miércoles, 7 de noviembre de 2012

ANA VARELA TAFUR [8421]




Ana Varela Tafur (Iquitos - Perú, 1963) Fundó con otros artistas el Grupo Cultural Urcututu de Iquitos. Concluyó sus estudios de Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, donde trabajó como docente. Ha sido becaria del Programa Aschberg para artistas de la UNESCO, Jerusalén (1996), y de la Agencia Española de Cooperación Internacional, Madrid (1998). Ha publicado con el poeta y narrador Percy Vílchez el libro de poemas El sol despedazado (Proceso Editores, Lima, 1991), Lo que no veo en visiones (Primer Premio de la V Bienal de Poesía Premio Copé y publicado en Ediciones Copé, Lima, 1992), Voces desde la orilla (Colección Urcututu Ediciones, Iquitos, 2000) y Dama en el escenario (Editora Regional, Iquitos, 2001). Sus poemas han sido traducidos y publicados en inglés, francés y hebreo. Algunos de sus poemas aparecieron en una edición bilingüe inglés-español en la revista Literary Amazonia, University Press of Florida (2004). Recientemente ha publicado poesía en la antología Más allá de las fronteras, (Ediciones Nuevo Espacio USA,2004) y ha sido admitida en el Programa de Postgrado del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Davis, UC Davis. Reside en California.



Desde las vertientes

Desde los altos gredales de May Ushin
desde las feroces caídas del Marañón
desde las incandescentes llanuras del Huallaga
mi voz convoca a los habitantes del agua.
Y surcando quebradas desde vertientes remotas
            alcanzo vastedades de arcillas recientes.
            Así me reúno con habitantes del monte
            y nuestras voces se inundan infinitas
                          en tenues bóvedas incrustadas por la noche.

Porque es posible alcanzar cifras en geometrías sagradas
porque es posible arrebatar códigos de sogas alucinadas
             y viajar acompañados por estrellas o soles
                          atrapados en la fugacidad de intrépidos rayos.
Porque somos una antigua y sola voz,
             una liana trenzada bajo los incendios
desterrados o señalados por la belleza de los astros
           y su manto de presagio amamantándonos.

Desde entonces rodamos de fuego,
              caemos de fuego,
quemamos las últimas naves del exilio,
demonios que se llaman en libros apócrifos
            o en abandonados archivos donde no hay olvido.

Pero las madrugadas aproximan las llegadas
y nuestros pies abrevian rutas del miedo:
               ojos de búho a la sabiduría destinados
                              sobre la vía trazada por los abuelos.
Semejante a cada río que despide sus puertos,
alcanzamos la marcha de la luna
            invadidos por la tregua
                        de un viento insondable.






Extravíos

Después de este viaje descansaremos en el puerto,
             Lagunas será la primera posibilidad de realizar un sueño.
Es cierta la madrugada precisa
             para auscultar negocios de comerciantes y rematistas.
Acaso arribaremos tarde cuando los árboles
            han pronunciado la palabra saqueo
                 y nuestra faena será la misma carrera de los que llegan
                         despedidos de la competencia.

Estaremos sobrios,
              tenues,
                       alucinados por las noticias de los navegantes
                                          y sus recientes sumarios o extravíos.

Pero también será cierto que nuestros cuerpos
sabrán de llamas de un sol doliente al amanecer
   y de embarcaciones y vapores que llevarán nuestras almas
metidas en baúles de madera o bolsas de pan.

Después de este viaje imprevisto
podremos visitar a los amigos registrados en veredas
   o en casas de barro donde los sucesos semejan 
       a la hondura de sus ojos atrapados en aguas distantes.








Brevedad del planeta

Página vacía parece este caserío
             Hojarasca en los patios del desvío
Pero en la brevedad del planeta
             Un registro ancestral acusa las noticias

Porque este pueblo parece
Un libro de mapas inconclusos
Una ruta y su primera incertidumbre

Despedidos por azotes que el viento expulsa
             Los niños de la mañana
             Se han vestido de simpleza
                     Y han librado los recuerdos aciagos
                      Mientras crecen sus cabellos en hierbas agrestes.

(Sus pasos desvían profundidades
             Resguardados en la intrepidez del planeta)

Y
       poco
                  a poco
Se ponen de pie nuevamente
Y cruzan sin prisa apresurados atajos
            Lejos de fulminantes pozos de petróleo que la noche esconde







No poseo

No poseo sino una canoa y una parcela de arroz en un barrial,
no poseo sino el rumor del río huyendo siempre.
Aquí en Sonapi los tiempos son malos,
digo malos porque no siempre se come o se bebe.
Entonces pienso si moriré en este lugar.
Los muchachos fieles al pueblo pasan sin verme
y no poseo sino mis ojos que me complacen de día.
Recostada en el puente apunto a la luna,
¿qué debo hacer en esta postura?
Sólo puedo recordar mi nombre cuando los difuntos de silban.








En la espesura

Arrastrados por episodios de exterminio
            los peones arrojados hacia los bosques
                         fueron alcanzados por la sangría.

Algunos moradores escucharon disparos en el aire
           mientras bajaban por extraños ríos de miedo 

La madrugada crecía en las matanzas
           y las abuelas descifraban caminos en la intemperie

Las muchachas del Ampiyacu lloraban el fin del mundo
                 y sus pies semejaban sierpes vespertinas en los barrancos

Huyendo espantados por las infamias,
ahora todos, casi todos,
             somos fragmentos de pueblo en la espesura.







MADRE

Como pez que advierte la profundidad en tus ojos
yo regreso a ti para dibujar mi nacimiento
y me sumerjo para siempre entre tus aguas
en las playas y sacaritas que nos otorgas
            en los parajes de los montes cuando te acuestas
                        porque en ti dejo, madre, lo más hondo de mi río
                                   lo más deslumbrante de sus naufragios y hallazgos.

Entonces,
yo dejo que la luna invada mi cuerpo
yo dejo que tu vientre gratifique mis días
yo dejo que te deslumbres plena entre las sombras
            porque tus semillas antiguas, madre,
                        son simientes de haces sobre mi niñez.

Madre de la nútrales diversa
            Madre de las plantas y los animales
                        Madre de los niños tendidos en los arrozales
Madre de los herederos del sol y sus lluvias.

Porque desde los años aciagos del caucho y la balata
Destinos arrojados a puertos distantes fuimos
            Historias de correrías y muerte en tus dominios
                        Cabeza al viento desde el cepo de los árboles.

Madre Cocama
            Madre Pacaya
                        Madre Ahunari

Porque más allá de las balas sembradas en la memoria
más allá de los invasores de tus territorios
            nosotros acodaremos sin miedo en tus orillas
                        y entre humedades y verdes orillas
                                   Somos guardianes de tu cuerpo insomne
                                                                       Y sus frutos de cosecha esparcida.

Madre Samiria:
aquí nos tienes sembrados en ti,
albergados en tus puertos y florestas
erguidos desde ti para protegerte
            amamantados en tu interminable río
                        Donde navegamos desde el inicio de las edades.

(DE Voces Desde la orilla)








Y HABITO DESDE SIEMPRE

¿Quiénes han cruzado la quebrada antes
                                               que nosotros?
¿Quiénes han poblado días y columnas
                                               de hastío?
Nos han abierto el camino para llegar
                                               descansados
y nos han dejado un cementerio de voces
                                               que vagan bajo los puentes.
Y habito desde siempre soles despedazados,
largos infortunios antes de rayar el sol
                                               sobre el planeta
y sé que nuestros abuelos han sembrado y
siembran porvenires
y los astros que me conducen acostumbran
a decir atisbo,
atisbo los años para que los muertos
descansen en paz.
Así recito para no olvidar historias de
                                               látigos
y libras inglesas aventadas desde los
                                               shiringales.
Entonces recuerdo el dolor de una espada
                                               devorada
y el filo del sable que cortó el miedo.
Era el tiempo en que el viento decía
                                   la palabra salida,
así volaron sombreros de huambé desde
                                   las embarcaciones.
Pero hemos regresado intactos, dolientes
                                   cuerpos insospechados,
sabías manos que siembran frutos al recrear
                                   los caminos.



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