martes, 19 de octubre de 2010
1759.- ARMANDO ROMERO
ARMANDO ROMERO, (Cali, 1944). Perteneció al grupo inicial del Nadaísmo en Cali. Master y doctor en literatura latinoamericana de la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos, obtuvo el grado con una tesis sobre los poetas colombianos que él por primera vez agrupa con el nombre de Mito por haber colaborado en la revista del mismo nombre, ensayo que en 1985 fue publicado en Colombia con el nombre de Las palabras están en situación. Viajó y residió en varios países de América y Europa, entre ellos Venezuela, donde fue promotor cultural, fundó revistas culturales, editó libros, hizo cine. En Grecia escribió la novela Un día entre las cruces (1993). Traductor e investigador, es actualmente profesor de literatura latinoamericana de la Universidad de Cincinnati, en Estados Unidos. «De poeta nadaísta a poeta totalista» lo define Eduardo Espina.
Libros de poesía: Los móviles del sueño (1976); El poeta de vidrio (1976); Del aire a la mano (1983); Las combinaciones debidas (1989) y A rienda suelta (1991); Hagion Oros (2002); De noche el sol (2005); A vista del tiempo (2005).
Sus libros de ensayos, fuera del mencionado al principio: El Nadaísmo o la búsqueda de una vanguardia (1988); Gente de pluma (1989).
Los de cuentos: El demonio y su mano (1975); La casa de los vespertilios (1982); La esquina del movimiento (1992); Una mariposa en la escalera —selección de los libros publicados— (1993); La raíz de las bestias (2002) y las novelas La piel por la piel (1997) y La rueda de Chicago (2004). Con esta novela fue finalista del concurso Clarín de novela en Buenos Aires y obtuvo el Latin American Book award de la feria del libro en Nueva York.
Álvaro Mutis escribió: «Esta poesía de Armando Romero no tiene antecedente en ninguna escuela o grupo conocidos. Yo no le encuentro esas raíces, esos rastros que denuncian presencias ajenas, visiones retomadas, condición por cierto nada peyorativa siempre que esas presencias y esas visiones sean grandes y valederas. Yo encuentro en la poesía de Romero un acercarse, un palpar y narrar, luego, un mundo que le es esencial y sólo compartible a través de la delgada rendija de sus poemas. Qué envidiable y qué terrible condición es ésta. No creo que esta poesía goce —o padezca, según se mire— lo que suele llamarse una gran difusión, una cierta popularidad. Son poemas escritos sólo para poetas, son como agua que una noria febril devolviera a su cauce primitivo».
Y para su libro A rienda suelta escribió el poeta chileno Gonzalo Rojas: «Libros que se leen una vez y ya al cerrarlos los damos por leídos, y libros que se están leyendo siempre. Es lo que me ha ocurrido con este A rienda suelta, al que le sale luz por todas partes, del poeta Armando Romero. No bien llegó a mis ojos el manuscrito, ya no pude soltarlo. Rehallazgo animal, si es dable decir, de esa América fresca que discurre en cada una de estas páginas. No es que otras piezas líricas suyas como El poeta de vidrio y la versión conjunta Del aire a la mano no resplandezcan con luz propia ni que desoiga aquí el portento de su narrativa ni —menos aún— su sistema crítico que llega al alumbramiento, pero esta construcción aérea y diamantina me toca de modo singular. Zumbido imaginario y zumbido real cortan y abren el juego con tal dominio en el oficio mayor que uno llega al encantamiento con participación mágica y todo hasta registrar con seso propio lo huidizo y permanente conforme a la mención de Sánchez Peláez. Si alguien anda todavía pidiendo imaginación para descifrar el mundo, aquí fluye a raudales desde un tratamiento del vértigo temporal que va más allá de los trabajos y los días».
En el 2007 publicó Una gravedad alegre, antología de poesía latinoamericana contemporánea y en el 2009 la Universidad de Atenas, Grecia, le otorgó el título de Doctor Honoris Causa.
Nada de mujer, hembra o animal femenino
De aquí en adelante ya no habrá más mujeres.
Se levanta el puente sobre la cubierta y ellas allá,
a la distancia, saludando.
No habrá de ellas más presencia, tal vez una llamada
por teléfono, una postal para enviar desde Daphni.
No estarán sus vestidos como banderas columpiándose en
las alambradas.
Ni el roce de un perfume contra la tarde.
Nadie llevará rouge en los labios, el pelo suelto
contra la espalda.
El monte Athos enhiesto será todo Zeus mas no Venus.
Las caderas serán estrechas y el grito de un niño la ilusión
de un pájaro o un cerdo pequeño.
Habrá peces sí pero no el espejo de sus pieles.
Por los corredores de los monasterios no repicará el taconeo
de sus zapatos.
Ausencia habrá de cierto orden, la inefable disciplina que
conllevan.
No habrá el silencio que viene con su silencio, ni alegría
ni rabia, ni tormento.
Narra la historia de un ícono de la Virgen, furioso
le incriminó a la emperatriz Pulcheria cuando visitaba
el monasterio de Vatopedi: “No sigas adelante, en este lugar
hay otra reina y no eres tú.”
Nada de mujer, hembra o animal femenino caminará entonces
por veredas, montes o el cuartel de los monjes alucinados.
(Cierto es que en Pantocrátoras vi gallinas precedidas de polluelos
y en Docheiariou maullaban gatas por los gatos)
“Sólo con la divinidad es la cópula permitida”, decía el monje
Palamás con su acento de Oxford.
“Sólo en la noche la oración bendice las almas” decía el eremita
de Santa Ana.
“El sucio”, un aprendiz de monje que a todo huele a la distancia,
ríe en su griego de entredientes y al monje mayor sirve:
“No hubo ni habrá mujeres en este santuario”, dice.
¿Y cómo sería si ellas vinieran y lo limpiaran todo?,
nos preguntamos.
No ver mujeres por días y ya ahí mismo nos hacen falta.
No aquí, decidimos.
Dejemos esto para saber que existen,
y que por ellas existimos.
Lo mismo estos monjes que las ven a la distancia.
Del libro Hagion Oros (El Monte Santo)
EL ÁRBOL DIGITAL
Era un hombre al que le habían enterrado su mano derecha
Pasaba sus días metido en una pieza vacía
Donde se sentaba
Los pies contra el ángulo superior de la ventana
Y su mano izquierda sosteniendo un ojo de buey
Por el cual los rinocerontes
Ensartaban su cuerno
Y hacían brillar su corteza metálica
Le habla dado por ser poeta
Y se pasaba todo el tiempo hablando de la guerra
De tal manera
Que había descuidado su mano derecha
Esta creció lenta y furiosamente
Y sin que él se diera cuenta
Atravesó el mundo de lado a lado
Cuando los niños de la parte norte de Sumatra
Vieron aparecer un árbol sin hojas y sin frutos
Corrieron espantados a llamar a sus padres
Estos vinieron con sus gruesas espadas
Y cortaron el árbol de raíz
Un líquido blanco lechoso salió de la corteza tronchada
Desde ese entonces
El hombre como un poeta
Siente un dolor terrible
Agudo
En un sitio del cuerpo que no puede determinar
FLORES DE URANIO
Llegaron los tres al mismo sitio
Pidieron espumeantes bebidas
Saludaron a la amable concurrencia
Llegaron los tres a la misma mesa
Tomaron humeantes pociones
No conocían a nadie
No estaban incómodos
Y he aquí
Que cuando los tres se encaramaron
Sobre la cornisa Sobre la ventana
Sobre el agujero
La mujer de la cantina dijo no se asusten que ellos
eran una nueva flor traída de Oriente
Pero cuando descendieron y mataron a toda la concurrencia
Ella dijo antes de morir que no había nada que temer
Que se había equivocado de jardín
Que se había equivocado de flor
Y que en vez de traer flores de Buda
Había traído flores de Uranio
LAS DOS PALABRAS
Un Monte es un Monje parado sobre su cabeza
Un Monje es un Monte sentado sobre sus pies
Monte y Monje
Son la misma cosa
El Monte con su cabellera de fuente de lodo
El Monje como un siluro dando coletazos al aire
No hay un Monte que no haya cabalgado sobre un Monje
No hay un Monje que no haya arrancado de raíces un Monte
Los Monjes se dan silvestres
Oran como relojes de péndulo
A garrotazos
Silvosos como una misa en la calle pelada
Un Monte que grita
Es un Monte que calla
El Monje corta el Monte con una cuchilla
El Monte desgarra el Monje con un serrucho
Hay que hablar bien para que todo quede claro
MIS FANTASMAS
Iba a hablar de mis
fantasmas...
pero
¿cómo puedo
hablar de mis
fantasmas
si no los
he visto todavía?
Se enreda la sombra
por la trepadora de
mi boca
y me quedo largo tiempo
asomado al infinito
como el perro al cuadro
vacío de la ventana
y sé que pilas de
fantasmas
podrán brotar de
un momento a otro
como manantial a su arroyo
y que
a pesar de todo
yo que canto
no podré hablar de mis
fantasmas
sin haberlos visto
todavía
BRISA
El sólo movimiento de una hoja en el limonero puso en actividad toda la casa.
A ras de suelo un leve humo disipó sus sombras y dejó al descubierto el dulce
ladrillo de los antepasados
El antiguo fantasmero de caoba fue puras risas entrecortadas y pasos blandos
como guantes
Las vigas en el techo y el soporte de las arañas temblaron como una trapecista
en celo de tendones
-Apagada estaba ya la vela en el altar contra el rincón y no se movía-
Al borde y al centro de una pantalla de adobe habían ahora puertas y ventanas
en vaivenes de secos golpes y monótonos
Paso tuvo el sol que quedaba restando y sumando por los postigos y los portillos
En la fragilidad de sus lazos y la corredera del hilambre la hamaca dijo sí o dijo no
Corrió veloz la mariposa única hasta el escaño deshuesado y sólido que esperaba
en el corredor
Y desde allí la ahumada cocina hizo leve muestreo de rescoldos y cenizas
Viejas ollas en depósito de sentencias y perfumes
Desierto de áridos granos y legumbres florecidas
Leña ya en el musgo y el renacimiento de las parásitas
Tardo hueco del fogón y su encanto
Platos y tazas desportillados por un constante repique de los usos
Pocillos en la pared como una interrogación colgando
Por el patio donde se desvanecía el acento trinitario y el punto aparte de las
gallinas caminó como un murmullo que no era sino roce y frotación de pieles
desnudas por la hierba
El cielo se sostenía en un meridiano preciso que era una nube gris y muchas
blancas más azul
Fue solo un múltiple movimiento de pies como las hojas cortadas del plátano
Un sólo movimiento en esa tarde
Pero al detenerse el limonero
Todo en aquel sitio continuó como antes
LAS PIEDRAS
"Las piedras ...siguen hablando a
los que las escuchan".
André Breton.
No eran camino largo o encrucijada
huellas de senderos que se van a pasos
eran luz desde el canto de la tierra
polvo vuelto a más y detenido
El sol las ve hasta el corazón escrito
sabe que precisan su historia a todo momento
y en la fila de agua que marca su salida
ellas son el color y la sustancia
Sus formas muerden al mundo para sembrarlo
y lo cargan del placer de las imágenes
al ser pájaros en el nudo de la planta
cielo y nube en amor estacionario
No dejan allí su barro sino el misterio
de por cuando vienen las cosas y los murmullos
y pintan una flor de auxilios por el suelo
en esa su piel azotada de silencios
A meterse entre los ojos dicen
y ya son caballo inmóvil sobre el desierto
mirada fija en el círculo del valle
reflejo y desnudez del indicio de los tiempos
En el mar de su búsqueda desciende
como inútil la pregunta y la respuesta
así en ellas se graba el signo que estremece
y permite leer todo el comienzo
INVOCACION A LA LLUVIA
Dime si empieza a llover
Y una gota grande como un sol se desprende
Viniendo desde esa mano de cielo en líneas entrecruzadas
Al geranio de cristal plantado entre las maderas del patio
Dime, ¿qué debo hacer? ¿Cuál es el salmo que abre esa llave?
Y no deteniéndose allí inaugura un cono de reflejos
Una paz de chorros en el vidrio y la ventana
Inicia la envidia de los vecinos
Con un tronco de piedra entre los dedos
Dime, ¿qué debo hacer? ¿Cuál es el evangelio que tumba esa puerta?
Y desmedida por la piel
Mientras olvida el marco natural
Invade nuestros cuerpos tendidos
En la digna postura del amor
Dime, ¿qué debo hacer? ¿Cuál es el verbo que derrama esa gota?
VIAJERA
En cuanto a los árboles
Tiene cabellos como batidora de plantas
Sube en soga por la miel de las raíces
Y en la punta de las hojas es cristal de agua
En cuanto a las noches
Camina por el añil en fondo
Dejando humo y sonido como vapor de fuego
Chispa de seno en curva adolescente
Es amor de múltiples amantes
Trigo en aire de inigualado desenfreno
Astilla firme en el corazón de los pájaros
Ovulo centro que esperma y desaparece
Hada en techos de zinc y asbesto
Muévese como trepadora en cruz sobre la rama
Precisa como gotera a medianoche
Da paso a un nuevo ruido
Esperándola estamos los hombres de la tribu
En la danza de abeja con olor a signo
Callados a la espera de palabras
Es a nosotros su más certero desafío
Mírala venir de ella en agua
Mírala caminar de ella en árbol
Mírala flotar de ella en noche
Mírala partir de ella en pájaro
MI CIUDAD
Tal vez si de polvo y arcilla
Se volviera a construir la calle,
Si de arena y piedra
Se reflejara del sol la luz que asciende,
Yo volvería a encontrar la palabra luna
De esta mi ciudad de viento.
No puedo olvidar que me detuve
En medio de las ruinas de lo que ya era
Una multitud de enigmas indescifrables
Y allí solté en canto Lo que se iba en sueño
Salté las piedras
De lo que fue tiempo.
Tengo clara memoria
De estar allí
Con el amargo de los días idos
Entre los dedos:
Paso de a paso entre fragmentos.
CONSTRUCTOR
A Jaime García Maffla
Es necesario que diga cómo construí el mundo. Con la tijera mi madre había ido cortando esas trízas de verde que yo plantaba: árboles de una selva que la suerte podía desflorar de un manotazo. Hacer una cascada no era el problema sino el brillo que la consumía. Como ríos navegaba el papel de estaño de los cigarrillos y con el cartón de las cajas se levantaban cerros que el dedo hurgaba en busca de cavernas para las hormigas. Las casas tenían manos como banderas desde las ventanas. Había puesto musgo y epífitas como borrones de tinta entre los campos, y en el cielo ese sol que era el bombillo de la sala. Así construí el mundo que podía recorrer de un solo paso, acariciar con la mirada desde mi cuarto. Así pude vencer el estremecimiento y dar aviso de lobo a los pastores que lo poblaban con sus ovejas de palo.
LA TIA CHINCA
A Antonio Zibara
Nunca hablé de mi tía Chinca por miedo a su silencio. Recuerdo esas largas oleadas de humo que venían desde la última pieza, la que daba al patio, y que eran producto de sus cigarros baratos. Ella los fumaba allí, en lo oscuro, como quien saluda al infinito. No sé cómo era su voz porque nunca me dijo una palabra de rabia ni de cariño. Tengo memoria sí de sus vestidos negros y de sus babuchas gastadas por un caminar de no sé dónde. Nadie me dijo qué hacía mi tía Chinca los domingos o si tuvo amores secretos, pasiones violentas, encuentros fortuitos. ¿Qué hacía mi tía Chinca sentada sola en el patio? Cuando pasaba a mediodía por la sala, donde toda la familia se reunía a oír las canciones de Pedro Infante, mi tía Chinca dejaba una estela de cenizas y escombros como si lentamente se estuviera deshaciendo. Pero nadie lo notaba, o ¿era yo sólo el que descifraba las manchas que dejaba en el espacio? Dicen que murió pequeñita, como una torcaza, y que con ella enterraron también su silencio.
NOSOTROS DOS
No siempre se puede ser cara o sello al mismo tiempo y después decir que la fortuna se mide por abismos. Hay un lugar por el cual si entramos o salimos vamos al mismo sitio. Dicen que lo pueblan seres tan distantes los unos de los otros que ya no tienen fondo: lisos ellos se miran sin mirarse, sin advertir que también son substancia de esa otra mirada, la que de ti a mí danza solitaria su existencia. Tú, que traspasaste los últimos lindes; yo, que perseguía tu cuerpo para atraparlo en mi morada. No siempre se puede decir que somos lo que somos, nosotros dos que construimos el cielo a martillazo limpio.
QUITO
Recuerdo que un bárbaro en Asia dijo que ésta era una ciudad con nombre de cuchillo. Algo hiriente y hermoso. Sin embargo, para mí se trata simplemente de una ciudad donde todos enredan las palabras. Las retuercen de tal manera, las envuelven, las estiran, hasta que hacen una masa como de harina blanca. Entonces la empastelan contra las puertas de madera formando extrañas volutas, semicircunferencias, espirales, estrellas, soles en círculos concéntricos, líneas rectas como paralelas de líneas curvas, acentos, serpientes, granos de maíz, ángeles. Luego pasan unos hombres acaballados en unos sombreros altos y negros que pintan de oro estos moldes. De otra manera no puedo imaginármela, ni más allá ni menos acá de estas formas aventadas.
VALPARAÍSO
Tal vez tendría una falsa memoria de Valparaíso si no me hubieran sucedido cinco cosas: Primero, en la cima de uno de los cerros dos hombres cargan un piano, y su silueta recortada contra el cielo es la misma música; segundo, en el malecón un pescador se ha quedado dormido con varios peces atravesados en el pecho; tercero, en la plaza Echaurren una prostituta con un hueco en la frente me dice de abandonarlo todo e ir con ella hasta las alturas; cuarto, te busqué por entre los colores de las puertas y el ruido de los funiculares y no estabas; quinto, se fue la noche y vino una mañana de todos los cielos.
AKROTIRI
De pura ceniza hasta los tobillos vi la antigua ciudad en ruinas, Akrotíri, allí encaramada a lo alto del risco de esta media luna como isla. No toqué a ninguna puerta porque mis dedos se disolvían en el polvo; no vino tampoco ningún auriga a transportarme hasta el mercado de peces. Un vino seco al fondo de las botijas en fila irisaba viajes y fiestas. Apaleado por el calor me senté en una piedra. Desde allí vi el pequeño agujero de una ventana sobre un cuarto. Las paredes deberían estar cubiertas de esos frescos inimitables. Un sabor de agua clara correría por los labios. En esa habitación ella y él debieron hacer el amor, este día. Algo como lo eterno tiene también el color de la ceniza.
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