José Zuleta Ortiz (Bogotá, 1960), director de la Fundación Estanislao Zuleta y codirector de la Revista de Poesía Clave. Obtuvo el Primer Premio Nacional de Poesía “Carlos Héctor Trejos” (Riosucio, Caldas, 2002) con el libro “Las alas del súbdito”, y el Premio Nacional de Poesía “Descanse en paz la guerra” con la obra “Música para desplazados” (Casa de Poesía Silva, Bogotá, 2003). Ha publicado, además, “La línea de menta” (Univalle, 2005) y “Mirar otro mar” (Hombre Nuevo Editores, 2006). Fundador del Centro Literario León de Greiff (1978), fundador y miembro del Consejo Editorial de la Revista Luciérnaga (1981) y colaborador de los suplementos dominicales de El Espectador y El País desde 1985, así como de diversas revistas literarias. Reside en Cali desde 1975.
LAS ALAS DEL SÚBITO
Bocas de Satinga (Pág. 21)
La selva se desgrana por hilos de arcilla y agua.
En lentas balsas bajan las trozas buscando el mar.
Sobre la balsa que se desliza en la corriente
hay encendida una hoguera,
los leños de mangle están húmedos y el humo envuelve
las fantasmales formas de los bogas.
En la marmita de peltre se calienta el café,
llueve, llueve el aire ...
Se respira el agua ... la balsa avanza.
Chaquiro, Sajo, Amarillo, Cedro, Tangare,
Comino, Flor Morado y Chanúl.
Tantos años erguidos, como casa de pájaros,
camino de ardillas, trapecio de micos,
sombras de orquídeas, filtros de luz ...
La balsa avanza en un cortejo fúnebre
hacia Bocas de Satinga.
RECETA (Pág. 29)
Perfumas el aceite de oliva con el ajo
luego lo tiñes con el pimiento rojo.
Tomas el mero blanco, fresco y
lo sellas en el caldero ardiente.
Como una leve lluvia verde
dejas caer los hilos de romero
sobre el blanco dorado del filete.
No muy hecho, lo retiras del fuego...
Se deja reposar...
Acompañado acaso por tomates maduros y
unas hojas de rúgula lo llevas a la mesa,
y allí, el mar, el fuego y la montaña
entrarán con sus jugos y perfumes a tu existencia.
Epitalamio
Al lado del sendero florecía,
sin más razón que su propia belleza.
Nueva, fragante en la montaña
la vieron los ojos del cazador de instantes.
Los ojos luminosos del hombre
tocaron esa ingenua presencia,
sólo quería mirarla...
ella sabía ser
en la montaña un brillo,
como la luz, ese canto silente.
Leve, como la fragancia del agua.
Nueva, como el aire en la sangre.
El hombre de los instantes, supo:
la belleza es un fuego que llama,
es la hoja que vibra en el bosque.
Tal vez otras oscilen,
la que miramos vibró para ser vista.
Se abrió la puerta tantas veces cerrada
al nuevo brillo de su madura marcha.
La montaña reía al ver sus palabras,
al oír sus ojos encontrados
se estremecían los árboles.
El agua de los montes bañó sus cuerpos,
bautizó su credo.
Cabalgaron los lomos de la dicha.
En el gran corredor de las mañanas
una hamaca tal vez...
la penunbra olvidada,
la sombra interrumpida.
Visitando el crisol de nuevas joyas
buscando sólo luces,
canastas sucesivas,
tocando los extremos
de sus deslumbramientos
la encontraron.
Y así fue:
la belleza se agitó en la belleza
en el íntimo lugar del placer nacía la infancia,
la niña cabalgó los altos hombros del hombre.
Le devolvió los juegos, las canciones,
el aliento cachorro de su propia criatura.
El hombre aún persigue instantes de colores
de bellezas sabidas,
de merecidos gozos habituales.
La serena mitad de su centuria,
le ha ofrecido un saber que él sólo sabe:
dejarse ir en sí mismo,
deslizarse sobre su ventura.
Olvidado de buscar para encontrarse.
Por una vez no ser el cazador de instantes
ser el instante mismo.
Tomar el tiempo y detenerlo.
Decir que sí,
feliz de ser, en la belleza,
lugar en el lugar
lluvia escampada
cabalgador y cabalgadura,
de la montaña y de la tarde,
hoy al fin, un cazador casándose.
Para Janeth y Alvaro
Isaura vuelve a casa
Dejas el suave valle que soñaron tus ojos,
asciendes los farallones destrenzando montañas,
alcanzas la cumbre, traspasas la niebla
y te vas deslizando por la rampa pacífica.
Atrás, Chicoral, el río Dagua, Lobo Guerrero, los túneles,
cruzas la puerta magnífica de piedra y de musgo;
sin verlo ya le sientes,
se pega, te abraza, el aire humedecido
anuncia su extensión inaudita.
Su sal aérea condimenta un sabor nuevo.
Al Iado de la carretera tejen chinchorros,
labran canaletes, reparan potrillos,
secan maderas, llueve, escampa, llueve,
aunque no le ves., todo lo predice
su salobre presencia inunda la sangre.
Al fin...
desde el pie de monte, la bahía:
encendidos entre la selva
los barcos trasatlánticos.
Hombres miran al mar,
atisban la señal de una linterna.
En el caney y el bulevar
marineros rojos bailan con negras de colores.
En los muelles del Piñal
el aroma dulce de las maderas
y el sonoro dominó de los estibadores
aguardan los buques y la selva aserrada.
Por las calles llovidas sartales de peces en las manos,
el whisky escocés en las aceras,
la tarde escampada en el malecón del parque.
Sobre las largas mesas del mercado
los encocados, las cazuelas.
El gusto del océano en la crema de jaiba
deja marismas en tu boca:
es el mar quien te saborea
y sabe feliz que ya llegaste...
asciendes los farallones destrenzando montañas,
alcanzas la cumbre, traspasas la niebla
y te vas deslizando por la rampa pacífica.
Atrás, Chicoral, el río Dagua, Lobo Guerrero, los túneles,
cruzas la puerta magnífica de piedra y de musgo;
sin verlo ya le sientes,
se pega, te abraza, el aire humedecido
anuncia su extensión inaudita.
Su sal aérea condimenta un sabor nuevo.
Al Iado de la carretera tejen chinchorros,
labran canaletes, reparan potrillos,
secan maderas, llueve, escampa, llueve,
aunque no le ves., todo lo predice
su salobre presencia inunda la sangre.
Al fin...
desde el pie de monte, la bahía:
encendidos entre la selva
los barcos trasatlánticos.
Hombres miran al mar,
atisban la señal de una linterna.
En el caney y el bulevar
marineros rojos bailan con negras de colores.
En los muelles del Piñal
el aroma dulce de las maderas
y el sonoro dominó de los estibadores
aguardan los buques y la selva aserrada.
Por las calles llovidas sartales de peces en las manos,
el whisky escocés en las aceras,
la tarde escampada en el malecón del parque.
Sobre las largas mesas del mercado
los encocados, las cazuelas.
El gusto del océano en la crema de jaiba
deja marismas en tu boca:
es el mar quien te saborea
y sabe feliz que ya llegaste...
FIESTAS DE GUAPI
En los palenques bailan
Juga.
Canoas duermen,
cardúmenes escapan,
arrullos.
Chontaduros maduran,
llovizna sobre el cinc,
en los palafitos jureles y albacoras
currulaos.
Canastas suspendidas
en el coral del ritmo,
la marea subiendo,
hombres bajando,
jóvenes negras desnudas
bañándose
aguabajo.
BOCETO CON PELÍCANOS
Por el Paso del Tigre agua clara,
profunda.. .
Cerca de allí las sonrientes bahías de Málaga
y de Buenaventura.
Las cuadernas y el maderamen
de la nave crujen;
celosa, casi se vira
sobre las verdísimas y azules...
rasantes líneas en el aire,
lanzas de pluma
estallan contra el oleaje
tras el brillo del hambre.
El calafate deja entrar el mar...
Hacemos agua...
Al fondo está Juanchaco,
la sierra frita,
la cerveza helada,
y el estero...
donde crucrucrea la piangua.
ENSENADA DE UTRÍA
Entre la selva el mar
sobre la lluvia llueve,
aire, tanto aire
agua, tantas aguas
verde, todos los árboles
peces, todos los días.
Solo Salomón solo,
solas sus dos mujeres.
Varada la ballena jorobada,
única playa blanca
entre las playas grises.
Nadie nada en la noche
el día duerme en la lluvia
fiesta de los cangrejos.
El sol a veces sol...
Noche
Cuerpos del África arden,
maduras marimbas timban,
llueve sobre la lluvia...
llueve...
en la hamaca cantan ya
frescas muchachas...
Tiempo acidulce
Fue durante esa naranja,
durante el verde de sus luces,
intermitentes aleteaban sus párpados
mirando, comprendiendo...
Fue alrededor de esa tarde,
durante la acidulce naranja.
Arracimadas las palabras no dichas.
La proa del mentón sollozando,
rompiendo corales de colores.
Fue durante esa naranja
casco a casco...
cuando por no ser dicha
se arruinó nuestra dicha.
Cantar dentro de ti
Lo mejor de ti son tus silencios
espera de mango,
distancia de naranja,
recuerdo de fragancias,
hambre de pomas rosas,
ausencia de peces
bajo el agua.
Ver tus manjares intactos
tu hambre,
tu sed de voz, de charla,
de mano en mano.
Sólo pienso en tu noche central
en la ardida agitación de tus laderas
vencer el trigo de tu verano
erguirme en ti
y cantar adentro.
Intensidad
En las arduas colinas
ha cesado la lluvia,
las hermanas duermen
la siesta de la tarde,
el ramal crea las sombras,
cruza leve la luz
y se detiene a ofrecernos
con la intensidad de un milagro
el nítido fulgor del metal
engastado en el lomo
del escarabajo.
Insectos
Frenéticas vidas rutilantes,
joyas aladas,
engastadas presencias...
luciérnagas, gotas
en la noche encendidas...
leves invitaciones en el aire
fulgores apacibles,
fugaces sonrisas del misterio
nocturno.
Gratitud
Atisbo la infancia como un débil fulgor
de imágenes remotas.
Atrás todo es soluble:
recuerdos confundiendo aromas y sabores,
infancia y sed, caricias y castigos.
Música en el silencio del patio.
Esplendor de una niña cruzando la paz de
mi nombre,
el gato dormido sobre el perro que sueña,
la radio cantando, el vapor, las lentejas,
la salvadora voz de una madre reciente
entibiando el miedo de la noche.
La armonía de palabras que leía mi padre,
los globos ardiendo en el aire feliz
de las noches de diciembre,
la luz casi mía en los ojos de mi hermano,
mis hermanas bañándose en la lluvia.
El placer glaciar de un helado de lulo,
el conejo de la luna en la luna,
el mensaje perdido en la cometa enredada,
el mar inaugurando la alegría del cuerpo.
La fugaz emoción del pez en mis manos,
el ladrón de Bagdad,
la enfermera, el remedio de su risa,
el ajedrez donde fui peón, dama y monarca,
la nariz reventada por el honor de mi casa.
el susurro de azúcar en la flauta traversa.
La nítida sorpresa de un pájaro,
la oración que aprendí a escondidas y que decía
en silencio para no molestar
al padre ateo que Dios me dio.
Atisbo la infancia disuelta en olvidos
y sé que en ella está todo cuanto puedo cantar.
EMPRENDER LA NOCHE
Surges entre el tumulto
y llenas mis ojos de luz.
En el pecho algo aletea
como un ave reciente
en la mano de un niño.
Abre tu mano y suéltame
mejor juega, corre,
mírame otra vez,
la última antes de cruzar.
Ya sin ti el corazón libre
querrá viajar, ser
o emprender la noche.
.
Sobre la pintora Viviana Ángel
Página 100 del libro
EL POEMA
RESTAURACIÓN
Nave donde viajan los sueños
fuego donde se cocinan los días
mansa estación
amparo de intemperies
en su luz restaurada
florecen las palabras
Sobre frescas baldosas
nuevos pasos pasan
la brisa doméstica en el patio
entretiene la tarde
están en el hombre
las pisadas de arroz de la torcaza
las manos del muchacho
son de música
la voz de Pablo conoce
los zócalos bermejos
y las blancas alturas encaladas.
La casa, mansa estación
de horas serenas
de olvidos y fulgores
de llegadas tardías…
la razón oscila
abraza desvaríos la mañana
tal vez la lluvia escampará en el patio
tal vez el sol riegue las flores,
al fondo
cantan,
una jaula vacía
una sombra asustada
entretanto
en el pecho
un corazón toca la seda.
................................................ A Horacio Benavides.
Visita Conyugal
La muchacha va a la visita conyugal
lleva un tesoro oculto en su vientre
después de ser sellada
pasa la primera puerta,
manos de centinela la tocan
le miran los pechos,
revisan sus nalgas, requisan su sexo,
La dejan seguir…
Llega a la segunda puerta.
Pronuncia el nombre de su hombre,
él viene por ella.
En la celda sacan de su adentro
una sustancia exquisita.
La fuman… retozan
Él la sella con sus labios
mira sus pechos,
las manos que aguardaron la tocan
revisa sus nalgas, requisa su sexo
traspasa la puerta, pronuncian sus nombres,
algo se libera.
La muchacha sale de la visita conyugal,
no sabe que lleva un tesoro oculto en su vientre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario