jueves, 24 de junio de 2010

534.- CARLOS MARTÍNEZ RIVAS


Poeta nicaragüense, nacido en Puerto de Ocoz (Guatemala) el 12 de octubre de 1924 (donde sus padres, de familia acomodada, estaban de viaje). Desde muy temprana edad se reveló como gran poeta: a los dieciséis años ganó un concurso nacional con una poesía novedosa y original, que a muchos pareció muy semejante a la de Rubén Darío. A los dieciocho, estando aún estudiando bachillerato en el Colegio Centro-América (de los jesuitas) en Granada (Nicaragua), escribió su extenso poema El paraíso recobrado (publicado por los «Cuadernos del Taller San Lucas» en 1944) que ha sido considerado uno de los eventos importantes en la historia de la poesía nicaragüense y que ha influido mucho. Después de su bachillerato residió varios años en Madrid, donde prosiguió sus estudios (asistió en junio y julio de 1946, como invitado y «estudiante de Filosofía y Letras y Periodismo», al XIX Congreso Mundial de Pax Romana, celebrado en Salamanca y El Escorial). Dicen sus biógrafos que en España se aficionó al alcohol y a la noche. En 1947 publicó en la revista Alférez, en la que coincidió con los también nicaragüenses Julio Ycaza Tigerino y Pablo Antonio Cuadra, dos artículos: «Nuestra juventud» y «A propósito de un premio de poesía» (José Hierro, Alegría, Premio Adonáis de Poesía 1947). En 1953 publicó en Méjico su libro de poemas más importante: La insurrección solitaria (reeditada en 1973 y 1982), resistiéndose a partir de este momento prácticamente a seguir publicando. Trabajó para el servicio diplomático de su país, y vivió en París, Los Angeles, de nuevo en Madrid (hasta los primeros años setenta), San José de Costa Rica y desde el triunfo sandinista de nuevo en Managua. En 1985 ganó el premio «Rubén Darío». Tuvo a su cargo una «cátedra» en la Universidad Nacional Autónoma, recinto de Managua. Su poesía completa fue editada en 1997 en Madrid, con un prólogo de Luis Antonio de Villena, donde se presenta a Martínez Rivas cultísimo, noctámbulo y a menudo ebrio. Unos meses antes de morir, aislado y enfrentado con su familia, que nunca lo asistió en sus días de bohemia ni en las sucesivas enfermedades que lo aquejaron, nombró al Gobierno de la República de Nicaragua albacea de sus papeles literarios, y pidió ser enterrado en Granada (Nicaragua). Su fallecimiento en Managua, el 16 de junio de 1998, supuso una gran conmoción en todo Nicaragua, donde se le considera como uno de sus personajes más ilustres.


Pentecostés en el extranjero

Antaño, en la época de las participaciones,
después del tiempo pascual con sus cincuenta días
bien contados y plenos en su liturgia triunfante
(tal cual se nos presenta hoy bien estudiada y mal vivida)
el domingo siguiente a la luna llena del equinoccio de primavera;
el suceso tenía lugar:

Sobre el fondo en pan de oro
la ronda felina de las llamas
desvaneciéndose renaciendo
y una nueva forma de persuación
en boca de esas gentes.

Lo claro
y lo oscuro. El murado yo voluntarioso con ceño de diamante
y el indefinido murmullo que se resigna fondo,
se conciliaban.

Hoy, el Espíritu Santo ya no es pan común
sino que cada uno oye al del otro, extraño al suyo,
zurear a su lado. Y ante cada rostro
afirmándose la desemejanza de otro rostro.
Y nombres propios.

Tortuosa, sonsacona, la zagala.
Detractor el prójimo rechinando a tu vera.
Difícil cada vez más la poesía. Y ni siquiera
el día bueno: frío, nublado. Sin el menor rastro de fuego.

Pero seguimos esperando. Con fe
no exenta de cinismo esperamos
el día de mañana
para contradecir al de hoy.
A su golpe vacío.

Así
los dos compatriotas (E. C. y
C. M. R.) sentados junto a Teresa, con su respectivo
cáliz y su manera peculiar de mirar a la mujer,
brindan en esa dulce reunión
a la áspera salud de ser diferentes.
Fiel cada cual a su distinta lengua roja
a su pentecostés privado
a su fraude provisional.

Porque es verdad que hacemos fraude.
Porque creemos en el Espíritu Santo hacemos fraude.
Porque aun a costa del fraude y de los juegos
de vocablos, continuamos

para perpetuar la amenaza
inventar la necesidad
mantener el peligro en pie

mientras retornan
esos tiempos que el hombre ya ha conocido antes.
Pentecostés, 1950. -Hotel de
Bretagne, Rue Cassette, París.






Beso para la mujer de Lot


Y su mujer, habiendo vuelto la vista
atrás, trocose en columna de sal.

Génesis, XIX, 26

Dime tú algo más.

¿Quién fue ese amante que burló al bueno de Lot
y quedó sepultado bajo el arco
caído y la ceniza? ¿Qué
dardo te traspasó certero, cuando oíste
a los dos ángeles
recitando la preciosa nueva del perdón
para Lot y los suyos?

¿Enmudeciste pálida, suprimida; o fuiste
de aposento en aposento, fingiéndole
un rostro al regocijo de los justos y la prisa
de las sirvientas, sudorosas y limitadas?

Fue después que se hizo más difícil fingir.

Cuando marchabas detrás de todos,

remolona, tardía. Escuchando
a lo lejos el silbido y el trueno, mientras
el aire del castigo
ya rozaba tu suelta cabellera entrecana.

Y te volviste.

Extraño era, en la noche, esa parte
abierta del cielo chisporroteando.
Casi alegre el espanto. Cohetes sobre sodoma.
Oro y carmesí cayendo
sobre la quilla de la ciudad a pique.

Hacia allá partían como flechas tus miradas,
buscando... Y tal vez lo viste. Porque el ojo
de la mujer reconoce a su rey
aun cuando las naciones tiemblen y los cielos lluevan fuego.

Toda la noche, ante tu cabeza cerrada
de estatua, llovió azufre y fuego sobre Sodoma
y Gomorra. Al alba, con el sol, la humareda
subía de la tierra como el vaho de un horno.

Así colmaste la copa de la iniquidad.
Sobrepasando el castigo.
Usurpándolo a fuerza de desborde.

Era preciso hundirse, con el ídolo
estúpido y dorado, con los dátiles,
el decacordio
y el ramito con hojas del cilantro.

¡Para no renacer!
Para que todo duerma, reducido a perpetuo
montón de ceniza. Sin que surja
de allí ningún Fénix aventajado.




Si todo pasó así, Señora, y yo
he acertado contigo, eso no lo sabremos.

Pero una estatua de sal no es una Musa inoportuna.

Una esbelta reunión de minúsculas
entidades de sal corrosiva,
es cristaloides. Acetato. Aristas
de expresión genuina. Y no la riente
colina aderezada por los ángeles.

La sospechosamente siempre verdeante Söar
con el blanco y senil Lot, y las dos chicas
núbiles, delicadas y puercas.




Romanzón



a L. P. G.
Primomisacantano

Caminantes camineros
de Madrid a San Sebastián
hemos visto cómo toda la tierra
está cantada por el mar.

Y al borde de tu misa oímos
un océano universal
y el rumor de todas las hostias
que se venían a quebrar.

El Obispo avanzaba ayer,
rojo, delante del altar.
Los fuelles del órgano soplaban
la hoguera de la cristiandad.

Y caminantes camineros
sacamos en claro esta verdad:
que toda la tierra puede
ser cantada desde un altar.



Como un nadador que separa dos olas
así abriste tú el misal.

Te vimos entrar en una

opulencia de agua de mar
donde saltaba la barca de Pedro
y chillaba el águila de Juan.

Nos abriste como una casa
las grandes puertas del misal
-el único pórtico rojo
por el que debimos entrar-.
Cambiar nuestro vino por tu Vino;
cambiar nuestro pan por tu Pan.



Es porque he mirado la tierra
que tengo derecho a cantar:
yo estaba de guardia una noche. Las tiendas
eran blancas a la luz lunar.
Los grillos cantaban enamorados
y no paraban de cantar.
Un riachuelo sesgaba hacia la muerte
y no cesaba de sonar.

Yo comenzaba a comprender. Venus
desde el abismo me miraba con triste mirar.

En Guetaria las muchachas eran arañas
entre las redes de pescar.
Tejían una red infinita
mientras nos veían pasar.
En el agua quieta de Orio, brillaba
gorda la estrella vesperal.
Entramos en una taberna
y nos pusimos a tomar.

El vino lo sacaban casi negro
de un barril profundo, inmemorial.

En la cocina misteriosa
un niño empezó a llorar.
Sobre un plato abandonado, hedía
una sardina de metal.

Si quisiera contar todo eso
no terminaría jamás.
Sería como las estrellas del cielo,
como las arenas del mar.

Del mundo te traigo este día,
con lo difícil de nombrar,
los pasos pesados de este romance
y el abrazo de mi amistad.

Convento de Oña

Burgos, España, 1946






Villancico

¡Un niño nos ha nacido
un niño se nos ha dado!

Vamos, pastores, vamos,
vamos a Belén,
a adorar, etcétera...

Para algo nace
el niño.
Por algo lo hace.
No se alza porque sí
el vientre, la purísima clausura,
de una Niña de Niñas (¡Virgo Virginum!)

Si viene a traer la paz y no la guerra,
no sé a qué venga.

por más dulce que sea la llegada
de los bebés, y ofrecerlos,
¡por el amor de Dios! si no han de cambiar todo
esto, no sé a qué vienen,
y sí sé
que vienen a engrosarlo no a cambiarlo.

Si El no ha venido -espada
en mano- contra el sabor a hierro,
el regusto a cobre de no haber
sembrado sino desparramado,
de haber sido gastado
por la existencia sin gastarla,
de haber sido usado sin usar,

si El no viene a quitar
de una vez por todas
ese resabio a cobre de las bocas,
no sé a qué viene.

Vamos, pastores, vamos,
vamos a Belén,
a adorar, etcétera...

Porque hemos entendido bastante
bien el sentido oculto (la segunda
intención) de lo blanco, de
lo blancuzco y sus relaciones
con la lepra y el sello del pecado
casi como en el Exodo y en el Levítico es entendido
("...y he aquí que estaba leprosa, como la nieve")

-pero sin poder remediarlo-

(la manchada rutina, el empaste blanque-
cino y la abominable pereza del color: años
centurias eras para que el gris se arrastre
un poco hacia el verde-zinc)

-pero sin poder combatirlo-

creo, entonces, que a eso
viene y que si no viene a eso no sé a qué viene.

Vamos, pastores, vamos,
vamos a Belén,
a adorar, etcétera...

El zapatón que taconea con estrépito
no ha sido silenciado.
Los prójimos unos contra otros se aguzan
como cuchillos chas-chas-chas.

Se oye el encierro, el din-don monótono
el cencerreo de los adúlteros
guisando al rojo y cenando frío
y el ruido de hojas secas de la ropa humana...

Si El no viene a acabar
con ese chas-chas-chas y el frou-frou
de la hojarasca y el din-don y el ¡tac
tac! de la bota y toda
nuestra cacofonía,

no sabré que ha venido cuando venga.
No tendré la menor idea.

Vamos, pastores, vamos,
vamos a Belén,
a adorar, etcétera...

Aquí están todos los hijos, madres.
Recién nacidos, puros como la nieve.
Son la sal de la tierra. El libre
vuelo de vuestro ser.
Oidlos ahora, parlotear. Miradlos marchitarse
y adiestrarse -agibílibus- y marcharse.
Hinchándose codiciosos,
empobreciéndose de oro. Poco
de todo aquel libre vuelo del ser, madres.

Y poco que hacer desde vuestro lecho
contra esta ola en torno de una cuna.
Poco desde vuestro rezo,
desde vuestro sueño, desde vuestro puesto.

Sólo hay la nieve afuera amontonada
como la sal que se ha vuelto insípida
y es tirada y pisada.

Sólo la nieve sucia, el sello blanco
de la lepra y la sal desalada.

Vamos, pastores, vamos,
vamos a Belén,
a adorar, etcétera...











Memoria para el año viento inconstante


I
Sí. Ya sé.
Ya sé yo que lo que os gustaría es una Obra Maestra.
Pero no la tendréis.
De mí no la tendréis.

Aunque se vuelva, comentando, algún maestro
del humor entre vosotros: -Poco trabajo le costará cumplir...
Aunque sepa hasta qué extremo las amáis.

Sé cómo amáis la Música.
No la de los negros, por supuesto. Ni la guitarra
a lo rasgado, por tientos, esa
brisa seca de uñas y plata. Ni el endiablado
son de la Múcura que está en el suelo, o Rosa de Castilla
con su largo alarido al comienzo...

sino ¡BACH!
Ultimamente sobre todo Juan-Sebastián Bach.

Yo os he visto alzar la tapa de la discoteca,
oyendo en vuestros sagrados depósitos
de música estancada cómo cae
el Concierto, y tirar de la cadena
purificados por el suceso musical puro.

¡Con qué libertad respiráis! casi voy a decir
que vivís como hombres por un momento. De tal modo
saboreáis el aire salado de la emancipación
al salir por la puerta, la puerta
giratoria y afelpada -que se traba- del Museo de Bellas Artes.

Y ya cerrarlo con doble llave.
Y haber cumplido con la tercera y última de las variaciones de las variantesde la Battaglia.
Irse sin dejar nada pendiente con la figura
que toca el pífano y el tambor en el Cristo de los Ultrajes de Grünewald.

En paz con el exigente Maestro de la Leyenda de Santa Ursula.

Gran día para vosotros.
Ese de la Obra Maestra.

Una antigua necesidad: el holocausto
del propio ser. El deseo
de imponeros algo perenne y tribunal.

Y otro. Más rabioso,
más trémulo: el deseo de tener un pasado.
Un pasado por fin que oponer al maldito presente.

Un pasado adornado con todas sus plumas.
Con su perspectiva de adecuada jerga,
con sus categorías históricas y su problematismo crítico-cultural
precisado en función de una radical revisión de...
Y la larga, accidentada, alucinante teoría de los géneros y los estilos.


II

Si no estuviera el otro. El difuso
terco mundillo del amanecer.
La pululante línea de la imperfección y el anonimato.


Más informe en el año del hombre y dudosa que
en el año exterior
los renacuajos moviéndose sin dignidad,
que la crisálida de una abeja en su célula
cuando no es sino un poco de saliva ciega y moho,
que esas medusas que olvida el mar
aun sin hacer, translúcidas al asco.

Ahí velaremos.
Como sagaces hijos del siglo.
Como el Iscariote, que no conoció almohada.

Alertas centinelas en la púrpura penumbra
del umbral. Celosos polizontes
con la diestra en la cartuchera de cuero al pie del sicomoro.

Cada hoja tendrá su guardián.
El más mínimo remolino de savia
el tiempo necesario de cumplir su revolución
su breve furor elipsoidal hasta pintarse
como un leopardillo y ya ni Salomón en toda su gloria

(o tendrá más tiempo: todo el vasto y soleado tiempo
de no cumplirla y abdicarse a sí mismo y perderse).

No es una amenaza.
Tampoco exageraremos.

Pero ni un solo murmullo será malogrado.
Ningún lenguaje estéril y ameno brutalizará
los reciencapullos, los brotes del presente
que asómanse predicando lo que todavía no es cierto.
La fina sombra de una lanza llena de tacto
guardará el paso cálido, distinto al anterior, casi indecente
de una pulsación de segundo. El milagro
de un entendimiento súbito entre dos sangres extranjeras.

Aceptaremos sin entender cualquier discordancia:
el más aprendiz de los palmoteos
el más inventado de los borbollones.

Porque de lo seguro salimos a reposar en lo inseguro.
En lo peligrosamente sesgado como doncella
cortante veloz como desde un puente. Del puente
a lo escapado a lo demasiado huído a lo frío
saltamos
¡impacientes!

Y más si se quiere. Que el tránsito
de una burbuja nos sea viaje largo y fatigante.
Una piragua de papiro en el centro del remolino
es fortaleza, chato torreón de piedra, ante el inseguro
inestable vacilante hogar
de un corazón inclinado al esbozo.

De un corazón de hombres dóciles flexibles vulnerables
como un colibrí es siempre un colibrí agudo ardiente rápido.
Y más hombres: los que llamaren. Como ese colibrí
es tantos diferentes colibríes agudos ardientes rápidos.
A cada arranque imprevisto ¡un nuevo colibrí sin memoria!

Agua fluctuante y pan preparado sin fatiga,
delicioso como agua desaprovechada que se mira correr
y riqueza no guardada para mañana (recibida prestada
en el viento escrita) agua
móvil como sólo ella sabe serlo y jirones de plata
donde ninguno se repite y de ninguno
es posible hallar vestigio...

Lo que a los planetas eternos les fue negado
y concedido a una chispa: desaparecer! -Ese lujo-
dice el coro. Y vuelta a lo mismo:

de lo seguro para girar en lo inseguro
en lo ondeante adoncellado y con andares aptos para el desmiembre
el date vuelta
en lo que como lomo de paloma amarillea
y ala untada de plata y gala de la mañana y que pasa
de nosotros con liberalidad projimal
o nos es quitado por asalto
o rechazado (arrebatado por rechazo) o birlado
vulgarmente
o registrado
chabacanamente destruido desplegado
con vocerrón devuelto
con las patas (¡y para nosotros gala de la mañana!)

pero que vuela saca las uñas duerme
vive ahí
-¿en dónde?- ¡aquí aquí en el entornado
desierto mundo del amanecer.
Y no domado dulcificado acorderado
bajo velocino

sino amenazante!






Retrato de dama con joven donante



I


La Juventud no tiene donde reclinar la cabeza.
Su pecho es como el mar.
Como el mar que no duerme de día ni de noche.

Lo que está en formación
y no agrupado como la madurez.

Como el mar que en la noche
cuando la tierra duerme como un tronco
da vueltas en su lecho.

Solo.
Retirado a mi tos.
Desde mi lecho que gruñe oigo correr el agua.
Toda el agua que se oye pasar de noche bajo los lechos.
Bajo los puentes.

Las aves del cielo tienen sus nidos. Nidos curiosísimos.
Los zorros y las raposas tienen alegres madrigueras donde hacen de todo.
La juventud no tiene donde apoyar la cabeza.

Y rompe a hablar. A hablar. Toda la tarde
se la pasó el joven hablando delante de la mujer enorme.

Dejándola para mañana se le pasa la vida.

Y en la Pinacoteca de Munich, bajo el gran hongo, a la afable
sombra de los Viejos Maestros, o en la olla del placer,
derramando en el suelo su futuro
dice a su juventud, a su divino
tesoro dícele: -Sólo espero
que pases para servirme de ti.

Y aprender a sentarse.
Empezar a tener una cara.

Lo que hizo Míster Carlyle, el dispéptico.
Lo que hicieron Don Pío Baroja y su boina.
O Emerson ("...una fisonomía bien acabada es
el verdadero y único fin de la Cultura").
Y todos los otros Octogenarios,
los que no escamotearon su destino:
el propio, el que vuelve al hombre rocín
y acaba sólo gafas, hocico, terco bigote individual.

Los que llegaron hasta el final
y zanjaron el asunto y merecieron
un retrato en su viejo sillón rojo
calvo ya como ellos y hermoso.

Sentados para siempre. Fotogénicos.
Idénticos a su celebridad. Fijos los ojos
como si por encima del vano afanarse de la tribu
lo logrado miraran. ¡Lo logrado!

¿Lo logrado?

¿Y si fuera otra cara la verdadera y no ésta
sino la otra, la mal hecha, la que no se parece
y es distinta cada vez? La del Hombre
del Trapo en la Cabeza, el que se cortó
la oreja con una navaja de afeitar
para dársela a la menuda prostituta?

Pero él fue solamente un pintor. Uno
entre los otros espantapájaros, minúsculos
en medio del gran viento que choca contra el cielo,
empeñados en añadir un paso más a la larga cadena.
Ocupados en cambiar la Naturaleza, como las estaciones.
Rehaciendo y contrahaciendo el rostro del mundo. El rostro
del vasto mundo plástico, supermodelado y vacío.
II

Aludo a,
trato de denunciar
algo sin un significado cabal pero obcecado en su evidencia:

el árbol con piel de caimán.
La esponja con cara de queso de Gruyere,
y viceversa.
El viejo de la esquina, el que vende cordones para zapatos,
peludo de orejas, animal raro,
Nabucodonosor amansado.
Una lora en su estaca moviéndose
peculiarmente. Mostrándonos su ojo
viejo, redondo, lateral.
Los moluscos, temblorosa vida
en la canasta que contemplan
tan serios el niño y la niña.
El perro en la cantina, debajo de su mesa favorita,
temible a causa de su bozal.
Un par de hombres solitarios bañando un caballo
con un cepillo grande a la orilla del mar
en una perdida costa pequeña y abrupta.
Los grandes bueyes lentos de fuerza y peso,
cargados de su propio poder, y los caballos
pastando con sus cuellos inclinados igual que las colinas...

Todo incomprensible (en apariencia) o idílico, pero inasistido,
no azotado por el error, vivo dentro de un cero
en la impotencia de lo sólo evidente.

El mundo plástico, supermodelado y vacío.

Como un infierno ocioso,
abandonado por los demonios,
condenado a la paz.
III

Pues si esta noche el alma.
Si esta noche quisiera el alma hundirse
en la infamia o la ira
hasta el fondo, hasta que el pulgar del pie
brille contra la roca en la tiniebla
del agua; y desde allí
intentara una vez más
bracear, cerrar los ojos,
hundirse aun más hondo, no podría.

La ola de la Tontería, la ola
tumultuosa de los tontos, la ola
atestada y vacía de los tontos
rodeádola ha, hala atrapado.

Inclinada sobre el idioma, sobre
el pastel de ciruelas, lo consume
y consúmese ella disertando.
Y danza. Pero no al son del adufe,
sí del castañeteo de los dientes
que agitados por el rencor y el miedo
producen un curioso tintineo.
Al son del ¡sún-sún! de la calavera.

Y súbito el recuerdo del hogar.
De pronto, como una espiga ardiente.
Como el sonido de un clarín de niño
en la traición, en las traiciones de las
que sólo el olvido nos defiende:
sólo otra traición del corazón
nos defiende. Y el pecado futuro,
ya en acción, zumbando desde lejos,
desde antes sabido, realizado y ceniza.

Hoyo, humo y ceniza. Es el desierto.
El sol huero, la arena y la pequeña
mata de llamas. A lo lejos, la nube
abstracta sobre la colina ocre.

Un pájaro atraviesa la tarde de borde a borde.

Una hoja seca araña el techo de zinc.

Un grifo vierte el tedio.


-Pero conocí a una dama.
IV

Sola en principio y descastada
como un águila. El águila
de Zeus en el exilio, de
paso entre nosotros. El ruido
de sus garras sobre la mesa
y el ojo perspicaz. El ojo
que sólo ve, sin opiniones.

Así el suyo. Como el ojo
del ave: sin respuesta, puro
de voluntad óptica. Ojos
duros, pequeños y desiertos
delante de la ilimitada
extensión del yo varonil.

Rostro intemporal, zoológico.
Lleno de fanatismo, pero
frío, sutil, no sometido,
como escarabajo o bala.


Civilizaciones la han hecho.
Muchas estirpes habrán sido
necesarias delante de ella
como delante de los frutos
soles y siglos. Una hilera
de siglos como grandes filtros
para que al fin cayera -gota
pura- entre las fuentes públicas
y los hábitos de su raza.


No la driada de los bosques
ni oréade, breve de seno,
oliendo el aire. No trirreme
a la luz de las olas. Ni algo
que el pueblo de Francia advertía.

Ni tocador lleno de dijes
fríos, colgantes como lluvia,

y revólveres relucientes
que enseñáronme tanto sobre
la naturales secreta
del níquel y el por qué las uñas
y lo dentado.


Pero sí
algo que entró en el cielo excluído
de lo suficiente. Si algo
con la lógica de lo simple,
la forzosidad de lo perfecto,
la inteligibilidad
de lo necesario.

Ileso
eso se mueve en la tercera
rueda, nosotros aquí abajo
enronquecemos discutiendo.


Sin vacilaciones ni sombras.
Todo respuesta que el enigma
vano de la blancura oculta
y suplanta, el pecho ofrece
un fondo al rayo de la mano.

Tras la aislada frente monótona
(donde ensordece el apagado
barullo del mundo invisible)
se abre el perla, absorto, cóncavo
día solo de una mujer.


Es el interior de la concha.
La Nada femenina. Allí,
aun sin aletas y sin ojos
un caos se defiende, más
cerca del huevo que del pez.

Mordiente sol, limón de oro,
virginidad aceda. Es
la mujer, golpeando, matando
con su pico al hombre cálido.
Su pico de vidrio. El de hielo.

Púdica, insípida y hostil
con la terquedad espantable
y pacífica de la luz.

La Nada femenina. Sola
ante lo último, lo límpido
donde lo resistente es nácar.

Piedra vestida por la sombra
y desnudada por el sol.


1949-50 -18, Rue Cassette, París







San Cristóbal

--¿Hay paso? --gritó el niño
mirando hacia lo oscuro
en los últimos límites
de lo bruto.

Y no oyó nada, sino
la lluvia
cayendo en el abismo.

Sólo la pesantez eterna
ha respondido
honda y negra,
al niño.

--Tal vez es que no viene
nadie aquí --cuando vió unos
tizones apagándose,
mojados bajo el humo.

Y llamó otra vez
hacia el gran hoyo mudo.
Retó al caos palurdo.
Golpeó en su oído duro.

Y apareció un farol.
Se le acercó la noche.
cabeceando.
El pie descalzo, enorme,
removió el agua fría
y dormida.

El niño vio el reflejo del farol cruzando el río.
Sacudido
y soñoliento sobre
el alto hombro macizo.







El desertor
o
¡Que Dios te valga!


--Por donde vaya tú me faltas.
Por donde huya tú eras blanca-
fueron mis últimas palabras.

Diligentemente la savia
trepa verdeando las ramas
y el ardor del verano es agua
en la pileta de mi casa,
aquí en Granada!

Sólo tú andas rival y alta.
Sin donde, sin nadie, sin nada.





La sulamita


En bata todo el santo día.
Muy sola y en sus cosas pero
con aire de saberse dos.

Flaca, secreta y rocallosa.
Sin hablar, cortando papeles
y pegándolos. Hogareando.
Confiando sólo en su marido
detestando los visitantes.

En bata todo el santo día
soporta la felicidad
bajo su camisa de noche.








Ars poética
¿Que eres reacia al Amor, pues su manía
de eternidad te ahuyenta, y su insistente
voz como un chirriante ruiseñor
te exaspera y quieres solamente
besar lo pasajero en la cambiante
eternidad de lo fugaz? -entonces
¡soy tu hombre! Pues más hospitalario
que el mío un corazón no halló jamás
para posarse el falso amor. Igual
que llegué, parto: solo, y cuando mudo
de cielo mudo también de corazón.

Pero, atiende: no vas a hacer traición
a tu alma infiel. No intentes, si una chispa
del hijo del hombre ves en mis ojos,
descifrarla, ni trates de inquirir mucho
en mi acento y el fondo de mi risa.

Donde quiero destierro y silencio
no traspases la linde. Allí el buitre
blanco del Juicio anida y sólo el
ceño de la vida privada ¡canta!



Hogar
con luz roja


a Pilar y las chicas
Los escalones de madera, inseguros
para el extranjero en la oscurana, son
fácil camino para el hijo.
Alrededor de la mesa, congregada
juega a las cartas la familia; las fichas
chocan en el centro del tapete en donde
cae la luz. Discreta zumba la radio.
Porque es pacífico este hogar, temeroso,
y sólo al amor consagrado.
Llega el hijo y los hermanos del hijo
y las hermanas de los hijos acuden
a la llamada del timbre, y esperan
dichosas, con agitado pecho, en medio
del saloncito de mobiliario eterno:
los cojines color naranja y el cromo
con la góndola de Cleopatra en el Nilo.


En la carretera
una mujerzuela detiene al pasante
¿Qué pasó con el joven que amó su madre?
El incapturable.

Pero a quien las mujeres notaron
como el can al extraño.

Al que todas ellas amaban:
las crías de pecho
las niñas sin pecho
las mujeres en pecho
las despechadas.

Cuantas pudieron verle
lo guardaron para siempre.

No en sus corazones. Ni en el puño
cerrado. Ni en el cráneo acústico.

En su vientre lo conservaba
cada mujer. No encinta de
un hijo de él sino preñada
dél.
O aligeradas de golpe se descargaban,

paríanse a sí mismas pariéndolo,
detenían su anual alumbramiento.

Por qué propósito de fecundar
el fondo de la mujer y perpetuar
su sombra iba y venía...

¿Dónde
circula ahora? ¿Alguien le conoce?






El amor humano
estorbando al amor divino


Si amamos (no quiero escribir Amor
sino capricho, simple locura, espíritu
de demencia) todo es compañía:
pudiendo prescindir de todo, nada
nos recuerda la soledad.

(Porque Su crimen es querer mandar
en la nada tan bien desmelenada
de los dioses, donde no hay plenitud
tramposa sino despilfarro.)






Cuerpo Cielo
Tocar un cuerpo es tocar
el Cielo -quiere decir esto:
Cuerpo ni La Maja es visible.
Forma renuente que se expone
contra lo oculto que se entrega
cuerpo desnudo está cerrado.
Sordo al dedo, a la consciencia
esquivo, murado al contacto.

Lo que quiso decir Novalis.
Es intocable el cuerpo humano
como el Cielo es intocable.

¿O que será tocado sólo
cuando tocáramos el cielo
y tocar cielo es tocar cuerpo
y sólo entonces como puerto?

Fórmula Cuerpo Cielo Cero.

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