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jueves, 1 de diciembre de 2011

5443.- MARIO SAMPAOLESI


Mario Sampaolesi nació el 16 de junio de 1955 en Buenos Aires. Entre los años 1989 y 1991 residió en París. Dirigió la revista de poesía Barataria (1992-2008). En poesía publicó: Cielo primitivo (1981, SADE); La belleza de lo lejano (1986, Amaru); La lluvia sin sombra (1992, La guillotina); El honor es mío (1992, Vinciguerra); Puntos de colapso (1999, Ediciones del Dock); Miniaturas eróticas (2003, Alción); A la hora del té (2007, Barataria); y Malvinas, poema (2010, Ediciones del Dock), libro que apareció el mismo año en edición bilingüe a través de la editorial Aius (Craiova, Rumania). También publicó la novela La vida es perfecta (2005, Alción). Tradujo del francés el poema “El cementerio marino”, de Paul Valery. Desde el año 2003 dirige el Taller de Poesía de la Biblioteca Nacional.










Leonardo experimenta con ranas

El niño corta con un estilete el cuerpo del batracio
clavado sobre la tabla de madera.
La puntual incisión divide en dos la mañana: de un lado,
los estremecimientos de esos órganos todavía
latiendo; del otro, la puerta entornada que muestra
una porción radiante del jardín.
En el frasco de vidrio de color morado -el mismo
donde algún día verterá sus lágrimas y las de la Gioconda-
la madre dispuso algunas flores blancas.
El objeto permanece sobre un estante,
perpendicular a la improvisada mesa de disección,
al lado de la ventana.
La cruda luz no le impide a Leonardo leer en el reflejo
veloz de las vísceras una anticipación de su futuro.
Visiones acuáticas, recuerdos de la rana, pasan por el cuarto.
En el origen de toda sensación está la forma.

Monet: breve condición del paisaje, Libros del Zorzal,
Buenos Aires, 2011







Dinastía de la voz

II
Era yo quien fugaba del canto de los dioses perdido en la caricia genital de la lluvia,
herido en la lujuria del pecho por las alas quemadas de un pájaro que emigra hacia otro continente
con la boca todavía cubierta por las astillas del beso
donde la música creó un bosque de vidrio para el solitario.

Llegaba hasta mí la palabra labrada en el incesante girar de la tierra,
entre los restos de una ciudad inmensa devastada por el insomnio de los hombres,
soportando la mordedura caliente del miedo,
sabiendo del deseo perdido en los jardines de la luna,
sin eternidad ni presente,
lavándome del instinto esta nube de pájaros que regresa y que anuncia el invierno.

Estoy en otro mar y en otro desierto.

Llevo en la mano un reino poblado por la llamarada azul de un plumaje de vino
donde la historia teje su polvo de hombres y países,
con la sed brillándome en el interior de la garganta como una criatura sin siglos
o una gran joya robada a la geografía de las horas,
arrastrándome frente a esos ojos que cubrieron las aguas,
soñando siempre con la majestuosa soledad del desterrado del paisaje y que llama al olvido.

El padre yace conmigo que soy yo después de la lluvia,
cuando las grullas deshacen el oro lento de su vuelo sobre las piedras ardientes,
con el solsticio de mi mano girando al impulso de las estaciones,
traficando palabras y gestos en la bellísima noche,
leyendo los signos muertos del cielo.









Antigüedad

Camino sobre cables telegráficos y no soy ningún mensaje.

Con el globo que tapó el sol también subió el niño que lo tenía esclavizado
a su mano.

Me convirtieron en un loco furioso,
de esos que raspan las paredes del viento con fósforos imaginarios.

Todo me duele hoy como a una virgen violada por las estrellas.

Y sin embargo no puedo dejar de soñar.







Identidades con la noche

1

Yo empiezo este poema sin empezarlo siquiera.
Los mendigos de estrellas murieron todos.
También las palabras dejaron de ser un lugar.

No tengo eternidad esta noche.


3

Escucho el vaivén vacío de un columpio impulsado por la noche.

El silencio no tiene edad ni memoria.


6

La vida me es ajena.
Desnudo como el campo huyo de la realidad en la manada de caballos negros
que espanta mi memoria.

Ella que era el agua,
la entrada de los barcos al puerto antes de anochecer,
las cenizas que dejó el salto del suicida sobre la terraza,
reconoció su perduración más allá del tacto.

Yo creí que vivir era desangrarse.
Y salí y toqué la piedra y vi al pájaro y me mojé con la lluvia,
porque comprendí que la piedra no es piedra sino el viento caído que deja el
pájaro cuando vuela,
porque la lluvia no es lluvia sino la sensación del vuelo que derraman los ojos
del pájaro,
porque el pájaro es mi miedo a la lluvia,
porque a pesar de todo la piedra, la lluvia y el pájaro también mueren.

Ella todavía me incendia cuando multiplica el insomnio en mis ojos con la
melodía del golpe que otorga la gota contra el vidrio como otro corazón,
donde mi soledad es espejismo tras espejismo
y la muerte el grito del fantasma que vendrá con la noche.

Página en blanco más página en blanco vivo sin vivir.

Más allá del suelo es el cansancio.


7

Me golpea una niebla espesa de hombres y máscaras
y con la llegada de una nueva estación retorno a la vejez.

Continuamente creo que la luz es la zona de traición de mis ojos,
porque miro el espejo y las manos de un ángel desconocido desfiguran mi cara.

Me encadena un vientre de vino mordido por la lluvia
y al hurgar con dagas mi memoria destruyo las guirnaldas que colgaron
los habitantes de una ilusión perdida en el desierto.

Me asfixia lo que no seré jamás.

Llegan gentíos de frío y desesperación
y yo que busqué en los ídolos negros de la indiferencia la presencia de Dios,
la caricia de óxido de la fe en las plumas caídas de un pájaro gigante,
estoy casi muerto en mi instinto de agua
porque el agua conserva los secretos de quienes la bebieron ávidamente.

Todos los días me despierto inmenso, único.
Todos los días el imposible existe porque dudo y no lo hago posible.

Salgo al naufragio de la noche y no soy el que creía ser.
Pasa alguien con una bala en la frente.

Al menos me queda la lealtad hacia el poema que nunca escribiré.


10

El silencio es mi rostro de más adentro donde olvido a los lobos porque sueño.
Pero el sueño cumplirá su destino de sueño
y yo que sólo sueño
regreso a mi sangre gastada con miedo de amar lo que no existe.

Porque cuando sueño hay un derrame de sol en mis huesos,
el mismo hombre bebiéndose el agua de su espejismo.
Entonces compruebo que el misterio no es algo que yo quiera vencer
ahora que tengo la mirada de cuando nunca se llega.

Hoy llueve también en algún lugar lejano del mundo
y en la memoria de esa lluvia galopa el caballo de madera de mi infancia
que continúa golpeándome como un vino petrificado en la garganta
cuando todos duermen y es invierno en mis dos desconocidos.

Vivo con el terror intacto y el futuro incierto lo embandera todo como un mendigo
ahorcado de la luna

Afuera llueve y es ayer, hoy y siempre.

Afuera siempre llueve más que lluvia.










Predisposición heroica

Liberadas a la vaguedad, ciertas emociones ofrecen la corrupción de su ternura
y la nostalgia se va perdiendo entre el esplendor de su fatiga

—aquellas damas con sombrillas que se paseaban al sol en algunas
narraciones francesas—

En el pasar vacilante de las páginas de un libro se buscan respuestas a preguntas
que exceden la comprensión.










En el bosque, leyendo a Wang Wei

Una y otra vez en la lectura interviene el vaivén claroscuro de las hojas de los árboles

las líneas arrasadas por una no vulgaridad
se pervierten en la penumbra de ese suspenso
que tiembla
precipitadamente
entre las alas de las moscas.

En este imprevisto paisaje,
las redes de gotas de lluvia cuelgan iluminadas.











Vaticinios sagrados

Entre las indefensas plumillas de las palmeras
el viento me deja un sentimiento no mecánico de la belleza

es un paisaje que se desdobla en panoramas más pequeños
más pequeños
más pequeños

hasta ofrecer lo lejano.

Como una nieve abstracta se escapa de mi alma.











La verde entrada del viento

Ahora que escucho el ciego latido de la superstición
vuelvo a sentir esa piadosa orfandad de la vida

será mi alma una planicie lejanamente distinta?

(la escritura se vuelve más y más irregular a medida que avanzo en el poema
la lluvia brilla contra los negros impermeables de las mujeres).



La sensación de algo hermoso entra con el viento de la tarde.










Verde rojo esmeralda

Los hombres como yo deberíamos morir asfixiados por un gas alucinante
cargados con las cadenas de las torturas hasta parecernos a nuestras sombras;
negros e informes animales ahogados por el trépano de todos los pecados
cambiando nuestras pieles por la fiebre de un oro violado de luz.

Una y otra vez he de volver al castigo emocional de estar solo;
en el movimiento circulatorio de la sangre las imágenes del pasado me intoxican,
lo sé,
las veo veía correr a través de mi piel
acribilladas por el metal idólatra de lo que desconozco.

El miedo me crea con la forma de muñeco,
con la forma de cerdo bajo el hechizo de Circe,
me llama llamaba como una señal luminosa en la noche,
tan lleno de mar que es otra aventura la aventura de soñarme.

Al fondo del precipicio las llamas queman un bosque como un corazón abandonado.
El sombrío resplandor de tu voz aplacaba la ternura de la distancia,
porque no siempre se recupera la mirada hacia el horizonte.
Una fiebre el vacío de estar muerto y existir al mismo tiempo:
la vida pasa pasaba al trasluz de la caída de las hojas de los árboles en el otoño,
y el dolor era o es una piedra disolviéndose en el estómago
y tus ojos ya no son y no eran aquella señal sobre el paisaje desolado.

Al fondo del precipicio las llamas queman un bosque como un corazón abandonado.

Te amaba en un paisaje romántico adentro de una tarjeta postal,
en una ciudad sin nombre,
adentro de mi pasado.

Y no puedo cambiar mi historia destruida por campanadas.
Añicos de esos vidrios son el sonido ensordecedor de lo que padezco:
las banderas flameando sobre los edificios me hacen percibir el viento;
es una necesidad alcohólica que calma,

el sufrimiento se encierra en su caparazón de tortuga

y la muerte es esa gran benevolencia,
la tranquilidad de flotar en el centro de un lago de aguas tranquilas,
mirando el cielo,
contando estrellas,
imaginando el frío en la piel sin sentirlo
porque uno sabe que está muerto,
muerto,
muerto.

Pero el miedo perturba la claridad como un niño que agita con la mano la superficie del lago.


Sueño una vida que no comprendo,
una vida hecha de pequeños trozos de vidrio y madera que he ido recolectando
de pequeño,
guardándolo todo en la gran bolsa de mi infancia llena de barcos a lo lejos,
de árboles bajo la lluvia en las noches de tormenta,
de amaneceres después de la lluvia
cuando los pájaros y los animales salen de sus refugios del bosque
y comen o comían sobre la tierra húmeda mis pesadillas
mis alimentos envenenados.











El sentimiento de compasión por el hombre me iguala a los otros:
es una conciencia que atrae encuentra y abandona;
es la sensación de ordenarse con las mareas,
con el oleaje,
de levantarse y hundirse absurdo como todo.

Que este sueño hecho de materiales impalpables,
invisibles,
—los deseos los pensamientos—
flote y se disperse,
se aleje soplado,
impulsado por las emociones que desencadena:
el flash del pasado, el ruido de una lluvia,
el sombrío canto del martín pescador,
el rumor marrón del río,
el deslizamiento secreto de las nubes.




El flash del pasado, el ruido de una lluvia,
el sombrío canto del martín pescador,
el rumor marrón del río,
el deslizamiento secreto de las nubes,
son imágenes que aparecen, que desaparecen:

de cara a un muro observo cómo el viento de los acontecimientos continúa soplando,
el bosque alrededor acerca su goteo silencioso,
su levísimo tacto susurrado que respira,
el paisaje del alma que pasa,
—recuerdos deseos pensamientos—
y la vida que deja de ser sueño.

Muerte, resurrección?


Todo se vuelve milagro.





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