IRENE ALBERT Nació en Cáceres en 1987.
ZOMBIE LOVE
¿Lo que más me gusta de ti?
Tu cerebro.
FEMME FATAL FATAL
Si para dejar huella en un hombre
hay que dispararle a las rodillas,
por mí vale.
FUNCIÓN
Hay que ser idiota para pedir calma de esa manera.
Hay que ser idiota para exigir pegando voces que el público se tranquilice. Ni se da cuenta de que los de las últimas filas comienzan a salir y la cosa a írsele de las manos.
Los de la primera fila fingen sorpresa. No la sienten realmente, pero tanto grito y tanta mueca les hace pensar en que no pueden permanecer indiferentes.
La pulcritud ha sido asombrosa y ni yo puedo quejarme. Sin duda hice bien en aumentar el número de ensayos... no lo estábamos dando todo.
Ahora lo tengo claro.
Luego le explicaré que es contraproducente gritar pidiendo calma. Y quizá cuando él mismo se tranquilice me cuente cómo lo ha hecho para separarme el tronco de las piernas sin conjuro, sin sierra falsa y sin doble fondo.
Que ya tengo curiosidad.
POSMODERNIDAD
A Teresa Sánchez, por sus clases
Por favor,
si vais a divertiros hasta morir,
daos prisa.
El duelo
Resultó que aquel dolor era un proceso. Llamarlo
así me dignificaba el llanto.
Llevé luto e insomnio rigurosos. Dije muchas veces
que quería morir.
Con el tiempo me fui serenando y me permití una
sonrisa tímida aquí y allá.
Me comí un dulce. Me vestí de gris.
Todos aplaudieron el ritual. Todos preguntaron.
Lo que no comprendo es el escándalo: por supuesto
que la parte más dura fue matarlo
(Irene Albert, Zombie Love, Littera Libros, 2010)
Irene Albert y su Zombie Love
Por José María Cumbreño
Hace seis años, recién aprobadas las oposiciones de secundaria, di clases durante un curso en el Instituto El Brocense de Cáceres. Cuando llegaron las navidades, se convocó el típico concurso de redacción destinado a los alumnos. No me apetecía lo más mínimo (todos los miembros del departamento de lengua debíamos ejercer de jurado) tener que castigar la vista con decenas de páginas cargadas de tópicos y faltas de ortografía. Reconozco que me había resignado a perder varias tardes en aquella labor tediosa.
En fin.
Sin embargo, a pesar de mis expectativas (glaciales), de repente, me topé con un par de folios que me dejaron (literalmente) boquiabierto. Recuerdo el título de aquel texto mágico: Fun, fun, fun. Era impresionante: lleno de talento, ingenio, capacidad de sugerencia y sentido del humor.
Fun, fun, fun, lógicamente, se llevó el premio. Yo estaba deseando que se abriese la plica para conocer el nombre de quien lo había escrito. La autora resultó ser una alumna de segundo de bachillerato llamada Irene Albert.
¿Quién era Irene Albert?
Ni idea.
Tenía que conocerla, tenía que hablar con aquella muchacha de dieciocho años cuya escritura poseía una fuerza descomunal.
Apenas pudimos intercambiar unas palabras en un par de ocasiones. Daba la impresión de que Irene tenía la cabeza en otro sitio. Cuando les pregunté por ella a los compañeros que le daban clase, me respondían que estaba como ausente y que faltaba bastante.
El caso es que llegó junio y terminó el curso.
En el concurso de traslados me adjudicaron mi nuevo destino: Mérida.
Durante un tiempo me olvidé del asunto.
No obstante, algo más de un año después, al tratar de ordenar varias carpetas viejas, aparecieron de nuevo aquellos dos folios grapados. Releí Fun, fun, fun y volví a estremecerme. Seguro que una sensación parecida debían de padecer los antiguos buscadores de oro al toparse con una pepita.
Entonces (aún no sé muy bien cómo me atreví) se me ocurrió buscar en la guía telefónica el número de los padres de Irene. Por suerte se apellidaba Albert y no Gárcía o Pérez.
Encontré uno. Lo marqué. Una voz de mujer al otro lado. Su madre.
Por un instante temí que pensase que yo era una especie de pervertido o algo por el estilo que intentaba sonsacarle información sobre su hija. Por eso me esforcé por explicarme y le ofrecí mi correo electrónico para que se lo pasase.
Se ve que no debí darle mala impresión, ya que confío en lo que le conté y me proporcionó el móvil de Irene.
Ella estaba estudiando psicología en Salamanca.
La llamé. No necesité darle demasiados detalles acerca de quién era. Al parecer se acordaba.
Le pregunté (después de repetirle lo que me había gustado lo poco suyo que había leído) si había escrito algo más.
Contestó que casi nada.
Yo acababa de estrenarme como miembro de la editorial Littera, así que le propuse que intentase escribir un libro con el tono de Fun, fun, fun.
Me dijo que se encontraba mejor que aquel año de El Brocense, me dio las gracias por mi propuesta y me preguntó que cuándo quería (más o menos) que estuviese terminado.
No hay prisa.Tómate el tiempo que necesites.
Los dos años siguientes Irene y yo nos hemos cruzado muchos correos electrónicos en los que ella me mandaba lo que iba escribiendo y yo le remitía mis impresiones.
De esa manera, poco a poco, fue naciendo Zombie Love.
Y, aunque un servidor ya no pertenezca a Littera, confieso que me ha hecho una ilusión enorme verlo ahora, ya publicado.
Una verdadera joya.
Un conjunto en el que la narrativa juega con sus propios límites para convertirse en otra cosa. Literatura verdadera, a la postre.
Irene Albert tiene sólo 23 años. Parece mentira. Porque hay escritores hechos y derechos que en su vida lograrán firmar un libro con la mitad de calidad que éste. Y no exagero. Nos hacen falta en la literatura española más escritoras como ella.
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