lunes, 8 de noviembre de 2010

1981.- ALEJANDRO MARTÍN NAVARRO


Alejandro Martín Navarro nació en Sevilla el año 1978. Se licenció y doctoró en Filosofía por la Universidad Hispalense con una tesis sobre el pensamiento de Novalis y los orígenes del romanticismo alemán, tras pasar tres años en Viena como becario del programa de becas MAE-AECI. Es autor de numerosos artículos sobre filosofía y poesía, así como de traducciones y reseñas para distintas revistas como Nadie Parecía, Númenor, El mirador de los vientos, o Renacimiento. También ha traducido las Canciones espirituales de Novalis para la editorial Renacimiento, así como una colección de artículos de prensa sobre Klimt recogidos por Hermann Bahr, y algunos poemas de Rilke para la revista Númenor. De esta última ha sido también co-editor hasta la fecha. En 2000 ganó el Premio Internacional Luis Cernuda por su libro Vasos de barro, y en 2006 el Premio Internacional Miguel Hernández por un poemario titulado Aquel lugar. Actualmente trabaja como profesor de filosofía en enseñanza secundaria.

-POESÍA:
Vasos de barro (2000).
Aquel lugar (2006).

-TRADUCCIONES:
Novalis, Canciones espirituales (2005).
Hermann Bahr, Contra Klimt (2006).





IMPRESIÓN DE LA CATEDRAL DE COLONIA

La fe se pierde como se olvida un nombre.
Pero te encuentro aquí, prodigio
oscuro de la piedra,
silencio y música que dice y calla,
ejército radiante de espadas como sombras.
Te alzaste ante nosotros
cuando los hombres de una antigua estirpe
erigieron la ofrenda milenaria del arte,
su miserable y poderoso esfuerzo.
Bajo tu espacio inmóvil
escucho la plegaria de lo hermoso
como una vela puesta frente al altar del tiempo.

(De Aquel lugar; Madrid Hiperión, 2006, p. 17).






CANCIÓN DEL REDIMIDO

Abandonas tu casa y atraviesas los barrios
con una luz feliz en la mirada.
No sabes bien por qué, pero te sientes
lleno de gratitud hacia todas las cosas.
De pronto te descubres
silbando una canción que no conoces,
que tal vez escuchaste salir de una ventana
apenas un momento. No conoces la letra, sólo silbas
y andas con paso firme
porque las calles de esta ciudad antigua
vuelven a serte amables. Todos notan
que hay un brillo en tus ojos
y exhalas el olor de la piel que has amado,
y esa música, dentro, te acompaña.

(De Aquel lugar; Madrid Hiperión, 2006, p. 52).






La subida

Hemos llegado al fin hasta la cima.
Vemos ahora los valles y llanuras
desde los que una vez miramos este monte
con atónitos ojos. Empujados
por la fascinación de su belleza,
emprendimos la marcha.
Primero fueron horas,
y luego días, largos años,
subimos sin cesar. Vimos mañanas
y noches que pasaron igual que un viento frío.
Todo fue un mismo instante:
el dolor de alcanzar lo más lejano
y la dicha que sigue a la conquista,
todo es la misma cosa en el recuerdo.
Ahora, al asomarme
en soledad a los despeñaderos, veo desvanecerse
la realidad del tiempo y la memoria
y el sueño y la vigilia y la conciencia
como esta bruma densa que me envuelve.
Miro los verdes valles abrirse al horizonte como inmensos
océanos de niebla,
y unas súbitas aves emprenden su partida.
Igual que los vencejos ya no sé
de dónde comenzamos nuestra marcha
ni cuándo empezó todo.







Job

Alrededor escucho sordos ecos.
Los surcos en la arena del desierto
van quedándose atrás. Crecen por todas partes
los hierbajos agrestes, y a mi espalda crepita
el acérrimo viento de Judea
que arrastra la maleza y deshace las rocas
con silencio terrible. Mientras ando
crecen ante mis ojos llamaradas de imágenes,
abrazos, mar, sonrisas, años, lunas,
y me llena los labios un sabor:
la piel salada y nueva de mis hijos.
Observo cómo tiemblan las moribundas luces de la tarde
mientras cubre mi rostro la ceniza,
el polvo del que vengo.







La lira de Hölderlin

De qué me sirve haber vivido como un dios
si fue sólo una vez. De qué me sirve
saber que en un momento alcancé algo innombrable. Ahora vuelvo
por las calles gastadas por millones de pasos,
por sucias multitudes a través de los siglos.
Soy uno más. Recorreré esas calles
de la misma manera; como ellos
amaré a una mujer, y también frente a mí
estallarán las buganvilias cuando
llegue abril. Pasarán un par de cosas,
y nada más. Escribiré unos versos
que ya no tendrán luz, porque la luz fue tuya
solamente un instante.
Aquello será niebla,
desaparecerá
como un amanecer sobre las olas
en el recuerdo de un anciano.
Se perderá la luz. Te perderás.
Y serás desdichado, y no sabrás por qué.








Felix Mendelssohn escucha la Pasión

Un largo y tibio tono es la penumbra
en este silencioso
refugio de la luz en que me encuentro.
Igual que todo cuanto vive:
con esa misma mansedumbre
que reflejan los rostros de las cosas que amo al extinguirse.
Escucho a Bach y creo en sus palabras.
Creo en la oscuridad que le precede
como creo en mi mismo y en la vida.
¿Quién asiste a esta larga y vasta ceremonia?
Creo en la soledad del hombre.
Ahora estoy aquí, como esta música
habita aquí también. Nos comprende y nos ama. Refleja
lo que quisimos ser sin conseguirlo.
Estas notas, la música, de algún modo nos salvan
en una tierra nueva. Sentado y silencioso,
escucho a Bach como quien busca a Dios:
para saber quién soy, por vivir para siempre.







Canto primero

(Del cantar más antiguo)

Una casa pequeña sobre un árbol
robándole a los pájaros su nido.
Nuestro reino duró sólo unos años
en el inmenso mar de los olivos.

Las piedras eran santas, los geranios...
Todo es santo en las manos de dos niños
que corren sobre el polvo del verano
y atraviesan el tiempo en un respiro

hasta llegar aquí, sin saber cuándo
salieron sin llegar a su destino,
pero siguen cogidos de la mano
y trepan por el árbol del olvido.

En tus ojos está la luz, hermano,
que ya jamás encontraré en los míos.
Son sagrados los ecos de tus cantos,
y tu risa es la fiesta de los vivos.








Canto segundo

(Dos letras para ser cantadas por soleá)

Es hermosa la lluvia sobre el cerro
y tienen luz las hierbas, los trigales.
Todo lo perderás. Estarás lejos
y llorarás el agua de esta tarde.

En los troncos dormidos de los campos
tiembla la voz partida de los grillos
y los pájaros callan: tienen frío
sobre la nieve blanca del geranio.





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