Antonio Pereira nació en 1923, en Villafranca del Bierzo (León) y falleció a los 85 años en abril de 2009. Sus primeras publicaciones son poemas que ven la luz en las revistas Espadaña y Alba, y por el camino de la poesía continuará en sus primeros libros, reunidos más tarde en el volumen titulado Contar y seguir (1972). No obstante, es la narrativa -el cuento, especialmente- la que le ha valido un reconocimiento más amplio. De su tierra natal aprovecha una rentable tendencia a la oralidad, puesta al servicio de lo universal en un variadísimo repertorio de relatos que van desde lo autóctono hasta el más lejano exotismo.
[Para los cuentos y poemas recogidos en alguno de los títulos siguientes que han aparecido también en publicaciones periódicas o en diversas antologías colectivas, o que no han sido publicadas en libro, remito a Recuento de invenciones, citado en la bibliografía esencial.]
-POESÍA:
El regreso (1964).
Del monte y los caminos (1966).
Cancionero de Sagres (1969).
Dibujo de figura (1972).
Contar y seguir: 1962-1972 (1972). Recopilación de sus anteriores libros de poesía.
Antología de la seda y el hierro (1986).
Poemas de ciudades (1994).
Una tarde a las ocho (1995).
Poemas del claustro (1999). Junto con Jesús Hilario Tundidor y Luis Antonio de Villena.
Meteoros. Poesía 1962-2006 (2006).
-NARRATIVA:
Una ventana a la carretera (1967). Cuentos.
Un sitio para Soledad (1969).
La costa de los fuegos tardíos (1973).
El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976). Cuentos.
País de los Losadas (1978).
Historias veniales de amor: novela (1978). Cuentos.
Los brazos de la i griega (1982). Cuentos.
El síndrome de Estocolmo (1988). Cuentos.
Antonio Pereira y los niños (1989).
Cuentos para lectores cómplices (1989). Cuentos.
Picassos en el desván (1990). Cuentos.
Relatos de andar el mundo (1991). Cuentos.
Obdulia, un cuento cruel (1994). Cuentos.
Las ciudades de poniente (1994).
Relatos sin fronteras (1998). Cuentos.
Cuentos del medio siglo (1999). Cuentos.
Me gusta contar. Selección personal de relatos (1999). Cuentos.
Cuentos de la Cábila (2000). Cuentos.
Recuento de invenciones (2004). Cuentos.
Clara, Elvira, la teta de doña Celina, mujeres (2005) Cuentos.
Oficio de volar (2006). Cuentos.
Cuentos del noroeste mágico (2006).
La divisa en la torre (2007).
ESE NIÑO QUE MIRO Y QUE ME MIRA
Hizo falta este agosto sin orillas
en la mañana que no mueve el viento,
estar en vacación desde la nube
hasta la paz tendida de los huesos.
El sol parece quieto en su camino.
Ningún latido en el compás del tiempo.
Repliego la mirada hacia mi hondura
y es un niño sin voz lo que contemplo.
Torpe para nadar, le duele el agua.
Torpe para los saltos y los juegos.
-Torpe, torpe…-le dicen.
Y él me mira.
Tiembla una luz delgada entre sus dedos.
Nunca se alzó bastante hasta los nidos.
Torpe, si no era en alcanzar los sueños.
Agua miope y dulce va a sus ojos.
Yo me conozco naufragando en ellos.
ORACIÓN CON MI CUERPO
Me desnudo.
Estreno una manera
de sentirme de sangre y no de ropas.
¿Cómo saber, si el frío los ataba,
la posible extensión de nuestros brazos?
Aquí me llama el mar hasta su boca,
y el hombre aquel que se tendía oscuro
desenreda su cuerpo y lo levanta
lento de asombro hacia la luz hermosa.
Hoy rezo con mi cuerpo, por mi cuerpo,
tan cercano de mí, tan fiel y amigo,
verdad a la que toco y que me toca
Estreno una manera
de sentirme de sangre y no de ropas.
¿Cómo saber, si el frío los ataba,
la posible extensión de nuestros brazos?
Aquí me llama el mar hasta su boca,
y el hombre aquel que se tendía oscuro
desenreda su cuerpo y lo levanta
lento de asombro hacia la luz hermosa.
Hoy rezo con mi cuerpo, por mi cuerpo,
tan cercano de mí, tan fiel y amigo,
verdad a la que toco y que me toca
FADO DE LA LIMPIADORA
A las seis de la mañana
fregar el Banco.
Todo de mármol.
A las diez de la mañana
fregar la iglesia.
Toda de piedra.
A la siesta son los patios
de las señoras.
Todos de losas.
Al anochecer la esperan
largos pasillos.
Todos ladrillo.
Cuando se rinde en el sueño
un ángel le hace caricias
en las rodillas.
ALBA
Por despertar cosido a tu costado,
cómo agradezco, amor, la madrugada.
Dios se nos da en la luz recién creada,
eterno Dios, oh, Dios recién creado.
Seguro y fiel estoy a tu costado,
vuelto del bronco sueño y de la nada,
y en tibia claridad sobre la almohada
pensando nazco, niño y sin cuidado.
Pues reposadamente y en secreto
me recreas en tus maternidades,
déjame perezoso en esta aurora.
Déjame, amor, bajo la manta quieto,
rehecho de sudor y de verdades
en tu naturaleza creadora.
CORAL DE LISBOA
Os he admirado siempre, convecinos
de la mañana, hermanos del trabajo
durante el día, que al caer la noche
como un cansado párpado
sobre el sueño de la ciudad,
aún guardáis una brasa en vuestra sangre
para avivar la hoguera solidaria.
Os veo por las calles desoladas,
uno a uno, de prisa, sin pareja,
llevando bajo el brazo las canciones
junto al calor de vuestro pecho tímido.
Luego os juntáis, y crece vuestra fuerza,
como si de las manos enlazados
hicierais corro a un fuego misterioso.
Cuando oigo vuestro canto, no me basta
su hermosura.
Sois vosotros lo bello,
hombres de los metales con los ojos cansados,
muchachas del telar, delgados aspirantes
al turno sudoroso de los días,
que cada noche os apretáis en torno
de una bandera clara donde cuelga
la amistad sus corbatas de colores.
Este himno os debía. Si no vale
la voz de un hombre solo, hacedme sitio
para que cante hermano con vosotros.
LA APRENDIZA
Os he admirado siempre, convecinos
de la mañana, hermanos del trabajo
durante el día, que al caer la noche
como un cansado párpado
sobre el sueño de la ciudad,
aún guardáis una brasa en vuestra sangre
para avivar la hoguera solidaria.
Os veo por las calles desoladas,
uno a uno, de prisa, sin pareja,
llevando bajo el brazo las canciones
junto al calor de vuestro pecho tímido.
Luego os juntáis, y crece vuestra fuerza,
como si de las manos enlazados
hicierais corro a un fuego misterioso.
Cuando oigo vuestro canto, no me basta
su hermosura.
Sois vosotros lo bello,
hombres de los metales con los ojos cansados,
muchachas del telar, delgados aspirantes
al turno sudoroso de los días,
que cada noche os apretáis en torno
de una bandera clara donde cuelga
la amistad sus corbatas de colores.
Este himno os debía. Si no vale
la voz de un hombre solo, hacedme sitio
para que cante hermano con vosotros.
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