sábado, 29 de enero de 2011

3126.- BALAM RODRIGO


Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, México, 1974), tiene un diplomado en Teología pastoral, es biólogo y exfutbolista. Escribe artículos de divulgación científica, poesía, crónica, cuento y varia invención. Autor de varios títulos de poesía, de los que destacan: Hábito lunar (2005), Poemas de mar amaranto (2006), Libelo de varia necrología (2006 y 2009). Becario del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico Coneculta-Chiapas 2005 y 2007. Premio Estatal de Poesía Raúl Garduño (Chiapas, 2004), Premio Estatal de Crónica César Pineda del Valle (Chiapas, 2005), Premio Regional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2005 y Premio de Poesía Joven Ciudad de México 2006.





APÁTRIDA PÁGINA

Amanezco zopilote de la brevedad. Oboe apenas
si cansado no del aire, ni de vida crepitando en mí
sus burlas ni sus veras voces.

Agotado estoy del humo, de las horas asfálticas
de urbe, ubre de concretos donde lactan los casi muertos,
los selectos de la histeria y la ansiedad.

Hay veces que vuélvome pájaro y migro por el canto, fluyo por caminos de canción y melodiosa bulla.

Soy mirlo en rotación de soles, marimbo en desbandada.

Entretanto me desueñan claxones y pitos,
gritos chirrioneros acuitando a mí y a nos, lector;
(muy a pesar que musiquita del yo-mirlo hermosa es
o hermosa cantiga ésa, la que escuchas).

Haz un hueco en el silencio, lector: Agazapado en tus oídos encontrarás un pájaro que primavera estos instantes, dédalo que destila su himno agridulzón
y casi grito limonero de su olor en cítrico gemido.

Después de salivar la limonez de tu silencio, lector,
tira al pájaro el guijarro, calla la siringe mía
que descifra el vuelo que habré de pajarar
hasta la ciudad que vive y muere
en el punto éste de tu página: .

Inédito









NOSTALGIA DEL ÚTERO

I.

Allí donde descienden en un abrazo grande
manadas de luna y de silencios,
hágase la sola voluntad del que se agota
cuando ve morir al mar,
a la lluvia destrozando la mirada,
al argonauta que ensaya la memoria
en las páginas del cielo,
al pez que paga entre las redes
su cuota de sal y de oxígeno
dando tercos aletazos de muerte
en medio de la niebla
igual que un astro desollado.

II.

Ojalá fueran las olas el alcohol
o el opio en que el veneno estrangula
sus canciones,
ojalá fuera el agua bebediza de sí misma
la que enuncia los abismos
donde tañe las edades;
ojalá fuera esa turba de ángeles
la que susurra en mi hombro su terrible sueño
y pudiese apagar los holocaustos
encendidos en mis ojos.

Ojalá, —y acaso—
la transparencia de este mar quedara viva:

Sí, viva de un mar que cifra en mi garganta
su lenguaje de dolientes jibias.

III.

Mar,
nostalgia del útero,
amniótica memoria que muerde
las médulas heridas en el sueño,
que siega las amargas vértebras
cultivadas en el odio;
porque el mar es la nostalgia
de la sal materna
unciéndonos la noche,
el día,
las páginas perdidas que dictó esa voz
umbilical,
planetaria y placentaria,
universo de verbos antiquísimo;
nostalgia del útero la que nos devuelve
esta oscura sed de páginas,
este sueño que nos hunde en el espeso
corazón del mundo
y nos vuelve a regresar a madre,
a Madre universal pariendo al Hombre
—Eva entre infinitas lágrimas,
Eva entre lánguidas semillas de mar—
lanzándolo al olvido de Dios,
al eterno abismo de la más oscura sal,
a madre escribiendo en nuestro ombligo
nuestra absurda vocación de mar:

Nuestra infinita página de muerte.

(de Poemas de mar amaranto)









de Madame La Loca y sus noches gáticas


(fragmentos)

*

Sobre las aguas capitales del crepúsculo, tejen los gatos su roja dentellada:
El sílex de su boca abre los pechos y las plumas de exquisitos cardenales.
El viento arrastra los huesos, las hojas, las prístinas cadenas de la edad entumecida.
Inicia gatopías el corazón y la ciudad pregona el filo que al ojo de la noche sólo empieza.




*

“Aquí donde el sol es un insomne gato de ámbar que eyacula oro sobre las capas del silencio y las flores traspasadas por los áticos....”
Porque no hay sino la sola ciudad y el ácido zarpazo de sus calles, sino el solo pentagrama de sus cables que estrangulan sueños y zapatos desahuciados:
Pájaros de asfalto.
(A lomo del invierno, Madame camina. Acaricia entre sus pechos un imán para suicidas: Amamanta la misericordia y sus cuchillos.)

*

a)

El alma pétrea y la recámara. Los andamiajes del polvo y los dorados orines de los gatos.
La Loca suelta una carcajada que atraviesa el corazón y tapiza los postigos del óxido y el cielo.
Ha caído el ocaso como un pájaro anémico, lengua de azafrán impuro:
Numismática, recoge Madame de entre la alfombra las bruñidas monedas que el oro de la tarde acuña al tamizar su luz enferma al través de las roídas y pálidas cortinas:
Comprará el insomnio en la garganta de los gallos, la gris herrumbre de la plata, el cierzo, la nieve; comprará el tordo corazón decapitado y su metal oscuro derritiendo los racimos del invierno, la sangre, la muerte.

*

Un maullido tenso y el silencio aniquilado bajo los párpados.
Lanza Madame sus dardos de saudade hacia la espera. Alrededor de los jardines y la niebla, la pluvial almohada le murmura:
Ciudad. Sola extensión del odio y la tristeza de los animales sin luz. Cordón umbilical del polvo que nos une a la placenta del deseo. Pureza del vértigo y el fuego. Dama de los pájaros de la sed. Negra flor cuyos frutos sin destino crecen en los huertos de la fiebre. Atroz y vacua porque ni las calles, ni los sueños, ni los gatos que ejecutan su música, pueden domesticarse. Ciudad. Bestia oscura del corazón que se alimenta de las sábanas ensangrentadas y de los desperdicios del dolor bajo la inmóvil liturgia de la nieve.


(de Libelo de varia necrología)










Mujer,
nadie nos nombra en el descenso de la
muerte,
nadie nos vuelve a tocar el pubis con los
labios.
Pasamos la vida buscando nuestro cuerpo
sin sitio,
nuestra luna sin sombra,
nuestro mar.

Y somos larva sin origen ni futuro,
eco roto.







LA TEMPESTAD Y LA CÓLERA
Una serpiente marina
halla una escama de silencio
entre naufragios.

Un hacha de gaviotas
parte el cielo
y sus temblores.

Un jilguero de mar
canta con música de oboe
sus notas de sargazo.

Y en la boca de los náufragos,
en su lengua que muere retorcida,
la espuma advierte panes de odio:

La tempestad y el odio.





Insomnívora la mar, amarga,
miente,
nos da de beber de su abundancia,
de su infinito licor azul cobalto,
de sus hieles,
pero ninguna sed puede apagarse
con sus aguas,
tan sólo aquella,
-la jamás nunca morida-
sed de muerte

















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