sábado, 15 de septiembre de 2012

7937.- MARTÍN PTASIK





Martín Ptasik, nació en San Martìn de Los Andes (ARGENTINA) pero reside hace 20 años en La Rioja. Tiene 44 años, cuatro hijos y su profesiòn es la de Realizador - Documentalista. Además es Conductor y productor de radio y carpintero de entrecasa.  Escribe hace unos doce o trece años. Tiene tres libros publicados: La Visita, Anda la Palabra y de Viento Será. 




FISURAS

Todo cabe en las fisuras.

La dicha tiene esa puta y acuática costumbre de huir
manos y vida abajo
a lo ajeno.

Más tarde 
O
más de nuevo.

Malhiriendo el alma
ese odioso traqueteo de canilla
husmeando la madrugada.

Con el candado del lado de afuera
y el ayer que se invita
a invadir 
con su zorro alarido

Las venas desafinadas
aferrándose y desentonando
todo

rostros que te amansaron
huyendo de la costumbre

Plumas por doquier 
en la cordura de saberte tanto
como para un presagio

Mierda en la merienda
de nuevo

Ocaso firmado al pié del pellejo

Orujo de esos días
que esta misma noche
destilan el pedo más terrible

Resaca de vos
que 

ni hace falta contarte.




LA CULPA

Hay un punto en que uno, no puede odiarse un solo día más.
Y urge declarar que ya esta bueno.
Que cualquiera que hubiera sido el pecado, la pena ( a esa altura ), 
debería estar bien pagada.
Y que, vaya a saber uno por qué, cómo, quién y cuándo.
Pero ya basta.
Entonces, hay que pararse urgente en la punta del mástil más alto 
de su propia historia; allá en el carajo de los carajos, y llorar.
Llorar largo y tendido.
Sentir que nada se ve claro, ni por los ojos.
Y tantearse.
Tantearse lento, 
las mierdas y los aciertos, 
los hombros, 
los amigos, 
el patio de atrás, 
los hijos, 
las caídas, 
las negaciones, 
las traiciones, 
los vivir y dejar vivir, 
los miedos, 
todo... 
Si las manos y el alma alcanzan, 
todos al mismo tiempo.
Y enterrar allí mismo (en el aire), 
los muertos, 
los mal nacidos, 
los asesinados, 
los olores nauseabundos de las cosas no perdonadas, 
la puta culpa con toda su corte y sus domingos, 
el dolor inmenso de ser lo que se es, 
no más.
Y escupir, 
y escupirse.
Y decirse que si; que tal vez lo haría de nuevo.
Con otro elenco; e incluso, en otro escenario.
Y que duela.
Que duela de una vez y para siempre; 
y duela en serio.
Que no se abran sótanos para archivar ningún dolor.
Y llorar de nuevo.
Y quedarse sin Dios, 
ni madre, 
ni catalejos.
Y arrancar de cuajo la razón y sus malhechores.
Y llorar de nuevo.
Y borrar el horizonte porque, en definitiva, 
uno vive siempre al lado de uno mismo.
Y olvidarse sin protocolos; es decir, echar de una buena patada en 
el culo todas las dichas que no fueron paridas en una cama, 
alrededor del fuego, o con un hijo en brazos.
Después, soltar el carajo y abrazarse fuerte a lo que queda.
Bajar en silencio.
Lentamente.



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