aires no llovió,
nacional o extranjero público o privado.
Nadie es eterno es hora de que lo sepas.
¿Alguien preguntará por nosotros el día de mañana?
La gente se asoma aunque el fuego esté apacible.
Así que emigrábamos como pájaros, pero sin ninguna
preocupación, más de la que genera el amor.
Que de por sí, ésa es la más pesada.
No se necesitan los jueves si tenemos los viernes,
no nos habíamos dado cuenta, de ese pequeñísimo detalle.
Por alguna razón o circunstancia no puedo hablar.
Sólo los domingos uno se puede distanciar de todo.
No creo en los libros, yo antes jugaba a la pelota.
Bien pegadita a su madre, del otro costado árboles.
Pero ahora pensamos y pensamos, y no paramos nunca de
pensar.







Ella sí que tenía velocidad

Yo te quería y me dejaste en banda
vos contabas que cuando en Bernardí
llovía ibas a la escuela en tu caballo.
Y yo te amaba con más fuerza, imaginaba
tus piernas blancas manchadas de barro
tu pantalón sólo dejaba ver eso.
Tenías un cuerpo esbelto con mucho fuego,
te sentías incómoda, adentro de la estatua que
parecías, no dejabas títeres sin cabeza.
A mí me gustaba la forma que tenías de caminar
en la vida, endurecías las tetas en invierno.
Ahora estoy muy ocupado, pero en días claros
como éstos dejo caer, aunque disimuladamente,
un pedazo de estrella, para que la juntes vos.
Igual cuando llueve quiero hacer un pozo en la tierra
y que quieras quedarte quieta ahí.

De A Eda, por su dulzura,








La chica de tres días sin dormir

Esperás el colectivo
un viernes a la noche.
La luna pasó de largo
dejó atrás al comedor 
y se acomodó
entre las plantas del fondo.
Vestís unos chupines verdes
una remera violeta
superpuesta a otra naranja
cubre tus tetas infladas y redondas.
Peinás un flequillo caprichoso
hacia el costado.
Tenés los labios pintados 
con un rojo indio. 
Escuchás cumbia en el celular 
con las dos manos tapándote las orejas.
La mente en blanco 
los ojos verdes rojos.
Tres días sin dormir 
bajo la luz del alumbrado público.






Latas de cerveza heladas sobre el mostrador

Latas de cerveza heladas
sobre el mostrador.
La kiosquera 
mueve rápido 
las manos
desdibuja 
trayectos irreales
sobre la superficie 
espaciosa del momento.
Ella piensa 
en la resta 
del vuelto 
pero después 
flashea 
una noche estrellada
donde ella anda de gato 
y corpiños rojos 
con el hombre 
de otra mujer
que al final 
la parte 
en dos 
como a un queso.






Casa

El desorden
de las sillas
alrededor 
de la mesa
en la pantalla
apagada 
del televisor.
Los pobres
toman mate
dulce
debajo 
de los árboles.
La tanda 
de ropa
colgada 
de un cable
arriba del techo.

De: "Humito" 




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