SUSANA LAMAISON nació en Buenos Aires en 1947. Ha publicado los libros de poesía: Por la rama del paraíso (2002), Caerá otra lluvia (Haiku, 2007), Haiku para la vida (2011) y Como se van los pájaros (haiku,2011). Es una de las autoras del ensayo creativo Mantener el secreto (sobre El amateur, de Mauricio Dajub; 2001) y del libro homenaje: José Martínez-Bargiela - Apostillas de los amigos (2011).
La llamada
Con inocencia vegetal
esperaba algún cambio
sol en la noche
lluvia de fuego
amapolas negras.
La voz iba y volvía sola por la línea.
Nada calmó mi oído
ni selló mi boca.
De olvidos y memoria
Voy deshaciéndome en hilachas
dejando como sombras tras de mí
las lanas tibias de la infancia.
Voy hacia adentro
y hacia atrás,
sin ayer
sin mañana.
Y otra vez desasida
aérea
frágil
camino desde siempre hacia nunca
desde aquí hacia ningún lugar.
En disonancia con la vida
volví a ser asonante con el verso
y con él me clausuro
me sepulto
hasta que alguna vez
alguien lea esta página.
Lucha de olvidos y memoria
llevo mi soledad por compañía,
me cuelga la tristeza por los lados
y vas desmenuzándote, alma mía.
Lágrima
Pierdo una lágrima,
placenta sin niño,
mar diminuto.
La lágrima rueda,
gira por un tiempo
sin principio ni fin.
Dentro de la lágrima
una niña mira correr
el agua del cordón de la vereda.
Lágrimas por un vestido
de piqué manchado.
Agua de baño tibio.
Agua de barcos lágrima.
Pérdidas, despedidas, abandono.
Hilo de lágrimas de corazón sin esperanza.
Lágrima celeste
que nubla los ojos
y empaña el alma.
Mujer sin agua vida.
El ciruelo
No estás.
Algo menos que mis ojos
lamentarán cuando no vean.
Vacío irreparable, insospechado.
¿Cuándo fue que me distraje?
Razón única
de transitar este camino.
Referente infalible
de estación en estación
de año en año.
¿Qué sucedió, amigo mudo?
¿Qué te hicieron?
Oriente remoto
flor blanquísima
fronda rojinegra.
La mirada te encontraba
te buscaba el espíritu.
No estaba sola como ahora
en esta esquina desierta.
El jardín de la casa está vacío.
Es un hueco sin luz.
Las pupilas
han perdido su eje.
Quizás alguien quiso
que se vieran las ventanas.
No hay afuera ni adentro.
Los ojos no se inquietarán
por el cambio asombroso
de tu tronco delgado
dilatado en las ramas,
y la copa de nieve
- una semana sola-
como anuncio certero
de cada primavera,
en que el viaje
tenía su motivo
y continuaba siempre,
hasta hoy, por la mañana.
EL TIEMPO
Y no sabía que existía el tiempo,
sólo que la hamaca subía y bajaba
en la plaza de Moldes.
Y no sabía que existía el tiempo,
sólo que los peces saltaban en el frasco
en el camino de regreso a casa.
Y no sabía que existía el tiempo,
sólo que caían las flores del jacarandá
las tardes de final de curso.
Y no sabía que existía el tiempo,
sólo que los jazmines de cabo
blanqueaban las noches de estío.
Y no sabía que existía el tiempo,
sólo que los pollitos rompían el cascarón
y rodeaban después el bebedero.
Y no sabía que existía el tiempo,
sólo que la torta de nueces
abría sus hojitas de azúcar cada año.
Y no sabía que existía el tiempo,
sólo que un día me llenaban los jarrones
con anémonas, claveles y alhelíes.
Y supe que existía el tiempo,
cuando un rayo partió el paraíso
y la leucemia se llevó a mi padre.
Y supe que existía el tiempo
cuando un amanecer de julio
quedé definitivamente huérfana.
Y supe que existía el tiempo
cuando mi disfraz de holandesa
le calzaba a mi hija mayor.
Y supe que existía el tiempo
cuando la universidad recibió
también a las dos más pequeñas.
Y supe que existía el tiempo
cuando acuné a mis nietos
y vi mis ojos en los suyos.
Y supe que existía el tiempo
cuando seis decenas imprevistas
me mostraron su señal en el espejo.
Y sé que existe el tiempo
porque soñé, amé, sufrí, perdí, gané
y sigo buscando la respuesta.
EL ABUELO EZEQUIEL
¿Matarife o peón de cementerio?,
aulló la loba surera.
Y el noble y pulcro gallego
eligió: ¿Muertos?, los animales…
Y le dieron un guardapolvo
y un silbato plateado.
Vigilador nocturno.
E iba como las reses
rumbo al degolladero.
Las monedas contadas
para cada tranvía
y una bolsita
de papel madera
con algún alimento.
Y veía los robos, las luchas,
los abusos y las delaciones.
Él, bondadoso y pródigo,
honorable, severo.
Bajo la luna fría
pasaban bestia y sangre,
y en las rías lejanas
en barcas de papel
versos de Rosalía
se hundían melancólicos.
Cartas de San Martín
y su Diario La Prensa,
el del otro Ezequiel,
y sus niñas,
sus rigores, sus sueños…
La pérdida que enferma
el disgusto que agrava
y la muerte
que le llega temprano
con avisos tristísimos,
y ese diminutivo
que horadaría el alma.
¿Matarife o peón de cementerio?
A él, el de las doce pasas
y los billetes nuevos para cada nietito.
El de la sonería de todos los relojes
El de la puerta abierta
El de la mesa grande
El de las rosas rojas
El de María Madre, mujer, hermana.
Ese tierno Peluco,
de los rizos castaños
y los ojos celestes,
apasionado, puro,
encaneció en un día
y se perdió en la bruma.
Confusa su cabeza
no encontraba su casa.
Una empresa expropiada
Una familia rota
Los amigos ausentes
La memoria vacía
y la nada,
la nada.
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