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viernes, 10 de febrero de 2012

5996.- JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET




José Luis Zerón Huguet, nacido en Orihuela en 1965. Es fundador y director de la revista sociocultural La Lucerna y fundador y director, con Ada Soriano, de la revista de creación Empireuma. Preside la Asociación Cultural Ediciones Empireuma, que ha publicado más de 15 libros.
Su producción poética editada consta de dos plaquetas: Anúteba, conjunto de poemas suyos y de Ada Soriano (Ediciones Empireuma, 1987), y Alimentando lluvias (Pliegos de Poesía del Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, 1997). Asimismo, los libros Solumbre (Ediciones Empireuma, 1993) , Frondas (Ayuntamiento de Piedrabuena y Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, Ciudad Real, 1999), El vuelo en la jaula (Cátedra Arzobispo Loazes, Universidad de Alicante, 2004) Ante el umbral, (Instituto alicantino de cultura Juan Gil-Albert, Alicante2009) y Las llamas de los suburbios (Fundación cultural Miguel Hernández, Orihuela 2010).
Por otro lado, ha sido incluido en varias antologías y ha ganado varios algunos literarios de ámbito nacional. Su libro El vuelo en la jaula (Universidad de Alicante, Cátedra Arzobispo Loazes) fue seleccionado para el Premio Nacional de la crítica del año 2004 por los miembros de la Asociación Española de Críticos Literarios y los componentes del jurado.






SE han derramado los caminos en mis ojos
desfallecidos en el terrible anhelo
de mezclar el todo con la nada.
Se han encontrado desierto y selva
en el cenit de la mirada; la luz camina
sobre el polvo y la sed se entrega al arroyo.
En cada latido y en cada ruina
hace nido la extrañeza.
Mis palabras nunca alcanzarán
lo que ven mis ojos; siempre habrá
una carencia en las alas del lenguaje
y un exceso en la plenitud de la mirada


(De Ante el umbral, 2009)












EL manto de buganvillas cubriendo los muros,
los racimos de fucsias en el porche,
las amapolas en el talud,
el aura vibrátil de las naranjas,
las volutas errantes de la siembra
penetrando en cada ángulo de la mirada,
el lujurioso guiño de los tulipanes
y el encogimiento de los tallos aciagos,
las savias sedosas y las corrosivas,
las estelas que espesan
el tapiz de la distancia:
el afuera y el adentro en una sola llama.


Relucen los follajes rojos.
La sombra roja ciega al mundo
y niega todos los límites,
flechas de silencio, húmedas redes.
Veo el ardor, la incandescencia
de las metamorfosis,
la luz encarnada o la materia
disuelta en abisales fulguraciones.
Priapo monta a las vírgenes,
el cenit conquista todas las parcelas del instante
y en mareas de fuego
los huertos se alejan del espigón.
La retina ya no engendra


(pero abraza y redime)


y no hay jardín,
no hay cielo,
sólo montones de luz
y el eco de lo contemplado.


(De Sin lugar seguro, inédito)










Palabras para unos versos de Goethe


Si al contemplar naturaleza
siempre uno y todo se aprecian
y nada vivo es uno,
siempre es muchos,
qué fungibles entonces los sueños del hombre
y qué inútil mi conciencia
y mis ansias sembradas de preguntas.
Si nada hay dentro, nada hay fuera
porque lo que está dentro, está fuera,
¿por qué me siento condenado a errar
en la telaraña del enigma?
Si soy conciencia expansiva,
¿por qué este ser mío
Aprendió a decir yo soy
y a sentir el vértigo de su propia identidad?
¿Si he de disfrutar de la apariencia cierta
y del grave juego
de eternidades e infinitos,
por qué vivo para ser humillado
por la materia y el espíritu?


(Inédito)














La casa seguirá aquí,
mis antepasados sufrieron mucho por ella.
La casa se resiste inútilmente bella como
la vida que soñamos.
Ella me protege de mí mismo
y me ofrece una identidad,
y yo respiro profundo y escucho y tiemblo,
todo es eco de mí mismo,
prolongada sombra de una traición oscura
que se arrastra por la hierba y oculta su abismo
debajo de las certezas,
quizá sea la intensidad que dejamos escapar
ya de caída el mundo.


Es mejor callar, pero no hay silencio inocente.
¿Soy yo aquel apresurado
que quiso entenderlo todo?
¿Soy yo el mismo que padeció la belleza
de la mano de las esfinges?
¿O tal vez este Lázaro extenuado que obedece la orden
de una voz perdida en la memoria
y se levanta, respira y anda sin reconocerse?
Carezco de fuerzas para resolver mis dudas.


Hay que andar
(¿hacia dónde?),
¿Adónde ir si ya conozco todas las tierras prometidas?
¿Cuántos deseos residuales y sueños muertos conservo?
La naturaleza ya no habla,
no implora
¿Quién soy yo en tierra de nadie:
lo demolido,
lo que aún queda entre la ciudad y la autovía?
¿Cómo es posible mirar el fango y hablar del infinito?
¿Cómo conciliar la belleza y el dolor,
la sed de los patriarcas
y el llanto de mis hijos?
¿Se puede escoger entre la palabra
aún no dicha y el lenguaje del subsuelo?
Dondequiera que vayas iré yo,
lumbre que hurgas con paciencia de cirujano
en la niebla que enturbia y seca.
Seguiré la ruta que trazas contra la ruina del paisaje
y se la mostraré a mi descendencia.


Hermana inquietud, retira tus áspides
y deja para el amor sangre sana
y lágrimas prohibidas.
Oh Perséfone, haz brotar la ternura
y que de aquella oscuridad de donde vengo
brote una luz que aclare y no ciegue.









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