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martes, 30 de noviembre de 2010

2382.- LEONEL LICEA


Nací en Camagüey, Cuba. Comencé a escribir a la edad de 12 años, pequeños relatos que con el tiempo se convirtieron en poesías. Durante mis estudios universitarios, mi pasión por la poesía me lleva a inscribirme en el taller literario Nicolás Guillén, bajo la guía del poeta y narrador Cubano Benito Estrada; gracias a él, publico mis primeros poemas en la revista universitaria Tengo. En el 1994 recibí una mención especial del jurado en el concurso provincial de la UNEAC de mi ciudad natal, con el poemario “Egomanías”. El Cuaderno toma el nombre de una poesía que ha marcado una parte de mi vida y es el título que le daría al libro, en el caso se presentase la oportunidad de publicarlo. Egomanías no es sentirse el centro de la atención en cada momento, es el recuento de mis emociones al centro de las cosas que me rodean, las historias de amigos y personas a mi alrededor, que llenan mi alma con amistad y afecto. Recientemente he concluido otros dos poemarios(Renombrando el tiempo y Noches clandestinas) y estoy trabajando en uno nuevo, con el título provisorio “La voz del viento”.
WEB DEL AUTOR



Una noche antes del invierno

Allí, pasaba la luz de otra manera
como un apunte a pie de página
en un libro muerto, sin palabras.
Allí, se posan los ojos de la suerte.
Tocan a la puerta los guardianes
buscando al hombre capaz
de detener la crisis económica
de inventar la novedad ingrata
que llene un hueco negro
antes que caiga sin conciencia
el último baluarte derrotado.
Allí, las horas son oscuras, y tal vez
cansados, se detienen los relojes
aunque no baste para cambiar
la dirección de las esquinas
en este mundo que conquista
nuevas notas en conducta
entre dudas renacientes
y góticas galaxias.
Allí, se hacen oscuros los siglos,
las luces del piropo que cae
sin encontrar futuro en El Dorado.
Allí, contemplo como arde el milagro
que profesa tu mirada, sin culpas.
Allí, he leído el silencio, la rebelión
de tu garganta, la insurrección barroca
de la calma que domina mi deriva.
Allí, oigo gritar las extrañas
y exigentes verdades del adúltero
que sueña el amor definitivo,
la historia de la vida.
Allí, llegan los vientos,
las sensaciones que invalidan
los presagios de monásticas lechuzas.
Allí, no quedan guerras, ni plazas
vacantes en gobiernos siderales
allí, la muerte es un sueño clandestino
como las latas de bebidas
vacías en las calles.
Allí, bajo los puentes no duermen
gitanos, ni corren aguas putrefactas,
ni inquietudes ajenas de un sistema muerto.
Allí, sigo mis pasos en el mármol del destino
y mientras pongo las rosas en la losa del milenio
repica el tintineo de mi despertador.







Sirena.

Escapará lejos de ti. Y, en lo más hondo,
se perderá entre juegos de sirena.
María Sangüesa

Hoy, que no quiero
resistir las tentaciones
ni evitar correr
en tus cabellos
erizados como olas,
infinitos,
deliciosamente vivos.
Dime, mujer,
¿quién te hizo así,
perfecta, casual
indescifrable,
que no puedo eludir
el recuerdo de tus ganas,
de las mías,
las mismas que hicieron
fundirnos el aliento
en los rincones
y evaporar nuestro cuerpos?

Hoy, que no sé
donde has dejado
el sabor de tus pupilas,
y no encuentro mis manos
debajo de tus sombras,
donde las sembré
la última noche
infinitamente azul.
Dime mujer,
¿quién te dejó en esta luna
sin cráteres ni aguas
que te hagan regresar
y me encantes
cuando envuelvo
tus formas con mis brazos?
Dime mujer,
¿quién te hizo sirena
con ganas de volar?






Testamento de invierno
(de un vagabundo enamorado)

Habitaré sobre la acera cada tarde,
en el hogar de las cigarras indefensas
para ver caer tu ausencia en el fondo del asfalto.
Pasarás entre vientos cardinales
sin que existan lluvias que se entierren
como las nubes negras en la noche.
Iré a visitarte. Me sentaré a la barra.
Ordenaré tu nombre confesando
que amo tu aliento clandestino,
que he perdido los cabellos y cortado la barba.
Que sangra mi saliva sin tocar tu cuerpo.
Que no me importa el invierno
cuando la calle enciende el fuego
y congela mis heridas.
Que bebo la nieve amarga y derretida
con el rumor de quien se traga a sí mismo
sin tantas contemplaciones,
para sentirme noctámbulo y promiscuo
con tú invierno a cuestas.
Al final de tanto frío te dejaré estos versos.
Te pertenecen desde siempre porque eres
dueña de la nieve que me inunda,
de la ciudad que me duele entre las sombras
del bar en claroscuro,
que oculta mis temores derramados en las piedras.
Te pertenece como mi sangre detenida
en este olvido anticipado que congela tu recuerdo.






Después de la tormenta.

Es inútil que ahogue
el ímpetu en la tierra
cuando invades mi tiempo
y caes, relámpago
sobre mi calma.
Entonces, recorrer tu música
en la claridad de la noche
es sentir tu sombra
en el borde de la boca
sin heridas abiertas
ni resabios pasados.
El aire asume un tono distinto.
Tu nombre es el canto del viento
y cual rumor del mar
expando mis espumas
por tu cuerpo.






Musa ausente.

“…silencio, espada de la musa”
José María Alloza

Dice el silencio que es capaz de inundar el universo,
de hacer vibrar la entera oscuridad en una noche.
Que puede hacer más cuando la luna cuenta mis pasos,
cuando la tierra absorbe el agua y cura heridas hondas
en la sistémica alma que me desangra en su planeta.
Dice el silencio que la lluvia me acecha entre las piedras.
Que espera el viento para cubrir sus pasos por mi cuerpo
cuando la luna impulsa marejadas contra el tiempo
para que nadie quiera escuchar la noche oscura y sola
y yazga inerme sobre su manto mi musa ausente.





Voces silentes

Las voces corren
se rajan
quedan roncas.
Caen como gotas
recurrentes
lentas
me desgarran.
Hablan de libertades
de patrias
y desiertos
sin treguas
ni sangre que derramar.
Y son ideas
obsoletas
conquistas de antaño
y libros censurados
cual preludio
al holocausto.
Las voces son venenos
de políticos
quizás reales
a veces
cuando callan
por conveniencia
ante la voz muda
del pueblo
o quizás
son ellos sordos
y no dicen nada
porque no entienden
las manos
ni el lenguaje
de los muertos.
Pero empieza a llover
y desde el cielo
caen las letras
de los diálogos silentes
y recomienzan las palabras:
el placer encubridor
de las mentiras
el perfecto engaño
del traidor
y el malgastado aliento
del sincero.






Deseos

Quiero hacerme daño.
Mirarme en tu pupila,
sentir que hueles
a silencio,
a mariposas azules
entre señales de fuego.
Verte vibrar.
Cantarte Feelings
escondiendo mi voz
en la apoteosis de tu cuerpo,
donde posar las manos
acariciándote
me hace crecer,
como las olas
a la espuma feliz del mar.
Ser tu poema
escrito a media noche.
El mapamundi que gira
embriagado de tu pelo.
El manantial escondido
que se despierta en otoño.
Beber tu frenesí.
Susurrar palabras
que iluminen tu cuerpo
y la perversión de mi lengua
de humedecer tus costumbres.
Quiero apoyar mis manos,
nuevamente en tu cintura,
y bailar el tango y la rumba
en esta tierra de nadie…
Perderme en el tiempo
cuando lloras jazmines
que inundan mi alma
e ignoras mi nombre
y mi acento extranjero
tatuando en mi pecho,
con tus dientes, la saliva.






Esta ilusión que es la vida.

A Federico Fellini y su circo de ilusiones.

Gracias Ernesto por inspirar el final de
un poema eternamente a mitad.

Esta ilusión que es la vida,
este circo imaginario
donde crecer y morir
van tomados de la mano,
nos hace vivir la noche
y luego sentirnos vivos.
Cuando nos mira a los ojos,
ese océano sincero,
aunque esté triste
hace fiesta.
Y es que no sabe
contarse de otro modo,
y no sabe esconder
la pasión que la desborda
cuando el afán la invade
con ganas de encontrarte
y de encontrarme
y de hacernos uno solo
con todos los riesgos.
Sin esconder el llanto
sin ostentar la fuerza.
Hacernos simplemente, uno
y abrazarnos y escondernos
y dejarnos solos,
nuevamente.
Y una y mil veces
fundirnos como amantes
creando nuevas vidas
que vivirán el porvenir
cuando nos llame a su vientre
porque, en el fondo,
somos siempre sus hijos.
Y tomados de la mano
crecemos y morimos
en este circo imaginario.
Esta ilusión que es la vida.


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