Ernesto González Barnert (Temuco, Chile, 1978): Ha publicado el poemario La coartada de los dragones por el camino pequeño (Ed. Pewma, 2000) e Higiene (Ed. del Temple, 2007). Y el CD de anticipo Trabajos de luz sobre el agua (Ediciones Alquimia, 2007). Textos suyos han sido recogidos por diversas antologías y revistas, además de soportes electrónicos. El año 2007 obtuvo el Premio de Honor Pablo Neruda Universidad de Valparaíso y el año 2003, Mención Honrosa en el Concurso Nacional de Poesía Joven Armando Rubio. En el año 2005 gana el Primer Concurso de Poesía del Sur Premio Eduardo Anguita y el Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral. Ha recibido las Becas de Creación Literaria de la Sociedad de Escritores de Chile (2001); del Centro Cultural de España (2002); de la Fundación Mustakis/ Biblioteca Nacional (2003); Beca Fundación Neruda (2007). Es parte del Taller de Poesía Santa Rosa 57 y escribe asiduamente sus Entrevistas de Semblanza y artículos para Letras.s5.com y en su blog: Obsturaciones. Mantiene inéditos dos libros: Arte tábano y Coto de caza.
(De: Higiene)
(fuki nagashi)
Sé lo que es el arte del bonsáial observarme
ningún pretexto para exceder el espacioy erguirme sobre la pedrada.
Visto el transito lento y los cuidados mínimosque exige el canon,
el reto que acontece y persiste en el estilo"barrido por el viento";
toda ley irregular de mis días y la lección de dominioque traza la poda;
escueta porfía que sobrevivevigilada
en la yema del ápice.
Nada más lejos de míque la adoración.
Por eso el declive o sesgo de potestad a favor del primer golpe
que da el azotede la borrasca.
(Poemas inéditos de: Coto de caza)
El rábano lo tomaron por las hojas, la tensión de los últimos acontecimientos
me hace plantar cara
tras recargar el café y transigir con dos de azúcar
a la hora en que muchos avanzan a un lugar que odian de otro.
Supongo que llegué demasiado lejos. Y todos conocen el final.
Amor no los oigas, teje.
Lihn ya estuvo acá, cierto. Y no son días propicios para una variación
sobre esta cabeza de alfiler. Siente agrado
por el portento de que una veintena decidiera responder a tu higiene
poniéndose del lado que no te gusta.
Ahora bien, hablemos de lo que nos rodea y es asible por este mango.
Estoy pensando en un árbol que reseca la tierra a su alrededor,
el pellizco de estas hormigas por el antebrazo. Admito
que con dureza y en público una opinión vale exactamente lo mismo que otra,
con tal de que sea mínimamente razonable.
Pero te afecta retroceder con razón pero sin la fuerza,
instigado por una mayoría en fila poco mejor pagada. Te afecta quedarte sin hojas
ahora que náufrago de dos jornadas amenizas el mediodía poniéndote más espuma
en la parte derecha del rostro.
Por supuesto, el rábano ya estaba pintado en la pirámide de Keops. Y yo insisto
en recordar que alivia la indigestión y las flatulencias.
Un palto añero nos revela que éste no es su año. Sospecho
que tendré que seguir untando mi cuchillo en grasa baja en calorías
o contentarme con pan pelado
a la hora en que la televisión atosiga de espectáculo un lío de faldas
en una discotec. Y veo por la ventana un mar de pingüinos flanear sin la menor ansia
cuando ayer no más arrancaban la luminaria del sector por el derecho
a que le lleven la educación a la boca.
Sin duda, cosas que te aburren César.
Así como le aburre a Héctor leer su apellido materno y repasar los campos de concentración,
aferrado al tópico medieval de inquina contra el judío,
aplauso y cobijo de su hueste.
¡Dios mío! Pensemos que no tiene mucho que ver con que se acerca el día de los muertos.
Y uno más acá que allá me sugiere en una de las páginas que abro de ordinario
¡hasta los dioses luchan en vano contra la estupidez!
Por suerte gocé de libros que me vacunaron temprano de hacer el loco
antes del buen fin de Ofelia.
Y como no dejar este poema a la mitad si el cañonazo de las doce
indica que la guerra por la sobrevivencia esta en su mejor parte
y un resto de vodka tónica apertrechado en una oscura recámara en la noche de ayer
me concede un dieta pletórica de imágenes que colman el espíritu
en un año que tampoco fue el mío.
Me costó aprender el nudo de corbata, abrocharme los zapatos
teniendo en cuenta que soy zurdo,
no vine al mundo como esas guaguas de hoy tan regordetas.
Ni fui de esos niños que por todo berrean, muchachotes que sobreexcitan el pulgar.
Lo que mis corresponsales de guerra con una pizca de sarcasmo y tres hielos en mi presencia
llaman pirámide invertida.
Digamos sin camisa y descalzos sobre una playa rubia del litoral central
para no caer peor de entrada
que hay más piezas negras que blancas en el tablero.
Que lamentamos no ser el emprendedor a los ojos de la familia del negocio del banano,
ese recio muchacho que administra.
Ahora que como un gordo y viejo ilota del orden burgués
divago por escrito
sin perder ninguno de sus beneficios dentro de la sombra del quitasol.
Suerte que atribuyo a pedir como los pajaritos que ni siembran ni cosechan.
Salario mínimo de mi vocación excluyente.
Proporción divina frente a los proyectos que paga fisco, esos rebeldes de minoría
escribiendo en papel oficial.
En ese perdulario suceder al decir de mi tía me devuelvo pisando con pericia castillos.
Recordando viejas actuaciones veraniegas,
tocando mi pito como si hubiera salvado a muchos con la poesía.
Devolviéndoles un poco de diente por diente a los mocosos que me mojan
con un gambeteo digno de un diez.
Y por sobretodo reflexiono en los días de gloria del balneario
ahora que casi todas las casas están en venta a pesar del lleno total en la playa.
Coto de caza
Se ve a millas que no era una cacería difícil, de atisbar
poco y nada en este coto de caza.
Asustar un par de urracas, naturalmente. Dormir bajo unos melodramáticos sauces
a la hora en que el sol atonta.
Oír a nuestros mejores amigos empujándonos a seguir lo que sea.
Acabar sorprendiendo unas libélulas en pleno apareamiento, recoger una manzana
alrededor de la frutera vacía
como señales de que pusimos demasiado relleno blanco a nuestra bitácora del acecho
poco antes de cerrar el año.
Desmedido esfuerzo por mantener las cosas a flote en el ojo del huracán
corregiría antes de que me abracen por la espalda.
En fin, un pedazo de pastel descompuesto desde la guinda
que maticé más tarde con una copa de champaña con helado de piña haciendo de iceberg
a mi titánica cantinela.
Un lapsus calami ante la mesa redonda donde recé como el que más
ungido por el cotillón y la pirotecnia,
sobre un chancho al horno sin manzana.
Alguien te dibuja con los ojos cerrados
y no teme
propasarse en algún trazo,
equivocar el ejercicio de sentar la belleza.
Raya de quien insiste
desde la propia inclinación
arrebatado de luz
–fosforece el misterio–.
Alguien te dibuja con ojos cerrados
y esboza su ceguera.
Lima este corazón/ poema cuyo seto escurridizo
es viento y ombligo.
No desiste, porque no, porque no desiste
y vuelve sobre la hoja.
El canto no tiene lengua y se escribe herido de muerte
como si fuese cola de lagartija que arrancamos de tirón;
rábanos que importan un rábano.
El canto no tiene lengua sino laboriosa mudez, la tosquedad
de lo que herido de muerte duda vivir
y permanece en la sombra, agazapado y observa que todo vuelve al
sol.
El sol que da duro sobre las cabezas.
Es difícil que rinda la tierra
sin lágrimas en los ojos, sin ese sudor seco
de quienes vuelven una y otra vez
de rodillas a afanarla.
Un reptil se regenera en la maleza, el rábano sabe a rábano.
Creyó tarde ver su nombre entre los nombres,
y lo repasó dulce
sólo al comienzo del fin. Sintió
un escalofrío correr por su espalda, ella debió pensar en mí.
Volvió a repasar dulce su nombre antes que una embestida
se lo arrebate. Lo demás
ya lo has oído.
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