sábado, 4 de junio de 2011

4084.- RAMÓN PALOMARES


Ramón Palomares ( Escuque, Venezuela, 1935) Uno de las grandes poetas actuales en lengua castellana. Maestro y especialista en lenguas clásicas. Personaje central del grupo Sardio y de El techo de la ballena, expresión de la vanguardia poética en su país. Libros de poemas: El reino, 1958; Paisano, 1964; Honras fúnebres, 1965; Santiago de León de Caracas, 1967; El vientecito suave del amanecer con los primeros aromas, 1969; Adiós Escuque (Poemas 1968-1974); Elegía 1830, 1980; El viento y la piedra, 1984; Mérida, elogio de sus ríos, 1985; Poesía (Antología), 1985; Alegres provincias, 1988; Lobos y halcones, 1997. Más recientemente Casa de las Américas editó su antología En el reino de Escuque, 2006. Ha obtenido diversos reconocimientos, entre ellos, el Premio Nacional de Literatura, en 1974 y el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, 2006.



SALUDOS

Saludos, precioso pájaro.
Y no abandones el oro de las plumas
entre aquellas nubes
ni pierdas el canto en el dominio de los truenos.
No sea que pases del cielo
y quedes preso en los astros.

De viajes, cuánto se ha perdido,
cuánta ola estrellada en el acantilado,
mientras tus alas
robaban fulgores al poderoso perro del cielo.
Y cuánto de lluvias,
de verano, de hierba roja
por la implacable estación.
O de gris, nieblas y continuado fantasma
frente al joven enamorado de barcos.
Los vecinos perdidos,
el llanto de amigos
que he visto secar en paños
por olvidos e irremediable paso.
Ni qué decir de la muchacha
cuyo pecho hasta ayer fuera tan liso
y que luego se ha visto
como exquisito racimo.

Saludos.
Pero, amigo de viajes,
¿cómo poder contar las pérdidas,
ventas que se han hecho,
nuevas adquisiciones?
Y si la modesta familia
vende las posesiones de provincia
y compra apartamentos confortables,
¿no hemos vendido al corazón
y una y otra vez
cambiado los pareceres de conciencia
para entender mejor las noticias a la semana?
Y mientras tú por el pasado año
te entregabas a los aromosos cielos del norte,
aquí las muertes y los nacimientos
cambiaban las cuerdas del buque
y hacían trastabillar al viejo.
Y mientras robabas a ese perro
los bellos fulgores,
el oro para majestad en tus alas,
los cambios de ciudad,
las venidas al amor,
los cantos de una ilusionada nube
que nos ahogara en deseos
pintaban nuevas y extrañas figuras
en la quilla del buque.

Y entretanto no había más
que el incesante brillo
y el incesante batir de esas alas
sobre espumas y ciudades,
sobre campiñas y lejanas praderas;
más allá de las torres establecidas por la
caída de la noche.
No había más que esos ojos absortos,
fijos hacia el norte o el sur,
la cola firme,
a manera de timón,
y el impulso
y la ruta que algún hilo indicaba.

Y el cielo, y los aromas
de flores muertas o recién abiertas
y los aires cambiantes.

Y nada más había para ti,
amigo de viajes;
las idas, los regresos
encontraban esas pupilas
quietas, serenas, tendidas
en medio a las carreras que el cielo juega.

Saludos.
Apenas para ti hay tiempo de cantar
en el delicioso jardín
y sacudir en el estanque las alas
allí donde el viento no ha podido vencer.






EL NADADOR

Seas bello, joven nadador,
levantado sobre las aguas,
ajustadas tus piernas y cada brazo al muslo.
Bello como el mástil que alcemos al día soñado.

Ni tus cabellos sean irrespetados por el viento
ni tus labios tiemblen.
Más bien parezcas al sol,
divino en su postura, y, desnudo,
seas como rosa amanecida hoy para la aventura mortal.

Sólo un pájaro distinto
descendiente del más alto ramo del cielo
sea igual a tu cuerpo
en la maravilla del salto.
Al desafío de los aires
penetras sus dominios
y en la caída silbas tu cuerpo.
Ni una rápida estrella
igualaría esa delicadeza:
el arco mágico de tu pecho
que se abalanza al agua desconocida.

Seas impuesto sobre los voraces
y la gran injuria de la espuma
errante, sabia de otros odios,
no llegue a tu boca
ni entre a tu garganta como el leopardo de muertes.

Pase un navío cerca de ti,
bella sus velas, altos sus mástiles,
con aves en derredor.
Y te sea descendida una embarcación de descanso.

Caiga del cielo un ramo salvador
y asido al fulgor de sus hojas
abraces el día siguiente.

O más bien te sea otorgada una isla
toda llena de la flor pasionaria.

Seas salvado, joven nadador,
hoy allí, frente a la casa del cielo.
Lejos sólo una llama, débil palma
preciada como salvación.

Las aguas caídas en los años pasados
no desconozcan al joven nadador
ni dejen de tejer sus paños en el día triste.
Y traiga el encanto dorados caballos
y el cielo de aquella ciudad
donde el invierno llora.
Baste para él el amor,
igual que antes bastara la margarita
para sus elevados misterios.
Y brille siempre el aire sobre él
y una luz sea sobre su cabeza.

Recuérdase para el joven nadador
los altos árboles
en los montes esbeltos y soberbios
a la hora de la muerte y la huida de aves celestes.

Quien fuera sueño de los días,
oro a los ríos,
recordador del sol;
bien va sobre las aguas
a terminar su corazón en los temibles hielos,
la garza helada de las alturas.

No bastan los ejercicios de esta adorada ribera,
se escuchan por el monte los terribles lobos.
No basta la contemplación:
Perseguidos, como la flor astromelia
igualmente asesinada.

Y en tiempos ya ajenos a la memoria
un resplandor devora su casa.
Aparece en su corazón un ramo,
una fragante maceta de lirios,
un apasionado y rebelde astro.

Un ave larga y radiante
pasa sobre los ojos para el efecto de maravillas:
Un reino para ti,
joven, bello nadador,
para holganza de tus miembros.
Y esta extraña mansión alza sus tigres a las estaciones,
a las lenguas del astro.
Sean entonces los sueños arrancados al cielo
por un joven que abre sus brazos al agua desconocida,
ajeno a toda perfidia.
A pesar de la luz maldita,
la perdición de estas hojas que bailan las nubes,
las furiosas bestias habitantes del corazón.
Aparezcas no comido por el vestido cruel,
no atrapado en redes, la traición
y la humillación de los rangos altos.

Seas el limpio, dulce paño de las noches,
y aparezcas, joven, bello nadador,
arriba del milagroso altar,
igual que la estela invitadora al bien.
Seas llevado por los días,
el mar, gran atormentador de los navíos solitarios,
el agua armada,
puro de orfandad, sano sobre los peligros.
Vayas siempre asido al cielo
sobre las brisas y altos fuegos de tormento.
Digno amparado de la luz,
joven, bello nadador,
hoy y para siempre colocado más alto que esta flor limpia
salida de tu boca a los terribles,
locos, voraces cielos
a que se enfrenta el corazón.








PALABRAS DEL ACTOR

Te inicias en los jardines de escena bajo máscara secundaria,
en tanto los actores principales se acribillan
y la primera actriz rueda en las falsas sangres del amor.

Te inicias vestido con traje pálido, preferible al principiante,
y de escarlata en sus ropajes y modos
los que están en el vértigo mayor.

Los primeros días serán perdidos a la acción.
Entonces hay que dedicarse a conocer la magia del ademán
y los grandes azares corridos en la tragedia
para conmover a los públicos;
así como los lugares donde colocarse en lo futuro
al errar de la fama en los labios de un papel importante.

Ocurre lo mismo con los colores y cielos
y la sapiencia de modulaciones
según los festones del techo raso sean grises trágicos
o raso del porvenir.

Conocerás que la compañía está regida por fuerzas
ajenas al actor, y que después la temporada
pasará a otras variedades, en tanto los astros
cargan en sus estaciones las llamas del teatro.

Y de la rosa pálida caeremos al sangrante girasol
y estaremos envueltos en los dorados mantones de amor;
y hénos aquí: galantes y apasionados
distrayendo el corazón de la jovencita
o los lechos de la esposa olvidada
vestidos con el esmero rojo del celo
o cantando en las ventanas ilusas, al castillo de la amante;
y ardemos así en falsas llamas
apenas brillantes para una clase de espectador
no enterada en tales asuntos.
Mas, ¿no es cierto que aquí entramos a los fogosos besos del
{trágico
con un pie en el ridículo y otro en las plazas gloriosas?
Comenzarías una edad prestigiosa después del amor
tras abandonar algunas galas sentimentales
y vestirte al modo cínico del payaso
que atiende más a los lados frívolos
realzado ante las vistas por el color estallante.

Y en tanto cruzamos por el burbujante jardín dado a deseos
{y placer
y rosas salvajes y el animal lanzado a carreras desenfrenadas.
¿No has sentido cómo un día, cuando no lo esperabas
salta la flor distinta y planta en la alegría
el color melancólico de la violeta,
cierta nota de ausencia
que distrae los vicios y llama una desventaja a la risa?

Y después, disfrazados de hastío erraremos en los carnavales
y amoríos de jóvenes
como los señores de conversación, sentados al margen
o más bien adentrados en plan de consejeros.
Así te verías en las nubes tediosas del espectáculo
cuando comienza el fastidio de los repetidos papeles
de príncipe y bufón y caballero pródigo.
Pues el viento de hastío cruza las elegantes salas
en tanto uno pasa hacia lados opuestos
entre lucientes ropajes y la gala de falsas joyas
encarcelados en la verdeoscura decoración
llena de ilusas fuentes o cisnes de ocio, cerca de aves
{imaginarias,
¿Y qué resta después sino un giro trágico y violento,
la representación paternal del sacrificio
en un día cuando los públicos estén menos conmovibles
y sea necesario lanzarles un lirio negro sobre el rostro
y entonar la canción ridícula del suicida?

Y luego caerás con la máscara a sus pies
semejante a un anuncio celeste.








LAS COMEDIAS Y LOS DÍAS

Todos los colores son trágicos
desde la barba púrpura que señala los días de sol
hasta el azul, denotador de los mares
y que es más amable a los públicos.

No se representa en diciembre con trajes amarillos
ni se hace ostentación
más bien cúbrese con violetas y tulipanes la voz del actor
y de uno a otro lado hay telas vaporosas
semejantes al llanto.

No pondrías a diciembre en los límites de abril
y mayo sería incompatible con octubre
de estas maneras cada época alumbra en los soles del mes
sus propias flores
y conoces que aquella que se jacta de su olor y brillos en junio
no tendría iguales condiciones por noviembre,
asimismo los vientos emplean otras banderas de color
en sus mariposas y aves.

Lo propio sucede entonces con las damas
y observarás que los incitantes escotes
no están irremediablemente bajo la rosa Reina de las Nieves
o consagrados a la orquídea de melancolías,
pues a otra ocasión
fulge bajo el astro rojo de sus suertes
la aguamarina familiar a Capricornio
o estalla en la piel suave y blanca del cuello la dalia del sol.
Correspondiendo a estos motivos cruzamos por los ojos del público
en poses apropiadas
y a ejemplo de ello caeremos de rodillas en octubre
ante las tumbas ilusas;
cuando el aire celebra los fieles difuntos.

A cambio de ello haremos una rama de fuego en las juventudes
de febrero
bailando el lujoso tambor tocado por las demencias
hasta caer como insectos impuros sobre los sexos
y los vestidos rotos de cada uno en la parte de las piernas.

Celebramos alegres nupcias en abril
adorando la margarita
sumidos en sueños, con niebla mágica de amores y viajes
y allí, acostados con la damisela del lecho
llegamos al momento de oro
cuando la compañía, inclusive la muchacha trágica,
tiene los ojos menos preparados a la circunstancia dolorosa.

Y el público nos aplaudirá delirante
junto a las mujeres vestidas de tela liviana
y con sus encantos más a la vista
bajo el hechizo de lilas.

Después seré la andanza por campos de julio y del agosto
que ya pesan al calor de más de un incendio
en los cabellos de las jovencitas.
Y allí la presentación de una pieza frívola
para caballeros y damas de edad
iniciados en prácticas amorosas de mayor audacia
y, desde luego, menos escrupulosos en sus manejos.

Entonces no habrá otro color que el del alhelí
bajo el cual asoman las damas sus manos
lujosas por la joya.
Y allí desearemos prolongar la comedia
porque en octubre la moda dicta muertes de violencia
mezcla de azules de tempestad y el vino de obispos
hasta llegar al color cardenalicio
semejante a los vientos oscuros sobre el tejado
y las ruinas de casa en las efervescencias del incendio.
Y aquí es donde arrastraremos
para sorpresa de la amable charla de las meriendas,
en medio a la bebida,
arrastraremos ante los asistentes
un joven apuñalado por celos,
y los esposos suicidas y las mujeres crueles
asustadas en el desastre de sus amores.

Y nos llevaremos la mano al pecho
y cruzaremos el teatro de uno a otro ángulo
con exclamaciones sorprendidas
para desmayarnos poco después, en el más alto clima del juego.
Y por último un tulipán negro es la señal representación
y nos verías de riguroso luto
o bien cerrados de blanco,
y los presentes, acongojados en sus sitios,
temerosos de la próxima ocurrencia,
pendientes de la tragedia donde todos los actores están condenados;
y observarás que la mujer
oculta su cuello con lirios
y el techo está gris, matizado
por rojos y negros en sitios convenientes.

Entonces alguien da la alarma
y todos, irremediablemente perdidos,
caemos como extraños astros en el abismo.








MÁSCARAS

He aquí que existimos en el límite de la mentira
que nuestra vida es impalpable
que estas personas representadas pertenecen
a un dueño de otro orden.

Cumplimos cabalmente en escena
ante el gran público. Así recreamos bajo los astros
y acudimos a una cita en los vientos
saliendo al paso de nuestras fiestas.

Nuestro corazón está prestado a otros personajes,
murmuramos un sueño y nuestros labios no son responsables,
somos bellos o nobles según las circunstancias.
Nos asalta un delirio azaroso
y caemos en los escenarios bajo una voluntad extraña.
Y no tenemos vida,
pues andamos sobre ruedas en un país desconocido
cuyas flores nos interesan de manera frívola
y cuyas mujeres nos aman en alcobas de falsedad.

Producimos un fuego y su corazón azul
crepita con más fuerza que el nuestro
en tanto arden los leños a la manera de sangre.

Nos permitimos ser extraños. Falsos.
Llevar una emoción no sincera.
Mientras andamos, desterrados de nuestro cuerpo
en un interminable paseo.








PEQUEÑA COLINA

Pequeña flor blanca eres,
así te llamaría quien va a casarse.
Pequeña colina eres,
así te nombraría quien caza perdices.
Pequeña taza de oro eres,
así te llamaría quien bebe su licor.
Pequeña corriente de leche eres,
así te diría quien lave su cabeza bajo el sol.

Pequeña colina que duerme.
Pequeña colina echada como una gallina.
Pequeña colina como una cabeza de plata.
Pequeña colina como una fruta que orea.

Ponte cinco flores en el cabello:
Flor roja para tu alegría, para sonreír.
Flor azul para tu amor, para abrirte los senos y darlos.
Flor morada para llorar como una llovizna triste.
Flor amarilla para cantar con la luz.
Flor blanca, flor blanca, flor blanca,
esta última para que una ilusión ande en ti como la nube.

No hables de tristeza tú, pequeño malabar,
oye la luna comer maíz,
oye las estrellas picar las hojas del guamo.
No bebas la leche de un árbol triste,
mira correr los perros de caza,
bebe agua en el arroyo, lejos, donde van los perros de caza.

Pequeña, como las piedras de los ríos tú eres;
tú pintas el poblado de rojo pequeña colina,
tú eres como un ave para enjaular,
tú cantas y tu boca brilla por tu canto pequeña colina.

Como el manto de la serpiente coral
así de bella tú eres.
Así como el vestido de la orquídea blanca
tú eres de amorosa pequeña colina.

Y te llamarán como una pequeña loma
y en ti pondrán una bandera dulce y tierna.





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