Pedro Serrano. Poeta mexicano nacido en Montreal (Canadá) en 1957. Estudió Letras Hispánicas en México y Letras Inglesas en Londres. Ha dado clases en la Universidad de México y en la Universidad de Barcelona. Ha hecho crítica cultural, literaria y de danza. Es miembro fundador de la revista Fractal y participa en la redacción de L’étrangère.
Ha publicado los siguientes libros de poemas: El miedo (El Tucán de Virginia, México, 1986), Ignorancia (El Equilibrista, México, 1994), Tres poemas (Pequeña Venecia, Caracas, 2000), Turba (Ediciones Sin Nombre, México, 2005), Desplazamientos (Candaya, Barcelona, 2007) y Nueces (Trilce Ediciones, México, 2009).
La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas, que hizo con Carlos López Beltrán, fue publicada por Trilce en 2000. Asimismo ha traducido al poeta irlandés Matthew Sweeney, No arroje piedras a este letrero (Trilce, 2001) y El rey Juan de William Shakespeare (Norma Ediciones, 2001). La ópera Les marimbas del exil/El Norte en Veracruz con libreto suyo y música de Luc LeMasne se estrenó en Besançon y París en enero de 2000 y en abril del mismo año en la ciudad de México.
Plan de Tlalcapatla
Un jacal en que entráramos,
techado de niños,
carbón al viento o basurillas
en los pajares del maizal.
En medio las vacas,
a la partida de los peones,
sin hibernación ni guarida,
olisqueando huellas humanas,
ruido sólo nosotros.
En los escombros,
un camioncito sin ruedas,
mechas de palma,
un bule roto y tres piedras tiznadas
en señal del hogar.
Sobras de trashumancia,
después de la siembra,
al cabo de la pizca.
El Plan ahora un mar dorado
en que nos calentamos
como mazorcas al sol
cuaresmal.
Sa Tuna
Hacia sí misma la cala se recoge,
lanza luces desde la coda del invierno,
varas en inquieto abandono.
Entre la madera turbia y las barcas
gira un aire de aceite crudo,
de luz desmantelada.
Sonreímos y nos abrazamos.
Caminamos entre mesas y gente
en el hervidero y el pescado.
Eso que fuimos.
Hoy la terraza es un garaje abierto
sin nada más que nosotros
y una bicicleta roja recargada en el muro.
El año que llega
Como una plancha de plata bulle el día,
un pescado en la sartén del amanecer,
crepitando entre el frío y el calor,
con la marea naranja del sol
inundando los mástiles de árboles
blanqueando el horno del paisaje.
Un aceite de niebla lame las varas de romero,
los aros de cebolla chisporroteando,
la hojarasquería que ruge
hacia su consumación.
No es hambre lo que bulle en las tripas
de esta olla de invierno,
sino la proyección de caldos continuos,
la carne blanca y las espinas y huesos,
el halo plateado de las hojas,
el paisaje en que estamos.
No es hambre lo que nos trae aquí,
sino el vaho común que se concentra,
su producción en todo.
El año que viene
Ha caído una nevisca, no la esperaba.
Todavía oscuro, creí que llovía, que
lo que golpeaba en el techo translúcido
era la lluvia,
y pensé en el día gris que venía.
De repente vi la pureza blanca,
el asomo a una paz, lo quieto del jardín
cubierto por una pelusa,
una gasa de blancura entredejando manchones verdes,
desde la cocina,
en pendiente hacia arriba, hacia la calle
entre las ramas ahora peladas,
desde el oscuridero.
En el césped queda el trazo fino del venado,
que hace cuna en la película de nieve,
su huella al descubierto.
Lo blanco es una ligereza.
Atrás, una capa de cuentas desparramadas
en la terraza de cristal. Me asomo.
No se puede pisar sin que suene.
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