lunes, 7 de noviembre de 2011

5253.- DANIEL ARIAS


Daniel Arias
Argentina, 1949
Integrante fundador de "EL CIRCULO DE LOS POETAS" desde el año 1970 a 1974 bajo la dirección del poeta A.J. Antonio Muñoz Ramos.

Integrante fundador del taller literario "ALMAFUERTE" junto a los poetas Daniel Cejas y Beatriz Arias desde los años 1974 a 1979.

Ex integrante de los seminarios de poesía dirigidos por la poeta Elizabeth Azcona Cranwell en los años 1981 y 1982.

Coordinador de seminarios de análisis de poética contemporánea junto a los poetas Daniel Cejas, Beatriz Arias y Pablo Froimovich desde los años 1982 a 1984.

Participación en los ciclos : Sociedad de Escritores de la Matanza, Alas del Alma, Ministerio de la Poesía, Casa de la Cultura de Versailles, grupo Utopías, Café Tranway, (esporádicamente) Zapatos Rojos y El Ascensor.

PREMIOS LITERARIOS

1° Mención en el Concurso Nacional de Poesía organizado por "El Circulo de los Poetas" en el año 1972.
FINALISTA de los Concursos de poesía organizado por la revista AMARÚ, coordinado por el escritor Juan C. Giménez en los años 1980 y 1981.
MENCIÓN ESPECIAL en el Certamen Interregional de Poesía y Cuento, coordinado por la Editorial Alfa siendo jurado E. Azcona Cranwell, Oscar Hermes Villordo y Adolfina Mondin, en el año 1986.
2° PREMIO en el 7° Concurso de Poesía y Cuento Urbano coordinado por la Editorial BAOBAB en el año 2002.
PUBLICACIONES REALIZADAS
Ediciones compartidas:

TRUENOS SIN ESPACIO (1971) Colección Bastión Alerta de "El Circulo de los Poetas".
SOLO PENUMBRAS YA (1971) Colección Bastión Alerta de "El Circulo de los Poetas".
SUGESTIÓN VERTICAL (1972) Colección Bastión Alerta de "El Circulo de los Poetas".
EN EL UMBRAL DEL VUELO (1972) Colección Bastión Alerta de "El Circulo de los Poetas".
INTENTOS, ALAS Y ECOS (1973) Colección Bastión Alerta de "El Circulo de los Poetas".
10 ESCALONES (1980) Ediciones AMARU Coordinado por el poeta J.C. Gimenez.
ANTOLOGÍA INTERREGIONAL DE CUENTO Y POESÍA (1986) Editorial ALFA.









Porque los silencios se adueñan de las estaciones
y son morada y cielo,
Porque son las palabras el palacio y el breve sol
que desciende en el espejo de un lago.
Y los brillos,
espiritus de la hora oscura
son tambien habitantes del silencio,
lo inexpresable, lo que no tiene forma,
dimension de vacio y signo,
La palabra, fuerza y clave,
mas que un invisible relampago
o el destello de una realidad eterna,
es el fuego suspendido en el tiempo
de la mente que reza,
y estamos aquí,
de rodillas como reyes destronados
ante la majestad de los altos silencios
de lo nunca nombrado,
voz peregrina de los espititus.
Dejemos en las despedidas
el sonido virtuoso,
la norma de los astros,
el sigilo de la noche que ora
y los inacabables dones,
de las palabras.








Es el tiempo que se estira en mi garganta
y me devuelve las gasas del silencio
el crepúsculo acuchilla en el cielo
un pájaro de fuego
giro en tu nombre y por mis ojos crece
el trapecio violeta de la tarde








Es la hora incierta
de las espumas grises,
es la hora de la proa
que desciende a la garganta del mar,
nadie duerme en este parto
nadie llora sobre la sombra,
la noche siempre regresa
con su vistosa revelación de angel,
le han robado los ojos al mar
se le han ido las manos,
los oídos tiemblan por la borda
de los barcos que esfuman,
su rosa de óxidos y herrumbre,
su compás de vientos
su ronda secreta,
el antiguo canto de los pequeños peces
promete luces bajo el signo.

Detrás del oscuro pedernal y mas abajo,
junto a la espalda del último abismo,
en la soledad oscura
del pequeño hueso,
la despavorida soledad
del sueño en la boca,
mariposa de sal y noche
máscara de silencio,
agua infinita
agua de frío
agua de agua
agua de miedo
agua y espina
miedo en línea,











Estos hombres heredan la tierra
sobre la piel
como el abrazo del cielo
en las tardes blancas.
Estos hombres son invitados
a la ceremonia del azar,
abismados al hechizo de sus ilusiones
elevan la voz de los sueños
cantando alabanzas como ángeles
y en las alturas de la tenue trama
se revela su escasa insinuación
de porvenir.
Esta dura garra del progreso
impone un delgado pasillo de bala
en línea con la sombra,
decreta la medida y la textura,
el acotado temblor de los rezos
y el espacio de los signos.
Estos hombres,
como pájaros celestes, trepan la niebla
por las escalas de cada mañana,
llevan la rosa concluida de la fe
entre los dientes cerrados
y un arco de silencio como escudo.











La noche estiró su silencio de cobre
y la rueda suelta su ronda de sortilegios,
el brazo del dios insomne
penetra en la eternidad como en el río,

pero el niño,
que vuela en su longitud de abrazo
dormirá en el humo
su dispersión de ángel,
sobre la mirada oscura
que nos atraviesa con señales.

Circulos y nubes en expansión, ciudad del dolor,
geometría infinita del fuego
pliegues disueltos en la sangre despierta,
hombres articulados en la luz,
aislados espejos y sus enigmas de profunda extensión,
hombres,
sombras diluidas del viento en tumulto,
esa cálida onda oleosa de la tierra sin surcos,
aquí, todo se sacude junto a las iglesias, los silencios,
las oficinas cerradas y los bordes pulcros de la feria.

Detrás del último signo que roza el instinto,
detrás de las páginas de los libros abiertos,
el inefable contorno de los caminos que trazan
los pájaros en su viaje cuando migran,
en los cielos del sur
como en la fuentes de las montañas,
solitarios,
los infinitamente muertos,
los fugitivos fecundos comienzan su dominio de la noche
y vuelven a cavar el mismo abismo profundo,

donde se precipitan.











La porcelana del mar esta dentro nuestro,
y en la espuma del cielo
con círculos solitarios siempre alejándose.
Es también un castillo con almenas y torres de oro,
una mujer de arena, la rosa de sal
y los naufragios con distintas voces
que estallan en la memoria incesante y rutinaria.
Esa memoria, que tañe como el agua
el clamor infinito, como la permanente roca
hundida y saqueada por las olas incansables,
teje y desteje el pasado y el futuro,
un tiempo y otro tiempo,
viejas piedras ardiendo en cada ribera
de las nubes inciertas que las brumas ocultan.
Nubes que los vientos muerden
en su camino solitario,
llevan remolinos de señales,
ráfagas de luces y sombras escurriendo
en un juego perpetuo
de signos y oración.

Somos el mar,
olvidados dioses cubiertos con un manto de sal,
torrentes de caminos y viajantes,
un campo de batalla, conquistadores
y redimidos, insinuación, conjetura,
acción, demonio y poder.

El mar, tañe la campana del naufragio.











Los hijos del destierro se mueven como el viento,
Es la hora estricta de los anillos de arena
y sus torbellinos de oro.
Las barbas estan huerfanas de todo angel,
murmuran los presentimientos en la ultima casa
hay un desvanecido huesped
que habita la inmensa gravedad.

Las antiguas coronas
Se han estirado en escudos y monedas,
son los amos de la rueda abandonada,
son los que llevan los silencios como himnos
y sus manos se consagran
sobre los bordes suspendidos del desierto.

Dicen que las maldiciones
sobre los pueblos son terribles,
las pequeñas muertes cuelgan de las puertas
y se secan como lienzos,
Las minusculas vidas de arcilla
y su inmenso campo doblegado,
Los sembradores de alabanzas
con sus historias en espirales,
las mascaras de cobre
que adelgazan el horizonte,
son reyes erosionados.
Doblan su rostro y olvidan su voz
en las galerias de la noche.
Hay teologos sumergidos como culpas.

Quiza exista algun dios
con una fuerza nueva de distinta llama
y conceda olvido, camino y cielo,
espacio y maravilla necesitan de angeles.

Y sueños interminables.












No quiero recuerdos.

Son playas sembradas de gaviotas
despojadas de sombra por el cielo,
cruzan puentes y arcos en equilibrio
como senderos de aire.
Hay perfumes de cedro
en las armonias exactas de mi padre,
todavia crecen espejos en dolorosas procesiones
de inacabado mar.

No quiero recuerdos.

Hay montañas como cielos
y tormentas de mantos grises desatados,
los milagros brotan densos como tornados,
acechan, se vuelven cercanos,
se transforman en dioses indiferentes
ondulantes y terribles.

No quiero recuerdos.

Solitarias perlas de dos dimensiones
en algun azul posible,
regresan como tardes calientes,
Veranos disueltos e irreparables
en abiertos infinitos de bronce.
No quiero un espejo fosil
ni otoños detenidos,
el tiempo tintinea como cristal
y la luz de los niños,
Blanca, cegadora, a las dos de la tarde,
se disuelve en los zaguanes.
Prefiero este viento terrible, vertical,
que me cierra el aliento,
la pendiente viva de rio a nube,
el rumbo lluvioso y vulnerable,
el estallido de la hierba fresca
y el vacio incierto del rocio.

Prefiero la mañana,
Rica, iluminada, emancipada y regia.











Creo que la noche
vestida de satén azul
son altos silencios detenidos.

Y estas puertas repetidas y alineadas
son las manos que guardan
los secretos bajo siete sellos.

Creo también en los milagros
con su antigua tenacidad de rio,
ojos extensos donde se deslizan
los días como cisnes.

Creo que los vientos húmedos
también esperan una lenta marea
con su cabellera de adioses perfectos.

Creo en el sueño,
y sus largos puertos amarillos,
en el arrecife de su luz
hay una ciudad doblada,
fundida como un tallo en el agua
cuando amanece.

El mito y las leyendas
son planas sombras consagradas
bajo una luna de tiza,
y los hombres,
planos en su pequeño circo multicolor
perecen bajo un cielo desmedido,
soberbios como reyes.












El encaje de la noche rodea mi cuello con espirales
de una fina angustia de agua.
Como extraños que pasan detrás de las puertas,
mi ojo desvelado viaja entre circulos negros,
altos muros opacos, paredes crecidas
en ilimitados corredores sin puertas.
Esos gritos lacerados de la memoria
que estan de pie y cantan en su carrousel de rostros fijos,
es el algebra exacto de las multitudes
que regresan para poblarme.
La hora liquida se cae sin cesar,
de su boca sin arroyo,
camino de piedra y silencios,
el toque confuso de la penumbra teje los alambres de lo soñado,
Brisa de la soledad en fragmentos
que danza despacio en los rincones,
Fugitiva, ignorada, oblicua,
una catedral humeda elevada en las tinieblas,
un cielo rajado en las pupilas que aguardan el llamado,
La promesa del sol, la gran luz,
el milagro de la mañana.

Soy el ojo insomne,
acaricio el color de los espejismos.









Solo los amantes
oyen el llamado
del dios oculto de la sangre,
solo los que aman
ven al taumaturgo
que aleja al tiempo
y los hace invisibles,
bajo los puentes circulares
se hacen dueños del espacio humano
con sus cabelleras enlazadas
en el nocturno oleaje
de la ternura,
y más allá,
el país del dolor,
y más acá,
la visión profunda
de la lejanía,
en las estaciones secretas
el alto campo de la melancolía,
y sobre las espaldas
como un pájaro
se les ha posado una sombra.
Yo aquí,
sentado como un animal
que observa el ocaso,
intento ahuyentar la despedida.



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