sábado, 15 de septiembre de 2012

7956.- LEONARDO SANHUEZA





LEONARDO SANHUEZA (Santiago, 1974) es autor de los libros “Cortejo a la llovizna” (Ediciones Stratis, 1999) y “Tres bóvedas” (Visor, 2003), este último ganador del XVII Premio Rafael Alberti, en España. También dirige Ediciones Quid.




Un rottweiler, un doberman, dos arrugados dogos y dos
pequeños pastores que aún toman su leche
protegen la casa del pintor calvo — una fortaleza
con grandes cañones que apuntan hacia el interior
para que hable el tiempo y no se mueva

el fantasma frente al caballete. Afuera, los chincoles
se toman el agua de los perros, equilibrados con desdén
o calculado nerviosismo en el borde circular
de ese desfiladero, y a veces cantan y luego se callan.
El pintor no pinta de día, no mira

las embarcaciones con su catalejo ni ausculta las olas
azotadas contra negros peñones que a la distancia
parecen ballenas: más bien se detiene frente al océano
y lo considera junto a un jarrón de inmóviles calas
como un Interior azul demasiado lejano, incluso

para el alcance del más avezado francotirador.
El pintor pinta de noche con linternas y cucharas, escarba
en la tela negra su tenue rastro de luz, y se muerde la lengua
como un minero del carbón que grita: ¡grisú, grisú!,
ya no hay más que hacer, ya no quedan mujeres

desnudas sobre la arena, ya no veremos el sol
que despunta con chincoles sobre su manto de niebla.
En la casa del pintor junto a la playa, de pronto
los perros escuchan un galope maligno y corren
a sus puestos: uno en cada esquina, como gárgolas

que levitan ante el peligro inminente del mar,
olas quietas, botes y niños dispuestos con rigor
en el marco de la naturaleza muerta,
mientras el pintor, con un foco en la frente,
labra en la tela minuciosos campos de batalla.






Poco antes de la sicodelia

Como la flecha de Guillermo Tell
algunos recuerdos siguen de largo
hasta que un tronco añoso los detiene
más allá de la lechería.
En mi vida vi
aromos, retamos, picapicas en flor,
toda esa noche de Van Gogh comprimida
y destinada a dispararse poco antes de la sicodelia
en una primavera al estilo ruso, con escándalo
de orugas danzantes en las praderas,
y así hasta el verano del 66, la playa y The Shadows.

En el comedor hay un frutero anterior a mis padres
con ciruelas perennes, eternamente lozanas,
pero si las muerdo no viviré para contarlo
ni para escuchar otra vez "Te quiero",
del gran Carlos Corales, máster del agua:

algo como un letrero de no pisar el césped,
no mentir, no fotografiar las obras maestras:
sólo apreciar la verdura y encontrar, quizás, el error,
por cierto ya sin fuerzas ni poder para enmendarlo.





Para la próxima guerra del Pacífico

Junto al árbol de la vida han colgado
cabezas de niño pintadas de azul
con lunares de oro: un firmamento.
Las plumillas de cardo caen desmenuzadas
sobre la vaga pornografía del verano,
como en Pompeya, pero lento, con segundos
valiosos para la contemplación
y el toque. Empero, oh, sí: empero
el pasado está ahí, vigilante,
y nuestro scherzo de sílabas bilabiales
comienza y termina con el tema de la bayoneta
mientras cae la noche en el desierto
inútil de los astrónomos.





Cortejo a la llovizna 
(1995-1999) 

PREFACIO



"Ahora voy a cerrarla" -dijo, y afuera
la noche tenía el sabor de los muertos.



La tarea del azar consiste en construir buenos refugios. Y cuando Pitágoras dice: "Serás inmortal, un dios incorruptible, y la muerte no tendrá dominio alguno sobre ti", tu mano ya se ha posado en el umbral esperando el turno de ser anunciada.

Las cosas desperdigadas bajo el sol a veces se reúnen y rezan, con el mismo gesto de vana melancolía con que dos huérfanos dan a menudo el uno con el otro y se miran y rezan.

Padre de asesinos ..Hijo de asesinos
Lo que son tus ojos ..Lo que son tus horas
Espuma teñida ..Un frío color
Lista para el soplo ..Y tus manos ¿dónde
Del niño en el mar ..Dónde están tus manos?


Naces. Renaces. Y la lejanía de tu estigma te dirige. ¿Qué haremos en medio del camino? ¿Avanzar? ¿Regresar? No lo sé, pero el pez lo sabe. Tú eres el pez. Evangelista de los rostros multiplicados.


Siempre está cerrada la puerta del jardín, pero la luciérnaga entra y sale por la cerradura. Entra y sale, y ese vaivén es el ritmo de las bienaventuranzas. Del silencio a la acción, de la acción al silencio, ella sostiene el rayo de luz que nos mueve hacia la semilla.

Es preciso aprender a tocar. Tocar hasta que la mano sustituya a la luz o, por lo menos, a la ausencia de luz. Entonces y sólo entonces la celebración debe salir en gotas a través de las manos y volver a entrar, tal y como la luciérnaga.




Y QUE LA MUERTE NOS MANDE A SUS HIJAS

CELAN : la estrella ciega vuela a
él y se funde en una pestaña
más ardiente : va templándose
el mundo y los muertos
rebrotan y florecen : CELAN

Mi padre, por ejemplo, es un muerto. Y a veces, cuando siento pasar sus manos por mi frente, me comprendo CAPAZ de la luz. Frente a la puerta cerrada del jardín, hombre y gusano pueden ahora mirarse con ademanes de ciega hermandad.

Cuando sea la hora de empañar el espejo nupcial y el hombre pueda acoger a la abeja en sus labios; cuando nadie se atreva a mostrar EL MIEDO EN UN PUÑADO DE POLVO; en fin, cuando sea la hora de los corazones enarbolados, la noche dejará ver sus nidos y tus ojos y mis manos.

Mientras tanto, bueno sería dejar que tus pies danzaran un poco en el lodo, morderse a propósito la lengua, dar unos saltos de loco aquí y allá, y sobre todo, hacer temblar de amor el espinazo en un salto al vacío.

Yo no voy a morirme. Y mañana veremos.
Ahora voy a dar un paseo, porque como iba diciendo,
se oyen tan claras las campanas,
en el horizonte...




I - EN EL PERFUME DEL BOSQUE

  Después de una larga espera entre las raíces, los primeros
rayos de luz filtrados a través de la espesura la vistieron de
un nuevo resplandor. La bruma se hizo palpable y
develadora de la mujer. Mientras se descolgaban sobre ella
las copihueras como antiguos cabellos, el rocío salía de sus
ojos sembrando el bosque de vagas lamentaciones. Y todo
parecía un parto. Es la tarea del azar. Estaba tan
despojada que todo parecía un parto. Así como el delfín
avanza sin rumbo preciso, porque sigue un sonido de flautas
que lo llama, volvió su mirada hacia el rayo y luego hacia
sus pies brotados de hojas. Pensó en el pájaro enterrado.
Brotó la leche de los años para cegar al animal. Y el olvido
tuvo su bello florecer, "Buenos días" -le dijo al lamparero,
pero el lamparero mismo era el olvido. Durmió toda una
vida y luego otra y en seguida otra más. -Yo no conozco
el camino que lleva a ese bosque, pero siempre vuelve el
lamparero. Hay un perfume solamente y a veces se derrama
sobre las cabezas heridas, como un leve reposo de mortajas.
Es ése el momento de nacer.





FÉNIX, TRAZO DE FUEGO

Guardemos a los niños del granizo y la escarcha:
aquellas extrañas muertes.

Es preciso abandonarse a su carrera de obsidianas,
de linternas crecidas a partir de la danza
en el viejo juego de los ombligos.

De la flecha dionisíaca a la gacela
no hay distancia posible,
pero sí un aguijón, Fénix,
por eso no te desprendas de tu cabalgadura
y deja brotar la llama de tu antigua soledad.

No quiero ver tus ojos vueltos hacia la ceniza
ni que enmascaren toda nuestra cara de alumbrados.
Quiero que nos vean colgados de una carcajada universal
diciendo: "El futuro es la nariz"
a la manera del viejo Tiresias
que esperaba la caída de la noche frente al calefactor
con un revólver y un ojo derramado en el mar.

Todo lo que se diga del futuro es verdadero.
Nuestro destino es la espuma.
El futuro es nuestro milagro.
El mar es un milagro.
Un milagro no deshacernos bajo la lluvia.

Un milagro que no estallen nuestros ojos en nubes de plumas.
Un pájaro pasa volando.
El mundo se detiene.
La velocidad es un milagro.
Más vale la velocidad.

Más vale la velocidad, digo,
no esperar que se cocinen las piedras para beberse el caldo:
he ahí otra de esas "varias muertes".
Más vale el beso cayendo de aquella mujer que vi
bordándose con lentejuelas las fauces del corazón.
Las fauces del corazón.
No te olvides del corazón.
Recuérdalo, Fénix.
El canto de los treiles al amanecer,
el acero de las profecías.



Y si digo:
¡Vivan los hombres estrellados contra el huevo de la noche!
es que alguien acaricia leones antes del amanecer,
es que sigue el borracho atento a su copa llena de luciérnagas,
es que la mujer de manos errantes lanza una moneda,
en la oscura pileta de los sueños
donde una sirena llora y luego se marcha
mientras un niño estropea las constelaciones
para construir con las estrellas
caminillos interminables.






RENÉ CHAR ENAMORADO DEL LOBO

Un día René Char se mira en la laguna
y deja transitar el lirio por su frente.
La Medusa iba vestida de blanco
pero más atravesada.

Así es este amor,
la sombra del arco y la lira,
rodando y sin romperse.

Gota de mercurio sobre el niño
para marcar el pulso de la naturaleza
cuando conduce a René Char desde la orilla
a la fiesta de las cascadas.

Nos abraza el petirrojo
y vuelve a su ventana.
El paisaje era sólo un paisaje.
Lo mejor era soplar sobre los nidos.





EN EL BOSQUE

No falta quien hunde su puño alegremente en la garganta,
en la propia cueva iluminada; quien echa plumas en el espinazo
de un modo tan perfectamente umbilical que, si tuviera colgando
unas campanas, con un pequeño salto podría tocar su propio
corazón.

Pero aquélla es una frágil hazaña cosida en los párpados.

Es preciso recordar las fuentes y los milagros, aunque
los remansos tengan la alfombra quebrada en libélulas y el
esplendor consumado por la placenta.

Pedimos un largo día, un año tal vez,
que nos marque a fuego la soledad.
Un año que nos entregue las uvas soleadas de los ojos.

Yo pienso en quien va descalzo
por los cristales del alumbramiento:

el sepulturero va en busca de los trigos profundos.

Nacer y morir en los mismos tejados, las mismas olas;
llegar tarde a recoger los diamantes de la espuma invisible
como ejemplo de águila que pone tras de sí una luz
y sigue volando en la oscuridad;
y quisiera decir que alrededor
hay tantos nombres,
pero son las flechas propias con el color del horizonte.

Alguien está vivo.

Calcula sus ojos cerrados y enciende una lámpara para
sí. Enciende su mano. La esconde entre las cenizas mientras baja
la nube y lo adormece echándole llave al iris, pero está vivo y
deja florecer la ventana empañada del encéfalo.

Nacer en la brisa exacta y sola, a la hora en que el gallo
nos mira de frente como si fuéramos la piedra que falta en el 
anillo.

Pero no.

Estamos por volver.






DEMÉTER ONDULANDO LAS ESPIGAS

No basta el sonido de nuestros días
ni el pasar de la brisa por nosotros.
La brisa, costurera de guirnaldas
......... para la tierra.



COMETA Y VENTOLERA

Todo ha desaparecido.
De todas nuestras horas
sólo ha quedado este grano
volteado hacia la espina viva del porvenir.

Creíamos que este mediodía estaba lejos
y esta mañana con su tarde y su asfixia.
Y creíamos que estos pájaros
estaban lejos de su diamante quebrado,
estos pájaros que en su locura todavía imitan
a aquel hombre que se comía las luciérnagas.

"Qué lejos están esos trigales"
-decíamos a lo lejos de los trigales,
arrogantes, montados sobre hidalgos caballos,
que no eran sino la brisa fabulosa de nuestra edad.

"Más vale la velocidad" -había que decir
y en su tiempo nuestra hermosura fue el enigma
que nos llevaba parecidos a un rebaño de ombligos.

Nunca se vio tal manera de pararse sobre el mundo
y atrapábamos mariposas para que amaran la libertad.
Desde las ovejas y los peces arreados por el viento
llovían sobre nosotros semillas en forma de arruga,
horas sobre el tambor.

El calor nos llevaba en forma de nubes.
El meteoro se disfrazaba de elegancia y risas.
Las mujeres aún sin senos eran bellas,
sin turmalinas en las ancas,
y con su temprano encaje de hinojos,
eran bellas tras su propia armazón de mujer y nina fugaz.
Construíamos con ellas largos castillos,
cada vez como si se tratara de un imperio final,
y el sueño nos llevaba en forma de átomos
y de fieras sonrisas y de tesoros y de hazañas.



Cuando todo hubo desaparecido
yo te encontré mi niña de piedra latente.
Y nos acordamos de las manos,
de la forma exacta de tocarnos los hombros
como sacando una lágrima de la espiga.

No habrá polvo ni viento que lo disperse,
así tengamos que inventar el amor
cuando nos falte la edad.

Después nos besaremos largo mi niña
y tu cabellera soltará una gota en llamas,
nuestro tesoro y la llave de las noches.

Porque más vale la velocidad de nuestros nombres,
los párpados de esos niños dejando entrar los violines
en el gesto de la ventolera primordial.

Más valen los hombres disparados
contra el huevo de la noche
y sus miradas abiertas como silbido de abejorro.

Diremos más vale el corazón
tallado en las negras virutas de las ciudades,
porque ésta fue nuestra hazaña:
narrar el amor con la redondez de nuestras pupilas
en un tiempo en que el rocío
nos hacía creer que él era el amor.

Y aunque todo ha desaparecido
tenemos la mirada de turquesa
y nuestros nombres están tendidos como el horizonte
o el aullido de los lobos.

A causa de la penumbra así ha de ser el amor
y que nos vean pasar
laceando el universo.





CANCIÓN PARA DESPERTAR A UNA PRINCESA


Del despojo al despojo,
pero a través de un grito bellísimo,
el dardo ciego roza la noche,
se hace hombre
y besa.


"Nunca tuve más ojos
que cuando dormías"

R. del Valle



I

Como dentro de una copa negra
Escucho tu voz
Tras el aullido de los lobos

Pero sé que la noche
Está abriendo su ojal
Para tus pies descalzos

Duermes. Y ahora que duermes
¿Nos verás pasar
Arrancándole hojas al porvenir
Entre los niños que fuimos
Danzando como fuego allá sobre las colinas
Allá bajo los besos
Fraguando las visiones
Bella campanada de mis ojos?

Está bien, sueñas todo eso
Sueñas que son escombros
Que una lágrima tuya
Extiende sus alas y me lleva, pero también
Sueñas que bajas las escaleras temblando
Mientras oyes mi voz
Tras el aullido de los lobos

Porque solo la brisa es una sola
Sólo el viento
Como la piedra levantada del sueño

Sólo el viento es uno solo
Al igual que es uno solo
Sólo el caballo final
Y como sólo la hermosa y vieja canción
Silbada por los fusileros
Es una sola
A la hora en que el sol comienza a disparar
Sobre los nombres y los números del cementerio

Por eso duerme mi niña
Ya en la oscuridad se escucha una melodía
Que despertará a la princesa
A punta de venas trenzadas
De acero de los besos
De pestañas indescitrables
Una canción prendada en esta piedra mojada y zumbante
Que te arranca la rosa enlutada de los nervios
Y me hace entrar en ti
Como a veces entra la luz
En las lámparas abandonadas



II Me recoges cuando sabes de guijarros


Hoy el mundo tomaba tu mano y como un niño caminaba junto 
a tí: en tus ojos se escuchaba un disparo.
Me recogías. Se oía la sonata Claro de Luna: de tus manos surgía
el habla de las cosas: "aproximación".
El árbol sangraba sus brotes: tu nombre entre las ramas y tus
pechos silbando a través del follaje.
La tierra estalla manchada de tus párpados.

Bien sé de qué se trata todo esto,
Porque estoy en ti como devorado por la noche.
Y nada me importa sino tu sueño.
Caen las hojas, pero tú y yo caemos mas.
Por eso nada me importa,
Mi camino esta embanderado de abejas,
La tierra manchada,
Partido el corazón del pavo real con un zumbido,
Partida la montaña parturienta,
Y tú me recoges cuando sabes de guijarros.

Ha pasado tanto tiempo ¿no es verdad?
Pero esto no es cosa del tiempo.
Porque un día me volví hacia tí
Como se vuelve hacia el destino en la tempestad
La brújula loca, y dije: "Nos verán pasar, nos verán pasar"
Allí donde entré, hay un hombre recortado.
Allí donde toqué la espiga, tú me arrancas un amanecer.

Tú que sueles imitarte a ti misma cuando duermes
Hablando en bellos idiomas,
Que predices el acontecer y lo traduces para la llovizna,
Que te quedas bordada en las cortinas de tu corazón,
Y allí me preguntas: ¿Es éste el amanecer?

-Sí, nadie perturbará tu sueño;
Allí está el olivo, las grutas sombrías;
Nadie quebrará los jarrones de abejas;
Las niñas seguirán tejiendo mantos teñidos de púrpura,
Las fuentes nos llamarán y los telares de piedra.
Allí están las dos puertas, la del norte y la del sur,
La tallada en marfil y el umbral de cuerno.
Nos verán pasar.

Volveremos? -Tal vez.
Si tú me has recogido, nos verán pasar.
Volveremos? -Tal vez.
Y cuando nos vean pasar
Di estas palabras:
"Yo recibo el atardecer en una copa"



III


Ven, mujer, mientras me acostumbro a tus ojos de largos
pinos. A menudo nos preguntamos qué amamos el uno del otro.
A menudo el reloj se abotona en el latido de la boca. Y cuando te
digo: "ábreme", queriendo decirte: "arrójame la nube", me soplas
los ojos y me dices: "estos son los besos que te he dado porque
brillas en tu perfil de navio. Llévame para entrar por mar en el
perfume del bosque"
-He aquí que amáis la semilla.
-El balido de las raíces y el brote del antebrazo son
vuestra consumación. Esplende el único labio de la noche.
-¿Que hora es?
-Es hora de recoger las espigas.

Hay un niño y ésa es la voz. El quebrarse de la montaña
en tus pechos, porque tus pechos también son dos gemelos de
gacela. Trescientos son los guijarros; y el niño corretea las esmeraldas,
enlazándonos con piedras mortales, engavillándonos, cantando las
últimas cumbres y derramando la sonrisa en nuestros cipreses de
acero.
-He aquí que amáis la semilla.
-Vuestros besos son abiertos como carcajadas de árboles
aéreos. Claro es el despeñadero de quienes lo trabajan.
-Lleváis al hombro un silencio veloz.
-Como quien lleva una ola rebanada, a la manera del
delfín subterráneo que trueca su destino en canciones v vastas
hambrunas.




IV Dame la sobreabundancia de las noches


Quisiera tener un secreto atrapado,
un insecto clavado aquí,
una palabra de la que todo dependiera,
todo futuro clavado aquí,
toda mariposa anegada en la llovizna,
pero sólo el caracol nocturno que sale de mi mano
se despliega, se reúne y nada deja ver.
Por eso suelo guardar silencio,
decir un par de mentiras a la navaja
en lugar de quitar el maquillaje imantado del despeñadero.

La sombra llama y queda en mí
tal vez la vuelta de mi corazón,
tú sabes, su solapa enternecida y vertical.
La sombra llama
y ya nadie sabe sino mirar el nudo ciego de los párpados.
El árbol no deja de crecer.

Y cuando de pronto, así como un pequeño deja en la montaña su
carcajada sin causa precisa,
tú apareces más allá de mi mano,
encabritando tus átomos hasta el último orbital,
lo mismo que serpiente de piedras entrechocándose,
nube ardiente remontando colinas;
o bien, cuando has llegado a la ventana, al anhelo de la ventana,
como respirando, rasgando los cristales,
es necesario que el canto se vuelva hacia la espuma
y que el paladar se mire por dentro
y trabaje repitiendo el llamado de la sombra.

Porque si he de creer
que soy por tus dos pechos como gemelos de gacela,
si he de creer
en la fiesta de apartar la nube de tus brazos,
de desollar tu lengua en la sinfonía vesperal
que nos abriría paso, a tí y a mí,
talando nogales crecidos a partir de un vientre
tal y como el tuyo o el mío,
pero aún en traje de noche,
y terrible y oculto a nuestras manos,
entonces,
me guardo y sello mi cabeza
y duermo junto a ti,
para encontrarnos sin buscarnos
en el jardín, en medio del jardín,
a esperar que se arrincone el silencio
en los árboles que van a florecer.




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