jueves, 21 de octubre de 2010

1782.- OMAR GARCÍA RAMÍREZ


OMAR GARCÍA RAMÍREZ nació en Armenia, Quindío, en noviembre de 1960. Estudió Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Bogotá; Cinematografía de Animación en el Instituto Cubano de Artes e Investigación Cinematográfica (ICAIC). La Habana (Cuba) y Diseño Gráfico, Infografía, Animación y Multimedia en el CICE, Madrid (España). Ha publicado los libros “Sobre el Jardín de las Delicias y otros textos terrenales” (Poesía. 1990), “La dama de los cabellos ardientes” (Novela- Comic), “Urbana geografía fraterna” (Poesía, Premio Biblioteca Pública Ramón Correa, 1997; y “Altamira 2001” (Novela, Premio Nacional de Novela Ciudad de Pereira (2002).


¿Podré intentar una canción en medio de nuestro naufragio?
¿O será arrojada a la tormenta del silencio?
¿Una imagen?
¿Una voz?

La imagen que hace aguas,
la metáfora que se hunde.
Es una balsa la que ondula trémula
y danza sobre las olas...
Marea buscando
una luz salvadora en la tormenta.
Una balsa, un brazo, un grito-meteoro
bandera empapada de huracanes.
Balsa de Medusa-Terra
sobre un mar de soles helados
bajo el cosmos de lunas blancas,
estrellas calcinadas, maderos mojados.

Balsa Terra-Medusa
qué se rompe sin sus remos primordiales
contra una tormenta de esmeraldas de hielo.

Sangre de estrellas heridas
que fluye hacia el firmamento.

No dejemos que naufrague la balsa.
Apuntalemos entre todos el mástil.
Que llegue sólida a las costas
ligera de temores y miedos.

Un hombre empapado grita
agitando un pedazo de tela blanca:
¡Más arena de nebulosas!
¡Más soles!
¡Un faro de constelaciones!
¡Más saetas de estrellas!...
¡Que tiritan los huesos,
que arrecia la tormenta,
¡Que se hiela el alma!

¿Podremos intentar
una canción que nos lleve de regreso?







SEÑOR HERODES

(Ya lo había dicho José Manuel Freidell….. pero hay que volverlo a repetir).

Señor Herodes:
van sus verdugos buscando a los muchachos del barrio...
Los sacan de sus sueños de hambre.
De la espera que se convierte en odio.
De la mirada roja
sobre los tejados de zinc reverberante...

Señor Herodes:
van sus sabuesos y sus perros de presa
tras la sangre fresca de los muchachos del barrio...
Arriba sí, donde los buitres posados sobre las cuerdas extienden
sus alas y hacen negra la sombra de los muertos...

Señor Herodes:
¿quiere usted proteger a estos extraños
de huesos largos y pieles de piratas metropolitanos?
Señor Herodes ¿quiere que salgan a comer de su mano y colocarles
la soga al cuello?
¿quiere ver sus tostados y famélicos cuerpos colgando contra
los muros
suspendidos contra el sol rojo de la tarde?

Señor Herodes:
Usted que ha crucificado las manos y los brazos del que esgrimía
un lápiz, un pan de trigo nuevo
un pedazo de tierra en la colina, mientras en vuestro castillo
los asesinos golpeaban duro en la madera.

No hay fuego
No hay hambre
No hay sed
“Muchos bastardos” según usted, señor Herodes.

Con las manos tintas en sangre
levanta su copa
y brinda
arropado por los muslos de las cortesanas.

En la bandeja de plata
iluminada por los cirios de la ceremonia
ondula,
el rostro seco y mutilado
del joven profeta.

Señor Herodes:
¿Quiere que salgan a comer de su mano y ponerles la soga al cuello?





LAS TENTACIONES DE SAN ANTONIO

La ciudad se incendia,
la ciudad se quema.
Se inunda
en su esperma de cerdos rosados,
baba aftosa; vacas de cornamenta dorada.

Arriba,
embadurnados cielos
en donde una barca gigantesca se bambolea,
plateados peces salmonean dentro de redes metálicas,
hilos manejados hábilmente por lemures,
gnomos gruesos y cebados
que tratan de pescar nubes,
aguas venenosas y estancadas allá arriba,
mientras a lo lejos…
La ciudad se incendia,
la ciudad se quema.

Aquí
en mi retiro
en medio de esta soledad,
en donde el ojo no debe percibir,
el tacto no debe palpar,
el gusto no debe degustar,
porque la deliciosa fruta es ponzoñoso manjar
y el agua de la bella samaritana
que viene hacia mí con sus senos desnudos
puede ser ardorosa arena, dama blanca
en mi nariz y mi pecho.


Por esto me entrego a rudos ejercicios lunares
y deambulo este callejón del silencio.
No me seducen los poderosos con sus viandas,
sus doncellas de España,
ni sus joyas orientales.

Desde aquí canto
para desaparecer antes que ellos,
los que estarán siempre apagando incendios,
lo necrófagos preparando sus manjares,
reparando los rotos huesos después de sus batallas,
soportando sus traiciones y sus pestes de heno,
lavando sus vestidos purpurinos después de las orgías
cerca al lago
en donde los cisnes tienen
cabezas de tigre...

Mientras...
A lo lejos,
bajo el cobre líquido y el mercurio denso...
Sus ciudades se incendian.
Sus ciudades se queman.

(De La balsa de la medusa y otros poemas, 2008)


LA CUESTA

Te vi subir la cuesta
como quien va hacia las nubes que coronan la torre de hielo.
Zancada larga y pelo rojo.
Como quien va hacia la nieve
/que empolva las mejillas del cielo…

Te vi subir la cuesta
blanca la cara, rojo-negro el carmín.
No perdías tu elasticidad de gata
y los carros aceleraban
/sobre la calle, sobre el silencio, sobre la lluvia.

En la esquina un perro merodeaba
/y el jíbaro de la chaqueta roja se despedía con un beso.

Te vi subir la cuesta, de nuevo al centro
aleteando ese largo silencio ciego
el pesado abrigo gris
/que cubre la espalda de la tarde.


Cuando un gorrión gana su coraza de sueño
no lo para nada, ni nadie.
Ni siquiera el amor.


Te vi subir la cuesta como quien va buscando
a su querido minotauro
en la ciudad de la quimera.
Un leve rastro de sangre que no fluye.
Se precipita.
Sabor de perro viejo
cicatriz cauterizada.

Te vi subir la cuesta desde la otra esquina
(Fantasma de sombra adoquinada
sabor pesado, metálico en la lengua)

Como quien ve pasar su pesadilla
y única redención.

(De La balsa de la medusa y otros poemas, 2008)







MONÓLOGO DEL MUCHACHO PEZ

Lo que pasa es que quise decir-Lo
con pocas palabras
Por ejemplo:
Decir Catarata, o KaTTaraTTa
Y escuchar el fluir, y el caer, y el golpear, y luego nada,
Nada..........Nada.........
Pero no se,......Solo
se escuchaba un salpicar sobre la piedra
y sobre el lomo de un pez
y sentía que el lomo de ese pez era viscoso
y tenía una aleta roja que ondulaba como el fuego.
Luego dije:
será solo
Ojo de pez y Katarata sobre el lomo de la piedra
Y lo dejé, si, lo dejé así un tiempo.
Además no iba a crecer, no iba a saltar,
no iba a cambiar nada, solo una catarata sobre el lomo
de un pexz de piedra, me dije de nuevo,
alargando la visión, girando el telescopio… y lo dejé.

Pero no.
A veces el poeta no se detiene
y es como un tren que marcha
Sobre un riel de hielo blanco y frena
y se dessslizaaaaaaaaaaaa
el vapor blanco se alza sobre el metal negro
machaca y cae - machaca y cae- machaca y cae.


El pistón
te da de nuevo vuelo.

Digamos que dijera LO CO MO TO RA
y como aquel bebedor de absenta del cabaret Voltaire
hiciera chuuuuu - chuuuuu - chuuuuu
y moviese las manos como pistones
y votara vapor de agua por la boca.
Asombraría al fuego, a la ciudad dormida
y a la guerra de la maquina;
pero no, no estaba conforme y lo dejé.
Me dije que no entendía de esas cosas del dadaísmo-zen
Y el minimalismo.
Y que mi lengua
no podría trepar por una pared blanca
/sin grito.

Estuve así un tiempo merodeando y cambiando de posición,
mirando de reojo.
Me colgué como un murciélago de una viga
Y recordé a muchos amigos míos, a los que no les gustaban mis bromas.
Mis amigos –me dije– no tenían sentido del humor.
Alguno quiso apuñalarme por la espalda
una noche que salía de una taberna maldita.

Dormía colgado como les decía
y no me molestaba el sol.
Solo algunos sueños pesados
y cierta música que colocaba el muchacho de arriba
y los golpes extraños contra la pared
/a ciertas horas de la noche.
Las criaturas que danzaban contra mi pecho
pequeños mongoles embriagados de raíces tibetanas.


Así que me cansé y lo dejé también.
Cambié el rollo, desmonté el chip.
Estaba delgado y pálido.
Ya no había comida en la nevera
Y mi estomago parecía un gato congelado.


Llegó una amiga por esos días, me aseó
y me afeitó. Luego me puso un par de inyecciones.
Sentado miraba el cristal, el émbolo, la dulce y luminosa silueta de la medicina.
Supe que Helga, mi amiga, era buena,
yo no entendía que me decía;
creo que me hablaba en francés de viejas sorcières unas veces,
/ y otras, en el lenguaje de las matarayas.


Yo le admiraba, aunque muchas veces su rostro se desfiguraba y resbalaba contra mi
retina, –como cuando uno mira a su querida a través de una ventana lluviosa y lisérgica–

Pude dormir un poco.
Y luego, cuando me llegó el hambre de nuevo.
Vi que la catarata era grande y blanca
/traía trozos de hielo
y botellas, cabezas de piragüistas desarticulados
y troncos de bosques calcinados.
Tuve frió y sentí de nuevo al pexz
quería saltar con él, hacia un lago de montaña.

Pero no lo logré…
Caí en las fauces de un oso.
Alimenté al oso en mi dolor quebrado,
y en mi mano creció una garra con la que me arañe
mientras me rascaba, mientras me moría.


En la cocina estaba Helga
era delgada. Más delgada que yo
y le faltaba un ojo que había remplazado por un rubí.
y en las manos de Helga
Florecían alimentos para el cuerpo y cigarrillos aromáticos
También de la mano de Helga llegaba el vino y cierta
residencia tridimensional sobre la que parecía que resbalase, transitase,
pero de una manera limpia y algodonosa.
Helga hacía papillas de mariposas pardas
y comíamos grillos
en la primavera.
Helga me amamantaba en el verano,
En invierno me acunaba entre sus senos y dormitaba,
hibernaba.....
Helga por las noches barruntaba.

Por los ríos cercanos de la comarca salíamos a recoger bayas y hablábamos con los
elementales de la isla.
Yo me paraba sobre rocas y me dejaba caer en los acantilados
Sin saber nadar mucho; no sé cómo lograba salir flote y remontar las piedras
–el pexz lo dirigía todo– seguíamos el curso de los ríos al mar y desde las piedras yo
vigilaba la llegada de una nueva Katarata.

Yo me enamoraba de las manta-rayas azules
de las anguilas doradas
y Helga se sumergía Buscando piedras y tesoros.

Después de tres meses cruzados por un verano de fuego
Helga se cansó de la vida en tierra.
El sol, la hiedra, el humo, el ruido.
Se convirtió en sirena
y se fue adentro de la mar con sus aletas.


Como les decía, todo comenzó en la KATARATA
Yo solo… quería el sonido
Solo el agua que golpeaba.
No quería al pez del lomo rojo adentro
o los senos gravitantes y ondulantes de Helga,
(Grandes y duros en su delgadez)
ni su disfraz de sirena tuerta.
Yo solo quería una palabra
Que como un mantra
abriese la puerta silenciosa del agua.

La puerta estaba abierta y el sol cegaba
y quemaba el corazón.
Cristal de piedra, con cinta de oro en mitad de la herida.

K A TA RA TTA
PEXz
OsSO
SIRENnA
HELgGA


(De La balsa de la medusa y otros poemas, 2008)




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