lunes, 8 de noviembre de 2010

1985.- JOSÉ LÓPEZ RUEDA


José López Rueda nació en Madrid en 1928. Es Doctor en Filosofía y Letras y Catedrático (jubilado) de la Universidad Simón Bolívar de Caracas. Ha sido profesor de la Universidad de Cuenca (Ecuador), de la Universidad de Oriente (Venezuela) y de la Universidad de Tamkang (Taiwan). Desde 1991 a 1999, fue Director del programa de la Universidad de Bowling Green (Ohio, U.S.A.) en España. Entre sus libros de investigación, destacan Helenistas Españoles del siglo XVI (C.S.I.C., Madrid, 1973, tesis doctoral con Premio Extraordinario en la Universidad Complutense) y Rómulo Gallegos y España (Monte Avila, Caracas, 1986, Premio "Andrés Bello" de la Universidad Simón Bolívar). Ha publicado varias novelas y seis poemarios. En el campo de la poesía, obtuvo el Premio "Alfonso Reyes" (Quito, Ecuador, 1958) y el "José Chacón" (Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 1992). Ha sido Director del Capítulo de Madrid de la Academia Iberoamericana de Poesía y Presidente del Patronato de la Asociación Prometeo de Poesía. Algunos poemas suyos se han traducidos al chino, al italiano y al ruso.

- NARRATIVA:
Aldea 1936 (1958).
La flecha intempestiva. Novela corta (1960).
Hipoteca viviente. Novela corta (1961).
Cuentos a Segovia (2007). [ET. AL.]

- POESÍA:
Soledad y memoria, Universidad de Cuenca, Ecuador, 1958. .
Testimonio de Sombra , Universidad de Cuenca, Ecuador, 1963.
Cantos equinocciales, Colección Ágora, Madrid, 1977.
Crónica del asedio, Colección Pórtico 3, Madrid, 1983. .
Cuaderno de Tamkang, Colección AYA, Bowling Green State University, Madrid. 1996.
Fervor Secreto, Verbum, Madrid, 2002.
Espinelas del abuelo, Pórtico 3, Madrid, 2006.

- ENSAYO:
Helenistas Españoles del Siglo XVI (1973).
Rómulo Gallegos y España (1986).
González de Salas: humanista barroco y editor de Quevedo (2003).




DOMINGO DE RAMOS (1993)

Hace ya varios lustros
que el tiempo con su lima silenciosa
trabaja sin descanso y a destajo
en la demolición de mi osamenta.
Un día me erosiona las rodillas,
otro roe mis vértebras lumbares
y con una paciencia solapada
me mina los cimientos
y prepara la ruina
de mi torre de calcio y asadura.
Yo sigo caminando
con pies como pezuñas
de plomo, recorriendo las escasas
millas que me separan del desastre.
Ahora sí, de veras, me he quedado
sin el pegaso de las ilusiones
y a cualquiera le ofrezco
el reino de mi sangre y mis neuronas
por un caballo que me lleve a cuestas
al fin de la batalla
o más sencillamente, por un asno
que me brinde sus lomos
para entrar resignado
en mi Jerusalén inevitable.
Pues oigo ya a lo lejos las trompetas
de mi semana santa, me hacen señas
los movedizos ramos y vislumbro
mi Gólgota final, el ominoso
miércoles de ceniza.

(De Fervor Secreto, 2002)






La errancia americana

Nada ha cambiado. Nuevamente
ven mis pupilas españolas
la calma azul sobre las olas
que el viento empuja mansamente.
Y estos deseos vesperales
de renunciar al viejo mundo
para perderme vagabundo
por estos claros litorales
son los mismos que ya sentimos
casi quinientos años antes
los diecisiete navegantes
que al galeón jamás volvimos.






El otro lado del mundo

Yo,
hombre de una región lejanísima,
extranjero de extraños ojos redondos
observo con disimulo y respeto
estos rostros asiáticos
que concentradamente suplican
a sus dioses antiguos.







La errancia íntima

En el abismo, nadie sabe cuándo,
calladamente, misteriosamente,
nació por fin la célula primera
y en el vientre del ser surgió la vida;
quiero decir el odio y el deseo,
el amor y la muerte reunidos,
quiero decir el gozo y la tristeza,
la blanca risa, el torvo desespero,
quiero decir el sufrimiento inútil
y la fluvial, dulcísima esperanza.
En el abismo, nadie sabe cuándo,
secretamente, silenciosamente.







Cuerpo en otros cuerpos

A veces, yo solía tenderme en los graneros
a pensar en los ojos profundos de las niñas
que eran para mi entonces inalcanzables seres
hechos de lo más leve y hermoso de los mundos,
Me pasaba las horas largamente soñándolas
con músicas antiguas en sus vientres
y tibias azucenas bullendo ya en sus pechos.










Una erranza metafísica

Piloto de los mares de la vida,
cumplía yo feliz mis singladuras
con Dios sobre la sangre anochecida.
Mas hoy apaga con estrellas puras
la borrasca del alma descreída,
mi huérfano bajel navega a oscuras.









Un vagabundear fructífero

Pero no me importa nada
no conseguir lo que anhelo
si basta que alce el vuelo
como un águila dorada
mi fantasía lanzada
por cielos que yo imagino,
para lograr el divino
don de crear lo que quiero,
un bien que no es verdadero,
pero alegra mi destino.



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