Juan María Jiménez López
Nací en Loja (Granada) en diciembre de 1956.
Estudié Ciencias Empresariales en la Universidad de Granada, y Animación Sociocultural en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Vinculado al periodismo desde 1991, he sido director de Aquí TV, Onda Loja Radio y el periódico El Corto de Loja Información hasta 2009. En la actualidad soy subdirector.
Comencé a escribir poesía a mediados de los años 70, en plena eclosión de un numeroso grupo de jóvenes que necesitan expresar lo que sienten en los últimos años de la dictadura y más tarde en plena transición política. De aquel grupo surgen algunas revistas literarias de confección artesanal y ámbito nacional y ya en 1979 aparece el libro “Trescientos gramos de poesía”, del que fui coautor junto a otros tres amigos, con prólogo de Juan de Loxa, quien a su vez ejerce de presentador de la obra en la Feria del Libro de Granada de ese mismo año. Además Juan de Loxa dedicó a este poemario una de las emisiones del fundamental programa radiofónico (Premio Ondas) “Poesía 70”, a la vez que nos introducía en ambientes y tertulias poéticas en Granada, teniendo la suerte de tratar a la poetisa Elena Martin Vivaldi, considerada por muchos como el nexo entre la Generación del 27 y la posterior poética granadina.
Desde esos inicios hasta ahora, he ofrecido numerosos recitales poéticos, espectáculos poéticos audiovisuales de montaje propio y he publicado mis poemas en diversas revistas literarias.
En el año 2000 quedé finalista del primer Premio Artífice de Poesía, siendo publicados los poemas presentados a concurso en el libro Proemio Uno, editado por el Ayuntamiento de Loja.
Si bien desde 1979 no había publicado rigurosamente mi obra poética, salvo los poemas publicados en Proemio Uno, que forman parte de tres poemarios distintos, en todos estos años se fueron configurando seis breves, pero intensos, libros que no vieron la luz como obra conjunta. Dichos libros se corresponden ahora con los seis apartados que aparecen dispuestos cronológicamente en el libro “Sin orden y con cierto” que se presentó en 2009.
Esta novedad editorial trata de ofrecer una visión panorámica de mi labor literaria desde mis tímidos balbuceos poéticos en el año 1975. Se trata, pues, de una recopilación de 100 poemas escritos entre aquel 1975 y 2005. Treinta años de una vida resumidos en unos versos fundamentalmente autobiográficos, fruto de mi íntima experiencia vital y, por tanto, cargados de referencias personales desde el acusado prisma del dolor, de la pasión o la esperanza/desesperanza, conformando un poemario lleno de aristas, vértigos y pasajes desgarrados, aunque también afloran la sensualidad desmedida, la provocación y el amor desbocado. Poemas que no dejan indiferente al lector.
La poesía es para mí la única posibilidad de ser yo mismo sin cortapisas, sin máscaras ni guión previo, ni sentir la necesidad de justificarme. Es también un ejercicio de exorcismo del dolor que me atenaza en algunas ocasiones, y una profunda inmersión en los sueños y deseos más apasionados y descarnados, en otras. Los poemas son, desde mi punto de vista, fotografías de mis viajes interiores y considero que para poder realizar esos viajes es necesario vivir intensamente, aunque en muchas ocasiones esas incursiones nos lleven a los terrenos más dramáticos y dolorosos, y en otras más a los paisajes humanos más sugerentes.
El primero de los apartados del libro “Sin orden y con cierto” es “De mis otras caligrafías” y se corresponde con los años 1975 a 1979. Son unos poemas espontáneos, frescos y de prospección. En el segundo “Los versos del éxodo” (1980-1986) son más experimentales desde el punto de vista formal. El tercer apartado “Concédeme el tiempo necesarios” (1986-1990) recoge el desastre interior que sobreviene a la muerte de mi joven hermano. Íntimamente ligado con el anterior, “Los favoritos de los dioses” (1991-1995) trata de aportar un poco de razón a la muerte y la distancia, sin conseguirlo. “Síntesis de algebra humana” (1996-2000) en un recorrido geográfico por mi zozobra y mis intentos por salir del naufragio. Finalmente, en “Con y sin urgencia”, (2001-2005) los versos se permiten ya navegar por diferentes aguas existenciales, a veces plácidas, a veces vertiginosas, a veces aventureras, a veces irreconocibles…
La portada del libro es obra de la artista Luz López.
Para la presentación del poemario, celebrada el 26 de junio de 2009 en el Centro de Iniciativas Culturales El Pósito, de Loja, quise huir de la convencionalidad de una lectura poética sin más. Opté por crear un espectáculo lleno de música, imagen, expresión corporal, sombras y, por supuesto poesía. En una secuencia sin interrupciones se iban alternando los poemas leídos por mí a viva voz sobre un lecho musical, con la dramatización de otros a cargo de un grupo de jóvenes que expresaban sus sensaciones a través de enormes sombras chinescas, y unos terceros que ensamblados mediante la palabra, la música y la imagen se iban proyectando en una gran pantalla. Cada ámbito en un lugar diferente de la sala, con lo que se obligaba a los asistentes a tener que modificar su atención visual y sonora constantemente en ángulos de 90 grados. El resultado fue, a decir del público, una experiencia novedosa, atractiva, sugerente y muy emotiva.
Mi blog sinordenyconcierto.blogspot.com recoge la mayor parte de mis poemas, publicaciones, imágenes y poemas grabados (poefonías), además de comentarios y otras secciones.
En la actualidad preparo una nueva publicación a la que aún no he puesto título, pero que recoge los poemas escritos desde 2006 hasta el presente. He participado en el I Premio de Poesía Addison de Witt (2010) y colaboro en el blog Videpoetry, del poeta Agustín Calvo Galán, dedicado a la creación de videopoemas.
Soy miembro de la Red Mundial de Escritores en Español y durante años participé en el grupo poético malagueño Utopía.
En el tiempo que le restan
En el tiempo que le restan
a estas
mis palabras rotas,
las páginas no escritas desaparecen
bajo el desastre de un índice
terminal y ciego.
Un remolino subyace
a la opaca ausencia
de sus indecibles voces:
revela un corazón aquejado,
un latido con fecha de caducidad.
Bypass enrabiado y homicida,
tosco batir que aproxima un tiempo
infinito
de verbos prematuramente epilépticos.
Apelo a la demencia
por preservar
cuatro nombres propios
cuatro señas
cuatro sueños,
mas la huella violácea de los labios
apenas roza el destino
de los aguijones prestos
como besos envenenados.
Herradas las horas que no sucedieron,
el óxido de los abatidos días ensombrece
una especie de humana culpa,
y la línea que asiera
acaba por consumarse
-grave-
en un caótico y fecundo
agujero negro.
En el aire desatado
No es probable
que llegue hasta tí el eco sangrante
de estos encarnizados versos
ni que el otoño que me embebe
decline en luz clara ante el zaguán de tus ojos.
Las páginas boquiabiertas de los días que se fueron
combaten por rendirse a tu paso,
por marcar sobre la tierra seca
la raya previa al contratiempo.
Mas, de puño y letra,
en el viento dejé escrito que te quise
dije, que te quiero,
que rompo la obsesión de los nombres y de las cosas
por amarte sin lenguaje que me oprima
sin doctrina que me acalle.
Que rebato la lógica esteril de los hombres
por ceñirme a la pureza de tu alegato
por conciliar el sueño necesario.
En el aire huérfano de tus besos,
en el aire desatado.
No es probable
que llegue hasta tí el eco sangrante
de estos encarnizados versos
ni que el otoño que me embebe
decline en luz clara ante el zaguán de tus ojos.
Las páginas boquiabiertas de los días que se fueron
combaten por rendirse a tu paso,
por marcar sobre la tierra seca
la raya previa al contratiempo.
Mas, de puño y letra,
en el viento dejé escrito que te quise
dije, que te quiero,
que rompo la obsesión de los nombres y de las cosas
por amarte sin lenguaje que me oprima
sin doctrina que me acalle.
Que rebato la lógica esteril de los hombres
por ceñirme a la pureza de tu alegato
por conciliar el sueño necesario.
En el aire huérfano de tus besos,
en el aire desatado.
Sigo padeciendo de miedo a la muerte
Sigo padeciendo de miedo a la muerte
Sigo anticipando penas y demorando alegrías
Sigo presagiando los días que no llegan
Sigo recalcando palabras para cubrir huecos
Sigo deseando más que olvidando
Sigo recorriendo el mismo viaje de vuelta
Sigo extrañando los besos que se extravían
Sigo soñando en blanco y negro -y en gris casi nunca-
Sigo recuperando el aliento tras la lluvia
Sigo desnudando sentimientos para vestir otros
Sigo en el eterno presente de este instante
Sigo recuperando lágrimas para otros llantos
Sigo descalzándome por descubrir nuevas sendas
Sigo sintiendo vuestra sangre correr por la mía
Sigo amándoos sobre todas las cosas
Sigo viviendo en la misma vida...
Y ha llegado un nuevo año.
Sigo padeciendo de miedo a la muerte
Sigo anticipando penas y demorando alegrías
Sigo presagiando los días que no llegan
Sigo recalcando palabras para cubrir huecos
Sigo deseando más que olvidando
Sigo recorriendo el mismo viaje de vuelta
Sigo extrañando los besos que se extravían
Sigo soñando en blanco y negro -y en gris casi nunca-
Sigo recuperando el aliento tras la lluvia
Sigo desnudando sentimientos para vestir otros
Sigo en el eterno presente de este instante
Sigo recuperando lágrimas para otros llantos
Sigo descalzándome por descubrir nuevas sendas
Sigo sintiendo vuestra sangre correr por la mía
Sigo amándoos sobre todas las cosas
Sigo viviendo en la misma vida...
Y ha llegado un nuevo año.
Primero de uno en uno
Primero de uno en uno,
después presurosamente
en tropel de por medio.
Hoy borré
todos los mensajes de mi correo:
quería re-iniciar una nueva vida.
Ensayé –no obstante-
una especie de epílogo,
por abrazar una despedida
que tal vez nadie extendiera.
Sin saber exactamente a dónde irían
desproveí de respiración a mis palabras
mientras pulsaba la tecla intro
antes de arrepentirme.
Quería impresionar la pantalla,
era al fin y al cabo
una nueva vida,
mi nueva vida,
mas no pasó de ser una pérdida
de tiempo y escritura.
A qué lugar fueron las almas
de las misivas rotas no lo se,
tampoco nadie, tras unos días en blanco
y de silencio,
me preguntó al respecto.
Desconcertado,
me he vuelto a nacer
con el mismo sigilo
con el que no se es nadie,
hasta siete vidas
como los gatos.
Primero de uno en uno,
después presurosamente
en tropel de por medio.
Hoy borré
todos los mensajes de mi correo:
quería re-iniciar una nueva vida.
Ensayé –no obstante-
una especie de epílogo,
por abrazar una despedida
que tal vez nadie extendiera.
Sin saber exactamente a dónde irían
desproveí de respiración a mis palabras
mientras pulsaba la tecla intro
antes de arrepentirme.
Quería impresionar la pantalla,
era al fin y al cabo
una nueva vida,
mi nueva vida,
mas no pasó de ser una pérdida
de tiempo y escritura.
A qué lugar fueron las almas
de las misivas rotas no lo se,
tampoco nadie, tras unos días en blanco
y de silencio,
me preguntó al respecto.
Desconcertado,
me he vuelto a nacer
con el mismo sigilo
con el que no se es nadie,
hasta siete vidas
como los gatos.
Recuerdo
Recuerdo.
Sí, recuerdo lo que fueron un día sueños
y la invención de su existencia,
el pecado original de mis deseos
el olor y la hechura de sus coordenadas
la ilusión del tiempo transcurrido
y su tangible residencia entre mis dedos.
Recuerdo, por ejemplo,
el color de los cuadros del pantalón
que –de un día a otro-
me convertía en hombre ante tus ojos
y de tu cola de caballo.
Aparecen
en mi recuperada memoria
escenas coloreadas
de una película sin título que podría ser mi biografía
o pedazos de la tuya compartida.
No son demasiados por ahora,
lo se,
pero están regresando, poco a poco
tras años de distancia y abandono.
Puedo seguirlos con mis manos,
delicadamente dibujarlos,
contenida la respiración
por miedo a despertarlos,
a que huyan y no vuelvan
ni en esta ni en vida alguna que existiera.
Pero temo
que este feliz reencuentro
sea preludio de otro intervalo más confuso
más oscuro y definitivo,
y digo sólo espera porque la crueldad no acuda
a mis ojos y los vele
cual fotografía que muere a la luz
antes -si quiera-
de ser morada para corazones.
Recuerdo.
Sí, recuerdo lo que fueron un día sueños
y la invención de su existencia,
el pecado original de mis deseos
el olor y la hechura de sus coordenadas
la ilusión del tiempo transcurrido
y su tangible residencia entre mis dedos.
Recuerdo, por ejemplo,
el color de los cuadros del pantalón
que –de un día a otro-
me convertía en hombre ante tus ojos
y de tu cola de caballo.
Aparecen
en mi recuperada memoria
escenas coloreadas
de una película sin título que podría ser mi biografía
o pedazos de la tuya compartida.
No son demasiados por ahora,
lo se,
pero están regresando, poco a poco
tras años de distancia y abandono.
Puedo seguirlos con mis manos,
delicadamente dibujarlos,
contenida la respiración
por miedo a despertarlos,
a que huyan y no vuelvan
ni en esta ni en vida alguna que existiera.
Pero temo
que este feliz reencuentro
sea preludio de otro intervalo más confuso
más oscuro y definitivo,
y digo sólo espera porque la crueldad no acuda
a mis ojos y los vele
cual fotografía que muere a la luz
antes -si quiera-
de ser morada para corazones.
Las gotas caídas
Las gotas caídas
de noche
sobre el tejado
clamaban ruidosamente
la revolución de la luna,
haciendo de la oscuridad escudo
al fuego de zapatillas,
proclamando la independencia
de las sombras (república popular).
Los gatos negros
son gotas caídas
de noche
sobre los tejados.
de noche
sobre el tejado
clamaban ruidosamente
la revolución de la luna,
haciendo de la oscuridad escudo
al fuego de zapatillas,
proclamando la independencia
de las sombras (república popular).
Los gatos negros
son gotas caídas
de noche
sobre los tejados.
Venía de recorrer el límite
Venía de recorrer el límite
-de haber existido-,
de encausar
el último juicio a la manera de los dioses.
Regresaba de traspasar la distancia
que separa la huella indeleble
de la verdad esquiva,
y sobrevino -sin convocarlo-
el primer impacto.
Fue sordo
inevitable y anónimo
como un hola y adiós
en un cruce cualquiera de caminos:
de tono bajo,
mas sucedió certero aunque inaudible.
Breve el asalto,
presuntamente inócuo e indoloro,
no suscitó oposición
ni alzó en almas la resistencia
la tumefacta persistencia de su abrazo.
Fue de todo menos leve y huraño,
y aunque nada presintiera en ese instante
infartó las cuerdas esenciales de mi existencia:
pobre rudimento humano
del que pende la maquinaria de mis razones
y mis desvelos.
Lo hubiera preferido aurora y no ocaso,
pero no se elige destino
estación de partida, hora o itinerario,
apenas un salvoconducto y un escueto equipaje
para tan largo aunque efímero tránsito.
Fue
-digo-
de afuera hacia dentro
-¿o tergiversé quizás dirección y sentimiento?-
en cualquier caso opaco, profundo
y definitivo al fin,
tanto como taimado.
Ni un sollozo
ni un gemido ni un quiebro: silencio
grave.
Y después otra dentellada y ya una lágrima
y otro golpe y ya el daño
y la herida sucediéndose al zarpazo
y desencajado el gesto
y uno más en los rostros del recuerdo
y aún en la identidad de los sueños
y la mueca desdoblada por el rayo
y mortífera la acerada caricia de sus manos
y más llanto y menos esperanza
y menos aliento y más ausencia
y un envilecido nuevo ataque por certificar la nada
y el desprecio por la vida –mi vida-
y un hálito apenas en mi garganta abrasada por su fuego
y el frío, gélido, coagulado venas adentro
y un silbido siniestro y plano
tras un corazón abatido por un morse sanguinario.
Venía de recorrer el límite
-de haber existido-,
de encausar
el último juicio a la manera de los dioses.
Regresaba de traspasar la distancia
que separa la huella indeleble
de la verdad esquiva,
y sobrevino -sin convocarlo-
el primer impacto.
Fue sordo
inevitable y anónimo
como un hola y adiós
en un cruce cualquiera de caminos:
de tono bajo,
mas sucedió certero aunque inaudible.
Breve el asalto,
presuntamente inócuo e indoloro,
no suscitó oposición
ni alzó en almas la resistencia
la tumefacta persistencia de su abrazo.
Fue de todo menos leve y huraño,
y aunque nada presintiera en ese instante
infartó las cuerdas esenciales de mi existencia:
pobre rudimento humano
del que pende la maquinaria de mis razones
y mis desvelos.
Lo hubiera preferido aurora y no ocaso,
pero no se elige destino
estación de partida, hora o itinerario,
apenas un salvoconducto y un escueto equipaje
para tan largo aunque efímero tránsito.
Fue
-digo-
de afuera hacia dentro
-¿o tergiversé quizás dirección y sentimiento?-
en cualquier caso opaco, profundo
y definitivo al fin,
tanto como taimado.
Ni un sollozo
ni un gemido ni un quiebro: silencio
grave.
Y después otra dentellada y ya una lágrima
y otro golpe y ya el daño
y la herida sucediéndose al zarpazo
y desencajado el gesto
y uno más en los rostros del recuerdo
y aún en la identidad de los sueños
y la mueca desdoblada por el rayo
y mortífera la acerada caricia de sus manos
y más llanto y menos esperanza
y menos aliento y más ausencia
y un envilecido nuevo ataque por certificar la nada
y el desprecio por la vida –mi vida-
y un hálito apenas en mi garganta abrasada por su fuego
y el frío, gélido, coagulado venas adentro
y un silbido siniestro y plano
tras un corazón abatido por un morse sanguinario.
Afuera
Afuera:
El aire y nada.
Solo de todo.
Ni la frecuencia que reclama el espacio
entre las ondas de los besos que no nacen
o el socorro de los perdidos.
Ni un malherido pensamiento
que perturbe esa cruenta paz de silencio
y conspiraciones imposibles.
Ni un lanzacorazones que inflame
la resistencia de tanta parálisis obcecada
o el delirio exangüe de las sombras.
Afuera:
Nada y aire.
Todo de solo.
Ni un paso perdido o por arrancar
a ninguna parte
ni que de allí provenga.
Ni un muelle al que amarrar sueños
o instigados desvelos
por desguarecer tanta calma.
Ni el murmullo de un roce
a flor de piel
o epidermis adentro.
Afuera:
Un cataclismo inagotable
para cuanto fue
y un vacío insaciable para cuanto es.
Y yo.
Afuera:
El aire y nada.
Solo de todo.
Ni la frecuencia que reclama el espacio
entre las ondas de los besos que no nacen
o el socorro de los perdidos.
Ni un malherido pensamiento
que perturbe esa cruenta paz de silencio
y conspiraciones imposibles.
Ni un lanzacorazones que inflame
la resistencia de tanta parálisis obcecada
o el delirio exangüe de las sombras.
Afuera:
Nada y aire.
Todo de solo.
Ni un paso perdido o por arrancar
a ninguna parte
ni que de allí provenga.
Ni un muelle al que amarrar sueños
o instigados desvelos
por desguarecer tanta calma.
Ni el murmullo de un roce
a flor de piel
o epidermis adentro.
Afuera:
Un cataclismo inagotable
para cuanto fue
y un vacío insaciable para cuanto es.
Y yo.
Andante ma non troppo
Una pupila
Una puerta
Una mano
Una ventana
Un horizonte
Un camino
Una brisa
Un refugio
Una mirada
Un hombro
Una estrella
Un asombro
Una nube
Un abrazo
Un paisaje
Un beso
Una imagen
Un espejo
Un suspiro
Una silla
Un vuelo
Un océano
Una sonrisa
Una brizna
Un respiro
Una luz
Un paseo
Un corazón
Una silueta
Un guiño
Un quiero
Un quiero
Un quiero
Lo que espero
Lo que no está
Lo que no encuentro
Lo que se fue
Lo que no llega
Lo que se esconde
Lo que languidece
Lo que resiste
Lo que no alcanzo
Lo que no respira
Lo que no se mueve
Lo que no transfiere
Lo que se desvanece
Lo que no palpita
Lo que no siento
Lo que no veo
Lo que no veo
Lo que no veo
La desazón desatada
La tarde que declina
La desdicha que se crece
La oscuridad cercana
La mentira innecesaria
La despedida recelosa
La encrucijada tardía
La negación despiadada
La impotencia severa
La herida persistente
La sinrazón preclara
La desesperanza eterna
La ausencia inmerecida
La aflicción inevitable
La lluvia inerte
La espalda muda
La muralla gangrenada
La sospecha injuriosa
La ceguera
La ceguera
La ceguera
Y el silencio
Y el silencio.
Silencio.
Una pupila
Una puerta
Una mano
Una ventana
Un horizonte
Un camino
Una brisa
Un refugio
Una mirada
Un hombro
Una estrella
Un asombro
Una nube
Un abrazo
Un paisaje
Un beso
Una imagen
Un espejo
Un suspiro
Una silla
Un vuelo
Un océano
Una sonrisa
Una brizna
Un respiro
Una luz
Un paseo
Un corazón
Una silueta
Un guiño
Un quiero
Un quiero
Un quiero
Lo que espero
Lo que no está
Lo que no encuentro
Lo que se fue
Lo que no llega
Lo que se esconde
Lo que languidece
Lo que resiste
Lo que no alcanzo
Lo que no respira
Lo que no se mueve
Lo que no transfiere
Lo que se desvanece
Lo que no palpita
Lo que no siento
Lo que no veo
Lo que no veo
Lo que no veo
La desazón desatada
La tarde que declina
La desdicha que se crece
La oscuridad cercana
La mentira innecesaria
La despedida recelosa
La encrucijada tardía
La negación despiadada
La impotencia severa
La herida persistente
La sinrazón preclara
La desesperanza eterna
La ausencia inmerecida
La aflicción inevitable
La lluvia inerte
La espalda muda
La muralla gangrenada
La sospecha injuriosa
La ceguera
La ceguera
La ceguera
Y el silencio
Y el silencio.
Silencio.
Nochebuena
Diciembre:
un año más
lloré la muerte de mi hermano,
reescribí un poema
siempre insuficiente
e innecesario
y, desolado,
me masturbé
con el recuerdo
de una mujer cualquiera.
Septiembre acuchilla
Septiembre siempre vuelve
(Marisa Peña)
Septiembre acuchilla
como el tajo milimétrico y preciso
de una navaja pendenciera,
blanco o negro, silenciosa
y secuaz alevosía. Sin más verdad
o sí
que una sóla
o no
de entre las dos sendas,
las dos fauces que se abren al filo del acero.
Septiembre es un precipicio
con dos laderas infinitas,
una a cada lado de la cima
a cada lado de la duda:
raramente asoma el rumor
del fondo de piedras que lo sustentan.
Por una de sus pendientes regresamos
a un estío que necesariamente se nos escapa,
por la otra nos precipitamos a la verticalidad otoñal
del tiempo que nos resta y no retorna.
Septiembre es un cortafuegos pasajero
en el incendio inextinguible de nuestros días.
Diciembre:
un año más
lloré la muerte de mi hermano,
reescribí un poema
siempre insuficiente
e innecesario
y, desolado,
me masturbé
con el recuerdo
de una mujer cualquiera.
Septiembre acuchilla
Septiembre siempre vuelve
(Marisa Peña)
Septiembre acuchilla
como el tajo milimétrico y preciso
de una navaja pendenciera,
blanco o negro, silenciosa
y secuaz alevosía. Sin más verdad
o sí
que una sóla
o no
de entre las dos sendas,
las dos fauces que se abren al filo del acero.
Septiembre es un precipicio
con dos laderas infinitas,
una a cada lado de la cima
a cada lado de la duda:
raramente asoma el rumor
del fondo de piedras que lo sustentan.
Por una de sus pendientes regresamos
a un estío que necesariamente se nos escapa,
por la otra nos precipitamos a la verticalidad otoñal
del tiempo que nos resta y no retorna.
Septiembre es un cortafuegos pasajero
en el incendio inextinguible de nuestros días.
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