lunes, 4 de julio de 2011

4270.- JOSÉ ÁNGEL GARCÍA


JOSÉ ÁNGEL GARCÍA

Nacido en Madrid en 1948 pero afincado en Cuenca desde el verano de 1974, José Ángel García ha aunado la práctica profesional del periodismo (sobre todo en la información radiofónica en RNE en Cuenca, pero también como corresponsal o colaborador en publicaciones de prensa escrita como el diario “Ya”, “El Banzo, “Diario de Cuenca”, “Crónicas de Cuenca”, “Ritmo” “Olcades” o “Encultura” o como comentarista de libros en “Tele Cuenca”) con una extensa trayectoria literaria mayoritariamente expresada en el campo de la poesía con títulos como “Cuatro cosas de mi gato y otras más” (1977), “Cuenca como un largo trago de ansias compartido” (1977), “Cómico en faena en lona de palabras” (1982), “Borrador de tránsitos” (1994), “Ritmos de luz y sombra” (1996), “El día que todas las mujeres del mundo me desearon” (2000), “Poemas para un jardín” (2003), “Sólo pájaros en vuelo” (2004), "Itinerarios" (2008),“Llámalo viaje” (2009) o “Plan de vuelo” (2009)

WEB: http://www.joseangelgarcia.es/




El día en que todas
las mujeres del mundo
me desearon


José Ángel García


- I -

El día que todas las mujeres del mundo me desearon
estaba de vacaciones; no pudieron encontrarme.
El día que todas las mujeres del mundo ansiaron mi presencia
y a casa por teléfono, por fax o por la red
llamaron en busca de una cita
tan sólo por respuesta hallaron el eco de su anhelo..
El día que todas las mujeres del mundo (todas menos una)
con pasión total reclamaron a coro mi presencia,
ese día – ese día justo – andaba yo ausente de
mi habitual domiciliada angustia y
no les pude siquiera decir no, lo siento, de verdad, no puedo ...
no, gracias, lástima, otra vez será ...

El día que todas las mujeres, en común pulsión,
me codiciaron
paladeábamos - ¿te acuerdas? – a sorbos breves nuestro
fugaz encuentro
(fine old scotch whisky)
en la pequeña, minúscula terraza de aquel café
- tu, yo y nadie –
en el Quartier Latin de un París condenadamente nuestro.

Fue justo entonces, en ese preciso momento,
cuando los pequeños locos de media mañana,
los tímidos gnomos callejeros,
salieron, sigilosos, de sus más ocultos escondrijos,
brincaron de la acera a la calzada y,
rompiendo sus horarios,
asaltaron sentimientos, desconectaron lutos, apalabraron besos
y superando el rítmico resuello de todas las rutinas
sembraron de esperanzas las adustas esquinas de las calles
destapando pomos de menta y regocijo detrás de cada verja,
a flor de cada seto.
Serios y grotescos, cual solemnes guardias cojos,
narraban los mirlos sus historias
cualquier encrucijada aprovechando.

Todo ocurrió – ocurría – un segundo antes, un instante después
del comienzo.
Todo tenía, al tiempo, lugar y no lugar y, casi sin saberlo,
se nos iba olvidando que estaba sucediendo.

(Fue – era - eso sí, cuando aún nadie
nos había descubierto)



- II -

El día que todas las palabras del mundo me desearon
había salido a dar una vuelta (estaba algo confuso).
El día que todas las palabras del mundo ansiaron que,
siquiera una vez, las empleara
y a casa por teléfono, por fax o por la red giraron su propuesta
tan sólo por respuesta hallaron el eco de su ansia.
El día que todas las palabras del mundo (todas menos dos)
con pasión total a coro reclamaron mi presencia,
ese día, ese preciso día, andaba ausente de mi habitual
domiciliada tarea y
no les pude decir siquiera no, lo siento, de momento ..,
no, en fin, quizá otra vez.
El día que todas las palabras del mundo, en global anhelo,
me ansiaron,
paladeábamos - ¿te acuerdas? – a sorbos suaves un nuevo encuentro,
(bitter, exceptional bottled ale)
en la pequeña, minúscula terraza de aquel café
- tu, yo y nadie -
junto al Támesis, en pleno corazón de un Londres
condenadamente nuestro.
Fue justo entonces, en ese preciso momento,
cuando los pequeños silencios a media frase,
transformándose en glosas tímidas de lo nunca dicho,
salieron sigilosos de sus más ocultos escondrijos y,
cediendo su tiempo a los vocablos, los dejaron que
brincaran de la estrofa al estribillo y rompiendo cesuras
asaltaran acrósticos, olvidaran normas, ajustaran trovas
para, tras superar el rítmico resuello de todas las rutinas,
sembrar de licencias las adustas medidas de los metros
destapando en juego, detrás de cada cancionero,
el ansia de volar de cada verso.
Serios y grotescos, cual solemnes guardias cojos,
dictaban viejos vates sus poéticas
cualquier nimia ocasión aprovechando.

Todo ocurrió – ocurría – un fonema antes, una locución después
del entreacto.
Todo tenía, al tiempo, lugar y no lugar y, casi sin saberlo,
se nos iba olvidando que estaba sucediendo.

(Fue – era – eso sí, cuando estábamos de nuevo
jugando a descubrirnos)


- III -

El día que, de nuevo, todas las mujeres del mundo
me desearon,
no estábamos en casa.
El día que, de nuevo, todas las mujeres del mundo
ansiaron mi presencia
y a mi domicilio por teléfono, por fax o por la red
su petición de cita me cursaron
tan sólo por respuesta hallaron el eco de su ansia.
El día que de nuevo todas las mujeres del mundo
(todas menos tú)
con pasión total a coro reclamaron mi presencia,
ese día, ese día justo en que otra vez
todas las mujeres del mundo, en común pulsión, me codiciaron
estábamos - ¿te acuerdas? – paladeando
a sorbos lentos nuestro renovado encuentro
(porto fine ruby)
en la pequeña, minúscula terraza de aquel café
- tú, yo y nadie -
en pleno Chiado de una Lisboa condenadamente nuestra.


Fue justo entonces, en ese preciso momento,
cuando a la caricia del aire en la mañana
y al abrazo del sol en los aleros
tornaron los duendes más urbanos
a abandonar sus viejos escondrijos
y brincando de la acera a la calzada,
rompiendo de nuevo sus horarios,
asaltaron sentimientos, desconectaron lutos, apalabraron besos
para, tras superar el rítmico resuello de todas las rutinas
sembrar de esperanzas las adustas esquinas de la historia
destapando pomos de menta y de futuro detrás de cada azar,
a flor de cada sueño.
Huidizas y parleras las gaviotas
chillaban en lo alto sus noticias
cualquier vuelo rasante aprovechando.

Todo ocurrió – ocurría – un segundo antes, un instante después
del último momento.
Todo tenía, al tiempo, lugar y no lugar y, casi sin saberlo,
se nos iba olvidando que estaba sucediendo.

(Fue – era – eso sí, cuando ya ambos nos habíamos al fin
hallado, descubierto)







HAY EN MADRID un bar pequeño
(no te voy a decir dónde)
entre cuyos gastados espejos cobran cuerpo
las sombras de mil sueños extraviados.
A un lado de la barra, entre baldas polvorientas,
muere el tiempo y
en el otro,
transitan agrios en los ojos sin vida de los parroquianos
los tristes trenes del
no puedo.
Mientras tanto, fuera, la nada, borracha,
se desangra en nieblas, innúmera de esquinas.
No te diré las veces mas es cierto,
en más de una ocasión allí
he estado.








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