viernes, 18 de marzo de 2011

3617.- HILDA DOOLITTLE


HILDA DOOLITTLE

(Bethlehem, Pensilvania, EEUU, 1886, † Zürich, Suiza, 1961)
Abandonados sus estudios en Filadelfia para perseguir el ambiente literario de Londres, H.D., bautizada así por su compañero de generación Ezra Pound, es una de las poetas en lengua inglesa que podríamos calificar de atemporal, visionaria, mística en ocasiones; creadora, en fin, de una mitología propia a partir de las ya existentes con la que dotar de voz a personajes encasillados por la tradición y, sobre todo, explorar nuevos cauces en la innovación poética y la interpretación de las civilizaciones.
Fue tempranamente ubicada en el grupo de los imaginistas, variante poética del modernismo. Sus integrantes rechazaban el encorsetamiento rítmico y conceptual de la poesía victoriana en aras de la preeminencia de la imagen repentina, densamente cargada de sensaciones, evocaciones e incluso visiones traídas del subsconsciente; otros rasgos definitorios serían el uso del verso libre y corto, así como la búsqueda de la inmediatez comunicativa frente la abstracción o la generalización.
El legado humano y poético de H.D. permanece intacto para la mayor parte del lector en español. Estos dos poemas pertenecen a No caen las murallas (1944), primer libro de su Trilogía, formada también por Tribute to Angels (1945) y The Flowering of the Rod (1946).




[41]
Sirio:
¿qué misterio es este?
eres semilla,
grano junto a la arena,
plantado en el surco
negro como el plomo.

Sirio:
¿qué misterio es este?

te has ahogado
en el río;
los riachuelos de la primavera
empujan las compuertas del agua.

Sirio:
¿qué misterio es este?

donde el calor quiebra y agrieta
el desierto de arena,
tú eres una neblina
de nieve: blancas, diminutas flores.








[43]
Pero no caen las murallas,
no entiendo por qué;
hay un ssss-silbido,
una nueva dimensión,

desconocida, del relámpago;
estamos indefensos,

polvo y pólvora anegan los pulmones,
nuestros cuerpos chocan

al cruzar las puertas desgoznadas,
ceden los dinteles

formando un aspa;
caminamos sin descanso

bajo un aire leve
que se espesa en niebla cegadora,

entonces nos apartamos
sin demora, porque ni del aire

podemos fiarnos,
denso donde habría de ser fino

y tenue
donde las alas se separan y abren,

y el éter
pesa más que el suelo,

y el suelo se comba
como en un naufragio;

no conocemos reglas
por las que guiarnos,

somos navegantes, exploradores
de lo desconocido,

lo no registrado;
carecemos de mapa;

quizá arribemos a puerto,
a cielo.



Traducción y notas: Natalia Carbajosa

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La vara en flor

De Trilogía, 1944-1946


Voy donde amo y soy amada
hacia la nieve;

Voy hacia aquello que amo
sin ningún pensamiento de deber o piedad;

Voy hacia donde pertenezco, inexorable,
como la lluvia que no ha cesado de caer

hacia los surcos; he dado
o podría haber dado

vida al grano;
pero si éste no crece o madura

con la lluvia de la hermosura,
la lluvia retornará a la nube,

quien cosecha afila su acero sobre piedra;
pero éste no es nuestro campo,

no lo hemos sembrado;
impiadosos, impiadosos, dejemos

el sitio de la calavera
para aquellos que lo compusieron.








Satisfechos, insatisfechos,
saciados o entumecidos de hambre,

he aquí la urgencia eterna,
la desesperación, el deseo de equilibrar

la variante eterna;
tú percibes este llamado insistente,

esta demanda de un cierto instante,
la vocación de gozar, de vivir,

no el mero afán de perdurar,
la vocación de vuelo, de consecución,

la vocación de reposo tras un largo vuelo;
pero ¿quién conoce la desesperada urgencia

de esos otros –verdaderos tal vez ahora
míticos pájaros—que buscan, infructuosos, reposo

hasta que se desploman desde el punto más alto de
la espiral
o caen del centro mismo de un círculo cada vez más estrecho?

pues ellos recuerdan, recuerdan, al mecerse y revolotear
lo que existió una vez –recuerdan, recuerdan—

ellos no se desviarán –han conocido la bienaventuranza
el fruto que satisface –han retornado—

¿y si las islas se perdiesen? ¿si las aguas
cubrieran las Hespérides? Mejor es que recuerden—

recuerden las manzanas doradas del árbol;
Oh, no los compadezcas, mientras los ves caer uno por uno,

pues caen exhaustos, adormecidos, ciegos,
pero en un cierto éxtasis,

pues de ellos es el hambre
del Paraíso.


*Poemas incluidos en el libro Poemas de Helena
en Egipto, Ediciones Angria-Caracas, Venezuela, 1992.
Traducción: María Negroni y Sophie Black.




Oréade

Mar, agítate.
Agita tus pinares puntiagudos,
lanza tus enormes pinos sobre
nuestras rocas;
echa tu verdor sobre nosotros,
cúbrenos con un fangal de abeto.


Jardín

I

Tú eres clara, rosa,
tallada en roca, dura
como tormenta de granizo.

Podría escarbar el color
de los pétalos como
tinte desaguado de una roca.

Si pudiera quebrantarte
yo podría quebrantar un árbol.

Si pudiera sacudir
si pudiera quebrantar un árbol,
yo podría quebrantarte.


II

Oh viento, desgarra el calor,
raja el calor,
desgárralo en jirones.

La fruta no puede caer
con este aire tan denso.
No puede caerse al calor
que estruja y desnariga
las puntas de las peras
y redondea las uvas.

Corta el calor,
labra sobre él
deshaciéndolo a ambos lados
de tu camino.


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