miércoles, 29 de abril de 2009

115.- ANDRÉ CRUCHAGA



André Cruchaga, Nació en Chalatenango, El Salvador, 1957. Tiene una licenciatura en Ciencias de la Educación. Además de profesor de humanidades, ha desempeñado la función de docente en Educación Básica y Superior. Parte de su obra poética ha sido traducida al francés por Jean Dif, Danièlle Trottier y Valèrie St-Germain. Estas últimas, el libro antológico: “El fuego atrás de la ventana” (Le feu derrière la fenêtre) y Viajar de la ceniza. La poeta María Eugenia Lizeaga, por su parte, ha traducido el libro “Oscuridad sin fecha” al Idioma vasco (Euskera); y poemas sueltos, al holandés por Michel Krott. Jurado de Poesía de la XVI Bienal Literaria "José Antonio Ramos Sucre", Venezuela, junio de 2007. Buena parte de su obra se encuentra publicada en diferentes revistas electrónicas de Argentina, Chile, España, Grecia, Estados Unidos, Colombia, México, Perú, Italia, Holanda.
Publicaciones:-Alegoría de la palabra. Impresos Roqui, San Salvador, El Salvador, 1992.
-Fantasía del agua. Impresos Roqui, San Salvador, El Salvador, 1992.
-Fuego de la intimidad. Impresos Roqui, San Salvador, El Salvador, 1993.
-Espejo del invierno. 1ª edición Suplemento Cultural 3 Mil de Diario Latino, El Salvador, 1993.
-Memoria de Marylhurts. Interface Network, Oregon, USA, 1993.
-Visión de la muerte. 1ª. Edición, Suplemento Cultural 3 Mil, Diario Latino, 1994; 2ª edición, Impresos Roqui, El Salvador, 1994.
-Antigua soledad. 1ª. Edición, revista Cultura del Ministerio de Educación [abril-junio de 1994] El Salvador.
-Insomnio divagante. 1ª. Edición revista Presencia del Centro de Investigaciones Tecnológicas y Científicas [año III, No, 12, 1991].
-Viento. 1ª. Edición, Suplemento Cultural 3 Mil, Diario Latino, El Salvador, 1995.
-Césped sobre el fuego. 1ª. Edición (edición completa), Suplemento Cultural 3000 Mil, Diario Latino, El Salvador, 1995.
-Fugitiva luz de los espejos. 1ª, edición (edición completa), Suplemento Cultural 3 Mil, Diario Latino, El Salvador, 1995.
-Fantasía del bosque. 1ª. Edición, Impresos Roqui, El Salvador, 1996.
-Enigma del tiempo. 1ª. Edición, Impresos Roqui, El Salvador, 1996.
-Roja vigilia. 1ª. Edición, Impresos Roqui, El Salvador, 1997.
-Querencia del follaje. 1ª. Edición, Impresos Roqui, El Salvador, 1998.
-Rumor de pájaros. (Prólogo de María Cristina Orantes) 1ª. Edición, Editorial Clásicos Roxsil, Santa Tecla, El Salvador, 2002.
-Oscuridad sin fecha. (Prólogo de David Escobar Galindo). 1ª. Edición bilingüe español-euskera. Imprenta y offset Ricaldone, El Salvador, 2006. ISBN: 99923-78-80-8.
Pie en tierra. 1ª. Edición, Imprenta y offset Ricaldone, El Salvador, 2007. ISBN: 978-99923-78-95-3.
-Viajar de la ceniza. (Prólogo de María Eugenia Caseiro) 1ª. Edición bilingüe español-francés, por Danièlle Trottier y Valèrie Saint Germain, Imprenta y Offset Ricaldone, El Salvador, ______, ISBN:
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Césped sobre el fuego

“Sólo un cuerpo y su imagen
y otro cuerpo y su imagen
y una imagen que arde como papel
y un papel que golpea la ventana como la flor de un sueño.
Y ya no tengo frente, ni manos, ni memoria.
Sólo un hondo destino.
David Escobar Galindo: La llama


31
¿De dónde viene esta Trinidad
de agua, árboles y pájaros?
¿Acaso es de esa calle infinita
que se bifurca en ramales?
¡Ah, viejos espectros que chorrean
como el agua de una herida!
Herida que —alucinada y abierta—
Deshila las huellas
Trashumana del peregrinaje.

32

En mi casa,
Regados por la lluvia,
Mis libros crecen.
En ellos, mis poros
Y pupilas se humedecen.

33
Asombrarse es del orfebre
Que ante la lluvia,
Y sus pétalos diluyentes
Hace cántaros de la caligrafía.

34
Y fue la palabra. Y es ella
La que ceñida a un destino
—que no a alguna querella—
hace posible que arda la materia
y siga el misterio, mientras
el hombre, en su claustro, viva.

35
Ondea en el aire mi angustia,
Aun cuando maduran
Tallos y espigas
En la luminosa llama
De las pupilas.
¿Por qué tanta sed
se interna como espina?
¡Ay de este mar
que convierte en amaranto
el sueño de lo efímero!

36
Corro entre hondas entrañas de sombras.
Mientras un gajo de campánulas
—como una aurora lila—
torna lo dolido y austero,
en un sosegado trance ingrávido.
Pero corro, también —como campesino—
Sobre el pecho fértil y ardido
De los sembradíos que hace la esperanza.

37
Vivo el sueño de hoy
Entre viandas de ceniza.
Lo vivo, pensando,
Que la niebla tiene su enigma,
Que mis ojos en su ámbito,
Urgen del pájaro,
Y mis labios, de la miel inmutable
Para llegar a la otra orilla
En un ardiente coloquio.

38
De repente en la vida,
Algo se vuelve inconfesable:
El misterio habla
Con incansable persistencia.
El fuego abunda en diminutas partículas
Como las hormigas en su purísimo barro.
De repente, —mar y fuego— me parecen
Un solo Don desafiante
En la sal del clamor de cada día.
En mi diario cansancio —porque lo hay—
Veo, sin embargo, cestas que arden de luz
Y que columpian el infinito.
Esto me enternece y trasciende.

39
Camino desnudo. Sin poses.
Pero con la sangre
—adentro— de mi madre,
como la bendición que me preserva.

40
Camino, ahora, en la espesura de otras manos.
En la espiral del monte que amanece. Soy guerrero
En la sábana que cubre los cuerpos del deseo.
A veces soy pájaro y viento. Ondeo en tu cuerpo
Y trepo como insecto. Las pupilas de los poros
Son vastas. Hay un sol entre tus piernas donde
La lluvia se expande y las arboledas crecen
Hasta cubrir la totalidad de mis ojos

41
Entre mi esposa y mi madre
Hay una acequia unitiva:
La sangre que se rehace
—visible y palpable—
en el río de los hijos...

42
El silencio se hace a veces con el día
Y viene con la noche. Desde niño aprendí
A deletrear la caligrafía, en medio de un risco
De hojarascas. Y así he seguido —ya de adulto—
Con ese afán de quitarle al viento las palabras
Y trepar al eclipse total
Donde ya nada se aligera...

.
Estación del fuego

“Si fuego fuera yo, ardería el mundo;”…
Cecco Angiolieri: Si fuego fuera yo, ardería el mundo.




XI
Pensar en todo este silencio.
Escuchar conmigo la idea
Del silencio ensordecido
Y fatigado, frío, oscuro.
Vieja compañía de mi estertor
Desordenado y callado
Como el ojo que está allí
Y apenas mira y copia el horizonte.
Este tiene una cabellera espesa
Y brazos de aquietado viento:
Sé bien, −le digo−: corteza, espiga;
Sustantivo inocente del respiro,
De cuanto horada mi presente:
Efusión embriagante que me arrebata:
Mar que inventa secretamente todas las voces.

XII
El tiempo nos trae melancolía
En la espuma de sus arneses;
Y aunque se desvanece
Como la brasa en la intemperie,
Está allí −mariposa o hierro−
Estrujando el hálito de los sueños.

A veces trae alas de libertad.

A veces moja la pupila con la herrumbre
De la muerte en las gargantas.

Sus alas tienen los mil puntos de la geografía:
Playas, rostros y el incienso de las mañanas
que se expanden cuando el sol
sacude su enorme cuerpo de gigante.

Por eso el tiempo escapa a mi humana presencia
Y se torna −impacientada ventana−
en ese fantasma eterno de la espuma.

XIII
Algo pasa en el mar.
El mar en llamas en mis ojos.
El mar que pasa
Y pende de mis pupilas.
Mar con sombrero de espumas.
Mar con nubes gritándole
A la neblina, a la angustia,
A los sueños. Mar, simplemente.
Mar vestido de trinchera...

XIV
“los días(...) royendo están los años”
Góngora.

Los días. Los años. Gimen. Cantan.
Bosque de piedras negras o calizas.
¡Qué soledad de acequias y estiajes!
Mis pupilas deambulan
Mientras el tiempo queda
En el eco de su propio espejo.
Sé que todo lo humano se deshace
Y pasa como el viento.
El pensamiento, sin embargo,
Permanece −hoguera en el bosque−
más allá de las breves horas
del día, de la noche.
Sí. Permanece: vívido esplendor de ala que habita. Refleja.
Del día emergió, mi destino. Lo sabemos.
Pero el tiempo sólo es reflejo
De lo que las almas se atreven. Lo sé.
Mirto su esencia fugitiva.

XV
La puerta está abierta.
Veo caer el cielo en el silencio
De losas frías y suspendidas
En la órbita inequívoca
De ese bendito reloj que descarga
Su latido en mis sienes dilatadas.
Hace falta luz en mis ojos y alma:
Paz para mi espíritu contrito.
Y si no ved: noche, tarde y mañana
Tórnanse túnicas imprevisibles
Como una ola de devorante mudez.

XVI
Pinares en la intemperie de la noche.
Vegetación abismal. Penumbrosa.
Oscura perfección desolada
Que emerge del vacío roto,
Que emerge de los límites del ardor.
Pinares donde pulsa la constelación del pensamiento
Como el violín móvil del viento
Y el zumbido roto de los abrazos del mar.
Noche recurrente de la vida en los sueños
Ésta que el cuerpo siente y la absorbe.
Duermo, no. Deambulo con mi fardo de angustias
Por ese callejón que precipitan mar y viento:
La memoria que desvive. Que vive.
Que vacila. Piensa. Que germina
En los labios oscuros de las hojas
Y el asedio del profundo infinito
Cayendo en la pesadez del granito...

XVII
Hay sombras abrazadas en el pálpito
De la noche. Luciérnagas centellantes
Desde el fondo de la tierra,
Atrozmente vulnerables por mi vaho
De secas aguas desnudando losas.
Honda noche. Hondo claustro
Donde las acequias del tiempo,
Le quitan los calcetines al sol
Para escribir decalzo en el ojo del pájaro,
O en la pupila del aire que sueña libremente,
O en el aliento receptivo del espejo.
Sin duda yo heredé lo invisible del mundo,
Los pétalos del sueño
Y una leve sonrisa, remendada,
Que tañe más que de sosiego,
De herrumbre y duda y sepultura
Este cuerpo en que nazco cada día.

XVIII
La palidez del tiempo
Parece una túnica de sombras
Habitada por la subversiva
Sinfonía de todo este silencio
Que me habita con sus voces.
A veces, tiempo y silencio:
(pétreas velas en la garganta)
horadan el pensamiento.
Mas, a ratos, son compañía
En mi alforja de anhelantes pañuelos.
A veces el ansia es grande;
y sin embargo se cierran los caminos.
A veces la vida nos dá una risa burlona,
Desdeñosa y falaz. La aceptamos. La desafiamos.
Así vivo. Aquí o allá. Animal de tierra o del aire.
Mientras el alma se desnuda, el alma −mi alma en desasosiego−,
Es una pluma delirante
En las acrobacias que dibujan las garzas.

XIX
Se abre el día −ventana augural para las faenas−;
Escucho su martillar
Y su cauce de tierra blanca,
En el horizonte −pulso ardoroso del interior
Emerge con estrépito.

Sale el día. Cae como alguien que llama a la puerta;
Y luego, silenciosamente, se retira.

Ráfagas de sol. Naufragan mis ojos.
Mientras, el vientecillo helado de la mañana
−pájaro germinando−
pone sus alas en la transparencia de mis sienes.

XX
Ahora la luz tiene nombre
Y se alza en mis párpados;
La luz tiene memoria:
En mí sangra el tiempo;
Ahora la luz es perpetua:
Hermosa humedad del espíritu.
Ahora la luz son mis ojos:
Casa total de las policromías.
Ahora la luz se construye
−más allá del golpe o el pulso−
con la audacia del silencio y el asombro.


.
Fugitiva luz de los espejos

“Ahora nos conduce un borde pétreo
y el vapor del riachuelo se condensa
aliviando el ardor de las orillas”
Dante Alighieri: Canto XV




PAISAJE BAJO LA LUZ

He despertado infinitas veces
Bajo la luz de medianoche.
Su halo de nueces se entrega sombrío
Por el pestilo de la ventana
Que es por donde entra el paisaje
De los sueños y las sombras.
Este viejo insomnio, converge
Con el anhelo de subir a la luz
Y volar en la transparencia
Más ausculta de los charcos de la oscuridad.
Porque es la oscuridad en la luz
La que ilumina el firmamento.
Ahora lo sé en esta irrealidad
Pétrea de la noche que agita
Mientras callo los ríos de la sangre.
Aunque sin duda, este instante,
Es sólo eso: desgarre del fuego
Interior ante el vuelo premonitorio.



LOS ÁRBOLES

Existen muy poco lugares donde crecen con ímpetu y sin embarazo: las coníferas. Chalatenango, entre su estampado suelo de piedras posee esa exquisita vegetación de las zonas frías, propias de la altura. En las tardes, asalta el visillo de la neblina, como si, mano con mano, los pinos se cerraran. Una mañana me encontré con el rumor de sus labios, mojada el alba. La luz era impenetrable; y solo, ante ese ropaje ceñido a mis pupilas, llegaba una embarcación de trementina desde la profunda certeza del verde.



VENID, ACOMPAÑADME

Venid, acompañadme en esta paso del tiempo tan efímero. Contra lo fugitivo, lo turbado y desfalleciente de la luz de los espejos. Venid a esta otredad de las luciérnagas de presente movedizo. El corazón se queda perplejo ante el vuelo. La realidad es una ráfaga de espejismos. Huyendo de la oscuridad, aprisiono la luz de las ventanas y un hilo de pájaros ―cegados en su aleteo― me pintarrajean su afanosa libertad. A veces me dan ganas de asirlos. Sin embargo, es tan esencial su fantasía que seguramente yo mismo me mutilaría.



ALBA IRISADA

No te sorprendas, amor, si en el tránsito de las horas, quiero que lleguemos al alba, irisados por el viento. Es un privilegio que en el aluvión, el calandario sea una sábana de tétalos y el ensimismamiento, mantel de la sangre. En tu cuerpo hay una legión de luz fosforescente: regazo de hojas hiladas sobre la yerba por donde escalamos el arcoiris del encantamiento. Así nos forjamos. En las pagodas del corpiño hay una parva de relámpagos y un cantar de dulce armonía como decía Shakespeare. “Then, window, let day in”...



SOÑANDO CAMINOS

“Yo voy soñando caminos”, como decía don Antonio Machado, en plena lluvia. Pero en ese soñar, hay que sortear fuegos diferentes y respiros. ¡Qué más quisiera yo que aprender las lecciones del subconciente! ¡Soñar y escribir! Sin desesperar que la palabra transparente lo vivido. A veces tropezamos con nuestras propias heridas y la trepidación del parpadeo humano: lo inefable. Pero no basta ese callar silencioso del desgarre humano, estoico y helenístico. Soñar caminos es multiplicarse en la crisálida del universo: intentar alcanzar los frutos del rocío que se rompen en trino sobre el follaje. ¡Soñar caminos! Salir de la propia humanidad. Y, al cabo, que el ojo sirva para desafiar lo que ve: ventana en el camino para entrar, salir o ascender. Yo voy soñando ser, ese cielo azul que nadie ve. Y, aunque allí esté, se necesita hacer la luz y escuchar al pétalo que navega como barcaza.



SIBARITA DEL INVIERNO

La lluvia es como el idioma que la vegetación usa para alumbrarse. Es decir, para renovar su burbujeante verde. Por eso yo me considero un sibarita del invierno igual que las palabras hacen su prodigio. Y beben y sobreviven y cantan. Giro alrededor de este milagro, llamado también agua: la tierra es un badajo donde la aurora ha puesto infinitas lágrimas para que crezca la bonanza de las espigas. Sobre los cerros asciende cada mañana y se desborda, su sangre enfebrecida. Así es, pues, el espectáculo: ávido orgasmo del cosmos. Plenitud del Universo.



DESMESURA DEL VUELO

Soñar es un poco contraponerse a lo efímero de la vida humana. Mas no por ello se perderá el juicio y el alma; tal vez el cuerpo que es una pequeña categoría del mundo. Soñando vi la luz a través del espejo del sueño que hacía agitar la rítmica resina de los pinos. Soñar con la capacidad de soñar y meterse en otro túnel de claridad: el caminar subconciente de la desnuda memoria, las sáabas hablando como el pétalo que alimenta a la abeja en su desmesura del vuelo. Romper el cascarón que nos mira es obra del ala que nos alza, que nos arranca de esa grave situación terrena. Y, así, lo ignoto es cómplice de la “luz que ilumina”.



AHORA PARTO DE MÍ

Quisiera estar cierto de que ésta es la última vez en que florecen alelíes en mi pecho. Mi alma y mis pensamientos no quieren libertarse del follaje y la hojarasca. Huyo de cantar y andar. Ya la garganta es un viejo sudario de yerbas quemadas. Agucé los sentidos y corrí. Lamento que en todo florezcan el abismo de la noche en su esplendorosa oscuridad. Mejor que así sea la alegría: abrazo sombrío de lo soñado muriendo. Ahora parto de mí: mi sueño que se agolpa en una multitud de ataúdes. Hace frío; pero siempre hace frío en mi alma. ¡Oh, ríos de la vida! ¡Ríos lentos, peregrinos como una mañana infestada de neblina.



LUZ QUE VIENE HACIA MÍ

“La luz que viene por el cielo ―dice el poeta Bernárdez―no es la del alba aunque parece la del laba.” Es la luz, ―pienso desde mí mismo―, que ilumina el arcano fuego de la vida. Esa búsqueda ―en la sique personal― de fragor y desasosiegos. Andando por la vida, todos somos pequeños dioses: desde el alfarero hasta el arúspice. E esto, no es un eufemismo ni una osadía: claro está que no para todos es alimento la imaginería o las premoniciones, el aguzar los sentidos para vislumbrar el tránsito o las mutaciones. Ese pestañeo de luz no es del alba, aunque sea la prefiguración del día y de muchas conjeturas. Es el espejo que prodiga la imagen del augurio y de los pájaros en la garganta.



LIRIOS BLANCOS

Tal vez los lirios blancos de los cementerios son esa otra parte clara de la vida: faceta de la tierra de lo que no muere. Con el invierno se han acentuado sobre las tumbas. Cada transeunte queda perplejo ante sus belfos y sus párpados de condensada fuerza expresiva. Yo me pregunto si, con la parsimonia de sus pupilas, embelesadas y embebidas, la vida renace o redime con tanta transparencia. Pero claro, ―esto que pienso es sólo el deslumbre de mi sique: orgasmo del tiempo― Dios sabe el porqué de este delicado rocío iluminando las sombras de la tierra, encarnando el milagro de la pureza y el entusiasmo del espíritu.



DISQUISICIÓN METAFÍSICA (1)

El campo rebasa todas mis posibilidades humanas. Estímulo directo, inmediato. Ahora rasga mis vísceras en virtud de los espectros de la abstracción. Una luz de espejos se diluye como la esperanza en su inefable aventura. Nada me aproxima al conocimiento verdadero. Es como una plantación ceremonial de apariencias esta herida que ata las alas y rompe el polen inagotable del alba. Nada se hace patente por sí mismo ―aunque lo afirmara Heidegger―: velada es la sangre del pecho, su “modus” de existencia. A ratos se me caen todos los pensamientos: anhelos rotos que emergen de la antípoda y rugosa realidad que me inmunda.



DISQUISICIÓN METAFÍSICA (II)

Pienso con desnuda desazón y desconcierto que no hay libertad aunque aunque la busquemos con fervoroso ahínco. Así me lo parece este andar cotidiano donde el corazón va quedando descarnado. Uno está atado a tanta interrogante, a tanto humano sentimiento. El trajín de la vida ―ese vivir y morir― no es frutero que se sirve a la mesa. La paz del alma es una montaña que diezma la razón y encanece la esperanza. ¡Ah, esta vigilia de acumular, en el mejor de los casos, sollozos agitados! A ratos pienso que todo se me extravía en la hipnótica arena. A ratos, también, exhalo mi desnudez y, desde el fondo, ―nebulosa y muerta― la ceniza que sobrellevo se esparce en las centellas del viento.
Casa de la Yedra, diciembre 4 de 1995.



ÁNIMO SALVAJE

Asirte quiero como la ráfaga encarnada del entusiasmo. Mi corazón fue bautizado con un ánimo salvaje. Amiga que me lleva al manantial de los corpiños, al movimiento certero del instinto. Amiga que hiere la luz del alba con su rediviva sangre. Amiga toda. Amiga total de la fecundidad de las enredaderas. En cada poro nace el parpadeo espejeante y unitario de la sangre que libera sus campánulas. ¿Sientes, amiga, el aleteo de la esperanza? No dejemos que mutilen nuestra alegría; mejor inventemos entre las campanas de la hojarasca, nuestro propio amuleto: el amor siempre es hermoso cuando hace falta, se inventa y está destinado a una lluvia alada de meteoritos.



SUEÑO QUE NACE EN LA PALABRA

Mis ojos andan en buscando el follaje: sueño y alegría como la vestidura inmensa que cubre el mar. Sueño y alegría como dos pájaros que laten en el pecho y despolvorean el aserrín de los pensamientos. Cada mañana subo al altar de la esperanza para besarla y sorber el rocío en sus pestañas. Cierto que esta búsqueda aprieta las sienes; pero yo la celebro porque es la ilusión que irrumpe con sus manotazos, es la rosa que emerge bullente del sepulcro a la extensióm total del aire. Eso es este milagro alado en el pecho. Eso son los helechos de tu cabellera: racimo de gaviotas que soplan las campanas de la aurora: delirio donde las almendras de tus ojos parecen dos vitrales con la magnanimidad de los jazmines.
Casa de la Yedra, diciembre 7 de 1995.



VIAJE TRANSITIVO

El verano tropieza en mi garganta
Y enmudezco: fangosa polvazón
Que obstruye los torrentes del suspiro.
Esta vez he dado traspiés en la compuerta.
Esta vez la edad sesga los pájaros.
Y en este pórtico indeleble, el viaje
Transitivo, adviene, hojeándome la herrumbre
Como una isla en los labios.
Isla que sólo es el capitolio de mi sique
Duplicase en río, en látigo y trueno.
Hay tanto martirio en mi naturaleza:
Crecer y emigrar las espigas del pecho
Convertidas en sed y pálido polvo.



HE GANADO AL HABER VIVIDO

Haber vivido para nacer muriendo,
Acompañando a penas el rumor de los segundos,
Las flechas que sostienen la memoria,
El silencio que atosiga
Los mirtos del dolor como manchas
De pañuelos, como pájaros
Francamente sin vuelo.
Haber nacido para torturar
La vela del estertor primigenio.
Haber nacido en la reclusa memoria
De alucinadas ventanas.
Después de todo, ahogándome,
Muriendo he ganado la corporeidad
Del trino; y al trasmundo de la espiga,
―con temblor puro― he bebido
la luz de la sangre que redime.

.
Viento

150
Ella descubre las palabras:
Vertiente de secretos fuegos.
¡Viento sitiado en mi sique!
¡Viento huella a contraluz!
Viento de mis ojos: hangar de mis sueños.


151
“Tus ojos dejaron en el aire”
un fulgor de trementina.
Tus ojos (olas del viento)
Haciendo esa memoria
Con el temblor del cuerpo.
Tus ojos, viento, trazan
Hondas brasas de sueño.
De tus pinos vuelan llamas
Forma de ave la sangre que nos imanta.

152
Al ver que te quedas
En el follaje de los pinos
Quisiera convertir
Tu alma y la mía
En un etéreo confín.

153
¡Viento que repite mi voz!
¡Viento que en río,
trenza de agua mi memoria!

154
He dibujado pinos.
Y al mismo viento.
¡Viento encuadernado
en el cristal de la caligrafía!

155
¡Verde faro! ¡Semilla abierta!
¡Ya te veré viento!
¡Viento de jinetes fugitivos!
¡Viento que en gimnasia,
deshace témpanos de hielo!

156
Viento de tu figura:
Ave de espejos.
¡Árbol de fuego
convertido en cristal!

157
Por el sendero del río
Las estrellas iluminan
Todos los pensamientos.
¡Viento tropical
con todos sus párpados repartidos!

158
De no sé qué confín
Viene ese viento interno;
De no sé qué ramaje,
Emerge un laberinto de aromas
Como si la piel,
En pleno bosque
Recogiera toda la tormenta.

159
¡Y me quedará por siempre,
tu mirada, viento!
Hay un camino de ansiedad
Que desnuda y sitia las alas.
Qué más puedo hacer
Cuando la noche ciega los pechos?
¿Qué más si el vértigo nos arrebata?
¡Ah viento que meces
con badajos de huida!

160
Estoy quedando, viento,
Hermético y ausente.
¡Golpe de piedra es
la antilibertad del cuerpo,
y más del alma
que cierra contrita sus alas.

161
¡Viento memoria! ¡Memoria!
Escombros del paisaje
Repiten los signos del tiempo.
Mis ojos se clavan
Como pañuelos en desvelo.

162
“Yo miraba como todos los pájaros
debajo de tu frente se encendían”
Yo miraba tus cejas poblarse de gaviotas.
¡Ah viento que separa ojo y ojo
como mar y arena y playa.

163
Te vi correr por el río.
Te vi caminar sobre la hojarasca.
Como la trementina en su corteza
Te vi el pecho ceñido.
¡Viento sobre mis ojos
y llegando al alma!

64
Ciego y pensativo.
Busco a tientas la ventana.
Ciego en la soledad
Y el alma con frío.
¡Viento, si eres,
eres “cuerpo de piedra”.

165
Bébeme con tu mirada
La herida, la Esperanza.
Donde vayas llevarás
Quemaduras en la piel.
Ahora basta que tu alma
Sólo rebose en la luz.
¡Ah viento que en el campo
quita ropa y viste de luciérnagas.

166
“!Cerrad todas las puertas!”
Para que las aguas se muevan paralelas,
No debe haber noche en la alegría.
Para que las aguas
Busquen su cauce
¡Cerrad, por favor, todas las puertas!
NOTA DEL AUTOR: Este libro fue escrito entre el dos de enero al 10 de mayo de 1995. Y fue publicado integramente en el Suplemento Cultural TRES MIL de Diario Latino.



.
Memoria de Marylhurst


“En el blanco papel la luz dormía
como un atardecer. Se pone el sol
de la palabra humana y es un sueño
de dulzura, un latido
venial, un compás
ordenador, golpe jerárquico de sombra,
trueno de majestad”.
Carlos Bousoño: Metáfora del desafuero.



I
Tengo en mi garganta los huesos grises del cielo.
Mis pupilas copian las sombras de las ventanas.
Sobre el césped, una ardilla instaura su reino.
Un grito sale del horizonte semejando un tranvía...
Las cáscaras del invierno reman como peces.
La noche entra junto a las rosas de Portland.
Mis palabras cabecean como moscas en las sienes.

II
Nubes negras sobre el buche de los cuervos.
Díasnoches como hablando en secreto:
Las pupilas de los árboles me miran,
La boca de la luna se pierde en la oscuridad.
El césped toca guitarras de hielo.
Me muero esperando la aurora:
Mi garganta humea como una ciudad en llamas.


III
Caminamos sobre la quinta avenida en Portland,
Con un atuendo de neblina.
Se recuerda. Se llora. Se anhela.
El sol es humo de cigarrillos. No la brasa.
Los aviones gruñen sobre techos de madera.
Yo paso extraviado sobre el agua fría.
Sangro junto a la nueva estación
Sangro junto a la anhelada trinchera de las estrellas.

IV
Un cuervo canta en la sombra del viento.
En la calefacción hay cruces de rosas;
Los caballos juegan en las ramas del maple,
San Salvador rueda en mi cigarrillo oregoniense.
La luna danza.
Los violines del freeway me salpican de neumáticos.
Los alambres del alba están distantes.

V
En los vitrales de la capilla humean las candelas.
Hay un siglo de palabras en los túneles del alma.
Al fondo de los pisos, hay rosas con herrumbre.
El horizonte es un campanario vacío.
Bajo la sombra de la memoria, mezo canciones.
Yo silbo, ahora, donde culmina la geografía
Y el estertor de los volcanes...

VI
Sobre el césped cae mi sombra.
Un silbido de árboles murientes horada mi alma.
El viento de Glandtone, es un libro que se abre
En el horizonte.
He dormido agujereado de recuerdos.
Un niño me salva desde la conicidad de la noche.
Vivo atisbando, como pájaro, la miel de las flores.

VII
Nadie me responde en la nieve del Mount Hood.
El invierno me moja con sus lágrimas blancas.
Nada se ve. Sino el fondo de la noche:
“I have a dream”...
Sentí que mis alas volaban por el horizonte.
Y la luz agonizaba en la pulcritud del césped.
Sólo busco mis sueños entre las hojas.
El crepúsculo es inmenso. Yo, sin embargo,
Soy mendigo del alba. De verdes techos
Que sangran... soy buscador...
Sobre las aguas del hielo negro mojo mi estío.
Mi garganta humea como una ciudad anhelante.
Mis sienes picotean puertas y relojes.
Así voy, buscando, entre un rosario de hojas.
Al final, el grito, tendrá barbas de primavera.

“Estoy anclado en un rincón
de mi propia conciencia”: cargo la luz.
Y con ella voy abriendo brechas.
Las viejas arpas del designio me acompañan.
Y la esperanza, —aún en el dolor y las ausencias—
Es un jardín sobre pirámides que he ido descifrando
Entre rendijas de ventanas: creo en el Universo.


“Antes, para recordar algo, tenía que invocar una imagen que me hiciera pensar en toda la escena. Ahora lo único que tengo que hacer es tomar un detalle que he escogido con antelación, que significara toda la escena. Digamos que alguien me dice la palabra JINETE. Todo lo que necesito es la imagen de un pie en una espuela. Antes, si alguien me daba la palabra RESTAURANTE, tenía que ver la entrada del restaurante, la gente sentada adentro, y una orquesta rumana interpretando sus instrumentos, y muchos más... Pero si me dan esa palabra hoy, veo algo que parece una tienda y una entrada con un poco de algo blanco que se asoma desde adentro —eso es todo, y recordaré la palabra. Por eso digo que mis imágenes han cambiado bastante. Antes eran más precisas, más realistas. Las que tengo ahora no son tan bien definidas y tan vividas como las anteriores... Me interesa sólo un detalle para reconocer el todo”.



Un cuervo canta sobre la cresta de los pinos.
Su faena tiene misterio de caos.
Ante mí, los faroles de Campus Universitario,
Picotean el buche de las ardillas.
Ann Chapel tiene meteoritos anónimos.
Allí se hablan lenguas. Hay voces y lágrimas.
Voces de sombras que arden en su interior:
Rebaño de colinas: párpados que giran
Donde el sol sólo reside en la sique.


Después de la palabra, algo queda prendido en las banderas de la aurora, en el humus hiriente, en el discurso irreverente del viento, en la alegría nupcial de las abejas, en las campánulas delirantes que espejean en los caminos. No todo escapa. Algo hay en la arcilla que la memoria guarda; y sólo sale y aproxima, por las hojas de las ventanas que, el sueño alucinante, destella como un chorro de luz desde profundidades habitadas, por la magia y el azogue del misterio. Después de la palabra, queda un camino inefable. Después de la palabra, hay una tempestad de sueños.

Yo siempre voy tras lo que queda. Mi oficio siempre es un anónimo afán de salir como pájaro —e intacto e intrépido— agarrar los gajos de claridad de la luz primeriza del día, de la sangre derretida del ocote, que florece en pulso con un manantial de pétalos. Sin embargo, la claridad se desvanece. Y tengo claridad sin día. Y tengo sangre sin cuerpo. Y tengo flores sin pulso. Y tengo todo. Menos, a veces, la vida que suene su vestido de corazón húmedo y verde. En vano las mínimas pertenencias. En vano el alelí que emerge de mis ojos. En vano la alegría, en la franela de la luna. ¡Ah, nostalgia naciente y diaria que en la palabra desmaya sus linternas! ¡Ah, esta evidencia que hojeo, superior al ilusionismo del tiempo! ¡Ah, este después que arde en la memoria! El hombre, va dejando en su tránsito, el abandono del futuro...

La boca de la aurora de Tillamook anima
El incendio verde de Oregon.
¿Qué pájaro o herencia del oficio
me trajo a la feligresía de la nieve?
¿Qué sed me condujo a Wilsonville,
a la vieja libertad de Cannon Beach
y a Multnomah Fall?
En cada lugar se abrían, con ebriedad,
Las alas habituales de la mañana;
La gente coronada de cierzo,
Parecía un misterio entre el soplo
Y el esplendor fosforescente
De la naturaleza y el tiempo.
¡Qué vieja fantasía me acompaña
en Japanese Gardens
o en The Rose Festival!
Todo parece un nudo torrencial
De vida sobre el destello del césped y la nieve.
Sobre los andamios
Y graderías hechas de nieve y viento,
Yo siento una deuda con el mañana;
Por eso, el temblor humano,
El adusto anhelo de la luz,
El extraño palpitar de la sangre
Que me viene, sin desentrañarlo,
De los más auscultos espíritus.
Quizá, de la vigilia de los espejos.

La boca de la aurora me llama:

Y es para emprender el oficio
De conversar con los pájaros,
Y encontrar el gran río
Donde pulsa, verde, la vida humana.
Invierno, Oregon, 1993/4.
Editado parcialmente en Oregon, por Interface Network, 1993.


.
Elegía

Yo conozco la guerra
Y ese rostro sin ojos y sin labios,
Esas ventanas muertas
Las conozco,...
Pablo Neruda.

Yo he visto en tierra tropical
La sangre arder.
Rubén Darío.



SIEMPRE SERÁ LA NOCHE.

Siempre será la noche,
El silencio, cómplice conmigo;
Exacta realidad al contacto de mis manos.
La sustancia resquebrajada de mi carne
Descalza en las tormentas del silencio.

Estoy lleno del intenso maullido de la historia,
Del sentido harapiento que emana;
Hiriendo con sus vagones retorcidos
La luz informe del alma
Que ya avanzada en su noche,
Traga el humo espeso de la vida.

¡Ah, los sangrientos sudores de la vida,
lanzando ráfagas de bocas disfrazadas y enigmáticos insomnios!

Parece que la vida
―en su desenvoltura incesante―
sólo produce insoportablemente
Cortinas negras
Como esas que cuelgan
De las calaveras del infierno absoluto
Y del paroxismo dramático de la muerte
Que conduce a ese túnel sangrante de la tierra.

Sólo queda, entonces,
―entre la vida cotidiana
de lentas cenizas dolientes―
el silencio y la incertidumbre,
el minuto que adivina, enciende y apaga las esquirlas,
los intensos borbollones de la sangre
y los cirios de múltiples campanadas interiores.
31 de mayo de 1989.


DEBAJO DE MIS POROS.

Debajo de mis poros,
De la madera perdida
De mi cuerpo,
De mis libros cenicientos
―pero voluntariosamente existentes―
¿Quién me habla?

En la noche,
En el trasluz de las fotografías,
En los ruidos amarillos,
Sin memoria,
En el deseo insomne de la violencia,
En los momentos en que mi reloj queda vacío,
En los abismos en que naufrago,
En la cara de la noche esperando el milagro,
En mi red de cementerios,
Debajo de las ciudades,
¿Quién me habla?

¿Quién recoge la luz benigna de los mortales,
el borde jadeante de la espuma
o la piedra rutilante de la noche en que tropezamos,
asediados por la lucidez de las sombras?

El peso de la noche envuelta en poesía,
La poesía que anda descalza y herida,
El tren de la poesía envuelta en sombras
Para recibir
Un pedazo de luna
Y una mariposa de bálsamos.
31 de mayo de 1989.


MORIR ENTRE LAS PUPILAS DEL SUEÑO.

Morir entre las pupilas del sueño.
Morir de súbito en la memoria
O si se quiere
(como suele decirse)
en cuerpo y alma.
Morir y el hastío de la carne en vilo
Como un reposo mudo de manteles
Junto a la obstinada
Uniformidad del llanto;
Rodeado de flores y moscardones trasnochados,
Que, ―entre las horas
Sórdidas de la noche―
Se pudrirán silenciosamente
Igual que la carroña de la carne
Y los pensamientos.

Morir sin dejar conversaciones,
Apenas palabras sin huéspedes, vacías,
Inmóviles quizá, definitivamente.
Morir en los huesos de la angustia,
En las aceras nefastas de las estaciones
Frente a papeles de eternas pestañas,
En la tierra funeral del extravío
En el sagrado abismo de la epidermis.

Morir en el silencio completo de los vientos
Sin que nadie sepa
El hacia dónde finalmente.

Morir en el espejo vacío
De los fusilamientos, en el campo minado, en el bombardeo
Sin que nadie sangre los océanos
Y la dura cicatriz de los dormidos.

Morir en los hirientes brazos de la guerra
Olvidando la íntima esencia:
Las brasas del rescoldo humano
Como surtidores del enigma humano.
Y el húmedo sueño del orgasmo en las sienes.
31 de mayo de 1989.


LLUVIA NOCTURNA DE GRILLOS.

Tiempo y muerte son los grillos
Que en el silencio,
En las cáscaras secas del tiempo,
Emprenden su reparto
De flechas ciegas y monorrítmicas.
Su horror es largo y metálico
Como infinitos rieles líquidos
Destinados
Para desvencijadas locomotoras.
Sin embargo,
No me abato por la lluvia nocturna
De habituales semillas tétricas
Porque puede más la espejeante vigilia
Que los signos enmascarados
De los cuervos
Cotidianos de las sombras.
Por eso cuando las horas caen
Y los perros se obstinan
En sus inocentes fantasmas,
En su uniforme de guardianes,
Me levanto entre los muertos
A ocupar el volumen
Periódico de mis sueños,
Abandonados en las raídas
Impurezas del día.


AMANECER EN LOS ERIALES MUERTOS.

Amanecer en los eriales muertos.
Amanecer en la tierra que agoniza,
En la fragua inclemente
De las húmedas devastaciones
Sin haber siquiera
Lluviosas nupcias de espigas
Que reflejen la memoria de los caminantes.
En cada hora germinan ciegas espinas:
Lumbres quebradas
Al galope de las flechas
Que mi mano trae
De las hibernaciones de la noche.
Y es así que, acostumbrado al gemido,
A la tumba esculpiendo sus cadáveres
La extensión del horizonte
Tórnase vano desafío de espejismos.

Amanecer en los eriales muertos.

Amanecer siempre en el límite de la noche.
Amanecer y no llegar,
Perder la batalla ante la roca
O la telaraña de los símbolos.

Arrancar mis manos
De los torrentes arábigos;
Su extensión olida de veinticuatro semillas
Ardiendo en el firmamento
De los ríos
Que ebrios de trayectoria
Son el duro misterio del espacio.
De éste se desprenden
Chorros de pájaros descarnados
Aprendiendo el conjuro
De gargantas funestas,
Anidadas en la vegetación humana.

Esto es posible, tal vez,
Por el crepúsculo febril de mis sentidos
Que recibieron el espejeo
De la música sonámbula;
Oyeron los tropeles amarillos de las lenguas;
Captaron la negritud
De los caballos del crepúsculo
Y el tono eruptivo de volcanes.
Ha sabido mi voz andar entre los muertos,
Recoger las arrugas del vacío,
La voz de la fatiga
Que se oculta o emerge
De las sienes,
Hasta no ser, sino insólita hazaña
Del amanecer de la tierra que agoniza.
1º. De junio de 1989.


LENTA PROCESIÓN DE VÍA CRUCIS.

El día transcurre como una lenta
Procesión de vía crucis.
Desolados gritos y tenebrosas llagas
Trabajan el enigma
De los sepultureros:
De los espacios rotos
Que reciben la zozobra
Del aliento
Y los grafemas de descalzas cítaras.

El vuelo es fiero; el anhelo múltiple.
El dolor se traga los múltiples afanes
En los sordos fuegos
Que impetuosos
Devoran la esperma
Milagrosa del sueño.

Ninguna luz integra los retoños.
Nunca los sudarios han podido
―en su herencia y heridas espejeantes―
rodar en el invierno de las luciérnagas
y en el fulgor
derrochado de los astros.

La espesura de las ánforas
Transcurre
Con una lluvia de piedras infinitas
Que la muerte anda en sus malezas:

Es un himno de ungidas viscosidades,
El que emerge de la conciencia,
Del pie de los murales,
De los tatuajes de la historia
Que atragantan la hojarasca de los poros.
1º. De junio de 1989.


PESADO RESPLANDOR DEL MEDIODÍA.

Es el mediodía
Con su pesado resplandor
De guerrero transparente
Hacinando los sudarios del follaje.
Sobre sus alas se retuercen las vidas
Sacudiendo sus crines indecibles;
Las gasas amarillas
Se anidan como pájaros
En la proa de polvorientas camisas
―que silenciosas en la piel―,
cargan la escarcha de las tribulaciones.
Los ríos de la vida
Llegan a este punto;
Pero el vuelo los encabrita
Con sus encajes indecisos
De movedizas criptas.

La sangre es una espiga amenazante,
La sangre es una sinagoga de cuchillas.
La muerte alza su vanidad
Desde las montañas o las guarniciones.
La muerte lanza susurros
Con suntuosa armazón de alamedas.
Y trasciende sedienta
En los torrentes de la savia
Con un frutecer líquido
De mudas y enigmáticas palabras.

El mediodía cae y se levanta
Con sus poderes infinitos
De sordas campanas sazonadas
En las fronteras oceánicas del Universo.

Este mediodía tiene el arraigo
Del tiempo del Principio,
El aliento sonámbulo de los alcoholes
Que las aves beben
En indecibles lámparas enmohecidas.
1º. De junio de 1989.


DIA Y NOCHE CABALGAN INDISOLUBLEMENTE.

Día y noche cabalgan indisolublemente
Como la muerte queriendo las vísceras,
Ungida de silencio y sordera.
¿Cómo decir que todas las cosas
están agobiadamente desandadas,
sacudiendo las cenizas derruidas?

Esto es sólo una interrogante
Tremendamente hueca y absurda.

Las cenizas y el hollín
Has estado desde siempre
Golpeando las pupilas
Desprendidas de los huesos,
De la simetría misteriosa de las sombras;
Mientras la arena del día
Con sus belfos funerales
Embalsama la posible certidumbre
De la niebla corroída de espectros.
¿Quién desató estos dos instantes
de una misma cara?

Desde tiempos venían sonando
Como utensilios,
En la clorofila
De su crepitar inaccesible.
Y eran en el fuego total,
Nutridos senos de amamantados poros:
Hogueras inclementes de cortejos
En una ciénaga nupcial de archipiélagos.

Ahora el hombre carga
Su pasmosa vida
De severas babas estridentes
Como un atuendo
De aluviones desencadenados.
1º. De junio de 1989.


OTRA VEZ ANTE LOS DOBLEGADOS MIEMBROS.

Otra vez ante los doblegados miembros,
Ardidos al llegar la hora final
De la fosforescente piel
Que vocifera
En las murallas de los párpados,
En la orilla
De los óvulos y espermas martiriales.
De su cortejo
Descienden bodas muertas,
Arcángeles con figura de pájaros
Que fructifican
En los búhos de la muerte,
En los altos nidos de la bruma desgarrada.

Cantan en la noche los grillos
Rasgando el misterio
De una guitarra desparramada
En la caducidad de desalmados mármoles.
Sólo las cortinas de mis libros
―ahora cama de tibias frazadas―
me acompañan
con la lluvia de sus abedules,
con la dulcedumbre
de sus infinitas lámparas.

Por el aire de medianoche
Las almas pasan inadvertidas,
Como flores sin olor:
Van sin el color natural de la policromía;
La penumbra seca
Ríe con sarcasmo
En las palomas descalzas de la muerte.

No digo miedo a esta porcelana
Engusanada de temblorosas ráfagas
Sino simplemente
Que la luz cayó en el cuenco de los ataúdes,
En el exasperado anillo de las candelas.
No digo miedo a la tiniebla de los lirios,
Sino simplemente
Que la noche es hacinada
Por difuntos, por agónicas cebollas
Y por almirantes de fuegos enterrados.
Casa de la Yedra, 1º. De junio de 1989.


ENTRE LA CALMA Y EL OCÉANO DE LOS UMBRALES.

Estoy entre la calma
Y el océano de los umbrales.
Este camino de oscuros pantanos
Trae garfios
En la vertiente de sus poros
Dejando descarnada
La lluvia de los sueños,
La piel adscrita de los condenados.

Bajo la cal de este acogedor responso
La sacra luz de los huesos
Sirve de arquitectura
Para la trabajosa
Filosofía de los cipreses;
La fuerza de la vida
Unge el agua de estos dolores
Hasta que muerte y latidos
Derrumban
Los gusanos infectos de las entrañas.
Así he ido madurando
La muerte en estos versos
Saliendo con alborada de senos
Para entrar en el cuenco
De los charcos, de la miel, del veneno
En el íntimo secreto
De aves migratorias
Que andan en el fuego de los calendarios,
En los sin nombres
Transparentes del instinto.
Casa de la Yedra, 1º. De junio de 1989.


PALABRAS DEL AUTOR

En este poemario he recogido una serie de poemas escritos convulsiva y compulsivamente durante dos días del año 1989; todos ellos, tienen que ver con la desazón que producen las devastadoras guerras y los conflictos sociales que se interiorizan a fuerza de vivirlas o vivirlos: la realidad histórica con todas sus fantasías posibles y, a veces, inimaginables.

Esta realidad que se plantea en el libro, ―ante todo la realidad política salvadoreña de los últimos tiempos―, ha incidido tanto y estigmatizado a la sociedad, en especial al artista, cualesquiera sea su filiación política e ideológica. A través de la palabra y, la opción por la misma, se va desencadenando la reflexión, el sentir del poeta. Lo hago deshilvanando los hilos de la memoria, y los signos patéticos del tiempo para edificar una roca: la palabra escrita que por su naturaleza se torna en una vasija de llamas intemporales.

Basten, entonces, estas mínimas disquisiciones para decir que la poesía presupone toda una cosmovisión que el poeta no puede soslayar. Sería negar la sustancia primera de la poesía y la unidad vida/pensamiento del poeta. De esta forma éste realiza “esa comunión con un mundo total”: la vida humana con sus verdes campos o sus desgarradas aberturas de ceniza.
El autor

Casa de la Yedra, invierno de 1995











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