sábado, 6 de noviembre de 2010

1915.- MARÍA DEL VALLE RUBIO


Chucena (Huelva), España. Es diplomada en Ciencias de la Educación por la Universidad de Sevilla. Escritora y pintora. Ha obtenido diversos premios literarios de relevancia tanto nacional como internacional. Su nombre aparece en diversas antologías y estudios, tales como la Quinta Aantología de "Adonais" (Ediciones Rialp, 1993). Algunos de sus poemas han sido traducidos a varios idiomas. En el 2002 fue finalista del Premio de la Crítica Andaluza. Ha expuesto sus cuadros en Sevilla, Madrid, Utrech y París. Trabaja, además, como conferenciante y articulista. En Noviembre de 2002, se rotuló con su nombre una calle de su pueblo natal.

-POESÍA:
Residencia de olvido (1982).
Clamor de travesía (1986).
Derrota de una reflexión (1986).
El tiempo insobornable (1989).
Museo interior (1990).
La hoguera infinita (1992).
Para una despedida (1994).
Sin palabras (1996).
Acuérdate de vivir (1996).
A cuerpo limpio (1998).
Media vida (1999).
Donde nace el desvelo (2001).

-NARRATIVA:
Contracorriente (1985).
La espera (2005).

-TEATRO:
El canto del grillo (1979).
La alianza de las flores (1979).
Confesiones de Severiana (1985).





DESPUÉS DE LA DERROTA

Los vencidos se fueron calle abajo.
No siempre los vencidos son grandes perdedores.
Bajo el brazo llevaban el recuerdo
del triunfo que supone
aceptar la derrota.

(De Derrota de una reflexión, Madrid,
Cl. Adonais, Rialp,1986).








La muerte no, tus ojos. Medicina final que alivie
en la última hora. Sosiego de una tarde emparrada
de nubes. Jolgorio de los pájaros que sostienen la bóveda
y el crepúsculo gris, atemperado, caído sobre el gozne
del último silencio.
Porque sería morir sin tu mirada, no haber vivido nunca
y nada sería suficiente.

Mas el extraño goce de toda la inconsciencia
no sería capaz de dibujar tus labios, la lenta cercanía
del espacio del beso, la justa equivalencia de la boca
que muerde la otra boca, mi destino y tu risa,
el viento que me lleve hasta tu muerte,
entre la densa sombra del ciprés donde la espera
no tiene otra esperanza sino la muerte mutua.
Y aunque el mármol me aplaste la cuenca de los ojos
continuaré buscando tu mirada.

Y, después, no seremos ni claridad ni mano,
ni refugio del uno para el otro, tan sólo leve soplo
en la arena, que elevará su vuelo hacia otras regiones
donde la luz no habita.

(De El tiempo insobornable, Cádiz, Cl. Bahía, 1989).







Bailando por bailar, por contentarme,
por salir de mi cuerpo en la alborada
y habitar otro espacio, enamorada
de la luz y la vida, extrapolarme.

Bailando, así, consigo emborracharme
de extensa libertad y, entusiasmada,
llegar hasta tu tibia marejada
para beber de ti, para saciarme.

Porque bailando vivo. Porque doy
lo mejor de mi misma. Y, por si acaso,
tienes el alma libre. Yo te invito

a danzar sin final. Danzando voy
a regiones ocultas del Parnaso,
a recitar contigo lo infinito.

(De Donde nace el desvelo, León, Cl. Provincia, 2001).







CASA DE AMOR

Este pájaro azul o violeta
que me anida en el pecho.
Este grifo continuo de emociones,
flor de manantiales, que galopa
con la furia del rayo,
¿será cárcel de amor
o casa necesaria
para seguir guardando los inviernos?
Este caballo loco,
este viento rumor,
esta costumbre antigua de querer,
no querer,
de morir, no morir…,
quién le sujeta riendas
al círculo, razón o pensamiento
por los que el hombre rige su destino?
Escapa corazón de tus orillas,
no quemes en el fuego cotidiano
las ansias de volar.
Escapa corazón, no te detengas
ante la triste sombra de la duda
que enmudece las alas.
Escapa corazón y no preguntes
los lugares del miedo, porque el amor se muere.
Esparce tus semillas hacia mares de asombro
y cuéntale a los peces tu ventura.
Víveme corazón,
que yo te viva.

De Residencia de Olvido (1982)








TODOS los gatos juntos del ocaso
incitan a las sombras.
Saltan sobre la presa
certera de la noche.
Gatos dulces, dorados de la tarde,
que van de los tejados a las rosas.
Gatosnubes,
gatospájaros
y los gatos serpientes
que atrapan mariposas
y se esfuman en tules y cenefas.
En el líquido plata de la fuente,
los ojos de los gatos.

De Clamor de Travesía. (1986)








IDEALIZADO AUTORRETRATO

Llevo medias de seda y traje de satén
tornasolado.
Como una dama antigua
sostengo la sombrilla –sutil y ladeada-
para causar buenísima impresión.
La fecha de la cita que deseo
no ha lugar en ningún pergamino ni memoria.
Y adolezco
de ese aire festivo
que pugna por nacer en mis mejillas.
No sé por qué retoco mi vieja compostura
con carmín,
y ribeteo mis párpados con una línea
oscura. Casi todo me lo ofrece el espejo.
Razón por la que hurgo en mi interior
y me desola
encontrarme conmigo
en ese callejón de la conciencia,
tan propicio a tachar de insuficientes
las creídas virtudes.
sin otra solución,
me remito a elevar
la sombrilla y, con ella, mi espíritu.

De Museo interior. (1991)







EN tu mano, mi mano. La constancia
de un segundo infinito. Se culmina
el efecto del tiempo deseado.
De nuevo la orfandad y el desencanto,
el aire entre nosotros, pleitesía
de una palabra amable.
Después, en el recuerdo prolifera
el contacto, extenso como un mapa,
cuyo plano interpreto y descubro.
Es tiempo de creer que en ese gesto
tan sólo fuiste mío y, de mi mano,
penetraste en el fuego misterioso
donde arden mis ansias más voraces.
Después, no queda nada.
Sólo memoria y duelo, colofón,
nuevas figuraciones
para vestir de fiesta la costumbre.

De La hoguera infinita (1992)








EL gemido del gallo quiebra el alba.
Me estremece su alarma matutina.
De qué se queja el gallo. Qué presiente.
Qué dolor estrangula su garganta
para gemir tan alto.
Son los gallos del mundo
repartiéndose el alba.
Vislumbrando la hora misteriosa
con la aflicción certera
de que algo nos hiere.
Tal vez la muerte aceche cada pluma
de su inocente cuello
por barruntar el día.
Tal vez no sea el día
una resurrección, sino la rúbrica
de ese presentimiento
que en clave de mortal
anuncia el gallo.

De Para una despedida. (1995)







ESTÁ llegando abril a sus albores,
el azahar conquista las alturas
y se expande y consigue perfumar
más allá de la idea que teníamos.
El cielo luce azul, casi invitando
al mar que se desea,
a la marina que quisimos pintar
cuando aquellas gaviotas emprendieron
el vuelo, nos llevaron
a no sé qué región de lo imposible.
Mas este día que habito yo ahora,
al fin me pertenece
porque pienso que existo,
y que ha sido creado
para que yo respire
el dulce aroma del naranjo en flor.

De Sin palabras (1995)







ABANICO

Como ala feroz, entumecida,
se mueve el abanico
en la mano cansada.
Mano que mueve el aire
de los noventa años.
Estremecida mano
por todos los diluvios y emociones.
Como un viejo reloj agonizante
las varillas se quejan, reproducen
el lento parpadeo que sostiene
la vida y la memoria de mi abuela.

De a cuerpo limpio (2000)

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