José Manuel Lucía Megías nació en Ibiza en 1967, aunque toda su vida ha vivido en Madrid y Alcalá de Henares. Es profesor de Filología Románica en la Universidad Complutense de Madrid y Coordinador Académico del Centro de Estudios Cervantinos (Alcalá de Henares). Ha realizado diversos recitales en España, Francia, Argentina, Brasil y Colombia. Es uno de los promotores del ciclo “Poesía en el Corral” dentro de la programación del Corral de Comedias de Alcalá de Henares, y durante el año 2009 (marzo) ha participado en el ciclo “Poetas en vivo” en la Biblioteca Nacional de España. Es director del proyecto "Escritores Complutenses 2.0", de la Universidad Complutense de Madrid.
POESÍA:
Libro de horas (2000)
Prometeo condenado (2004)
Diario de un viaje a la tierra del dragón (2004)
Acróstico (2005)
Canciones y otros vasos de whisky (2006)
Cuaderno de bitácora (2007)
Tríptico o la cuadratura del círculo (2009)
Trento o el arte de la espera (2009)
ENSAYO:
El libro de Perceval (o El cuento del Grial) (2000)
Poesías de Mihail Eminescu (2004)
Los primeros ilustradores del Quijote (2005)
Leer el Quijote en imágenes (2006)
El libro y sus públicos (Ensayos sobre la Teoría de la recepción coetánea) (2007)
Antología de la antigua lírica italiana (de los primeros textos al Dolce Stil Novo) (2008)
II.
Poesías de Mihail Eminescu (2004)
Los primeros ilustradores del Quijote (2005)
Leer el Quijote en imágenes (2006)
El libro y sus públicos (Ensayos sobre la Teoría de la recepción coetánea) (2007)
Antología de la antigua lírica italiana (de los primeros textos al Dolce Stil Novo) (2008)
II.
Poética rescatada
A María
Y se levantó.
Tenía el pelo verde, rojo y amarillo.
Era sol, árbol y fuego.
Era hermosa.
Alta como un sueño y ojos azules,
dos volcanes en erupción en su pecho.
Se había levantado para irse.
Era hermosa; se sabía metafóricamente hermosa.
Parecía una estatua —fría y hermosa—.
El fuego de su melena le bañaba los pies,
el árbol se enredaba por su cuerpo escondiéndolo
y el sol resucitó una infantil sonrisa al volverse.
Cerré los ojos y vi por primera vez en mi vida
ser verde el árbol, rojo el fuego y el sol amarillo.
Abrí entonces los ojos,
apoyada en la puerta esperando, sonriendo,
me pareció más hermosa que nunca.
Se había levantado para irse...
...pero no se fue
III.
(Poética desde el Puerto de Santa María)
A ti,
Que te deseo a todas horas con mil voces
Para ser, al fin, voz de la mía.
A ti,
Desnuda de intenciones, de programas,
De embelesos más allá de la mística.
A ti,
Que te cubres con las sábanas de las imágenes
Que nacen de los suburbios de los diccionarios.
A ti, poesía,
A ti, que un día te soñé una
Para ser la voz siempre a ti debida.
A ti, poesía,
Que te lanzas a los cruces de las poéticas
Sin abandonar tu eterna sonrisa.
3.
“Ven pronto,
mi amado.
Los racimos
de besos
están ya maduros”.
Apoyado en el balcón,
mirando al oeste,
espera cada noche
el milagro de un encuentro,
repitiendo como una oración
ese nombre extranjero
que le llena de miel los labios
y de sonrisas los amaneceres.
“Ven pronto,
mi amigo.
Lejos queda el invierno.
Ven pronto,
amado mío,
que ya me quema la espera”.
(Trento, o el triunfo de la espera, 2009)
10.
“Te amo
por todo lo que no eres”.
Terminó de escribir la carta.
Miró cómo el lacre del sello
iba dando forma al escudo familiar
y sonrió
(sin motivo).
Sabía que esa carta sería su muerte.
No imaginaba poder vivir por más tiempo
en aquel silencio,
en el envidioso coqueteo
de las promesas incumplidas.
Se guardó la carta en el pecho,
imaginando el momento oportuno.
Más fría que un puñal.
Más certera que una flecha
en medio del corazón de la espera.
(Trento, o el triunfo de la espera, 2009)
CANCIÓN DE LA CITA A CIEGAS
PASAN LOS MINUTOS, PEREZOSOS COMO
LEÑOS DE LA CHIMENEA,
sobre la alfombra de la cafetería del Hotel Plaza.
Pasan absurdos como las conversaciones que me llegan lejanas,
conversaciones que mezclan tapicerías con recetas de cocina.
Pasan los minutos en el Hotel Plaza y tú no llegas,
tú que vas cruzando las aceras, volando por encima de las citas,
tú que te sientas en un sillón y te colocas la cara de espera,
cara perezosa y absurda con ojos que guiñan preguntas
y labios que no se atreven a pronunciar mi nombre...
... y creo verte, reina sobre un sillón rojo, reina y solitaria,
pero tus ojos se confunden con otros ojos y los saludos
desfilan hasta convertirse en un tierno abrazo y en un beso.
Te imagino entrando por la puerta del Hotel Plaza.
Te imagino porque no te conozco,
porque no te recuerdo.
Y tu risa convierte en cotidiano nuestro encuentro,
uno entre tantos, el único entre tantos.
Y pasan los minutos y la espera se convierte en dudas,
las horas, el lugar y el día bailan en mi memoria
y el puzzle de las posibilidades teje una telaraña
que intento mojar en el aliento caliente de una cerveza.
Pasan los minutos... intento leer los amores imposibles
que Darío Jaramillo me regala más allá de sus versos...
y entonces, la puerta se abre y el frío de la tarde me recuerda tu nombre,
mi única seña, mi único dato cierto en esta cita a ciegas;
pero mi boca está sellada y paladeo tu nombre como un dulce
con la avaricia infantil de quien se sabe dueño de un secreto,
un secreto que se disuelve con el paso perezoso de los segundos,
con esa puerta que se abre y se cierra... pero que no te reconoce,
como yo,
como estos segundos que me separan de ti, de tu recuerdo.
Ahora que estamos más cerca que nunca,
ahora que sólo unos metros nos separan (¡tan sólo unos metros!),
ahora que el aire nos confunde en un nudo de olores,
sólo tendría que salir a la calle para ponerle cara a tu sonrisa,
para ganar el pulso a los segundos perdidos de la distancia.
Sólo un gesto y el tiempo de la espera sería una cerveza
que ha dejado huérfano un plato vacío de aperitivos.
Sólo un gesto.
Sólo un gesto y las puertas de tu sonrisa se abrirían de par en par
como estas puertas doradas que traspasas con paso certero.
Pero sólo tengo fuerzas para cerrar los ojos...
para seguir soñando en el Hotel Plaza con mi cita a ciegas.
[De “Canciones y otros vasos de whisky”]
SIN PALABRAS
ASÍ ME ENCONTRABA YO,
Pasan absurdos como las conversaciones que me llegan lejanas,
conversaciones que mezclan tapicerías con recetas de cocina.
Pasan los minutos en el Hotel Plaza y tú no llegas,
tú que vas cruzando las aceras, volando por encima de las citas,
tú que te sientas en un sillón y te colocas la cara de espera,
cara perezosa y absurda con ojos que guiñan preguntas
y labios que no se atreven a pronunciar mi nombre...
... y creo verte, reina sobre un sillón rojo, reina y solitaria,
pero tus ojos se confunden con otros ojos y los saludos
desfilan hasta convertirse en un tierno abrazo y en un beso.
Te imagino entrando por la puerta del Hotel Plaza.
Te imagino porque no te conozco,
porque no te recuerdo.
Y tu risa convierte en cotidiano nuestro encuentro,
uno entre tantos, el único entre tantos.
Y pasan los minutos y la espera se convierte en dudas,
las horas, el lugar y el día bailan en mi memoria
y el puzzle de las posibilidades teje una telaraña
que intento mojar en el aliento caliente de una cerveza.
Pasan los minutos... intento leer los amores imposibles
que Darío Jaramillo me regala más allá de sus versos...
y entonces, la puerta se abre y el frío de la tarde me recuerda tu nombre,
mi única seña, mi único dato cierto en esta cita a ciegas;
pero mi boca está sellada y paladeo tu nombre como un dulce
con la avaricia infantil de quien se sabe dueño de un secreto,
un secreto que se disuelve con el paso perezoso de los segundos,
con esa puerta que se abre y se cierra... pero que no te reconoce,
como yo,
como estos segundos que me separan de ti, de tu recuerdo.
Ahora que estamos más cerca que nunca,
ahora que sólo unos metros nos separan (¡tan sólo unos metros!),
ahora que el aire nos confunde en un nudo de olores,
sólo tendría que salir a la calle para ponerle cara a tu sonrisa,
para ganar el pulso a los segundos perdidos de la distancia.
Sólo un gesto y el tiempo de la espera sería una cerveza
que ha dejado huérfano un plato vacío de aperitivos.
Sólo un gesto.
Sólo un gesto y las puertas de tu sonrisa se abrirían de par en par
como estas puertas doradas que traspasas con paso certero.
Pero sólo tengo fuerzas para cerrar los ojos...
para seguir soñando en el Hotel Plaza con mi cita a ciegas.
[De “Canciones y otros vasos de whisky”]
SIN PALABRAS
ASÍ ME ENCONTRABA YO,
sin palabras,
mientras corría la sangre húmeda
por las autopistas del corazón,
dejando atrás las desviaciones de la esperanza
y las estaciones de servicio de los sueños.
Así me encontraba yo,
sin palabras,
mientras las horas de los últimos años
se perdían en la demolición de los recuerdos
y en el solar de la desidia y del conformismo
jugaban al fútbol versos apenas entrevistos.
Así me encontraba yo,
sin palabras,
instalado en el hogar de refugiados
arropado por las mantas de los amigos
con un whisky en la mano como una sonrisa...
...y entonces te vi bajar las escaleras de aquel bar;
desde el otro rincón del mundo,
te vi bajar cada uno de los escalones
que te llevaba al centro de mi corazón,
y el eclipse de tu sonrisa y de tu mirada
me anunciaron un viaje a la luna,
que debía durar más de ochenta milenios...
... y entonces, desde el faro de un rincón perdido,
te vi acercarte, abrirte paso por las aguas
domésticas y sangrientas de las copas semanales,
dejando atrás un rastro de plagas anónimas.
Así me quedé al verte aquella noche:
sin palabras.
[De “Acróstico”]
ANGEL Y DEMONIO
(POEMA ESCÉNICO A DOS VOCES)
Actor 1: ángel
Actor 2: demonio
mientras corría la sangre húmeda
por las autopistas del corazón,
dejando atrás las desviaciones de la esperanza
y las estaciones de servicio de los sueños.
Así me encontraba yo,
sin palabras,
mientras las horas de los últimos años
se perdían en la demolición de los recuerdos
y en el solar de la desidia y del conformismo
jugaban al fútbol versos apenas entrevistos.
Así me encontraba yo,
sin palabras,
instalado en el hogar de refugiados
arropado por las mantas de los amigos
con un whisky en la mano como una sonrisa...
...y entonces te vi bajar las escaleras de aquel bar;
desde el otro rincón del mundo,
te vi bajar cada uno de los escalones
que te llevaba al centro de mi corazón,
y el eclipse de tu sonrisa y de tu mirada
me anunciaron un viaje a la luna,
que debía durar más de ochenta milenios...
... y entonces, desde el faro de un rincón perdido,
te vi acercarte, abrirte paso por las aguas
domésticas y sangrientas de las copas semanales,
dejando atrás un rastro de plagas anónimas.
Así me quedé al verte aquella noche:
sin palabras.
[De “Acróstico”]
ANGEL Y DEMONIO
(POEMA ESCÉNICO A DOS VOCES)
Actor 1: ángel
Actor 2: demonio
Escenario vacío: el escenario sólo lleno de palabras y de pisadas, de un camino que se convierte en un laberinto. Al comenzar la función, cada uno de los actores se encuentra en un lateral. Se hablan, se miran en la distancia, pero ni se oyen ni se ven. Se roban las palabras. Antes de acabar un parlamento ha comenzado el otro. Cada uno es el eco del otro. Caminan al ritmo de los versos: cada pisada es un verso, como cada latido del corazón también lo es. Se acercan el uno al otro, pero siempre se miran desde la distancia, como si nunca se hubieran movido. Son iguales. A pesar de ser uno un ángel y el otro un demonio, son iguales. Nunca se sabrá quién es quién, o si realmente son dos, o si realmente es uno solo, ya que todo acaba como empieza... o tal vez ¿empieza como acaba? Al final, escenario vacío: el escenario sólo lleno de los recuerdos de palabras y de pisadas, de un camino que ha demostrado ser un laberinto.
1
Ya no te quiero
1
Ya no puedo dejar de quererte.
2
Ya no quiero verte, ni sentirte cerca,
ni sentirte a mil kilómetros de distancia.
2
Ya no puedo vivir sin sentirte cerca,
sin sentirte acurrucado en mis fronteras.
3
Ya no te quiero.
Ya no puedo quererte por más tiempo.
3
Ya no puedo dejar de quererte.
Ya no puedo dejar de adorarte por más tiempo.
4
Las gaviotas de la despedida
se han convertido en un sello de correos.
Y tus promesas son la tinta de mi carta
que se deshace en una inútil monotonía,
en un rosario de adioses que desfilan por mis dedos.
4
Sin tu cuerpo, la vida es otra cosa;
quizás más tranquila, pero otra cosa.
Sin tus besos, la vida es indigna de las horas;
quizás con el aire te lleguen mis suspiros,
que se agarran a tu cuello como un collar de perlas.
5
No me quieras, no me quieras, no me quieras.
Yo ya no te quiero.
5
No me olvides, no me olvides, no me olvides.
Yo ya no puedo dejar de quererte.
6
No me escribas, no me hables, no me escuches,
no me dejes deshacerme en lágrimas por la noche.
No me sigas, no me recuerdes, no me quieras,
no me quieras, no me quieras, no me quieras.
Deja que las lágrimas se conviertan en lluvia,
lágrimas que se evaporan como el sudor de tu cuerpo.
6
No me dejes, no me dejes, no me dejes nunca.
Sin tus dedos, el tacto es un truco de magia.
Sin tu boca, el gusto no puede ser nuestro.
Sin tu pecho, el olfato es una colonia de espanto.
Sin tu risa, el oído es un manicomio de sordos.
Sin tus ojos, la vista se agota en las esquinas.
7
No me recuerdes los volantes de mis trajes de marinero,
ni las esquinas podridas de los barrios de mi infancia.
No me traigas a la vista el sepia de las fotografías.
No quiero volver la cabeza atrás y verme una vez más,
y verme sonriendo una vez más abrazado a tu pecho,
y sentirme flecha clavada en el centro de tu pecho.
No me mires, no me toques, no me recuerdes,
no me quieras.
7
La noche me trae a veces tu sonrisa empaquetada,
una sonrisa de pies y de cosquillas nerviosas,
una sonrisa de olas que refrescan nuestros cuerpos.
La noche, esta fresca noche que inaugura otoños,
me trae en ocasiones el paladar sabroso de tu sonrisa,
y paladeo el aire con la ilusión de descubrir el año
de tu alegría, de esa alegría casi de niño
con que a veces te despiertas en medio de la noche.
8
No me mires, no me mires a través de los espejos.
No me mires mientras caminas solitario por los bares.
No me mires con esas pupilas torturadas de interrogantes.
No me mires, no me mires, no me mires sonriendo.
Deja caer los párpados y envuélvete en la noche
de los sueños, de esos sueños que inventan paraísos;
pero no me mires como quien se acerca a un altar:
con los ojos humildes y con el corazón en ofrenda.
8
Un día te dije: “te amo”, y el cielo se llenó de ángeles.
Las nubes corrieron y se desplomaron en una tormenta
de más de mil trescientas serpentinas de rayos.
Un día te vi y me acerqué al tacto de tu cuello
y susurrando, como se hace con los animales heridos,
te dije al oído: te amo, te amo, te amo, te amo.
Y así me quedé: echando raíces en tu corazón
mientras los te quiero te regaban los oídos de cariño.
9
No le digas al agua que se quede quieta en el río,
ni a las olas que cambien el ritmo de sus circunferencias.
No le digas al aire que se agote en un silbido,
ni a las tormentas que se instalen en los salones.
No le digas al mar que deje de abrazar a la tierra,
ni a la tierra que le dé la espalda al agua.
No me digas que te espere, a pesar de tus ausencias.
No te digas que te esperaré, arrullado en mi silencio.
9
No te vayas, no te vayas, no te vayas, no te vayas.
Deja que mi lengua descubra los volcanes de tu cuerpo,
que mis manos acaricien una vez más tu piel,
esa tierra de campo con que se cubre el universo.
No te vayas, no te vayas sin decirme a dónde vas.
No te vayas dejándome pobre de tu presencia,
rico en suspiros, en recuerdos, en versos moribundos.
No te vayas, no te vayas sin iluminarme el corazón.
10
No te atrevas a seguirme: nunca habitarás el olvido
como lo puedo hacer yo, con esta maestría de soledad.
No te atrevas a seguirme: el fango de mis deseos
te dejará ciego, y mudo, y sordo .... y muerto.
10
No me dejes así, no me dejes, no me dejes, no me dejes.
El vuelo de una mariposa me destroza los oídos.
Sin ti, la vida es una margarita sin pétalos,
un pájaro sin alas, un esqueleto sin cuerpo.
11
No te atrevas a seguirme, no te atrevas a anidar
golondrinas en los balcones miopes de tus ojos.
No te atrevas a seguirme: si vuelvo a verte una vez más,
no podría alejarme del sacramento de tu cuerpo.
No me sigas, no me sigas, no me sigas queriendo.
11
Sin ti, las sillas se vuelven agresivas y violentas
y el sofá de casa me mira con un cierto recelo.
Sin ti, el teléfono se ha quedado mudo para siempre,
y para siempre tuerta la televisión; un infierno la casa.
No me dejes, no me torture el fantasma de tu ausencia.
Los dos actores se han ido acercando, paso a paso, verso a verso. Se cruzan, se miran por un instante, pero no se ven: su dolor sólo les permiten intuirse. Un segundo, sólo un segundo: tiempo suficiente para que se produzcan los milagros.
12
Sólo tocarte una vez más, sólo verte una vez más,
sólo sentirte una vez más cerca de mi cuerpo
y la revolución de las sílabas acabará con las negaciones.
Quédate a mi lado: después de verte una vez más
no imagino otra frontera que la de tus ojos.
12
Quizás las palabras ya dejaron de ser palabras.
Quizás los nudos de las gargantas se liberaron
y los gritos de tantos siglos encerrados
han levantado nuevos muros de palabras.
Aléjate de mi lado, aleja de mí tantas sílabas, tantas palabras.
13
No me iré porque no puedo dejar de amarte,
porque mi piel no puede vivir sin tu tacto
y mi lengua se embrutece lejos de tu aliento.
No me iré, no me iré, no me iré nunca de tu lado.
13
Estar tan cerca y al mismo tiempo tan lejano;
estar aquí, poderte casi tocar con las sílabas de mis dedos,
y estar tan lejos que ni puedo imaginarte,
ni verte, ni sentirte, ni casi ni recordarte.
14
La distancia de un beso es un abismo oscuro
y tus brazos son la frontera de mi geografía.
No me iré más lejos del sabor de tus labios,
ni me escaparé más de la telaraña de tus caricias.
¿Dónde encontrar la fuente de la eterna juventud
si no puedo bañarme cada día en tus ojos,
en la pupila cristalina de tus hermosos ojos?
¿Acaso podría sobrevivir ahora que conozco el paraíso?.
14
No vuelvan tus ojos a dibujarme manantiales verdes,
ni tus manos, las palomas de caricias nocturnas.
Si te vas, mi cuerpo será un candado
y me arrancaré las yemas de los dedos,
y mis ojos servirán de manjar a los peces
que se esconden detrás de las barras de los bares.
Si te vas, olvida para siempre mi nombre:
blasfemias serán tus promesas en la ausencia.
15
Un día te dije: “te amo”, y los demonios huyeron de tus labios,
y las margaritas perdieron la mitad de sus pétalos.
En medio de aquella oscuridad de techos circulares,
en medio del desfile obsceno de los hielos suicidas,
se hizo la luz, una luz por encima de los altavoces
y todo quedó en silencio: las sonrisas en silencio,
las esperas en silencio, los whiskies en silencio:
sólo el ritmo de nuestros corazones latía en el silencio.
15
No me sigas, no me sigas, no me sigas atormentando.
La sombra de tu ausencia lo cubre todo
y todavía no te has ido, y todavía no me he ido.
No me sigas, no me sigas, no me sigas queriendo,
que las sombras de tus alas lo cubren todo
y tu sonrisa ilumina el cadáver de mis recuerdos.
No me sigas, no me sigas, no intentes descubrir la estela
que mi ausencia va dejando entre tus deseos.
16
No me dejes, no me dejes, no me dejes escaparme,
que tus brazos, los barrotes de mi celda mística,
que tu rostro, la verónica en la que seco mis lágrimas.
No me dejes, no me dejes, no me dejes olvidarte,
que tus labios, el horizonte de mis atardeceres,
que tus pies, el ancla de todos mis sueños.
No me dejes, no me dejes, no me dejes alejarme:
¿Cómo volver al paraíso si una vez lo he perdido?
16
Es demasiado tarde siendo demasiado pronto.
Los segundos desconocen tus curiosas matemáticas.
No se muevan tus labios para pronunciar mi nombre,
no asalten las lágrimas las celdas del recuerdo.
Es demasiado tarde para volver sobre las pisadas
y demasiado pronto para descubrir aún sus huellas..
Es demasiado tarde para los cuchillos de los espejos
y demasiado pronto para grabar en los árboles nuestras iniciales.
17
No me dejes, no me dejes, no me dejes nunca.
Sin ti, el rocío, las lágrimas de las flores nocturnas;
el atardecer, la radiografía de mi corazón abierto.
Sin ti, los libros son sólo eso: libros,
papel que se pudre atacado de geometría.
No me dejes, no me dejes, no me dejes nunca.
17
No me hables, no me escuches, no me mires.
No dejes el paso de tu sombra en el camino.
No me recuerdes, no me inventes, no me ames.
No me ames, no me ames, no me ames nunca.
Deja que las horas se conviertan en sábanas:
cubre con ellas las esquinas de nuestros recuerdos.
18
No me olvides, no me olvides, no me olvides.
Yo ya no puedo dejar de quererte.
18
No me quieras, no me quieras, no me quieras.
Yo ya no te quiero.
19
Déjame al menos ser el lazarillo de tu sombra.
Déjame terminar la circunferencia de tus vocales,
marcar a fuego las huellas de tus pasos,
recoger la fragancia del aire de tus pulmones.
Déjame, al menos, ser la sombra de tu sombra.
19
No me sigas, no me sigas, no me sigas queriendo.
Ya es tarde para resucitar las piezas del puzzle,
para descubrir en la arena las dunas de nuestros cuerpos,
en las luces de neón, las luciérnagas de nuestros ojos.
No me sigas, no me sigas, no me sigas queriendo.
20
Ya no puedo dejar de quererte.
Ya no puedo dejar de adorarte por más tiempo.
20
Ya no te quiero.
Ya no puedo quererte por más tiempo.
21
Ya no puedo vivir sin sentirte cerca,
sin sentirte acurrucado sobre mi pecho.
21
Ya no quiero verte ni sentirte cerca,
ni sentirte a un milímetro de mi pecho.
22
Ya no puedo dejar de quererte.
22
Ya no te quiero.
(DE “TRÍPTICO”, MADRID, SIAL, 2009)
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